Una imagen vale más que mil palabras. Y la modernidad se ha encargado de
pintar en la retina de la
Humanidad múltiples imágenes imborrables de la desgracia de
sus avances, de las miserias de sus infidelidades, de las traiciones de sus
comandantes. De la atrocidad de sus negociaciones y de la impunidad de sus
acciones. Desde el Guernica de Picasso hasta la muralla china, desde la desidia
del nazismo hasta la brutalidad del mayor radicalismo extremo que derribo dos
torres en pleno centro.
Pero todos ellos no llegan a ejemplificar el egoísmo letal que la Modernidad representa.
Porque son partes, separadas de una totalidad inanimada y anónima que se
encarga de secar los ríos, consumir los mares, destruir el aire y barrer con
las selvas. La imagen que deja secuelas y una herida profunda en la conciencia
hoy la representan esos animales masacrados a palos por las manos
ensangrentadas del hombre que sólo quiere sus pieles. Y destruye su humanidad
por unos pesos más.
El egoísmo pinta de sangre ajena los cuadros que, luego, cuelga en sus
placares. O se sirve los manjares prohibidos por el aviso de una extinción y
próxima desaparición de esa especie. Hemos hecho desaparecer razas y especies
que jamás volveremos a ver. Estamos barriendo con el mundo. Por lo absurdo de
querer siempre más.
Nada nos va a alcanzar. El egoísmo moderno ya no tiene frenos. No se
alimenta, devora. No se despierta la conciencia, se atonta. La sensibilidad se
acuesta a dormir con la primera moneda de cambio, duele tanto que ya no se
sienten sus gritos ni sus llantos. El egoísmo se está vaciando, el psiquismo no
da abasto para poder echar mano de todo lo que está sucediendo. El tiempo, un
reloj sin mano. Agujas clavándose en la vida diurna y nocturna.
Salidas, luces. Gasto de energía. Despilfarro innecesario y la miseria
caminando junto a los ostentosos autos. Carboneando la abundancia de una
diferencia cada día más despareja. De una equidad que se olvida de la mitad del
mundo. De los niños educados en las calles, armados para pelear contra el
futuro que se los ha olvidado. Las mujeres luchando por unos derechos, cuando
ya nadie respeta ni a la dignidad de la maternidad, pariendo a mansalva o
abortando la crianza.
La modernidad nos ha alejado de la realidad. Nos ha engañado cruelmente
y nos ha plantado una trampa letal. Cada vez son más los que menos tienen. Cada
vez son menos los que son honestos. Un sistema perverso que se ha alimentado
del desierto para seguir secando el suelo y derritiendo los hielos que
equilibraban el cielo.
El sol cada vez más viejo, parece haberse revitalizado y encendido. Fue
el hombre su propio enemigo. Es el presente el adversario del futuro,
pretendiendo seguir sobreviviendo deteniendo al tiempo, para que las cosas
nunca lleguen.
La modernidad ya pintó sus cuadros. Y la postmodernidad ya los ha
vendido al peor postor. Ya no quedan lienzos en blanco. Y un planeta lamentando
las heridas abiertas por el hombre deshumanizado.
Estamos a tiempo de reaccionar. O nos dejamos llevar hasta la línea
final de esta historia que no va a terminar nada bien.
No estamos de pie. Nos han arrodillado con el engaño. Y nos han
ultrajado la inteligencia que podríamos haber desarrollado si la historia que
nos han contado, hubiera sido la verdadera.
Algunos pocos han pintado con la sangre de la humanidad este suelo
universal, al que llamamos hogar.
¿Los dejaremos seguir con la matanza?
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