Pareciera que no hay solución para el problema de la discriminación,
menos para el grave asunto del antisemitismo. Más que nada porque no hay
voluntad, no hay intención de llegar a puntos de concordancia con las masas y
las minorías, no hay una mente fría que quiera razonar con coherencia. No hay,
a la vista, una solución posible para este estigma.
La solución no creo que pase por la aceptación, ni por las campañas de
prevención ni las propagandas escolares. Algunas de las cuales son,
simplemente, publicidad para enmascarar otros asuntos peores. Porque hay mucha
frivolidad, muchas miradas torcidas y mucha envidia como para poder llegar a
una solución y plasmar lo mejor para todos. Todos miran de reojo, nadie quiere
hablar. Menos lo están, aquellos que habitan en el supuesto primer mundo, donde
empieza lo oscuro que se extiende hacia acá.
Discriminar no se puede solucionar. Ni siquiera es una cuestión de
educación. Hay mucho dolor y mucha Historia, muchas secuelas rotas y tanto por
aprender. Se trata de entender que la solución pasa por la formación humana de
las personas. Y no por la idea desalmada de preparar a las masas para combatir
por el agua, el hambre o las riquezas. Hay para todos, hay para cualquiera, si
no se tratara de acumular. No es un discurso racional ni siquiera una
ideología, es una realidad vivida. Los que más tienen más discriminan. Y los
que menos tienen, se discriminan entre ellos. Para ver quien queda bien pegado
al piso.
De los últimos, quienes serán los más últimos. Aunque ya resignaron ser
los primeros. Los del medio, porque están en el medio, y los de adelante por
temor y por ser cobarde, se cuidan las espaldas. No hay manera, no se escapa de
esta guerra donde la discriminación hace sus cuentas. Y gana millones de
adeptos a diario.
No hay una solución cerca. No hay una manera de empezar la historia otra
vez. Repartir las cartas para después querer cambiarlas. Ya empezó el juego,
Los dados salen al viento, no podemos cambiar las reglas. Ya está puesta la
fecha, tenemos un vencimiento marcado. Como seres humanos, debemos aprender
tanto, que no podemos abrir los ojos. Nos duele el mundo con sus escombros. Nos
duelen las miserias que hemos generado. Pero seguimos mirando hacia el costado,
discriminando más cuando menos debemos.
Por los defectos, por las virtudes, por los sueños, o por lo concreto.
Por todo o por nada, la suerte ya está echada en su letanía de siestas y
esperando que cualquiera se anime a despertar. Nadie podrá marcar una
diferencia que no genera una secuela irreparable. Nadie está a expensas, todos
estamos a merced. De los pelos hasta los pies, estamos condenados porque fuimos
marcados por el sello de la
Historia.
Generaciones porosas. Agujereadas por el destino. La solución no da
avisos. La madre naturaleza no espera.
La sangre es la nuestra. La que corre hace siglos por los ríos. Mares de
frío. Océanos de hielo.
La solución se cae al piso. Pide clemencia y perdón. No fue suficiente
el dolor para que aprendamos de una vez.
Por todas.
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