Un problema que emergió con los comienzos de los tiempos y que tuvo su
punto de eclosión máximo donde todos sabemos, desde varios lados. Muchos
involucrados en esa matanza sustentada, aparentemente, en una discriminación
insolente que ha dejado secuelas. Un germen que llevaba siglos de escuela.
El antisemitismo se sostiene en la discriminación. En el poder de la
desolación que se produce cuando no se acepta la diferencia, cuando no se
convive con el que está afuera. Cuando se le tiene miedo al otro. Porque en
esos esbozos se denuncian los temores, se encuentran los rencores y el poder
termina por desequilibrar. Una cuestión que va más allá de toda razón, y que se
apoya en un tema complejo.
El poder desde el comienzo de los tiempos no tolera la diferencia. Y
necesita marcar con estrategias una diferencia de alturas. Mientras uno domina,
el otro se enquista en el odio y la acumulación. Esperando el momento para que
se encienda el motor y vengarse de lo padecido. Usar el poder contra el
enemigo, implica que existe ese precedente. Que se identifique al de enfrente para
poder orientar todas las emociones que no se manejan.
El antisemitismo como la discriminación no son producto de una emoción
irracional ni impulsiva. Conllevan en sus venas una ideología, que no es
cualquiera, que tiene sus fuertes fundamentos. Una lógica de encierro y una
conclusión que asusta. Interpela y reniega, cuestiona y no tolera. El
antisemitismo no es para cualquiera. Se tiene que tener una personalidad
particular.
Por todas estas razones es que el antisemitismo no encuentra una
solución. No tiene una salida, no hay alternativas. Ni siquiera una puerta de
emergencia. Su base es la diferencia. Su lógica es la del temor. Su brazo
siempre está armado, esperando el chispazo que inicie la explosión. Y un furor
que se convierte en calor que, masificado, es un caldo de cultivo para el
rebaño que espera a su conductor. El fervor no se lleva de la mano con la
razón, porque ya no se piensa a esa altura.
Y mientras menos duran los modelos y las estructuras más se acostumbran
las personas a la discriminación. Ya no hay razón, ya no encontramos
impedimentos. La discriminación ya es parte de nuestro cemento, ya tiene
monumentos y modelos a seguir. Sangre para repartir, muerte por todos lados.
Condenados y masacrados. Genocidios por todas partes del mundo.
Y nada está cambiando.
Estamos viendo que el brazo armado se está fortaleciendo. Que desde los
más pequeños hasta los viejos ancianos, nadie se ha olvidado del antisemitismo.
Muchos lo han padecido pero tantos otros lo están alimentando. Los que se
suponía, antaño, nos defendían hoy en día son los que lo están encarnando. No
es extraño que uno se pierda a esta altura. Que no se sepa de qué lado va la
marea, porque ambas orillas están ensangrentadas.
Nadie se escapa. Todos tienen un poco de hielo en la sangre. Todos
tememos a alguien. Y caemos en esa trampa.
Discriminar no hace falta. Madurar es necesario.
El mal no está exterminado, ni discriminado ni extirpado. Está entre
nosotros y por todos lados.
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