lunes, 30 de julio de 2012

A VECES UNO ES CRUDO CON EL DESTINO.


A veces somos duros, no queremos entender de razones. No podemos comprender que el Destino hace lo que puede, con nosotros. Porque no nos dejamos convencer, porque no podemos ver que la línea correcta es la que marcan sus flechas. Y no nuestras ideas, plagadas de soberbia. Pura omnipotencia marchita. Subidos a la mochila de otro que, se supone, sabe por experiencia.
El Destino nos quiere llevar por la senda del buen camino. Para poder volar, crecer y madurar. Pero somos más que cabezas duras, somos pulgas subidas a un lomo animal, que nos lleva de acá para allá, sin saber ni poder determinar nuestro camino. Pasos perdidos, huellas que no dejan marcas.
Se que uno maltrata al propio Destino con las decisiones. Crudas imposiciones que no nos llevan nada lejos. Creemos pero no sabemos, igual nos tiramos al abismo. Donde hace frío, pero suponemos que lo lograremos. Nada es consuelo, para la ansiedad de la omnipotencia. Ciega, que con torpeza, pretende aprender la calle sin que nadie la resguarde de los peligros presentes. Dientes omniscientes que pueden morderlo todo, menos cuando el temor cala hasta los huesos. Ojos sinceros que no pueden detener las lágrimas, cuando se fracaza, cuando ya no se es el mismo.
Una marca que se lleva con desgracia. Es la corrección que nos hace el Destino. Por seguir siendo niños y no hacerle caso a las leyes de la Madre Naturaleza. Que por sabia y por vieja, ocupa ese lugar en el mundo. Somos un minúsculo grano de arena del monte. Somos miopes creyendo ser cíclopes.
Nada puede torcer lo que ya está escrito. Un vuelo que no ha nacido. Un salto que se encadena. Unas piernas que se quejan, por tener que caminar. Y un sueño que vuela libre por las noches, cuando ya dejamos de pensar. Y de estropear la mejor obra del Destino: nuestra vida.

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