Llega un punto en
la vida que se pelan los cables. Y se produce el dichoso cortocircuito. En ese
instante, la moneda vuela hacia el cielo y decide con el viento si uno muere o
no electrocutado por un problema emocional. Es difícil pensar que uno está
exento de esas movidas de la vida. De esas vueltas. Los imprevistos.
En ese punto el
psiquismo está completamente a prueba. Su resistencia. Sus maneras. Sus
recursos y sus debilidades. Si soporta los embates o claudica en un accidente.
A veces uno cree
que esta afuera de la lista que la locura revisa una noche de invierno. En este
otoño sereno me parece que escucho su nombre. Eso pasa de golpe y los cables se
pelan. Una futilidad que es apenas el punto débil de la cuestión. Un profundo
dolor que entra como una lanza hirviendo. De furia y de indignación. De
impotencia o de lo que sea.
El cortocircuito no
es una señal. Es el efecto inmediato del pedazo de la realidad que se clava. Es
un costado del ventanal que se rompe y se viene encima.
No puedo escribir
más, huelo a cable quemado.
Lo dejo pensando,
antes que usted también huela lo mismo.
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