La base del problema está donde pocos buscan. La base de la cuestión se
encuentra tan cerca que desespera. Es el miedo a la diferencia la base del gran
problema que despierta las peores sombras del planeta. Una diferencia que se
llena de miedo y de rencor. Es un miedo diferente. Una especie distinta a todas
las formas conocidas del miedo.
Por eso se discrimina. Por eso se aniquila y se intenta extirpar, para
que sólo quede lo igual y se anulen las diferencias. Un intento mortal, una
búsqueda inútil. Porque la diferencia está, entre nosotros. Porque no es
provechoso ser iguales. Porque es infructuoso e irracional. La igualdad es la
firma de la muerte, su marca registrada. Ella es la que teme, es la que no
puede lidiar con la diferencia. Y entonces intenta por todos sus medios
anularla.
El miedo que la diferencia genera es muy diferente. Conserva en su
esencia una diferencia radical, va más allá del pánico, mucho más lejos que el
susto. El objeto del miedo en este punto es la proyección de las faltas
propias. En ese surco, entre la igualdad y la diferencia es donde empiezan a
depositarse las sombras. Adjudicadas en ese espacio vacío, rellenado con lo más
primitivo. Y allí nace el germen. El principio no está vacío, tiene ya las
raíces en la tierra.
El miedo de la diferencia tiene en su esencia una particularidad. La
base de la maldad, el pie a la envidia, la bolsa de los rencores que sin fondo
ni tope no se llena nunca lo suficiente, todo esto está en esa particularidad.
Concentrado. Impregnando. Acentuado. Lo cual le da una especialidad al miedo,
una tonalidad paranoica que se alimenta de la propia sombra hasta llegar a
encontrar un problema, del cual se alimenta para poder justificar sus acciones.
El problema empieza donde menos lo esperamos. La igualdad entre hermanos
tan fomentada, tan culturalmente enseñada es la propia trampa, porque es un
engaño. Y nos empujan hasta el peldaño, porque desde lo aprendido no se llega
nunca a entender lo vivido, esa diferencia que se impone. Y es ineludible.
El problema se encuentra en la base interna de la especie humana. En la
cara interna de la raza. Pegada a la puerta, lejos de la ventana. En esa pared
extraña donde todos sabemos pero nadie habla, es donde podremos encontrar la
solución. O el principio de la acción que establezca una diferencia. La
aceptación es la base que anula el dolor, si enseñamos a distinguir. Si
comprendemos que existir sólo se sostiene desde ese punto. Tener en claro que
la diferencia es la mano derecha de la posibilidad, el talón de Aquiles de la
verdad, la cadena que sostiene la balanza de la igualdad de una justicia ciega
y la única manera de poder crecer como especie.
La evolución se sostiene gracias al ser que se diferencia. Que piensa de
otra manera, que hace algo distinto. Que da el paso atrevido, mientras todos
los demás siguen a la masa de igualdad creyendo que están protegidos.
Cuanto dolor hubiéramos prevenido si la educación y la religión no nos
hubieran cambiado la dirección. Y el camino fuera otro.
El miedo a la diferencia es una especie con rareza y funciona como
plaga. Se está expendiendo entre las masas porque la información se ha
globalizado. Y la necesidad de diferenciarnos está complicando a todos los
seres mentalmente indigentes.
Es un aviso. Posiblemente una advertencia. No mire más para afuera,
empieza a reconocerse diferente.
Antes que le digan que, por ser iguales, vamos a morir iguales.
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