La respuesta le
daría un sentido crucial a la vida o tal vez se perdería para siempre. Una
respuesta que está más allá de nuestros días y sin embargo, nos persigue a cada
momento de nuestras vidas. Entender el sentido de la muerte y responder a esta
pregunta sólo sería posible si uno muriera y así se quedaría sin saber nada de
la vida. Los opuestos existen para poder comprender su misión, que no es
complementarse, sino otorgarle sentido al otro.
Es cierto, uno sin
otro no existe. La vida sin la muerte no tendría mucho de ser. ¿Por qué
morimos? Porque debemos vivir. Vivir en constante tensión entre esos extremos
que tironean para sus lados. La vida es esa tensión, esos centímetros más acá o
más allá, y sentir. El amor está tan cerca de la muerte como el nacimiento
mismo. Y no es una paradoja y mucho menos una casualidad. Es la razón del ser.
Y es la muerte la que se la confiere. Lo podremos entender cuando empecemos a
ver o pensar a la muerte no como el fin sino como el silencio. Si dejamos de
ver en ella solo la pérdida y el abandono, razonamientos egoístas a la hora de
aferrarse a alguien, y observamos las entrañas de la muerte podremos comenzar a
sentir su cercanía, su misión, su valor. Morimos para entender aquello que
hemos vivido. En el silencio escuchamos lo dicho. Y allí se hace presente la
muerte.
Morimos porque
debemos comprender, justo antes. Porque si no comprendemos no podremos
aprender, entonces la rueda comenzará otra vez a girar en el mismo lugar. Si,
eso es la repetición, ese lugar o instante donde la muerte no pudo hacerse
presente y todo vuelve a empezar (sin haber finalizado).
Morir es una pausa,
sin saber de antemano cuál será el siguiente sonido. Un vacío necesario, pues
es el espacio que revierte el sentido a un valor que se estaba escapando. La
muerte será y se producirá ese entendimiento que le da vida. La vida vivida no
sería nada sin la muerte esperando. Como las pulsiones en tensión o los
extremos de la existencia en complot, el arco producido es la vida en su
instante. Ese segundo de comprensión, que ya pasó. Futilidad le dicen quienes
le temen hasta el horror, dolor le llaman quienes sienten su presencia
aguijoneante. Amor quienes la aprecian. Furor quienes juegan con ella.
Diferentes formas, múltiples sensaciones. Una sola vivencia con demasiados
rituales a su alrededor. Lo inexplicable es el agujero, allí donde uno se
siente morir, se ha quedado sin palabras. Y se siente caer, sin haberse movido
del lugar.
Es el aire.
Morimos porque no
entendemos el sentido de la vida. Le damos una entidad pues no soportamos la
presencia de esa ausencia y no toleramos el silencio. Ya se fue, ese es el
sentido de la muerte. Y morimos porque debemos comprender que en algún momento
hay que partir, sin pensar en el abandono, ni en una pérdida ni en la dejadez
del suicidio. Morimos para comprender. Nos detenemos para mirar. Allí donde el
futuro desapareció es donde debemos morir. Y el pasado se ve distinto a lo
vivido esos días.
No sabemos que hay
allá porque nos cuesta pensar las cosas sin la linealidad del tiempo. Entonces
quedamos limitados para pensar la ausencia. Nos cuesta ver que allí no hay
nada, y hay tanto. Una vida distinta.
Morimos porque no
entendemos.
La clave de la vida
eterna. Donde no hay subjetividad. Y hay puro silencio.
Un
silencio puro. Esencial.
¿Se
entendió?
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