lunes, 30 de julio de 2012
DANDO LÁSTIMA POR LOS RINCONES.
A veces creemos que lo tenemos todo. Otras veces vemos como perdemos lo poco que hemos hecho. Eso ha sucedido, otro día de invierno. Otra noche donde el cielo fue un simple pasajero, un testigo descalificado por su adicción a los trasnochados. Eso fue lo que pasó.
La lástima dejó un espacio más, en un rincón sin humildad. Sin juntar sus cosas se fugó de las ropas que se había robado. Ser quien nunca llegará a ser, ese era su anhelo. Tener todo lo que se puede querer, con el simple hecho de desearlo. Una dama de guantes usados, a la que no le quedaba mucha dignidad.
Acostumbrada a maltratar. Humillada por demás. La tarde no daba para más, estaba agotada de tanta telaraña, estaba agobiada por tener que trabajar. Ya no se encuentra ni la nariz. Le quiere poner miel a la verdad y se le cae a sus pies, un trapo de piso.
Encerrada en su rincón. Dando lástima en su balcón. Llorando lágrimas que se secaban en su lagrimal. Derrapando odios que no podían frenar esa carrera hacia el final. Un muro de hielo. Un desenfreno inquietu de soberbia pordiosera. Con sus ropas viejas, vestida a la moda.
Escotes que no ofrecían nada. Ni sensualidad ni una gota de intimidad. Eran las piernas del rincón, por donde se asomaba lo mejor de esa noche sin calor. Y sin camino. Está tan lejos del destino, que parece un desatino; sin embargo, es un poco de justicia. Ella no mira hacia arriba, no quiere leer las estrellas. Aunque se apena de tanta orilla frunsida.
Otro jueves que no se deja. Un viernes que no llega. Y un fin de semana que se desvela.
Serle infiel a cualquiera. Para ponerle fin a las secuelas de un martes cobarde que no quiere ser ni lunes ni ir de frente.
Dando lástima por los rincones, en el borde del cordón, de la vereda que ya no es nuestra. Llena de estrellas que se han fugado de la escuela. De ríos que concuerdan en votar al próximo presidente, para que alguien les saque lo corriente de sus corrientes, adversas con el presente.
Los rincones dan lástima porque acompañan al alma sin saber nada de ella. Dan pena porque no pueden ser lo que quisieran. Tienen miedo de triunfar, de ser algo más.
Y dejar de estar donde los pusieron.
Tantos rincones, he visto, ciegos. Tantas vidas que no encuentran su vida.
Sin embargo se quejan que los zapatos les quedan chicos.
Y que sus sombras ya se fueron.
Demasiado lejos.
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