lunes, 30 de julio de 2012

CUANDO EL OÍDO NO QUIERE ESCUCHAR. La voz del silencio.


¿Qué se hace cuando el oído no quiere escuchar? Y se siente como un algodón en el alma.
¿Qué se hace cuando esas palabras tienen tanta fuerza? Y parece que no, pero golpean las murallas de una historia.
Parece que alguien no quiere escuchar. Por lo menos una parte hace oídos sordos. La parte izquierda de los escombros que nunca salieron del fondo. Y que ahora, en silencio, se hacen escuchar. Un ruído callado que hace más ruído enmudecido que a los gritos. Un reparo que ha detenido los latidos de mi pensamiento. Algo se quedó quieto, dentro de mí.
Pero el oído derecho sigue escribiendo las notas de mi vida. El sigue oyendo el silencio de su compañero. Y tratando de jugar al equilibrista. Persevera la vida del sonido en la mejilla de este lado del mundo. Todo parece tan absurdo, mucho más si supieran la razón por la que no fue la ceguera y si la sordera la que salió sorteada.
Las cuestiones del amor a veces no se superan tan fácilmente. La gracia está allá afuera, lejos del mundo de mi lado izquierdo. Muy cerca de la otra mejilla, la que espera activa la llegada de su voz. Será esa la razón por la que mi oído izquierdo se ha ofendido. Porque extraña sus latidos, que tanto lo hacen vibrar. Porque su voz siempre pudo sortear las vueltas del laberinto, y golpear con el martillo, la barrera que nos separa.
Algo se pegó donde vibrara el corazón de mi oído izquierdo. Algo detuvo su reloj, a la hora indicada, en ese preciso momento, donde las palabras mágicas llegaban al decir de su último suspiro. Despúes no quizo escuchar más nada. Y las consecuencias llegan hasta la mitad de mi cerebro que parece haberse unido a la huelga. Donde el silencio prefiere morirse de hambre que seguir las infames palabras de la subestimación.
Ponerle alcohól como si fuera una herdida abierta. Para que no se convierta en dolor el silencio que enmudeció mi mundo por dentro. Ya no escucho esa voz tranquila y pacífica, escucho el tambor de las palabras golpeándo las paredes, en una mente que fue sacudida. Que piensa en la próxima vida y se queda pegada al paredón, escuchando un temblor que no puede aún vibrar, porque no llegó todavía el momento.
Ya llegará el encuentro para saltar de alegría. Ya llegará el día en que mis oídos vuelvan a ser juntos, dos grandes compañeros.
No es casual que la mitad izquierda de una vida se quede tan quietita que no se escuchan ni sus pasos. No es azar que en ese mismo día escuché una noticia que impactó de lleno, como a un boxeador viejo en su último round.
Lejos del ring, lejos del insight, las palabras están detenidas en el tiempo.
Cuando el oído no quiere escuchar, es la voz del silencio la que está hablando.

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