La igualdad llegó a su máxima expresión. Hoy, la mujer equiparó todo con
el hombre y llegó a sacar lo peor de él. Por ser iguales, por pelear a la par,
quién sabe en realidad el motivo, lo importante es que le está pisando los
talones y la guerra es entre piratas.
En el medio quedan los inofensivos. Aquellos que aún quieren hacer las
cosas bien, pero no pueden ser ajenos a esto. Una guerra que tiene sus
desperfectos porque es siniestro lo que ambos bandos están haciendo. Un lamento
que llegará muy lejos, en las próximas generaciones, porque son leones
hambrientos que buscan la sangre del otro. No hay consuelo, no pueden
discriminar lo bueno y, mucho menos, lo nuevo. Esa oportunidad quedó atrapada
en el medio de un fuego sangriento que no va a terminar bien.
Esta vez la mujer se equivocó. Equiparar la cuestión en los peores
aspectos del hombre no es lograr con razón un lugar de paridad. Es perder la
razón y perder también el juego. La mujer tiene mucho más que perder y su valor
es estructural. Empezar a piratear tiene sus altos riesgos. Porque hoy ya no
son cuentos, son realidades en abundancia, ver que muchos padres lo son de
hijos ajenos, porque esa mujer lo engañaba y nunca le dijo que estaba criando a
uno que no era suyo.
Brutales consecuencias que van mucho más lejos que el dolor tremendo que
produce la infidelidad. Una traición que le clava la espada a sus hijos, ajenos
a todo esto. Hermanos que se dan cuenta que dejaron de serlo, o que nunca lo
fueron como creían. Una mentira que es producto directo de este ataque tremendo
hacia la masculinidad del hombre. Hacia su poder y sus rencores por ser
dominante durante tantos años. Una realidad que se nos escapa de las manos,
sabemos que las cosas no eran tan así, tampoco.
Pero el hombre se queda ciego cuando la mujer es la pirata.
La mujer le come los dedos cuando quiere ser pirata. La mujer engaña
mucho mejor que el hombre cuando sale de los bordes o límites de lo correcto. Y
lastima sin consuelo, hiere donde sabe que duele, porque en la guerra la mujer
siempre fue mas fuerte. Y mas hiriente si quiere serlo.
Hay toda una explicación psicológica que se puede dar respecto a los
riesgos. El hombre tiene mucho que perder, la mujer lo perdió desde el
comienzo. Esto le da una soltura inicial, una soltura peligrosa. Una mujer
herida o despechada es lo más peligroso con lo que uno se puede encontrar. El
hombre, en eso, es más animal, menos sofisticado y, a veces, más bruto. No lo
justifico ni lo culpo, son modos diferentes.
Lo que si es recurrente es ver que la mujer hoy es tan pirata como el
hombre del que se quejaba hasta hace, relativamente, poco tiempo. Una guerra
que no tiene frenos. Una guerra alimentada por ambos lados. En la capa de la
dama está el lema de la ausencia de los caballeros. En las banderas de ellos
está el miedo y su resguardo.
Mantenerlas alejadas es su mejor arma, por eso caen en la falta de
compromiso. Porque es digno protegerse de alguien con rencor, y cegado por un
amor que no fue ni podrá ser.
La guerra de la mujer contra la masculinidad del hombre es el comienzo
del fin. No hay manera de salir de esta encrucijada en la que hemos caído.
Y somos todos responsables.
La mujer es, innegable, protagonista de esta guerra. Una pirata
encubierta en la maternidad o en la fragilidad de buscar al amor de su vida. Y
se va con la primera vela izada.
El mástil del pirata,
la delata
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