Seguimos siendo monos, peleando por la banana más grande. Por ver quién
tiene en sus manos el poder más alto, el que ostenta lo más llamativo. Somos
niños jugando con las idealizaciones, evitando las decepciones porque sólo nos
queda el poder. Porque después, somos todos iguales. Una cuestión de detalles,
medidas y lamentos. Como si todo se redujera a eso.
Una absurda cuestión de poder. De creer que las cosas valen por su
tamaño o dimensiones. Símbolos de la fuerza que ya no nos queda. Como especie
nos hemos debilitado. No estamos acostumbrados pero creemos que lo podemos
todo. Si nos quedamos en el medio de una montaña, sin luz ni agua somos los
primeros en llorar. Hoy necesitamos demasiado para ser felices, ni siquiera
para tanto. Para conformarnos. Quedamos rodeados en el imaginario. Engañados
por nuestra propia mente, estrecha, que nos piensa y nos piensa todo el tiempo
de la mano de algo.
Solo nos ha quedado algo. La lucha por el poder. Por lo único que no
sabemos cómo es. Pero que nos permite creer que somos dioses encarnados. Aunque
sea pensarlo por un rato y después ver cómo sostenemos la desilusión. Una
apropiación barata de una ley sana que sirve en un contexto adecuado. El poder,
como herramienta de posibilidades, no puede quedar al margen de una realidad
enmarcada en la fuerza y las ganas. Por sí mismo carece de sentido, se pierde
su valor real. Peleamos por su paternidad, por su propiedad o por su elección,
como si fuéramos monos en manos de unos salvajes dueños del circo. Poderes
mendigos. Mendigos apoderados.
Sólo nos ha quedado eso. Una mediocridad en proceso. Y todos luchando
por algo. Por el poder más largo. Por la posibilidad más posible. Y devoramos.
Ya ni tragamos, sólo masticamos para arrancar el pedazo. Aunque nos quedemos
sin dientes. La presa sirve de algo, pero no es la meta. Sólo es un paso.
La zanahoria se ha ganado todo el protagonismo. Mientras siga su
sentido, no dejarse alcanzar nunca. La falta tiene el dominio, no hay manera de
colmarla. Ni el poder alcanza, nos deja siempre con ganas. Nos deja siempre
solitos. Como niños perdidos, desorientados y olvidados. La indefensión te hace
esclavo. La perdida un tonto humillado. Y el dolor es el oso que se está
acercando. Cada vez más cerca.
Sólo nos queda pelear por el poder. Pelear por él porque sino perdemos
el rumbo. Un polo ya absurdo, perdió su capacidad de atracción. Un norte que se
desorientó. Y un sur que ya no te da la espalda. Ya nada tiene gracia. Salvo el
poder de esos pocos. Así piensan casi todos, así hemos reducido la cuestión.
El poder no es todo. Ni siquiera llega a ser algo. Nos están engañando,
para que sigamos la zanahoria.
Ya es hora de empezar a entender. O seguir eligiendo ser monos en esta
vida.
A mi me queda una intriga, ¿qué elegiría usted?
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