lunes, 30 de julio de 2012

EL MIEDO. A nada. A todo.


Un problema que la mayoría de las veces no existe. Es tan obsecuente que muchas veces es miedo al miedo. Un estúpido juego en el que cae la mente y se pierden las emociones. Un enredo que nos saca del centro y nos ahorra una decisión que no nos animamos a tomar.
Un salto mortal por el alambrado de la humildad para caer del lado de la humillación. Un dolor que no sucumbió y hoy en día maltrata, porque se espanta ante la idea de un regreso. Y de amar. El miedo te lleva a ahogar todas las emociones y los sentimientos. Viven como el secreto, creyendo que nadie se da cuenta, mientras se devela de boca en boca de todos.
El miedo a tener todo. El miedo al abandono que lleva a temerle a la presencia. El miedo a la pérdida que genera que nadie tenga nada. El miedo acobarda cuando la debilidad asoma. Cuando uno se embroma por perder antes de haber tenido. El miedo a la nada, que se lleva adentro, no es consuelo echarle la culpa al otro.
El miedo es vertiginoso.
El miedo se entromete. Y la gente se defiende, peleando contra el gran fantasma. El miedo, en sí, no es nada. Pero tiene esa habilidad, la de tomar cualquier forma. Para evitar que tomemos una decisión. Esa es la verdadera razón que se esconde detrás de su máscara. Impune.
Sabe que muchas veces tiene razón. Y llena los espacios vacíos. EL miedo al olvido. Que nadie se acuerde de uno. Triste y desabrido, muere el vino al final de la botella. La tarde se consuela cuando la noche llega, esperando el nuevo día. Pero una tormenta avisa cuando se va a llevar los escombros. El miedo no avisa. El miedo es tonto.
Pero sabe de su vida, sabe de su eternidad prematura. No hay amargura, no hay rencores ni dolores. No hay censura ni posible retención. El miedo al dolor es la base de todos los miedos que vivimos. Estamos perdidos, le tememos a la sombra.
Miedo a la soledad. Miedo al abandono. Miedo a ser un escombro, a no haber sido nunca. Miedo porque no escucha. Miedo por todos lados. Miedo al fracazo, como si nadie tuviera que seguir viviendo. Miedo al desconsuelo. Miedo a lo perdido que no retorna. Miedo bendito, mendigo de pocas horas.
Bandido de momentos. Sólo te roba la felicidad. Y manosea a la alegría, arruinandole la sonrisa. Mojando con tristeza a los ojos. Pero no todo es asombroso, no todo tiene que ser oscuro.
El miedo al mundo es miedo a la nada. Con el miedo no alcanza para que el amor y el coraje se acobarden. Ni siquiera les cambia la cara.
Un viaje alcanza para que una buena charla abra el corazón y se sienta la vida. En una valija perdida solo se van algunos recuerdos. En mi mochila llevo el sincero y arduo valor de sentir. Con mis pies puedo dar el paso que quiero, por más que mi corazón se muere por salir al encuentro. Mis brazos se abren a pleno, sintiendo las palpitaciones. Mis ojos allí la vieron y el horizonte se acercó hasta nosotros.
Contra eso... el miedo no es nada más que eso.
Ego...

No hay comentarios:

Publicar un comentario