Seguimos siendo monos. Se suponía que éramos la raza superior, sin
embargo, estamos mostrando lo peor que tenemos. Lo peor que podemos hacer,
actuar peor que los animales. Porque destruimos a nuestros pares, porque
destrozamos nuestro medio ambiente y porque somos, a la vez, cazadores y
cazados.
No hemos evolucionado. No venimos de los monos. Ni mucho menos mejoramos
lo de ellos. Se dijo, durante muchos siglos, que la culpa de todos los
desastres la tenía esa parte “animal” que tiene la Humanidad. Hoy nos
hemos demostrado que somos una raza muy particular. Que no nos conformamos con
la individualidad, que nos tenemos que poner en peligro de extinción y, ni
siquiera así, entendemos el asunto. No es la parte animal del mundo, es la
parte humana la que falla. Es la parte que no alcanza para poder establecer las
coordenadas adecuadas para sobrevivir.
Porque el animal aprende los peligros del medio. El ser humano entiende,
pero hace todo mal. Sabe y es capaz, pero tiene un costado peligroso. Seguimos
siendo monos viviendo como animales. Seguimos creyendo que no hay pares, pero
estamos muy por debajo de lo esperado para el nivel de inteligencia. Y de las capacidades
a cuestas que tenemos por ser, como somos.
Discriminamos a los individuos de nuestra especie. Nos alimentamos de
ellos. Nos matamos hasta que no nos dan más las manos. Somos cazadores cazados
por las propias presas. Una vida incierta que ha multiplicado la jungla, la ha
sofisticado al punto de vivir en la penumbra porque agotamos los recursos de la
selva. Tanto en su campo como en sus reglas. Llevamos todo a tal extremo que
nos estamos muriendo y no nos queremos dar cuenta.
Seguimos siendo monos. De esos que nunca existieron. De los que rompen
con todo. Y aniquilan a sus hijos y nietos. Una especie extraña, más parecido a
la plaga que a la raza humana. Desarrollándonos como si nada. Ocupando todo
como si viviéramos solos. Sin ganas de compartir, pensando en competir y jugar
sucio, claramente. Contaminando todo lo ocurrente, comprando cada centímetro de
libertad para enjaular a los diferentes. Y si son peligrosos, para nuestra
individualidad, morirán sin mayores explicaciones. Se suponía que éramos inteligentes,
se preveía que podíamos evolucionar en nuestra calidad de vida. Y sólo
planificamos la muerte. Sólo desplegamos los más sofisticados mecanismos para
matar y morir, en el camino de vivir, que cada día es más corto. Y larga la
agonía.
Seguimos pareciéndonos a los monos. Colgados todo el día. Obedeciendo y
admirando, persiguiendo a la reina que pueda calmar los instintos. Pero ya son
asesinos, decididos a matar por lo que sea. Eso no le pasa a cualquiera, sólo
nos pasa a nosotros. Como especie.
Somos decadentes. No hemos evolucionado ni un poco. Tantos años de
desarrollo, tantos siglos y dioses, tanto oro hecho polvo y muchísimas vidas
perdidas. Para no encontrar la salida. Para no haber crecido aunque sea un
poquito. Y dejar de ser bestias hambrientas.
Sedientas por venganza. Por envidia y celos. Por un comercio, parte de
un sistema, que arruina a cualquiera. Aunque beneficia a tan pocos. Seguimos
siendo monos en un rebaño amargado, guiados por unos extraños a esta raza
humana. Si nos llevan a la rastra no creo que podamos llegar lejos.
Es una pena y una lástima.
Seguir siendo monos, pero vivir encerrados.
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