El gran desafío de
los inteligentes. Poder sobrevivir a un jefe sin autoridad. Aprender a soportar
las órdenes de un alfil desordenado y confuso, que poco sabe del negocio. Pero
grita por los pasillos y no tolera la sombra del crecimiento. Un jefe temeroso
que sabe de sus limitaciones se defiende de esa manera, impidiendo el
crecimiento, degradando a los potenciales competidores y golpeando en los
puntos vulnerables de sus empleados, obviamente son puntos personales que
deberían estar ajenos a lo laboral.
El
negocio lo maneja un alfil, del mismo negocio. Esas son las posibilidades que
dan las empresas hoy, puede llegar cualquiera, es decir, alguien no
necesariamente calificado para el cargo o el puesto, en función del negocio,
pero si inspirado y entrenado para depurarlo. Para hacer el trabajo sucio que
pocos quieren. Por narcisismo, por perversión o simplemente por plata y
ambición. Todo está permitido en ese mundo donde todo es posible.
Sus
seguidores se quejan. Y lo padecen. No entienden lo que dice, no pueden
compartir las directivas. Tantas veces les ha dado vergüenza como tantas otras
genera incomodidad. Y mucha bronca por estar donde está. Una rivalidad que
parece injusta pues es el jefe y de él depende la evaluación. O la promoción. O
el ascenso. Inquietos quedan, a veces perdidos. Una caricia sirve para
desconfiar, un castigo pretende ubicar. Falta la valoración. Y no se admira al
jefe.
No
tiene autoridad. Y al mezclar lo personal, la cosa se pone peor. Lo ven junto a
su mujer y algunas cuestiones se empiezan a entender. “Va atrás como un perro
faldero, obediente y obsecuente, parece que le tuviera miedo a ella. Es el
mismo que me pega en la oficina detrás de su escritorio, el que tantas veces
pensé en cruzar, está en el camino de mis manos a su cuello”. Esos son algunos
de los razonamientos de sus empleados. Los de segunda línea que esperan llegar
a primera. Y se los comprende, es un gran desafío seguir las órdenes de alguien
que no sabe darlas, que no transmite nada a la hora de emprender. Que no puede
ni con su alma, dentro del negocio no es nada, pero es el jefe.
Una
crisis de autoridad que viene acompañada con el crecimiento fácil. Esta línea
de autoridad, descabezada, viene engendrada por estas décadas de decadencia.
Donde la plata ostenta mucho más poder del que debiera, y jefe es cualquiera
que no sabe nada de esfuerzo. Que no valora ni cuida a las personas que guía,
aunque sea hacia el abismo. Son los mismos que siempre encuentran a un empleado
para que haga el trabajo que ellos ignoran, es quien más los padece, pero del
que quedan atados. Es la relación del amo y el esclavo, un amo que se acuesta
en la comodidad y obliga al otro a desarrollarse cada vez más. Hasta que el
esclavo sabe más que el amo y este se vuelve loco.
Carecen
de principios, con una larga historia detrás. No son responsables por lo
sucedido, son un eslabón más de esta larga decadencia que terminará con los
modelos. Primero cae la autoridad y luego se desprestigian los cargos. Mueren
en el camino el esfuerzo y la valoración, entonces sube cualquiera. La rueda no
queda detenida nunca. Los buenos se desconsuelan, quieren tirar la toalla. Pero
la realidad no los deja, porque alguien tiene que hacer el trabajo.
Ni
hablar que a la par cosechan modelos parecidos. Porque no toleran la falta de
imagen en el espejo. No son sanguijuelas, son más parecidos a un vampiro. Viven
de lo producido por aquellos que tiene un rico potencial. Les roban el negocio,
le ponen la firma. Y fomentan el crecimiento injusto. Porque la ley que ellos representan
así lo permite.
Por
ello carecen de autoridad, por ello responden a un modelo determinado. Parte de
la decadencia. Un anhelo de quienes queremos aprender, pero que necesitamos
saber que de ellos se puede. No sólo por la tarea a emprender sino como modelo
de vida.
¿Modelo
de vida?
Que
extraño hablar de eso. ¿no?
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