Una relación
particular. De idas y vueltas. De corazones rotos, celos y pasiones. El hombre
no la quiere reconocer como su amante, por quien deja la vida más de una vez.
Nadie la admite pero todos tenemos una relación especial con ella. Se pasean
con la vida y se jactan de sus abrazos, mientras se acuestan con la muerte
entre sábanas ardientes. Sangre, sudor y lágrimas.
El hombre cela a la
muerte por su poder. Como toda amante domina. Ella se pasea con sus vestidos y
sus perfumes mientras el ser humano se cree la ilusión de la vida y añora los
momentos con la muerte. Sino no encuentro una explicación para tanto dolor
producto de nuestra negligencia. No se tiene consideración al momento de
subirse a un auto y manejar por las rutas matando personas y muriendo en el
acto. No se tiene contemplación del sufrimiento provocado al asesinar a alguien
por unas pocas monedas, que no le salvan la vida a nadie. La vida nos atropella
y la muerte se burla en la esquina.
El hombre dice
estar casado con la vida para formar una familia a la que pronto destruye,
porque la engaña, en soledad, acostándose con la muerte. La infidelidad no es
sólo hacia su persona sino que caen sus principios al no cuidarse por un
ratito, en esos minutos de placer tanático.
El ser humano es un
amante despechado de la señora muerte. Se le arroja a los pies y vende su alma
por unas pocas monedas de placer. No paga, se entrega, sin cinturón de
seguridad. Para ellos es vivir intensamente, lo que les llena de sentido la
vida. Se engañan y se creen piolas, eso es ser amante de la muerte. Cuando ella
tampoco tiene la culpa, pues la están usando también para continuar con el
engaño y terminar lo antes posible este camino, del cual sólo sienten el vacío
(rellenado de promiscuidad).
El ser humano actúa
como un amante despechado que ha perdido la cordura y rumbea sin sentido. Ya no
le sirve pensar y sus piernas no le responden. Ya no decide cómo actuar, sus
principios han llegado al fin. No puede reflexionar, está absorto de pasión,
que ya es casi un instinto irrefrenable. No entiende la espera, no tolera la
calma. Sabe que necesita un freno, como el límite no es sincero, debe recurrir
al control. Morirá en el intento o la asesinará para morir con ella. Es un
suicidio. Autodestrucción. El colmo del egoísmo. No tiene contemplación para
pensar un minuto en su familia, o sus seres queridos que llorarán en cada idea
que se aparezca, un recuerdo invasor.
Por más que esa
dama sea la segunda, sabe que tiene el poder para gobernar tu cabeza. Te
enceguece, te obnubila. Te atonta y actúas como un inmaduro sin experiencia. Te
hace creer en la omnipotencia y te envía derecho al infierno. En el cual
sumerge a tus queridos, esos seres que no han comprendido nada de lo que
sucede.
No es de piola
acostarse con la muerte. Mucho menos viajar con ella. Por más que creas que tú
puedes, ella en su esencia sigue siendo la misma.
Puedes pensar que
ha cambiado, por la intensidad de lo que sientes. Puedes creer lo que quieras
pero entonces ya no eres una víctima inocente.
Debemos reconocer
que coqueteamos con la muerte en una constante seducción. El conflicto no es
con la acción, es con la falta de consciencia.
El
hombre no asume su error. Y el costo es muy caro.
Un
amante despechado que muere de dolor.
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