Percepción. Depende
cada vez menos de los órganos de los sentidos. Y más de la apertura y la
naturalidad. Y voy más allá de la simple anticipación de quién llama por
teléfono. Algo ha sucedido que en los últimos años, más de una década, muchos
son quienes han tenido estas experiencias perceptivas y se han animado a ver,
con los ojos cerrados.
La percepción es una apertura de la
mente a ratificar la información que sabe. Hay canales que superan a los
órganos sensoriales. Hay datos dando vueltas por el mundo que no pueden ni
verse ni oírse, sin embargo están y su existencia modifica sustancialmente la
vida. Hay certezas que viajan por allí, y se producen en cada uno. Cosas que se
saben sin entender de dónde ni cuándo se han aprendido. Esa es la percepción,
una intuición que viaja con certeza por la mente de uno, al llegar. Sólo hace
falta abrir las cadenas de la cabeza y sentir en el corazón como la información
llega. Sin poner limitaciones ni dudas ni interrogantes.
Es duro pensar pero una realidad nos
cuestiona. Los ojos ven lo que quieren, algunos sólo lo que pueden, pero no ven
más allá de ellos mismos. Su visión está sujeta a una interpretación que muchas
veces modifica o altera lo visto. De lo oído no podemos ni hablar, son
demasiadas las distorsiones a las que exponemos esa realidad. Sus diferentes
tonos, sus gestos a la hora de ser emitidas las pocas palabras que pueden decir
tantas cosas alternativamente. Una boca que se expresa y un oído que se cierra,
son una combinación que no se llevan de la mano. Una obviedad que es torpe a la
hora de decir, de hablar, de comunicarnos.
Tal vez el problema no esté en los
órganos perceptivos sino en la mente que procesa dicha información o le agrega
lo que puede. Cuando por otras vías llega una información que viene con tal
nivel de integración que no requiere de interpretaciones ni de moldes
prefabricados. Es extraña la sensación, es como una idea que se siente en el
medio del pecho. Donde uno naturalmente ubica al yo, cuando con sus manos habla
de sí mismo. Será que el instrumento de captación va directo por esa razón.
Llega directo al alma, la que no tarda en comunicar. Sólo tardamos en
escucharla.
Una apertura de la mente. Y uno
recibe muchos datos nuevos. Una nueva visión del mundo. Hasta los colores son
más nítidos e intensos. La profundidad se vuelve dimensional, el negro más
oscuro y la luz un brillante atenuado. Desaparecen las nubes y la duda queda
desterrada. El debate se reduce a pensar si uno le hace caso o la ignora otro
día más. Después uno se recrimina, yo sabía lo que sucedería, entonces ¿por qué
no actué de otra manera?
La percepción se vuelve un
instrumento valioso para actuar en el mundo. Excede su función de receptor, una
reducción del mundo medieval que hemos heredado. Una equivocación de la
religión, una enseñanza anulatoria. Así han conseguido adeptos y han perdido
creyentes. Pero esa es otra cuestión, que va al margen de este debate interno.
La percepción vivida de esta manera
permite compartir con otros que se mantienen lejos, con certezas y complejos
enjambres de información que requieren que la mente se abra a vivir las otras
dimensiones paralelas. Sortear las contradicciones y ver con simpleza y
naturalidad.
Somos emisores de información y el
cuerpo es una antena gigante.
La percepción requiere que abramos
la mente. Pues la información nos llega directo al corazón. En el centro. En el
eje.
Sabemos. Con contundencia.
La verdad de la razón. La hemos
percibido.
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