lunes, 30 de julio de 2012

AYER VI. A UN HOMBRE SUFRIR.


Ayer vi como a un hombre le sangraba el alma a borbotones. Ayer vi que el amor hace sufrir y que la canción sabe decir. Ayer vi el poder de una emoción en la voz del cantor estremeciendo a su auditorio. Ayer vi que la piel sabe sentir y que su dolor me hizo sufrir. Y lo admiré.
Porque se puso de pie frente a toda su gente. Y se hizo ver, sin caretas y sin mentiras siniestras. Con la guitarra a cuestas y una buena compañia en su copa, nos dió una lección. Nos enseño como saber sufrir. Nos mostró que el amor sabe ser una corona de espinas. Y que una mujer te puede arrancar de la piel, las últimas ganas de volver.
No nos podía mirar. Estaba más allá, en sí mismo. Todo era silencio y oscurantismo. Sólo se lo veía a él, con su guitarra y de pie, de rodillas frente al dolor. La angustia no le tuvo compasión. Las lágrimas eran de cabernet. Y su voz una bocanada de pasión, de quien sabe vivir la vida.
Solo y en compañia. Nos dió lo mejor, estando en su peor momento. Con un humor sangriento, retó al amor que solo sabe vivir tres años. Nos contó los peldaños que hay que subir para ser feliz. Que está tan lejos de volver a reir, que nos heló la sangre a todos. El logró, como pocos, que su público lo cuidara. Que la gente lo abrazara y se sintiera mejor que en su casa.
Todos lo acompañaban. Todos querían sentir, para que él pudiera vivir el alivio que tanto se le deseaba. Las garras del fracazo no lo soltaban. Las heridas profundas sangraban. Y la angustia, esa estúpida dama, le dió las fuerzas necesarias para ser el anfitrión, esta vez, de una noche muy distinta.
Una armónica apasionada, con una fuerza indescriptible. Una percusión audible en cada latido del corazón. Un piano que comandó durante toda la noche. Y un hombre que se abrió y nos dió lo mejor que le quedaba. Las agallas y la garra de un hombre que caminó. La altura y la prestancia necesarias para darnos lo mejor de su voz y de su grata compañia.
Nos contó en que muletas caminaba su vida. Y los tropezones que lo mantenían tan tuerto como distraído.
Nos contó cómo había sido. Y como seguiría. Nos pudo regalar alguna sonrisa, con sus ojos llenos de lágrimas.
Es una voz que admiraba, ahora es un amigo al que ayudaría.
Es un hombre agoviado y afligido. Con una consistencia y una presencia que llenó nuevamente el teatro.
Y colmó todas las expectativas.
Uno fue con exigencias y se volvió con tanto más. Uno que siempre se acuerda de pretender, recordó que esta vez la idea era dejarle algo. Un merecido aplauso por el coraje de haberse sentado a cantar en semejante estado.
Y darnos lo mejor que tiene.
Su mundo, doliente y sufriente, por todo lo que le está pasando. Y tantas lecciones en la mano, que uno volvió con los bolsillos llenos.
Gracias de nuevo. Por todo lo que ayer he aprendido.

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