lunes, 30 de julio de 2012

La intolerancia le gana a la aceptación. Por varios cuerpos.


El problema ya está en marcha. Hace siglos que se escucha rugir sus motores. Y los caballos de fuerza con largas riendas que llegan hasta las nuevas orillas. Todos discriminan. Todos marcamos las diferencias. Pero alguien se pavonea, es la intolerancia sobre el podio. Es la intolerancia con su cinturón sobre la falda, cinturón de campeona y pionera. Con la corona a cuestas, muy lejos de las espinas y el sacrificio. Ganó por varios cuerpos.
La aceptación quedó allá a lo lejos, perdida entre los últimos lugares. Nadie se hace responsable pero todos tenemos un poco de culpa. No la alentamos, ya casi nadie la escucha. No se la estimula ni se la entrena. La aceptación quedó entre las penas, rezagada y frustrada, perdiendo la calma y un poco las fuerzas.
En una pelea ya no se respetan lo códigos. En una relación ya no hay intención de aceptar las diferencias ni las particularidades. De darle tiempo a nadie para que pueda darse a conocer. Para llegar a entender sus individualidades. Para que haya comunicación. Nadie entiende ya la razón y los beneficios de la aceptación. El egoísmo ha ganado la contienda. Ha usurpado y traspasado las fronteras que le estaban adjudicadas. Y con él asechan las manías, las pretensiones y las agresiones. Porque no somos hombres lo suficientemente maduros para ser puro orgullo sin lastimar a los demás. Somos hombres inmaduros que con el egoísmo en mano avanzamos como enanos de jardín. Niños sin fin. Los que nunca maduran.
Para que no se confundan, el egoísmo en cierta medida y sin combinación no es lo peor que tiene la Humanidad. Pero si van a mezclar, la más letal de las opciones es con una pizca de soberbia y cierta prepotencia que lleva a la agresividad. La intolerancia, entonces, está a la orden del día. Prepara la salida para poder avanzar. Y gana con maldad porque su intención es sojuzgar y someter. Rendir a sus pies a cualquiera que se anime.
La intolerancia no se recata. Absorbe e invade espacios.
Y una vez gobernando pretende más de la cuenta. Llega a las líneas que cuentan del autoritarismo y la mano dura. La soberbia en las alturas se convierte en debilidad. Y desde allí las vueltas se dan para perpetuarse en un poder debilitado. Entonces, tiene a mano otro de sus artilugios inmundos, someter a todo el mundo para que no puedan pensar. Se trata de anular las ideas y que la gente no pueda encontrar nunca más la paz. Así poder aquietar los fantasmas de las traiciones. Porque sin esos sacerdotes, ese dios no es tal.
La intolerancia parece ganar. Pero detrás y en silencio crece un movimiento muy fuerte en pos de la paz y la calma. Entre ellos se enlazan los principios de la salida. Una trampa que siempre está vencida porque tiene eslabones débiles. Y la calma se hace masa, fuerte y paciente, resistente a los afluentes del terror y la violencia. La calma espera. No tiene apuro ni inquietudes. Es un movimiento que une multitudes, y puede llegar a anular las diferencias.
La intolerancia gana, pero en sus espaldas se siente el respiro de esa gente que quiere vivir de otra manera.

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