lunes, 30 de julio de 2012

UNA GUERRA QUE EXPLICITÓ LO PEOR DEL HOMBRE.


La diferencia se encuentra en la base de la Humanidad. Es la piedra angular de todas las guerras y las peleas. Nadie la tolera, todos le temen como si fuera la peste. O la condena a muerte con agonía incluida. La diferencia genera la envidia y desde allí las guerras. Que son su secuela, su efecto inmediato.
La diferencia explicitó lo peor del hombre y despertó al demonio de las guerras. Pocas herramientas nos quedan para poder sortear la diferencia. En realidad, para tratar de anularla. No sirve ni siquiera la calma, no hay manera de digerirla. Principios que emigran de un poco de la cordura al odio, sin mediar esbozo de lógica ni coherencia. La diferencia no respeta, porque no es respetada. Buscan anularla con la igualdad, cuando no es real, ni posible ni visible.
La guerra explica las miserias y muestra los temores. Las debilidades del hombre, de los más poderosos. Contra los que, se supone, no le podrían hacer mucho. Sin embargo, son los temores los que juegan a las cartas, con sus fantasmas en las espaldas crucificadas de esos que no podrán soportar. Aunque debieran. La guerra no es una posibilidad, mata a la mayoría. Extermina las salidas. Asfixia con su veneno a la esperanza. Sus secuelas y sus marcas se esgrimen en las posteriores generaciones, sin calma y con rencores. La herida siempre queda abierta.
Se habla de la diferencia. No se habla de ella.
Los temores y el miedo son huracanados y sin consuelo. No hay límite que contenga. Y para evitarla se llevan las cosas al extremo. La guerra no tiene freno, siempre se seguirán debatiendo. Porque detrás hay un comercio que permite tramitar la diferencia. Se la vende o se intenta. Se la transporta a los territorios de afuera, lejos de uno. Matando a otros. Cuanto más lejos más se respeta la diferencia. Alejada, casi ciega. Donde nadie la vea. Donde no pueda tocar.
Por eso se discrimina. Para alejar la bendita posibilidad de la igualdad. Porque en el espejo se cuentan los miedos, cada día. En cada mañana.
Desayunan con las mismas ganas, sabiendo que hoy matan a millones en el mundo. Pensar que somos todos seres humanos. Bajos o más altos, iguales o diferentes. Nadie está a salvo, ni la sombra ni el hermano. El que está espejado tampoco.
Las guerras las hemos hecho con las manos. Explicitando lo insospechado, lo conocido y negado del psiquismo humano, de sus emociones, de sus oscuridades.
Matando al hermanado. Al enemigo que hemos gestado para justificar lo injustificable.
Si no hubiéramos creado semejante maquinaria las vidas que se salvan serían más que las que se han salvado.
Aceptando la diferencia. No se si habremos ganado, pero dejaremos de morir en vano. De esas maneras absurdas y ocultas, justificando lo injustificable.
Perdonando a los responsables, que no tienen perdón.
¿Somos todos iguales?

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