La diferencia se encuentra en la base de la Humanidad. Es la
piedra angular de todas las guerras y las peleas. Nadie la tolera, todos le
temen como si fuera la peste. O la condena a muerte con agonía incluida. La
diferencia genera la envidia y desde allí las guerras. Que son su secuela, su
efecto inmediato.
La diferencia explicitó lo peor del hombre y despertó al demonio de las
guerras. Pocas herramientas nos quedan para poder sortear la diferencia. En
realidad, para tratar de anularla. No sirve ni siquiera la calma, no hay manera
de digerirla. Principios que emigran de un poco de la cordura al odio, sin
mediar esbozo de lógica ni coherencia. La diferencia no respeta, porque no es
respetada. Buscan anularla con la igualdad, cuando no es real, ni posible ni
visible.
La guerra explica las miserias y muestra los temores. Las debilidades
del hombre, de los más poderosos. Contra los que, se supone, no le podrían
hacer mucho. Sin embargo, son los temores los que juegan a las cartas, con sus
fantasmas en las espaldas crucificadas de esos que no podrán soportar. Aunque
debieran. La guerra no es una posibilidad, mata a la mayoría. Extermina las
salidas. Asfixia con su veneno a la esperanza. Sus secuelas y sus marcas se
esgrimen en las posteriores generaciones, sin calma y con rencores. La herida
siempre queda abierta.
Se habla de la diferencia. No se habla de ella.
Los temores y el miedo son huracanados y sin consuelo. No hay límite que
contenga. Y para evitarla se llevan las cosas al extremo. La guerra no tiene freno,
siempre se seguirán debatiendo. Porque detrás hay un comercio que permite
tramitar la diferencia. Se la vende o se intenta. Se la transporta a los
territorios de afuera, lejos de uno. Matando a otros. Cuanto más lejos más se
respeta la diferencia. Alejada, casi ciega. Donde nadie la vea. Donde no pueda
tocar.
Por eso se discrimina. Para alejar la bendita posibilidad de la
igualdad. Porque en el espejo se cuentan los miedos, cada día. En cada mañana.
Desayunan con las mismas ganas, sabiendo que hoy matan a millones en el
mundo. Pensar que somos todos seres humanos. Bajos o más altos, iguales o
diferentes. Nadie está a salvo, ni la sombra ni el hermano. El que está
espejado tampoco.
Las guerras las hemos hecho con las manos. Explicitando lo insospechado,
lo conocido y negado del psiquismo humano, de sus emociones, de sus
oscuridades.
Matando al hermanado. Al enemigo que hemos gestado para justificar lo
injustificable.
Si no hubiéramos creado semejante maquinaria las vidas que se salvan
serían más que las que se han salvado.
Aceptando la diferencia. No se si habremos ganado, pero dejaremos de
morir en vano. De esas maneras absurdas y ocultas, justificando lo
injustificable.
Perdonando a los responsables, que no tienen perdón.
¿Somos todos iguales?
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