Son los más
absurdos. Son muy letales. Se producen sin una razón aparente. Y son producto
de una distracción mortal, que sabe generar consecuencias. He visto
mutilaciones, muertes y explosiones por errores cometidos en casa. Suicidios
que son perpetrados de una manera que se perjudica a cualquiera que nada tiene
que ver con el motivo. Los accidentes hogareños son una muestra de los
problemas que hay en casa. Una leve pero fatal expresión de los conflictos
internos al clima familiar.
Dicen que los
trapitos se lavan en casa. Algunos otros se queman allí. Las puertas están
cerradas. El acceso y la externalización están prohibidos. Han claudicados los
intentos. El clima se retroalimenta, se va caldeando de a poco. Se suman los
problemas y la comprende, comprende, tención se incrementa. Hasta que explota.
Es un ambiente de violencia que jamás llega a ser explícita. Mucho menos
física, por eso es que se producen estos accidentes.
Mantienen la misma
secuencia que los accidentes comúnes. Una decisión acompañada de la negligencia.
Pero con un toque de humor, aunque sea de color negro. Pues aquí es la torpeza
la que se gana el protagonismo. Un paso perdido en esos miles que se han dado a
diario. Este es el complicado, el que produce el accidente. Un resbalón y el
golpazo. Los bordes de la bañadera. La sangre que se lleva toda la violencia
del impacto. La misma que se gesta en el almuerzo tenso por los problemas no
resueltos. Y que producen así el quiebre.
El asunto es
complejo y pasa por entender las variables en juego para llegar a este punto.
Los conflictos del mundo se saben introducir de una manera tan vil que explotan
dentro de casa. Cuestiones humanas que no salen de esas paredes. Secretos que
quieren encontrar la luz y chocan contra todo. Consciencias que pueden morir sin
ser lavadas, perdonadas o arrepentidas. Y limpian sus culpas sin
arrepentimiento. Con dolor y sufrimiento. De una manera no esperable. Un
conflicto se alimenta de la energía de sus miembros. Los participantes son
obreros de esa construcción torcida. El clima involucra tanto a protagonistas
como a testigos. Todos terminan aportando su grano de arena. El elegido será el
eslabón perdido, el más débil. O el más involucrado. Depende mucho de lo
ocultado a los demás miembros del complot. Del horror. O de la intriga.
Un infarto
anunciado. Una úlcera que se desangra. El golpe contra la ventana de esos niños
que nadie cuida. Juegos violentos que terminan mal. Enchufes peligrosos que
dejan al descubierto los cables pelados de algún miembro afectado por una enfermedad
psiquiátrica. Son muchas las formas que adopta el accidente hogareño, desde el
corte de un dedo hasta de los tendones o de la pierna. Una infección en las
extremidades que ha comenzado en ese imperceptible suceso. Inadvertido. La
fractura de la cadera de un abuelo cansado de ser el objeto abandonado. Alejado
de los ideales de la sabiduría. Son tantas las intrigas que se han sembrado,
que tarde o temprano encontrarán una forma de expresión.
Se los he
presentado. Usted ya los conoce.
No es nada nuevo.
Aunque es tiempo de pensar sobre las cuestiones que están detrás de estos
accidentes.
Es el hogar el
sustituto de las calles.
Es la luz roja la
que no se respetó .
No
se frenó a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario