Una especie nueva,
tan extraña como extravagante y llamativa. Son los hombres con histeria, una
cuestión vergonzosa para los que hablan de masculinidad. Y llevan el estandarte
del sexo opuesto que no se mezcla ni se confunde. Es la histeria del hombre,
una confusión moderna que contagió de feminidad a la masculinidad de aquellos
que no están tan seguros de pertenecer. Por falta de compromiso, por miedo o
por heridas no cicatrizadas, al hombre le faltan excusas y razones para hacer
noble una escapatoria así.
Escapan de las
mujeres en tiempos actuales. Los que salen corriendo como señoritas tímidas, de
una relación que empezaron con convicción y que el compromiso logró
arrepentimiento, que nunca es a tiempo. Llegaron tarde a la partida. Escapan de
ellas que se parecen a ellos, buscando y exigiendo. Todo se da vuelta. Y nadie
sabe dónde queda el norte.
Huyen del sexo, el
que tanto estaban buscando. Prefieren el espejo y les usurpan las horas del
baño. Usando sus pinturas, su maquillaje y su tapa ojeras. Que maneras extrañas
que tienen estos hombres de ser masculinos. Porque son los preferidos por ellas
a la hora de salir, a la hora de elegir a quien seguir admirando. Tal vez
porque se están dando esas cercanías entre los sexos. Con esa lejanía de la
sexualidad y la pérdida de la satisfacción sexual. Adiós a todos los gritos.
Son los que las
dejan llorando, las que ahora se quejan de lo que está sucediendo. Ellas ahora
reclaman, a ellas ahora les toca estar del otro lado, en las manos del rechazo,
de los desaires y los perfumes. Porque esos llamados histéricos se van de sus
camas siempre a destiempo, por supuesto temprano, antes que suene el
despertador. Antes que salga el sol, porque prefieren ver las estrellas. No son
románticos ni están azulados, son príncipes desteñidos. Que cuidan sus pelos
largos con esas técnicas extravagantes.
Ellas no entienden
nada, no pueden manejar este juego. Frente a los hombres histéricos, están
desconcertadas. Pero es una pavada, son las mismas cartas que durante tanto
tiempo han usado, con una leve marca, que ahora son ellos los que se adueñaron
del maso. Y esconden el ancho de espada. Y el de basto ya no puede golpear a
nadie. Quedan los anchos falsos, esos que no sirven para mucho. Así está el
mundo, de la histeria masculina y femenina.
Ya no juegan a la
pulseada, se pintan las uñas juntos. La pelea se cobró un asunto, cambió de
terreno. Se alejó del suelo para irse al espejo. Cada vez más inalcanzable. La
moda los tomó como objetos, y son modelos para las mujeres.
El hombre histérico
no pretende. Ni siquiera quiere. No se preocupa por el deseo. Sólo mira el
espejo, que encuentra en el iris femenino. Donde ve admiraciones de todo tipo,
tamaño y color, porque no hay nada mejor que un narcisismo admirando a otro.
Que poco le queda
al otro, al hombre de verdad. Que puede quedar afuera de estos reflejos,
quedarse fuera del juego porque ellos lo abarcan todo. Se miran poco, se miran
todo el tiempo.
Narciso
y el espejo, el lago lo envidia a muerte.
El
hombre ahora es histérico.
¿Qué
más van a distorsionar los tiempos modernos?
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