lunes, 30 de julio de 2012
A LA DAMA DE AL LADO.
Ya he hablado de ella, pero a mas de un año de esa estrella viajando debo hacerme eco del aniversario de aquel encuentro que hoy nos ha hecho tan inseparablemente compañeros de viaje.
Si la conocieran se podrían dar cuenta de la cantidad de belleza que ella lleva en su alma. Si la vieran desparramada en el asiento de pasajero mirando con aburrimiento el paisaje gris de Buenos Aires, saliendo, verían a un ser tan especial como su encanto, tan particular.
Fueron horas interminables de un paisaje inagotable. Fueron y seguirán siendo porque mis recuerdos la mantienen intacta. Porque mi memoria con ella no falla, y resguarda del tiempo todo intento de olvido. Más que ella, sin su sentido, insiste en dejar marcas en mi vida, patoteando, peleando, mostrando lo lindo que fue aquel encuentro.
Pero me debo poner serio y hablarle a la cara a Dios y a sus bandidos amigos. Porque me han tendido una trampa. Mientras jugaban a los dados con mi camino y mis próximos pasos. Parecía que se reían, pues el viento no avisa cuando te va a volar la cabeza. Parecía que se sentían un poco culpables cuando vieron que era imborrable su marca, de mi camino. Parecía que se habían vendido al otro lado del mundo, del lado femenino porque le dieron todas las fichas a ella.
Parecía que me condenarían. Y hubo sentencia con pena capital. No la voy a poder olvidar porque mi deseo no quiere saber nada de eso. Y mis ganas de un abrazo siempre la están escuchando, como si ella estuviera cerca.
Mi amistad es nuestra lealtad. Su risa es una bendita lluvia en el caluroso verano del día a día. Y su dolor es una estaca clavada en el costado de mi alma. Aunque me permite tenderle una mano que nos resguarda de esas cosas que no entendemos. Esas mochilas que llevaremos, pero juntos con ella es más fácil.
No saben lo lindo que es saber que me cuida. No saben lo tranquilizante que es saber que ella está, en algún lugar de este hermoso despelote que conocemos como planeta. Si saben, si la conocieran, que es una hermosa alma quejosa, de sus huellas y de mis intentos.
Es una compañera, la dama que ese día Dios me puso al lado de mi lado. Es una gran estrella que esa tarde brillaba mientras la luna salía y el sol se escondía. Y yo seguía hablando de lo que no podía seguir diciendo.
Ella es hermosamente insolente, da clases de un solitario travado con un tono burlado de mi cara de asombro, complicado. Entre piquetes reclamando y sombras que se multiplicaban. La noche nos llevaba casi de la mano hacia un encuentro que pasaría de ser extraño a ser el primer paso, de un gran compañerismo.
Ella es de esas personas que pocas veces te cruzas en la vida. Y le agradezco a ese día haberme dado la llave para conocerla, por más que se me reía todo el tiempo, en el viaje de ida.
Yo daría todo por su felicidad, daría todo por su tranquilidad. Y por verla brillar. Y a ella le digo, en estas últimas palabras, que su sonrisa es la calma que tantas veces termina con mis tormentas.
Y que le estoy eternamente agradecido. Por ese día, por ese camino.
Y por esto que hemos construído juntos.
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