martes, 18 de diciembre de 2012

¿Cómo hacer para que la vida siga estando viva?

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Puede parecer una pregunta molesta. Puede parecer una pregunta que inquieta y que no tenga respuesta fácil. Pero la verdad es que nos lo debemos preguntar, porque es la base de toda la estructura de la vida. Una sensación que no se destaca cuando desborda la alegría, pero que pesa toneladas cuando está todo gris. Y no vamos a ir a los terrenos de la autoayuda. Esto es otra cosa. Un nuevo sentido. Una dirección distinta.

Hay un punto que es ineludible en este sentido. En la vida cotidiana si se pierde el eje propio, tarde o temprano, estaremos viviendo la vida de otro, lejos de uno, lejos de estar bien y satisfechos. Acoplarse a lo ajeno no es compartir. Es superponer, es invadir, es dejar lo propio para salirse de uno. Y entrar en un terreno del que siempre seremos extranjeros, por más que sea amor. Este punto de inflexión es la conexión propia. Escucharse. Es tan sencillo como fácil, es tan simple como básico. Nos estamos hablando todo el tiempo, por diferentes canales, en diferentes sintonías. De tantos modos a la vez. Como son los sueños, los accidentes hogareños, los olvidos y las cosas perdidas. Nuestra vida nos habla todo el tiempo. Y no es la voz de la conciencia. Somos nosotros mismos.

La única y principal manera en que vamos perdiendo la vida es cuando, decidimos, apagar esa voz interna. Dejar de escuchar al cuerpo, el cual empieza a manifestarse de tantas maneras distintas hasta que se enferma: a ver si escuchamos de una vez. Aunque tantos sigan insistiendo que la enfermedad es un castigo del cielo, y siguen poniendo la pelota afuera.

Nos hablamos al oído. Nadie puede decir que no se escucha diciendo. Nadie puede decir que ha podido apagar esa voz interna, la que te dice, te habla y te grita en caso de ser necesario. El problema es que nos acostumbramos a no escuchar la voz interna y llenarnos de ruido ajeno. Poniendo el cuerpo, las relaciones y la sexualidad en riesgo, acostumbrados a maltratarnos, acostumbrados a perdernos en los laberintos ajenos, de esos que tampoco saben escuchar.

La mejor manera para lograr que nuestra vida siga teniendo vida es escuchar todos los días, un ratito, como late el corazón. No es yoga ni son ejercicios de respiración. Es escuchar el latido y la frecuencia, con que intensidad el corazón golpea los cimientos de la vida psíquica y emocional. Pidiendo entrar. Ser escuchado. Esto es desde lo más práctico. Para luego sumar, un nivel más, escuchar la voz interna. Esa que se asemeja a la intuición, pero que no habla del futuro, habla de lo real, de lo concreto, del hoy y de lo que hacemos. Y calma automáticamente la ansiedad.
Todos partimos de lo mismo. Todos partimos de tener una vida. La diferencia es que algunos dejan de vivirla, dejan de hacer algo por ella, por ellos mismos y pierden el camino.

Y se convencen de que cuesta mucho volver. La solución no está en el pasado, allí está la explicación de lo sucedido. La alternativa tampoco está en el futuro, ni siquiera en hacer grandes cambios o quiebres que al final no se hacen. La salida está en el próximo paso.

Ese es el rumbo.

Ese es el camino para que la vida siga estando viva.

Los que tienen lo que nos falta. Vida.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Se ha empezado a observar, desde hace ya muchos años, que el aburrimiento es una muestra de las carencias internas que tiene una persona. Y no hablamos del aburrimiento de un momento, o en un día, planteamos ese estado de permanencia en el que nada alcanza y nada nos deja satisfechos. Es un drama interno que se debate en la zona de la falta, donde falta vida.

Se le llama aburrimiento pero es un vacío incierto que cuesta mucho definir. Una sensación que, en su expansión, toma lugares que no corresponden. La vida hogareña, el amor y la pareja, la propia sexualidad y, en especial, la soledad con uno mismo. Ese es el terreno de mayor riesgo, donde se profundiza de manera compleja y se entra en una zona de peligro. Porque empiezan los intentos absurdos de llenarlo con cualquier cosa, sin medir las consecuencias. Llevando las barreras más allá de la lógica y la coherencia, en una desesperación que elimina al dolor como posibilidad y lleva al fracaso absoluto. Porque el vacío se intensifica.

Algunos toman un camino distinto, hacia afuera, y se convierten en enemigos de su entorno. Empiezan las envidias, los celos y los rencores. Esos brotes y escenas que se ven con más frecuencia. Escándalos sin sentido, peleas que se podrían haber evitado, platos rotos y escenas de violencia. Allí queda al descubierto el vacío que se quiere llenar con la vida de los demás, en pura demanda y puro planteo. Planteo que no se calma ni aún satisfecho, porque es más profundo, es más complejo. Es un vacío de sentido, es un vacío de vida. De vida propia.

Esto sucede en muchos niveles, a veces distintos, a veces unidos, a veces complejo. En la soledad, con uno y con el otro, en la pareja, en el trabajo o con los amigos, donde empiezan los vicios con excusa de diversión y se quiere tapar un dolor que no hace ruido. Un dolor que mata con el silencio, que abruma con su intenso mutismo al punto que parece un grito y no se escucha nada. Ni el latido. Esto sucede en la vida cotidiana, solamente allí es donde reviste de peligro, porque lleva a empezar con los manotazos de ahogado, intentando salvarse de algo que no tiene definición, ni borde ni dolor. Un fantasma con forma de sombra. Como si fuera una duda recurrente. Insistente y perseverante.

A ellos les falta lo que algunos tienen. Vida. Vida propia, vida con sentido, con un valor, con un principio y hacia un fin. Algo tan sencillo. Algo tan complejo. El problema de todo esto es la hiperkinesia en la que se entra intentando salir. Y con el mismo efecto de las arenas movedizas, uno no encuentra la salida, sino que se hunde más rápido.

Vida. Ese concepto complejo, sencillo e intenso. Que se encuentra en esas pequeñas grandes cosas. Detalles del otro, una caricia, una palabra o una idea. Una sensación muy conocida, una certeza que reaviva, una llama que se enciende y mueve montañas.

Algo que si falta, la rutina es una condena.

Todos los días.

El valor de las pequeñas cosas. No alcanza.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Tanto nos han enseñado sobre el valor de las pequeñas cosas, pero eran otras épocas. Hoy parece que nada alcanza, hoy, en esta Argentina inquieta, parece que ni las pequeñas ni las grandes cosas pueden llenar la vida cotidiana. ¿Motivos? Muchísimos, por todos lados, pero básicamente el vacío con el que intentamos llenar ese espacio que no sabemos, ese hueco del deseo que no sabe lo que quiere.

Dicen que el día a día está hecho de pequeños gestos, cuando hay un trasfondo valioso, cuando hay un sentido detrás de todo eso. Dicen que las pequeñas cosas llenan el alma y, sin embargo, tantas personas piden más. A tantas personas nada les alcanza. Y la razón fundamental es que no están viviendo la vida que quieren. No pasa por un proceso de “autoayuda” donde les digan que deben volver a empezar, o que todo se puede en la vida. Seamos honestos, seamos sinceros y aceptemos que no siempre se puede cambiar todo. Que nada les alcanza porque en realidad no saben lo que quieren. Y se ve por todos lados. Personas que piden lo mínimo, para después pedir más. Personas que no se cansan de maltratar a quienes los tratan bien, por el simple placer de llenar ese vacío de poder.

El valor de las pequeñas cosas, en la vida cotidiana, no alcanza si no hay un sentido detrás de todo esto. Ese hilo que está uniendo los caminos detrás de escena. Sin ese compromiso, esa es su real palabra, nada tiene valor en sí mismo, porque el contexto es quien le da su valor a cada suceso, a cada acontecimiento, a cada gesto en la vida cotidiana. Un gesto de amor puede ser una ironía si el contexto es de conflicto y pelea. Las pequeñas cosas de la vida cotidiana están enmarcadas en un todo que empieza en aquel día de la decisión, esas decisiones que tomamos todos los días y que la mayoría se olvida. Ese es el punto de origen. Sin ese comienzo, el resto carece de sentido y desde allí el valor de lo pequeño se desvanece como una gota en el desierto.

Y todos muertos de sed.

Hoy en día, lamentablemente sabemos, que los pequeños gestos no alcanzan. Que se necesitan grandes movilizaciones, grandes energías para que se produzca un cambio. Una nueva vida.

La solución de todo esto no está tan lejos pero implica un esfuerzo del que pocos están dispuestos. Pero a ellos les cuento que lo hacen todos los días, evitando o negando, lidiando con todos los inconvenientes y pateando la vida para adelante. La solución de todo esto es que empecemos a valorar la decisión que estamos por tomar.
Ese es el valor de las pequeñas cosas. Ese es el motor de una vida cotidiana distinta, parecida al ayer y mejor que mañana. Sin creer en falsas esperanzas y sabiendo que tenemos trabajo por hacer.

Disfrutar del proceso para que el logro no sea causa de sufrimiento ni motivo de ansiedad. El valor nos alcanzará cuando empecemos a pensar lo que estamos haciendo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Una bomba de tiempo.


Se escucha un reloj muy a lo lejos, pero no se quiere aún mirar la hora. Una amenaza ya no nos da la espalda, quiere mirar a los ojos. No encuentra una mirada, pero le sigue sus pasos. Ella quiere hacer daño, se le ven las intenciones. Apela a los rencores, saca fotos del pasado y palabras que han hecho estragos. No quiere arreglar nada. Ya ha tirado la toalla pero no le había avisado a nadie. Una bomba de tiempo que estalla. Una cuenta regresiva que lleva hasta lo más básico y primitivo.

Esa cuenta es la que lleva al amor hasta el fondo del rincón para llenarlo de trompadas. Por no animarse a decir “adiós” mirando a la cara. Ratas cambiando de piel como si nada fuera a suceder. Serpiente dejando su vestido de largo porque se termina el verano y ya se cansó de esa relación. Un reloj que amenaza y un hombre que da lucha en esa batalla, sabiendo que ya estaba perdida. Pero la intolerancia juega con las cartas marcadas y sabe mentir muy bien. Sabe encubrir su cuatro de espadas frente a un rey de oro. Una sota que se hace la sonsa provocando una ruptura haciendo estallar la bomba por cualquier motivo.

Nadie es tan vivo como para pensar que el otro no se va a dar cuenta. Esa es la soberbia que esgrime la intolerancia cuando busca pelea. Y saca de la galera cualquier cuestión que no hace a la ocasión, pero sirve de excusa. El intolerante cree que se lleva el mundo por delante y no puede entender que la mentira le haya salido mal. Y que la bomba le acaba de estallar en la cara. Le falló la impunidad de las otras historias y se creyó la mentira que esta vez le tocaba su puerta.

Una bomba siempre tiene esquirlas. Y alguna vez iba a salir herida la que siempre sale intacta. La impunidad los abraza, por intolerantes y por soberbios, pero les roba lo que llevan en sus bolsillos. Lo poco valioso que les quedaba. Una rata sale de su alcantarilla, cuando hay un ave de rapiña que se la puede servir para el almuerzo. Pero igual hace el escándalo. Despliega la escena y se cree la mejor estrella en esta obra poco maestra de la actuación. Es la envidia, por la poca inteligencia, que lleva en sus heridas. Es su torpeza, la que lleva siempre a cuestas por intolerante y desapercibida.

La bomba siempre llega al fin, en su tiempo. La cuenta regresiva es tiempo de descuento. No había encuentro hacía tanto tiempo que era un experimento seguir intentando. Es elegir echar al que miente o dejar que haga el despliegue de siempre y descalificar con el mismo cuento. Solo un ejemplo más de la intolerancia de su particularidad hacia su mismidad insolente que la encierra, una y otra vez, en Alcatraz.
Estallar a los gritos en el medio de una playa. Almorzar con la peor cara, sin que el silencio dijera alguna palabra. Servirles a los demás, lo que se quiere privar para generar más malestar, como si ya ni fuera suficiente. Dormir en camas separadas y desayunar a espaldas para molestar. Con esa cara que no quiere decir nada, diciendo tantas cosas. Escondida en esa mirada estaba su alma, pidiendo a gritos “perdón” por lo que estaba haciendo. Pero no tenía más remedio, la historia ya tiene sus vías trazadas hasta el último día.

Una voz que ya no acaricia. Un tono que hace sombra. La bomba ya explota, son los últimos segundos. Ya no hay alternativa, sólo esperar que el daño no sea letal. Y que no haya daños colaterales.

Pero la intolerancia siempre engaña con sus bombas de humo y sus mentiras sincronizadas. Ya no queda nada, se escribió el último capítulo en puño y letra de su intolerancia agresiva.

Terminó la cuenta regresiva.

Se terminaron las palabras.

La punta del ovillo.El principio de la mentira.



Todo ovillo tiene un principio, en algún lugar se produjo la primera mentira. Llegar al comienzo es empezar a desenredar un todo, que abarca varias vidas y libera de las ataduras a las voces que se han enmudecido. Es difícil encontrar, en algún sitio está, tiene una hora y un día. El pensamiento, la intención. El secreto.

Es un nudo que se queda alojado en la garganta. Produce una sequedad que no permite el crecimiento, es tener el ovillo a mitad de camino entre la boca y el estómago. Seco y rígido. Ese episodio no es suficiente, pero es el comienzo. Las grandes mentiras se forman de intenciones y cobardías envueltas en las sábanas de la codicia de amor, de egoísmo y miedos. Allí está el centro, dónde todo esto empezó.

La punta duele como una lanza que se clava en el costado. Desde allí no brota ni agua, ni sudor ni lágrimas. Sólo es dolor, lo que se desgarra de la herida. Un costado que no le hizo frente a la crudeza de los acontecimientos y prefiere torcer el futuro formando un ovillo. Hasta que un día se encuentra con alguien que ve esa punta y se le ocurre tironear. Entre la vida y la muerte. A miles de kilómetros, muy lejos de esos días una punta asoma, será el síntoma, que permitirá descubrir la verdad, en la ignorancia de los que quieren desconocer lo sucedido. Pasó mucho tiempo, más en términos de secreto, pues las agujas del osado reloj se han detenido, han congelado ese momento. Lo mantienen intacto en la memoria, desgastada y perforada por tantos intentos infructuosos de olvidar. Pero sin blanquear la verdad, ella se pudre pero no se pierde. En plena selva los animales sobreviven, pero el hombre de ciudad no entiende nada de las reglas de la jungla. Se cree omnipotente por dominar las ciencias y los conocimientos, pero se ha percudido con el tiempo de la soberbia y estas mentiras.

Cuestión, un día alguien se tropieza en la escalera y encuentra una punta, es la del ovillo. Se sabe donde se comienza, pero jamás hasta donde llega esta gran mentira. Una rueda que no se detiene, da vueltas y vueltas; nos marea a todos. Intrigas, odios y recelos. Una cobardía borracha sentada allí, sobre un escalón. Esgrime sus argumentos, unas razones caducas hace tiempo. No se le entiende mucho, las cosas aún no son claras. En esta caminata hacia arriba se siente el descenso hacia las profundidades perdidas de una persona que se esconde de su propio pasado. Las sensaciones son confusas, se asciende hacia abajo; se desciende mientras se eleva. Se saca a la luz, las oscuridades tortuosas, una placentera liberación rodeada de dolor, llanto y sufrimiento. Otro escalón suelto, un tropiezo más. Ella no quiere pensar que no es el primero. Una mancha de sangre mezclada con angustia es el cóctel que ha probado junto al que pensó que sería su marido y sólo fue un engaño, otro más.

El peso parece aliviarse con tantas vueltas que se han dado. Se está llegando al final, y ese fue el principio. Donde los días se hicieron noche y la paz fue sentenciada a morir arrojada con ardil a una jaula de miserias. La suciedad es compañera de un alma por sí misma condenada. Un error o la fatalidad de ser parte de la lana. Se escuchan las carcajadas que ese día murieron. Son espíritus sueltos que sobreviven al infierno, porque fueron celosamente capturados por un antro llamado purgatorio. Una luz se percibe, aún lejana pero tentada de ser otra vez libre, cuando se llegue al final del camino.
Los extremos se tocan, después de tantos años alejados, cuando esa pelea comenzó. No se habían olvidado el uno del otro. Hermanados en este rollo de mentiras.

Las puntas son principios. Lanzas que se cruzan con el inicio de una mentira. Las miserias se enredan, se envuelven ellas mismas para taparse unas a otras y no ver sus rostros en el espejo. Rostros avejentados por el tiempo y tantas cosas vividas.

¿Podrá mirarse a los ojos cuando la punta ya sea el final?

Será que toda mentira cuando se encuentra, era una inocencia.


         



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Cuando los trapitos sucios no se lavan en casa.



Nos habían enseñado que los trapitos sucios se lavan en casa, parece que algunos no lo han aprendido bien. Es una cuestión de intimidad, que se hace muchas veces pública. Escándalos, acciones que se desatan fuera de la casa, un hogar que abre sus puertas.

Una denuncia que necesita espectadores para poder sobrevivir a la condena del silencio obligado o impuesto por los cómplices. Se supone que hay razones para hacer pública una cuestión tan privada. Pero la matriz que esconden demuestra que se han cometido delitos, entonces los trapitos se han ensuciado afuera. Por eso es que están tan preocupados por callar esas voces que se han animado a hablar en otros espacios.

Sobornos y asesinatos, suicidios y abandonados; son las causas que explican la usurpación de lo privado por la esfera pública, abusada por esos personajes que pusieron en sus manos una vida. Si los trapos se ensucian afuera, entonces no se pueden lavar adentro. Pues el equilibrio se ha roto en ambos extremos de la vida. Entonces hay que arreglar las cuestiones en todos los terrenos. Además, las denuncias están hechas en ambos lados. Porque sus miembros no toleran la puja en la que se han enredado, mentiras y golpes, insultos acompañando a esa pequeña infancia que se arranca de los pelos.

Debería ser en la justicia donde los trapitos se sumerjan en lavandina. Pero por esas cuestiones caprichosas del destino, no hay normas que puedan contemplar estos delitos. Cuya impunidad ya tiene varias décadas de vida.

Entonces no hay ámbitos idóneos para limpiar aquellos trapitos manchados por las manos sucias del dinero corrupto y la extorsión. Pueden criticar y decirme que no es un artículo de psicología, pero si se dieran cuenta que hay un psiquismo en juego, sabrían, que esto es pura clínica, la que encontramos en el consultorio. Dejemos ciertos tecnicismos que no sirven ni alcanzan a la hora de pensar estas cuestiones tan sucias. Las que opacan una vida desde sus primeros días, y necesita ayuda. Algún torpe adherido a la teoría y asustado por las dimensiones de un sufrimiento ya público, no pudo ayudar ni aliviar aunque sean cuarenta y cinco minutos, a esa pobre niña que buscaba un refugio y encontró soberbia. La de un profesional que no pudo bajarse dos minutos del caballo, el de la teoría y su técnica. De esos trapitos hablaremos en otro momento, pues también hay denuncias pendientes. Puede ser una cuestión privada, que habría que ordenar en casa.

Hay una regla y es la del equilibrio. Si las cuestiones o los delitos son de la esfera privada, allí deben arreglarse y encontrar una solución. Pero cuando han puesto un talón del otro lado de la puerta de calle, ya las razones se debaten en el orden público. Sus razones son las de la ley, que se transgrede o se burla; a veces por corrupta o por ambiciones personales. Negocios y un debate que debe ser resuelto. Hay personas que sufren muchísimo la violencia en sus hogares y no encuentran un padre que los contenga allí afuera. Esos trapos se manchan de sangre, a veces no contienen la hemorragia.

Una relación muy estrecha entre las lágrimas y la suciedad.

Una frontera vulnerable.








sábado, 15 de diciembre de 2012

La Mente. Los sueños. Creando realidades.



 
El verdadero potencial, la gran riqueza de la mente se encuentra en los sueños. Los auténticos sueños, los que se recrean en la noche y se regeneran día a día. ¿Alguna vez se puso a pensar cómo la mente genera esas imágenes que jamás ha visto? En los sueños es vívido, crea intensidades que no se han percibido, crea una realidad que no se ha vivido, genera detalles que no existen en ninguna parte. Pero allí si.

Una maquinaria que puede más que la Realidad misma. Capaz, en forma independiente, de crear todo un mundo paralelo, con diez paralelos más. Y llegar a despertar sentidos que no se tienen, porque en muchos sueños uno siente cosas que no están concientemente en las posibilidades. Y no es poesía, ni es ficción. Es la capacidad de soñar. De ver todo, sin poder explicar cómo está sucediendo. Y la limitación la vemos cuando intentamos poner en palabras un sueño, sabemos de entrada que el intento es banal, porque es tanto lo que se escapa al relato, que casi no tiene sentido contarlo. Mientras, el cuerpo lo sigue sintiendo. Una capacidad impresionante.

Una fuerza admirable. El verdadero potencial, en el sueño, queda expuesto.

Allí uno puede medir las condiciones y las capacidades de una persona. La versatilidad para soñar, la modalidad para recrear condiciones totalmente distintas. Brillos y colores con profundidades jamás vistas por el ojo. ¿Con qué se ven entonces? Es el ojo de la mente el que siente, durante el sueño, lo brillante de los reflejos, la intensidad de los matices, la profundidad de las oscuridades. Una mente que, a la vez, intuye mientras está soñando. Una mente que se mueve, cuando está percibiendo. Que habla consigo, mientras piensa y siente las palabras de los demás. ¿Cuántas caras tiene? Pensar que si viviéramos así (como vivimos los sueños) nuestro mundo sería tan intenso, que los colores serían emociones, y las emociones océanos para los sentidos.

La mente conserva esas reglas, para cuando se deja de pensar lo cotidiano. Y mezclas escenas y vivencias para transmitir un mensaje que va mucho más allá de todo. Algunos inocentes, tal vez aterrados porque saben de esa realidad, me mandan a averiguar a mis sueños lo que ellas saben perfectamente. Como si fuera a sacar de la caja una información que se vive, a diario. Si pudiéramos vivir de otra manera, dejaríamos salir a la mente que sueña. No la que revolotea por algún lugar, inespecífico, sino por la realidad, por el mundo de lo concreto.

Soñar es desplegar las alas. Para poder volar, no para sólo imaginarnos el vuelo.

Porque la mente inventa cielos que no existen. Pero que allí están.

La mente sabe cuál es la fuente, que nosotros desconocemos. Entonces llego a una conclusión, un poco extraña para lo que venía escribiendo. El hombre elije ser un pequeño, con mente limitada, para que no se salgan las cosas de un control, que lo único que hace es limitar.

El hombre le teme a su mente, porque sabe el potencial que tiene. Porque sabe la maravilla que hay dentro de ella.

Tenerle miedo a los sueños, es tenerle miedo a la vida.


 




Hay un más allá?



Hay un más allá, eso es obvio. Pero las nuevas teorías y las viejas sabidurías plantean que ese “más allá” está tan acá como cualquier otra realidad. Y la dificultad nos corresponde según la manera de pensar, la cual limita o no la concepción de esa zona que ubicamos, naturalmente, muy lejos de nosotros.

Si el “más allá” no está tan lejos, entonces ¿por qué pensarlo a la distancia? Pareciera que hemos perdido el origen y necesitamos asegurarnos de que hay una orientación y una llegada. Alguien que nos espera. Algo allá. Nos es muy complejo pensar que ese otro lugar puede estar muy cerca, tanto como paralelamente, tanto como sumamente presente, tanto como aquí, aunque allá. Y no es un trabalenguas ni una exageración. Es modificar una noción de espacialidad que estorba el momento de meditar sobre otras concepciones.

Hay algo allá, eso es indiscutible. Y que hay vida es una obviedad. No somos originales ni mucho menos exclusivos de un universo tan grande. Demasiado para nosotros solos. No tenemos la capacidad para originar semejante perfección ni equilibrio. Por más que nos empeñamos en destruir semejante obra, siempre hay una señal, algo que se asoma desde otro “mundo”.

Si el hombre pudiera dejar de pensar todo en términos de dualidades podría entender y acercarse a otros aspectos de sí mismo y de su mundo. Si se pensara en aspectos de la manifestación, mucho más que matices de un mismo color, se podrían concebir dimensiones que aún nos cuestan mucho trabajo. El “más allá” es un aspecto más y continuo de esta realidad que establecemos “más acá”, tan palpable como modificable, tan cercana como distante, tan enriquecedora como comunicativa. No sólo disminuyen los miedos al incorporar estos aspectos sino que la comprensión y la magia aumentan de manera notoria para poder “manejar” esta realidad, este aspecto.

Hay un más allá, de eso no hay dudas. Y nosotros somos el más allá de ellos que nos observan desde allá. Entonces deje de pensar de esta manera, tan lineal como absurda y comience a integrar las múltiples visiones, aspectos y dimensiones que establecen que todo es todo. Acá y allá.

La muerte se indigna al leer estas palabras, pues pierde su misterio y deja de asustar. La vida “extraterrestre” es obsoleta en su concepción tanto como creer que el inconsciente no existe.

Hay un más allá de la mismísima mente humana. Y eso, está muy cerca de uno mismo. La profundidad de los sueños nos lleva a pensar que el más allá se manifiesta, en tanto que no hay nada más cercano a nosotros como el propio ombligo del sueño. Esa conexión con el más allá. Aquí.

Piénselo, mientras viaja para allá. Y no llega aún.








La Psicología y el psicólogo. Un error humano.



Los errores son propios del hombre. Y no debe ser juzgado, salvo que haya mala intención. Sino es difícil establecer la diferencia con el aprendizaje. Nuestra cuestión tiene que ver con la psicología como profesión y con el psicólogo como persona. Un profesional ejerciendo una actividad que es sumamente compleja, por sus vueltas e idiosincrasia y por su práctica en el sufrimiento humano.

La psicología nos interesa a todos. Es un saber que está impregnado en la curiosidad del hombre. En sus días. En sus preguntas. En sus dolores. En sus reacciones y relaciones. Mientras, al psicólogo se lo rechaza. Es un invitado expulsado. Por entrometido, por investigador, por curioso o invasor. Un elemento necesario para ejercer la psicología. Un chivo expiatorio aprovechado por el dolor para seguir sobreviviendo en la mente de aquellos que aún no están convencidos de su cura. Los reclamos en la relación, son las vueltas que da el mundo. Se le exige aproximación y se le reclama la cercanía. Se le pide flexibilidad, se le cuestiona su personalidad cuando emerge en la sesión. Y es humano actuar, porque somos personas sentadas allí. Lo cual no quiere decir que seamos animales irresponsables ni negligentes con un arma en mano.

En estas cuestiones no se puede generalizar. Son todas situaciones particulares e individuales son las reacciones, las sensaciones y las vivencias. Porque se deberían cuidar los lugares y las profesiones, pues a muchas personas les sirve para encontrar una salida a tanto dolor o desdicha: tanta vida perdida que puede reorientarse.

Un error no siempre es un delito. Pues errar es humano. La cuestión radica en la consciencia que uno pueda tener de la responsabilidad que conlleva ejercer una profesión tan delicada. Y la actitud correcta, me parece, puede ser ayudar a ver los errores en cada uno. Y diferenciar, sin discriminar ni disociar, al profesional de la profesión. Generalizar es uno de los mayores errores. Incluso en lo personal, un error no lo hace mal profesional, simplemente debe arreglarlo. Dejemos esa posibilidad para que la reparación pueda hacerse real y así continuar con la vida. Y no cerrar las cuestiones en un error que se transforma en una herida. Y un estancamiento.

En todo esto, la psicología no debería ser salpicada por las falacias de un hombre que no puede cerrar, a veces, su boca. Ella es una gran carrera con muchos siglos de existencia, con una extensa historia y una enorme obra. Muchos le han dedicado demasiadas horas propias, para expandir sus fronteras y salvar del dolor al hombre. Esa es la batalla que ella emprende desde sus primeros pasos fuera de la ciencia. Peleando por la ausencia de un reconocimiento merecido, soportando el desprecio y el hastío de algunas compañeras soberbias que creyendo ser madres de la ciencia, le han querido complicar el camino. La psicología es la ciencia por excelencia que el hombre necesita para que su vida sea distinta, de un día para otros. Pues la toma de consciencia y los cambios que plantea para la vida de cada uno son tan eficaces como verdaderos. Son cambios auténticos y sumamente comprobables.

Castigada y humillada según las habladurías. Falseada y manoseada por los duros hombres de la fría ciencia. Y algunos del público, consumidores más ignorantes. Son los mismos a los que uno escucha hablar como si fueran psicólogos. Ellos son los más poderosos vestigios de la mediocridad, los que se aprovechan de la humildad de una profesión descalificada por tantos siglos. Y que aún se sostiene en pie.

Ellos son los que no les dan a los psicólogos la oportunidad. Los quieren aplastar para que no colaboren en la apertura del ser humano. Pues el crecimiento es inevitable. Y en ello está inmerso el rol y la psicología como profesión. Con todos sus errores, con toda su humanidad. El psicólogo es la persona que contiene y ayuda. Que sostiene en la angustia, a ese hermano que sufre. El que lo acompaña a caminar la vida que le ha tocado.

Pensemos con madurez y asumamos la realidad. La frialdad no es una posibilidad y no tiene nada que ver con la objetividad. Dentro del consultorio y en cualquier campo de la psicología, se trata de la subjetividad, pura, absoluta y sumamente rica. No es un pecado pensar en las personas como personas, en sentir y expresar con cuidado, sin perder de vista la situación que se plantea.

Errar es humano. Lo mismo sucede al juzgar.

Nos podemos equivocar. De eso se trata todo este mundo.

El psicólogo tiene una enorme responsabilidad tanto con el paciente como con la psicología. Cuando hablamos debemos saber que no somos sólo nosotros. Ella tiene una historia que debe ser respetada y diferenciada, del accionar de cada uno.

Los psicólogos se equivocan. Porque no son jueces, son personas.






jueves, 6 de diciembre de 2012

El poder que no está usando el hombre. Lo mental.



Es un poder extraordinario, que nos puede permitir hacer un mundo totalmente distinto. Pero el hombre se ha resistido desde el comienzo de los tiempos a usar el verdadero potencial que la mente tiene, en su interior. Y prefiere utilizar las ventajas de lo corporal, para distraerse y perderse en la niebla. Una miseria que lo lleva a perder la profundidad y a desestimar la verdadera riqueza de la condición humana.

Desde que uno ve la Historia es que el hombre se asesina. Una hermandad que ya es devastación, por más que hayan cambiado las formas en que nos asesinamos unos a otros. Parece tan irracional. Parece muy lamentable. Ver que cada padre tiene que enterrar a un hijo, ver los castigos a los que nos condenamos constantemente cuando decidimos salir a la calle. ¿A perder la vida? O tal vez, sólo a arruinarla. Desde los pañales de la Historia hasta la adultez extraña que estamos viviendo, uno ve el desasosiego y la anarquía, se ve durante los cortos años de la vida que muchos mueren sin haber vivido. Que muchos han desistido de continuar el camino, porque pierden las fuerzas. Porque la miseria les muestra que los años no llegan solos, y que el cuerpo no lo aguanta todo. Una imagen que juega con el tiempo, el poder del cuerpo que se pierde, supuestamente, con los años. Un poder limitado, que depende de las fechas y del reloj en hora.

Una limitación bastante limitada, que no puede contra nada. El cuerpo es frágil, admitámoslo. En contraposición, la mente no llega a sus límites con facilidad. Y está mucho más allá del tiempo. Juega con las agujas del reloj, y genera una tempestad cuando está iluminada, desarrollada y a plena máquina. La mente, como lo emocional, son el verdadero potencial. Albergan las grandes riquezas de la raza humana. ¿Será por eso que nos maltratan con el cuerpo? Para que no pensemos y no usemos el ingenio que se conserva intacto allí. En lo mas mundano, al alcance de todos.

Si la mente individual puede resolver muchos problemas del camino. La mente socializada, la mente unificada, la mente en relación puede mucho más. Y más que el corazón. Nos enseñan a diario que una mente fría te convierte en lapidario. Que el corazón en sus manos, se vuelve peligroso y hostil. Eso no es tan así, por más que ejemplos sobren. La mente en su máximo potencial puede ser increíblemente sustanciosa, criteriosa y beneficiosa, para la vida individual y para la humanidad. Lo demás es cuestión de egoísmos, de carencias y maldades; deformaciones circunstanciales o esenciales que no dependen de la mente, sino de los afectos. Y de los vínculos. No mezclemos y no nos empantanemos.

Obviamente no se puede disociar la cuestión, y dividir los reinos. Para tener una vida a pleno se necesita desarrollar todos los aspectos de uno. Un corazón mudo no llega lejos, una mente sin cuerpo es pura fantasía. Un alma sin vida no es una vida llena de alegrías. Una mente inescrupulosa se convierte en una marea sin costas con un oleaje tempestuoso. Pero la mente desarrollada, la mente potenciada no se convierte en un arma, pues sabe perfectamente de lo que es capaz. Es claro que el crecimiento debe ser parejo, para que la dinámica no se destruya.

Nadie quiere los extremos, pero ya me canse de la chatura.

Hombres y mujeres que parecen seres inteligentes, no tienen nada en la mente. Y sólo quieren el crecimiento económico. Cuando se quedan solos, no escuchan nada. Ni siquiera la voz del interior.

El poder de la mente esté pendiente. Es una de las grandes deudas de la Humanidad. Tal vez con ella se salvarían muchas más vidas de las que se están salvando hoy con el dinero. Un capitalismo austero que necesita arruinar al pensante, por ser una barrera infranqueable a la hora de llenarse los bolsillos.

Una deuda pendiente que debe comenzar a saldarse, sino en breve no habrá quién se juegue la vida. Porque la habremos perdido todos.

Un alma rica es conciente de su mente. Y su potencial. Es la que no le teme a volar y desplegar esa potencia que puede resolver muchísimas cuestiones de la vida. En lo cotidiano, en lo sano y de lo enfermo.

El poder que no está usando el hombre.

Y así estamos…

Agonizando.








La mente. Más allá de la cabeza. Más acá de la conciencia.




La mente está más allá de la cabeza. Y un poco más acá de la conciencia. Es la espesa capa de ideas-emociones que se conjugan para articular una vida, que late como el corazón, pero que se mueve a la velocidad de la luz. Un estímulo que es procesado a velocidades increíbles, con mecanismos automáticos y emociones reactivas, que se disparan si uno no está en sus cabales.

La mente supera a lo intelectual. Vive más allá de las ideas y los conceptos. Tiene una tridimensionalidad que le da una profundidad oceánica al mundo creado. Mientras lo pensado, solo se mueve en dos dimensiones, la dimensión de la lógica (en el espacio) y de la educación (en el tiempo). Pierde el tremendo e intenso color que le da lo emocional, vivido desde lo mental. Aquello que le otorga una cualidad “subjetiva” a la visión, a la forma de pensar, al estilo personal. Lo que determina la posición, o la postura frente al mundo. El “aquí estoy parado”. La conciencia, por otro lado, es esa centésima de segundo, en que el mundo recobra un sentido. Se vuelve leído. El “darse cuenta”. Ese segundo de introspección, siempre y cuando hablemos de la “conciencia” entendida en Occidente. Pues en Oriente, tiene otras dimensiones, más semejantes a las planteadas acá en el concepto de “mente”.

Obviamente, sin la cabeza y sin la conciencia no hay manera de construir una mente. Porque necesita de los pilares para sostenerse. Pues tiene una estructura que crece en forma constante. Un crecimiento exponencial, que no tiene una dirección pre-determinada, ni lineal ni lógica. Pero si entendible. Si predecible, según las líneas que la constituyen, según los pilares subjetivos que se combinan con el mundo emocional, que crece a la par. Desde allí, es que se puede cambiar. Siempre. Por eso la educación debe cambiar su orientación, porque el desarrollo de lo intelectual sin una formación humana no lleva a que la persona haga un despliegue adecuado de su naturaleza.

La mente despliega sus recursos, pero pocos saben hasta dónde es capaz de llegar. Una ola que comienza de un lado del océano, puede tranquilamente llegar hasta las costas del otro lado. Con sólo pensarlo. Y saber de sus certezas. Sin dudarlo, ni perezas en mano. Una mano puede mover montañas, si en esa mano se concentra la voluntad plena de esa mente que lo desea, profunda-mente. La acción concreta de una mente que se potencia y se unifica con el objetivo, siendo uno en sí mismo.

Si lo va a pensar o a cuestionar, lo empieza a debilitar.

Y la mente se dispersa. Por eso la gente parece que no creciera, porque se llena de miedos, que en realidad son dudas emocionales, intrigas e incertidumbres que esperan una confirmación externa. Cuando saben que la realidad externa es un reflejo, casi un espejo, de la realidad interna pensada. Y proyectada a través de los ojos.

El mundo está creado por la mente. Y no es una psicologización de la realidad. Ni nada parecido. Deténgase un segundito a ver si su mirada es “tan real y objetiva” como piensa. Ya al leer, se entera, que nada es objetivo, ni concreto ni real. Todo está sujeto a esa maquinaria que llamamos “mente”. Mente-emocional, una unidad que no es divisible por dos. Por más que logremos disociar, ni siquiera es una unión matrimonial. Es una unión natural.

Somos uno en todos los sentidos.

Como conclusión le digo que por más que no me haya entendido, sé que el mensaje llegó.

Así funciona la mente. La suya unida a la mía, y a la de todos los demás. Si se permite sentir, escuchará las millones de voces que lo están llamando.

Y suena el teléfono. Es uno de ellos.







martes, 4 de diciembre de 2012

Un rompecabezas con las piezas dadas vuelta.




Dado vuelta. Así queda el mundo después de una catástrofe. Así quedo yo cuando me entero de algo que no debía saber. Las piezas del rompecabezas encajan, pero algunas de ellas están al revés. Cara abajo. Y no entiendo.

Armar una historia no es nada fácil. Entender a dónde van cada una de sus piezas, en dónde encajan cada uno de los momentos vividos no es una tarea simple. Cada eslabón es una pieza cuyo valor es altamente significativo para lograr una visión completa, para conformar una cadena de eventos cruciales que nos permiten entender la naturaleza de las circunstancias que estamos observando, viviendo o compartiendo.

Una familia, una pareja o una historia están plagadas de piezas que se van uniendo, encastrando o mal colocando, en un intento por armar. Pero algo sucede y una cae al revés. Queda oculto y el todo ya no es igual. Muchos temen dar vuelta los acontecimientos y descubrir la verdadera cara de ciertas cosas. La otra mejilla de algunos. Uno intenta y persevera pero es irrefrenable la posibilidad de que ciertos eslabones se retuerzan y la cadena se trabe. Tal vez sea imposible pensar que todo sea claro y visible, tal vez sea una cuota de ingenuidad que aún conservo al esperar que alguien se muestre como es y no quiera ocultarse en la multitud. Puede ser pensable que una persona sea lo honesta que se puede, sin tener un dedo en las sombras; sin embargo, el idealismo me estorba cuando salgo de este mundo y me encuentro con la realidad.

No es pesimismo ni mediocridad, creo que es un poco de sarcasmo ingrato mezclado con la pobre ingenuidad maltratada por aquellos muros que me he devorado más de una vez. De tantas veces que uno a querido encontrar esa pieza que faltaba y, sin embargo, la realidad se ha encargado de extraviarla. A veces para siempre, otras veces por casualidad. Mi nariz ya está torcida de tanto golpearse contra la pared, buscando una maldita pieza que falta para entender que ningún rompecabezas viejo conserva todos sus pedazos. Nadie guarda tanto algo, como para siempre tener todo.

Ningún rompecabezas quiere tener todas sus piezas. Sólo quiere romper lo que en sus entrañas lleva, enquistado en su nombre, una parte de su naturaleza. No hay manera más eficaz para estropear la felicidad que al todo le falte un poco.

Hay múltiples formas para que un psiquismo se rompa. La manera predilecta de esta humanidad es la de ocultar esas piezas fundamentales. Familias enteras quedan acobardadas por la terrible dolencia que un secreto genera, en determinadas circunstancias. Una pareja sufre la infidelidad sumida en la ignorancia de lo que su par está haciendo allá afuera. Un niño no entiende que uno de sus padres oculta en la billetera sus ambiciones perversas, junto a su foto de pequeño. La jóven no puede creer que el secreto que llevaba entre sus piernas ya no esté allí, se lo había olvidado en una cama de hotel, parecida a una clínica. El amor no quiere creer que las esperanzas y la fe se hayan olvidado en esa esquina, cuando la traición se subió a esas duras palabras que decían adiós, en un hasta luego.

Ninguno de ellos podrá volver a armar ese rompecabezas. Sus lágrimas sí quieren llenar esos huecos dejados en la huella, de ese pedazo perdido cuando el otro ha sabido ocultar lo silenciado. Una continuidad que no puede proseguir en el camino que quería, sin tropezar con los pozos que se hicieron cuando las bombas cayeron, en una tarde de domingo. Gris.
Cuando alguien encontró esa pieza que faltaba, escondida en el callejón de un placard mal ordenado. Síntoma de un desorden que pronto le permitió entender la figura. Su secreto ya no era tan propio. Algo se había dicho, mudo y en silencio. Continuar con la negación, era el próximo paso, tan sólo tenía diez años.
Esa pieza se unirá con el todo del rompecabezas tal vez cuando cumpla treinta. Tal vez ya sea un hombre mayor. Los ancianos saben de sabiduría, pues han visto el fin de muchos rompecabezas. Arrojados al costado del camino, estrellados en el cordón de la vereda. De niños entendemos poco, por eso las fichas se encuentran después de tantos años. Como si las hubiéramos perdido, tan solo olvidado. Nada queda en el camino, si la cuenta está pendiente.

Un hombre llama al mozo, quiere pagar lo consumido. Saldar sus deudas con el destino y poder seguir con lo acordado. El dios del mundo lo espera, junto a la puerta, del otro lado del cielo.

Caer dado vuelta. Una pieza rota, del rompecabezas.

Consecuencia del secreto. Un largo camino de regreso.

Al principio.


 


Una columna invertebrada. Otro aspecto del secreto.



Una estructura ósea. El esqueleto de una familia. Su columna vertebral sufre un golpe. El llamado secreto desplaza una de sus vértebras y pone en riesgo el eje. Su alma está en peligro, la médula espinal comienza a sufrir un tironeo y se puede quebrar. Su peor consecuencia no es la desestructuración de sus miembros sino la parálisis. Una vida comienza a agonizar, mientras queda impedida de todo movimiento.

Una columna invertebrada que pierde su flexibilidad al esconder en sus entrañas óseas el duro silencio de un secreto que debería poder gritar a los vientos. Y sufre en su centro. Siempre se cree que ocultar puede llegar a trabar el buen funcionamiento de una estructura como la familia, sin embargo, su efecto inmediato es el elentecimiento progresivo de la historia hasta llegar a producir una parálisis que se manifiesta en la expresión del mismo suceso, una sensación de que nada nuevo pasa. El estancamiento es la constante repetición y su eterno retorno; la consecuencia precisa de un efecto enquistado en la columna vertebral. Un tumor maligno que se instala en la estructura de la familia y comienza a producir metástasis. Es decir, alguno de sus otros miembros comenzará a producir secretos semejantes o relacionados con el tumor principal.

Se produce una cadena de eventos, sucesos silenciados que están relacionados y todos parten de un principio. Las vértebras se desplazan una a una, la energía no puede fluir y los órganos pueden comenzar a enfermarse. Se involucra la columna cuando las funciones principales intervienen en el secreto. El cual se alimenta con el tiempo porque tiene que sobrevivir hasta poder encontrar una salida. Pues hay que dejar de ser ilusos y empezar a pensar con claridad, el secreto no quiere ser oculto, tarde o temprano se sabrá. Busca alternativas y encuentra oídos sordos dispuestos a escuchar una gran mentira que de pronto se convertirá en una pesadilla, por ser la pura verdad. El secreto logra una distorsión en el funcionamiento tal, que se puede llegar a observar que la misma familia sabe todo lo que se oculta, pero comienza a funcionar a través de los pactos establecidos, sin que nadie se haya podido sentar en la mesa a negociar.

Así el secreto va mutando. Sus raíces penetran en las profundidades estructurales de una familia que queda atrapada en el mutismo de no poder decir ninguna verdad. Entonces ya no es conveniente hablar, pues a alguien se le va a escapar el secreto. Pero hay algo que no entiendo, si todos ya saben de aquello, ¿en qué cambia hablar? Parece que esa es la pieza fundamental, la que produce el gran colapso. Nadie puede hacerse cargo, y el protagonista no quiere ni pensar en asumir las consecuencias de su irresponsabilidad. Que ya va más allá del mismísimo secreto. Ahora es la responsabilidad de haber llevado al sistema a una parálisis demasiado quieta pues ya no se puede pensar.

El dolor es el más crudo y sórdido. Es el dolor del hueso que ya no puede articular ni sostenerse como pieza de esa estructura armada. La columna aprieta sobre la vértebra para que en el rechinar escupa su secreto. Las astillas del quiebre estropean la médula. Entonces, ya no hay salida para esa familia. Sólo queda ocultar.

La cadena ahora es funcional. Un tumor alimenta al otro. Se unen. Reconocen ser parte del mismo origen. Nadie entenderá jamás que su principio es el mismo final, una estructura deshecha.
El secreto siente en su columna las fuerzas del viento y sabe producir una tempestad. Allí, en pleno huracán, no hay estructuras ni cimientos que puedan ni sepan sobrellevar las fuerzas desatadas de la Naturaleza. El secreto se quiebra cuando alguno quiere hablar. Una solución final antes que el sistema colapse. Fuerza y voluntad al servicio de la salud mental de todas las generaciones. Es una manera de subsanar la historia y depurar a los que vienen. Pues el tumor sobrevive a la tumba de sus protagonistas.

La columna es vertebral. Cuidemos a cada una de ellas. Es la pieza que alberga al alma que da vida. La columna es la protección de la energía fundamental que se interrumpe con el secreto. Una pausa que se eterniza. Y congela los cimientos.

El tiempo se muere de frío. El más crudo invierno.
El dolor de los huesos acorralados por el frío.






domingo, 25 de noviembre de 2012

Ser generoso. El principio de la salud mental.




La salud tiene sus reglas. La mente tiene sus condiciones. La libertad no es una condena para quienes saben compartir. La abundancia es riqueza si todos podemos dar algo más. Dejar la oscuridad para ser más generosos. Allí radica el principio esencial de la salud mental. La generosidad. Una palabra tan poco aprovechada.

La salud tiene un orden. Un ritmo y una coherencia. Debiera ser el principio fundamental que guiara nuestras vidas. No sería, como algunos creen, evitar el dolor ni esconderse del sufrimiento, nada más lejos que vivir en una burbuja. Eso es una locura, la garantía de perdernos. No es ser perfecto, sólo ser saludables.

Es generoso quien comparte, lo que tiene y lo que sobra. Aún aquello que no sobra, que ni siquiera se tiene. Es generoso el que puede ver a quien está al lado. Sea necesario o no, eso ya no importa. Es quien contempla y considera que no se vive solo en este mundo. El quien mide, en su mundo, los efectos y las consecuencias. Quien no deja que su obra sea la herida del vecino.

Una persona así vive al fin en los principios de la salud. Quien puede pensar de esta manera, conserva para sí y para otros, los principios y el ocio, las condiciones vitales de la salud. Y hace bien a los demás.

Es necesario para este mundo, que seamos más sanos.

Mucho más generosos, con uno y con el otro. Es el principio y el fin.

Viva feliz y compártalo todo.
       



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Por qué el secreto familiar condena?




Porque destruye la estructura por dentro. La pintura no aguanta y está pegada a la pared. El secreto condena a tapar de por vida. Un esfuerzo enorme de dimensiones que no se comprenden hasta que el agotamiento se siente. Es estar pendiente todos los días para que el enemigo no ataque, y el prisionero no se escape. Si el secreto condena una vida, ata como víctimas y toma prisioneros. Una deuda que se establece y pagarán las generaciones posteriores.

El secreto se esconde en las paredes de la casa. La familia convive con su presencia inerte, una presencia que no es ausencia. Pero que no se ve. El secreto se respira, mientras el aire se contamina y nadie lo percibe. Es de uno, pero encadena a todos. Participan los otros al ser los destinatarios del silencio. El ocultamiento los involucra, los convierte en testigos ajenos de un misterio del cual no pueden decir nada. Al ser partícipes necesarios, quedan involucrados como mínimo. Muchos son afectados, pues el saldo se distribuye entre los presentes. Es como una energía que se alimenta de todo, cuantos más participan, más se contaminan, más se comprometen.

Siempre el secreto es algo que no se le puede decir a alguien, pero que lo compromete sin saberlo. Es como el suicidio, un asesinato encubierto de otro, pues no muere solo quien se arroja a los infiernos. El secreto es una cadena que se ata entre dos o más personas, es una condena que pagarán varios. Los elegidos son los silenciados. Los testigos son los burlados. Los condenados son los elegidos. Y el secreto familiar es un miembro más, un miembro fantasma.

Condena porque se hereda, como un bien de familia. Se hereda porque se transmite al involucrar a las personas en su trama silenciada. Y es una carga porque requiere de atención, trabajo mental y emocional, pues no quiere estar más atrapado en las paredes. El problema más grave se siente cuando ya es parte de la estructura, cuando de tanto callar, los protagonistas son secretos a vivas voces. Cuando las mentiras son una forma de vida, la familia muere lentamente. Si el secreto es sobre dinero, la pobreza se acerca y alguien terminará en la miseria. Cuando de abortos se trata, algún pequeño morirá en la infelicidad y la historia se repetirá una y mil veces. La muerte se anuda al nacimiento y toma de rehén a la sexualidad. Una represión de más, y miles son los secretos. Algo se esconde detrás, es una miseria, una gran cuota de sufrimiento. Si de infidelidad se trata, las parejas de sus hijos serán fracasos desde el inicio, una homosexualidad latente. Pues la promiscuidad se cobra con la misma moneda. No pida nietos si sus hijos no son propios, no pida sinceramiento si la verdad en sus manos es una víctima abusada. No le oculte más la verdad, ella necesita construir su historia.

Una hija le suplica la verdad. Si no lo puede tolerar no se angustie si la familia se quiebra. No es culpa de ella, es sólo una consecuencia llamada condena, por su secreto familiar. Hay una unidad que el hombre debe respetar, no hay eslabones perdidos. Si el secreto involucra a los demás, ellos también pagarán el costo de esa miseria. Nada a esta altura es personal, nada muere en la individualidad por más que lo quiera. Al no poder mirar a los ojos, el otro se pierde en el espejo. Se siente el ruido de las cadenas, a los pies de la cama.

Creo que debería saberlo, después de tantos años. Aquello que usted ha hecho en aquellos tiempos, lo ha perseguido en silencio, por cada rincón, en cada callejón sin darle respiro. Todo lo negado está atado y en algún momento nos alcanza. Con solo detenernos un poco, el pasado se hace presente y sentencia al futuro a cadena perpetua.

Si no quiere la condena. Pídale perdón a su familia. No intente pintar su casa, las paredes igual se manchan de humedad. Si esa mancha huele mal, sus cimientos están en peligro. Le recomiendo con sentido, una alternativa, jamás será una solución, piense en los dos y salvará a sus nietos.

La cadena se ata al cuello. Y duele mucho el dolor.







El diagnóstico popularizado. Y todo bajo la alfombra.




Cuando el diagnóstico cruza las puertas del consultorio corre serios peligros de desvirtuarse. La popularización desencadena una generalización que anula las individualidades del caso y se propaga como una epidemia. En boca de cualquiera. Todos se vuelven autoridades correspondientes. Una voz sin remitente habla como si supiera, diagnostica y medica con extrema simpleza y facilismo. Lo dicho queda en el olvido y, luego, nadie cuenta toda la historia.

Hace ya muchos años el diagnóstico popularizado se ha unido a otro gran peligro, la automedicación. Juntos es una de las peores combinaciones posibles. La automedicación llega siempre de la mano del diagnóstico popularizado, en la boca de cualquiera. Por más edad y experiencia que esas personas tengan, terminan anulando la particularidad. Lo que es el trabajo del profesional pertinente. Sin medir las consecuencias y frente a tantas situaciones, que no son emergencias, la solución fácil corre a empeorar el incendio. Y todas las cenizas barridas debajo de la alfombra.

Esta combinación nace de dos puntos extremos. Que alimentan según los propios sucesos la matriz de esta mezcla. Por un lado, están los laboratorios y le negocio que la automedicación representa, por su masividad y descontrol, por su falta de regulación y por la anulación de los intermediarios reguladores que deben recitar a conciencia. Por otro lado, está la gente que ya no se compromete con un proceso adecuado, de diagnóstico y cura recomendados y regulados por un profesional. Si a esto le sumamos la cantidad de autodestructividad, más las adicciones y los conflictos personales; la solución fácil es indispensable para que nadie se quiera hacer cargo del asunto. Los problemas sin un punto, sin solución de continuidad. La medicación sin receta, no es asumida como tal, entonces cualquiera se toma la pastilla de noche sin asumir las implicancias ni las connotaciones. Cuando uno les sugiere ver a un profesional pertinente que le regule lo que ya está haciendo, hablan muy sueltos de que no quieren ser medicados. Lo que están tomando no son golosinas. Es la misma química, pero con compromiso y obediencia.

Pero uno parte de la idea ingenua de que todo el mundo quiere estar mejor. Solucionar sus dolencias. Apaciguar las violencias y eliminar las angustias. Ideas absurdas que te enseñan en la universidad. Hoy el mundo está estableciendo sus propias reglas, ya casi ni estuvieran para hacer de la vida algo mejor. La gente, cada vez menos persona, se descontrola porque quiere terminar lo antes posible. Con lo que implique su tarea o su misión, su responsabilidad o su convicción, sus pasiones o sus amores. Hay tanto dolor que muchos prefieren esconderlo o descargarlo, elaborarlo conlleva demasiado trabajo y compromiso. Un destino escondido debajo de la alfombra. O en la droga que consiguió para dormir.

Tanto hablamos de drogas, tanto nos hacemos los distraídos. Pero nadie ha querido hablar abiertamente de las adicciones inminentes que implican el consumo de psicofármacos. No por su capacidad adictiva sino por su forma de consumo. Por la ilegalidad de su adquisición, por el negocio escondido y, más que nada, porque se consume como un adicto, todas las noches de manera indispensable. Las mismas personas que, implacablemente, discriminan al enfermo de sustancias adictivas no registran su consumo cotidiano.

Cualquier pastilla en mano que no sea necesaria, conlleva en sus garras un posible consumo adictivo. Porque se sienten deprimidos, porque sienten miedos o fobias. Pero sin que la observación la haya hecho el profesional pertinente.

La medicación sin el médico es la peor de las consecuencias populares de un diagnóstico que ha salido a la calle.

Y se pasea por todos lados.







La necesidad de adrenalina. Salir del aburrimiento.



Algunas personas se quejan de esa falta de "hormigueo en la panza" surgida cuando están conociendo a alguien, o recién saliendo. Esos tiempos que, en el momento, no son los más lindos pero que luego se extrañan. Esta sensación expresa y grafica esa adrenalina que se va perdiendo con los años o con la codicia de afecto. Como si el amor se desgastara, cuando es uno el que ya no gasta la suela de sus zapatos y le entrega el alma al diablo. Y no al amor de su vida.

La necesidad de adrenalina se filtra en la vida cotidiana corrompiendo esos sueños que los habían unido y empieza el aburrimiento como el juego de todos los días. Uno los ve sentados en la mesa, desayunando en el bar de la esquina, cada uno con su diario, cada uno para su lado, sin compartir ni siquiera la cuchara. Ni una mirada, ni un comentario sobre las noticias. Y uno, los mira y se pregunta tantas cosas. Uno los mira más de lo que ellos se miran y piensa en el camino que deben haber recorrido como para llegar a eso. ¿Cuándo se empieza esa caída?

Y en eso se escuchan los planteos, se sabe de los amantes o de las historias con su secretaria. Una doble vida que sale el doble de caro, con un precio impagable, salvo que se le haya entregado el alma al amo de los escándalos en el imperio de sus infiernos; donde el peor pecado no es la lujuria ni la avaricia, es el aburrimiento. Ese tedio de silencio donde no se cae una sonrisa ni siquiera del bolsillo. Ese tremendo encierro donde la jaula es de barrotes neutros que ni siquiera generan el frío de la soledad. Es más un zumbido que aterra con perspectivas abiertas hacia una caída sin lugar de llegada.

Es entendible pensar en esa necesidad de adrenalina, algo que le devuelva la vida a esa persona que está perdida entre tanta nube gris que encierra los ojos entre unas orejeras de caballo anclado a un carro que se luce por las calles de Palermo. ¿Alguna vez se han detenido a observar el gesto de esos caballos? Los que llevan en su pasado un carromato pesado y chapado a la antigua, mientras sus lomos ya no transmiten lo salvaje de algún momento, aunque haya sido de potrillo. ¿Cuántos andan así por la vida? Arqueados por estar demasiado tiempo mirando el piso, por no mirar a la cara ni a los ojos de su espejo; dolidos por la joroba de tanto joderse la vida (y perdón por las palabras); despertando el entusiasmo de quien tiene sangre en las venas para salirse de esa condena y poder respirar aire puro. Aire que se llama adrenalina, aire que llena de vida sus pulmones y es una visa hacia otro país, sin extradición.

Efectos de la vida cotidiana con poca vida y muy rutinaria. Con poco perfume en el aire y mucho de dolor en la duda que se acuesta a ambos lados.

Esperando el trago amargo. O su medicina.




miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pedofilia. El consumo de la infancia.



Desde los principios de la década del 70 la industria de la pornografía comenzó a  expandirse con rapidez. Una comisión americana había observado en aquella época que las películas pornográficas comenzaban a explotar la perversión, el aborto, la drogadicción,  intercambio de parejas, vicios, prostitución, ninfomanía y lesbianismo. Al poco tiempo, empezaron a producirse las películas con menores. Mientras, el sadomasoquismo como tema principal tenía a los niños como sus personajes principales. Hoy la pornografía con niños ocupa un lugar central. En esos años, una tercera parte de los casi tres mil millones de dólares de la industria provenían de la pornografía infantil. Hoy, esas cifras son escalofriantes y sus consecuencias e implicancias incalificables. La pedofilia, el abuso sexual y deshonesto está arrasando y consumiendo a la infancia. El comercio, la perversión y el hombre moderno están aniquilando las posibilidades de vida del niño.

 La pedofilia es una perversión clasificada hace mucho tiempo, pero su expansión en nuestra época es un fenómeno que aún no tiene explicación, más allá de los intereses y beneficios económicos. Habla de una modalidad. Habla de cambios. De un estilo de vida. La destrucción de varias generaciones. Del futuro. Recién en 1982 se consideró ilegal la participación de niños en  esas películas y fotografías. La pornografía infantil al pasar a la clandestinidad se transformó en una industria a gran escala, regenteada por abusadores de niños. Hoy, ya se habla de todo un mercado pedófilo clandestino en todo el mundo. Ya no se habla de los alcances del daño en la infancia, ya son sólo un producto comercial. Una mercancía.

 Hace pocos años, los límites entre la disciplina y el maltrato se hicieron demasiado finitos, convirtiéndose en una excusa conveniente para todo tipo de perversión adulta. Desde los comienzos de la humanidad, los niños han padecido el  infanticidio, el abandono, el maltrato y ahora el abuso sexual por parte de los encargados de su educación. ¿Por qué la infancia es el objetivo primordial de las bajezas del hombre? En momentos en que la niñez y la maternidad se habían convertido en nobles prioridades, maltratar y abusar de los niños se justifica en nombre del progreso y la educación.

Siempre que un padre, tutor o maestro emplea modos tortuosos, ya sean físicos o mentales, para corregir la conducta de un niño lo que está haciendo en realidad es un abuso. No hace falta la violación, el maltrato y el castigo para faltarle el respeto a un niño y lastimar su infancia. Por otro lado, muchas campañas utilizan los medios de comunicación masivos para instituir a la niñez como el mercado más beneficioso. Por lo cual, se lo volvió protagonista de la beneficencia, la publicidad, el consumo, los manejos más bajos y peligrosos, con tal de vender. Extorsionar al adulto a través de las demandas de los hijos, abusar de ellos para impactar a la audiencia y hacerla consumir más productos, más televisión, más tiempo, más sexo, más vida. Y los responsables son los adultos, originarios y destinatarios del mensaje de consumir todo a su paso, aunque sea la familia y sus hijos los que queden al costado del camino.

 Somos conscientes de la magnitud del daño producido por el abuso físico que los progenitores y adultos responsables infringen a sus hijos, más la pedofilia y el mercado ilegal que maneja. Otra violación de las diferencias entre generaciones que resulta evidente como para ignorar. Una masacre que toma los alcances de un genocidio generacional, que está aboliendo las posibilidades de vida, mientras paradójicamente más se trabaja por los derechos del niño. Parece que una vez más, la sombra crece con la luz.

 El pedófilo es un abusador de niños, que se siente compulsiva e impulsivamente atraído hacia ellos. No tiene ni considera otras opciones para su vida sexual. Muchos fueron sexualmente abusados en su infancia, sometidos a diversos abusos físicos y mentales por parte de sus progenitores. Como todo perverso, rechaza el cuerpo de la mujer adulta y no tolera las diferencias sexuales ni generacionales. La trama perversa es sumamente compleja y desagradable. Su vida se consume en una furia inconsciente contra las costumbres de una sociedad, por lo cual se manejan en la clandestinidad. Cuando no está cometiendo abuso se dedica a fotografiarlos desnudos, coleccionarlas e intercambiarlas.

Hay diferencias entre los abusadores y los pedófilos. Estos se consideran miembros de una elite sexual y son hábiles manipuladores para mantener e involucrar a sus víctimas. Aunque para el daño ocasionado no se pueden establecer grandes diferencias. Desde la óptica de la infancia, ambos producen un daño que llega hasta el alma, deteriora su psiquismo y perturba su crecimiento sano. Consumirlos es un problema que incumbe a todos los adultos, y a los niños, pues ellos serán no solo el futuro sino los compañeros de nuestros hijos, potenciales peligros cuando ellos se transformen en adultos, directivos, profesores y tengan la responsabilidad de guiar y cuidar a nuestros hijos y nietos. Un círculo iniciado generaciones atrás y que hoy ya comienza a cobrarse sus costos en forma masiva. Para pensarlo…







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Qué nos pasa? No soportamos el día a día.



Tenemos un problema serio, como seres humanos, no soportamos el día a día. Entre los miedos, la historia, las cuentas vencidas y las que hay que pagar (sin hablar de la cuestión económica) el día a mucha gente le pesa y lleva su vida como si fuera una inmensa mochila cargada de cosas pendientes. Sin ver que pasan los días, porque espera con ansias el fin de semana, para después deprimirse el domingo. Todo pasó rapidísimo y no le quedó casi nada. ¿Qué nos pasa, cuando algo nos pasa?

No encontramos la salida. No entendemos nada. Ni acá ni allá, en algún lado debe estar, pero nunca es el que había elegido. El deseo que llena de intrigas y miedos, se evita por la ansiedad que despierta. Se niega hasta que llega el momento, después se quejan porque ha pasado demasiado rápido. El lunes porque es el comienzo, el martes porque todo recién empieza, el miércoles porque es la mitad de la espera y el jueves porque estamos cansados. Ya para el viernes empezamos a alegrarnos y el sábado se vuela hasta la madrugada; para darle la estocada con la llegada del domingo; el anuncio del principio donde todo vuelve a comenzar. Pensar que hablamos de renacimiento y nos quejamos todo el tiempo de esos principios. Pensar que queremos terminar y rechazamos a la muerte cada vez que hace alguna de las suyas, con esos finales anunciados.

¿A dónde va el ser humano que se queda esperando y se queja de la espera?

Ansiamos algo y cuando lo tenemos ya queremos otra cosa. Consumo, dependencias y objetos. Vértigo y señuelos. Apuro y quietud. La eternidad por un momento y desear que todo se pase rápido. La juventud permanente sabiendo que nos falta madurar, la vejez que se lleva lo mejor de esos tiempos y una sabiduría que llega tarde al encuentro. Pasan y pasan los días, deseando que llegue fin de año; para que se pase volando un verano que se disfruto insuficiente. Los que no hacen nada, quieren hacer algo. Los que hacen, no quieren hacerlo más.

Día tras día, se escuchan esos lamentos. Querer conocer a alguien y querer salir corriendo. Empezar una relación para terminarla al poco tiempo. Formar una familia rápido para desarmarla más rápido todavía. Vivir la vida para sentir que ya nos estamos muriendo. ¿Qué nos pasa que nos quejamos del tiempo? Sin él no tendríamos noción de nada. ¿Qué nos pasa que nunca nos quejamos a tiempo? Siempre es tarde para haberlo dicho.

Esto no es un cementerio de lamentos, es el reflejo de todas esas personas que no soportan el día a día. Y que se escapan de lo que les está sucediendo.

Es un misterio que se sucede todos los días. Es el gran secreto, encontrarle la vida a cada mañana y sepultar a la luna después de velarla durante la tarde. Es el gran misterio, lo que corre por nuestras venas, entrando y saliendo por el motor del secreto.

Eso que nos da la vida.

 


Tristeza, dolor, angustia. Falsas depresiones.




Es fácil mezclar. Es sencillo confundir. Para disuadir a las mentes pensantes. Y vender popularmente una definición que mete a muchos en la misma bolsa. Incluir al dolor en el mismo envoltorio de la angustia, y a la tristeza bruta con la ira frustrada, son tantas las escalas, tan distintos los valores que esta mezcolanza sólo llama la atención.

El criterio no es pudor. No puede ser tímido ni benevolente. Hay mucha gente que se ha preparado por décadas, que ha estudiado las miserias humanas y emocionales, se ha metido en la misma cancha a pelear con la enfermedad. Y poder identificar a los suplentes en el banco. Para que, de golpe y en pocos años, alguien cambie el juego. Y borre, sin frenos, las diferencias importantes.

El dolor tiene su propia sensación. Una causa evidente y definible. Lo cual permite realizar todo un trabajo orientado a la reparación del dolor, a comprender y poder defender a la persona de la causa que lo generó. Tiene una propia acción, puntual y definida.
La tristeza es distinta, es una sensación y puede ser una emoción, despertada por muchísimas razones diferentes. Externa o internamente, la tristeza llega cuando algo sucede. Se extiende, llega hasta el cuerpo. Cierra el cuello, a la altura de la garganta. Te arrastra para que nada más te puedas acostar. Esperando que se vaya, tratando de aquietar las aguas. Y esperar que se disipe.
La angustia invade en masa. Ubicada en la garganta y la boca del estómago. Inunda con lágrimas los ojos cansados de llorar. Nada parece que la calma, ni siquiera la quietud ni las ideas. Conlleva a tomar una actitud, realizar alguna acción para que ceda.

Todo esto se mezclo en una bolsa de gatos. Que conviene, hace rato, a muchos piolas negociadores. Que distorsionaron, por sus razones, los parámetros de diagnóstico. Popularizando y facilitando el acceso farmacéutico. Y medicación de mano en mano. Diagnosticando depresiones que no lo son. Acomodando las razones para que no se elaboren las situaciones y que las emociones sean eliminadas. Una chatura inmediata con la que se aplasta la inmensidad y la intensidad. Una llanura que coarta la libertad de expresión, que ata a la sensibilización e impide ponerse en el lugar del otro. Y se anulan las diferencias.

No son sutilezas. No son variedades. Son enormes inmensidades del terreno emocional. Una tala indiscriminada de los pilares internos. Se corta un camino, se embarra el sentido. Y se facilita la incomodidad cómoda. Ya nadie se asombra, todos te recomiendan algo. Nadie quiere ser diagnosticado por un profesional serio, porque conlleva un sinceramiento y un gran compromiso con uno y con el otro.

A río revuelto, ganancia de pescadores.





lunes, 19 de noviembre de 2012

Hay ciertas huellas que el mar no borra




Hay ciertas huellas que el mar no borra. Hay unas secuelas que el tiempo no elimina. Quedan, perduran. Se inquietan pues nada las quita del suelo arenoso. Una piel que sabe brillar con el sol, pero en momentos de dolor solo sufre las consecuencias. Una herida abierta. Angustia que fluye.

Se supone y uno lo escucha seguido, que el tiempo cura todas las heridas. Es una gran mentira, a mi no se me han pasado. El mar ha transitado demasiadas veces por aquí. Se ha llevado muchas cosas, pero me ha dejado estas cicatrices. En sus remolinos y sus vueltas me ha confundido con sus historias y me hundió hasta el fondo. Con una sola ola me arrojó a la orilla, llena de rocas y obstáculos. Piedras en el camino. Se ha llevado enojado, mis amores más platónicos, mis ilusiones como un robo, me las arrebató de las manos. Dicen que el tiempo lo cura, pero estas hendiduras en la playa aún siguen intactas.

Hablo de mí para no hablar de ellos. A quienes el mar les moja sus pisadas, les acaricia como si nada el borde del talón. Un Aquiles moderno, que no percibe los besos de un amor oceánico. Su perdición en lo profundo. ¿Quién no tiene en el cuello las heridas del tiempo, impregnadas con perfume?

Esas huellas no se borran. El mar las adora pues insiste en visitarlas. Una y otra vez les pasa con su voz por los oídos. Les habla en la madrugada, apenas asoman los rayos del nuevo día. Y es la primera que las deja, al caer la tarde. Cuando se enoja parece ser que todo se lo lleva. Pero sólo es una reacción de un carácter a veces podrido. Pura espuma, sin peligro. Ya pronto se le pasa el enojo. Y yo no salgo del asombro, pensé que se las había llevado al fin. Pero no, me las ha dejado como una escollera de recuerdos. Tal vez es tiempo de pensar que la solución exista pero no en el mar, como una esperanza reposando en el horizonte. Por donde el sol se esconde. O se ríe de mí.

Me parece que encontré la forma de borrar todo. Allí cuando me hundí vi algo que en ese momento no entendí y ahora pienso con claridad. Era un cofre lleno de recuerdos. Deshechos de un barco que anduvo pirateando por mis mares. Sirenas en un acantilado. Comprendí que sólo me queda perdonar y dejar todo atrás, sin esperar más nada. No moriré en la soledad por lo que aquellas olas me han hecho. Tal vez así salga a flote y pueda disfrutar del mar. Comprendí que es fundamental perdonar y perdonarme. Ya no hace falta esconder más los secretos en el fondo de mi alma, donde se contamina y se oxida, por la corrosión y el tiempo.

Es eso.

No quiero ocultar más mis secretos. Por más que ahora se hayan transformado en miedos a amar y ser amado.

Ahora si, las huellas han desaparecido. Toda la playa vuelve a ser la misma. Una piel extensa sin marcas de pisadas. Ya nada queda de aquellas experiencias de maltrato, humillación y dolor.

Está lista para recibir a la primera visita del día.


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El secreto familiar. Una herida que no cierra.




Conozco un caso, pero se que hay miles. El secreto es uno de esos tesoros mejor guardados que jamás he visto. Hay familias destruidas por el empecinamiento de aquellos que prefieren conservar el secreto. Aunque sea la dignidad una gran perdida, la honestidad una desaparecida, el amor un sacrificado. Muchas veces lo he podido entender, pero en este caso no fue así. Eran varios los secretos, sobre una vida.

Una familia se disputa una vida. Entre los negocios y la criminalidad, las mentiras se reúnen conformando un estilo. Se sientan a cenar durante años sin mirarse jamás a los ojos. Miradas que no quieren ver más allá, intrigas que se ríen a carcajadas y se burlan de una inocencia, que poco puede entender. Una niña crece entre ellos, asustada y preocupada. Es agredida sin palabras por el silencio que le susurra mentiras hasta que un día el sol sale. Eclipsada una vida.

Son varios los secretos que su psiquismo debe desenterrar. Un pozo que no muestra nunca su verdadero fondo, mientras sus manos embarradas ya están cansadas de tanto dolor y mugre. Se ha cortado, se ha hundido, se ha arrancado. Busca un sentido pues elije la libertad. Es admirable verla luchar, son fríos esos muros. Ella cree que ha perdido mucho al rebelarse a esas reglas, casi leyes de una vida entera sembrada en el asfalto de un camino desolado. Ella aún no puede ver que la lucha la hace cada día más fuerte. Si pudo observar como esos secretos destruyeron todo en su insistencia por salir. Como siempre, ellos avanzan, no soportan la oscuridad ni permanecer sepultados. La verdad se inmiscuye entre las rajaduras y las grietas se abren para convertirse en tumbas.

En este caso, ella sufre muchísimo por conocer la verdad y por saber que con ella juegan a las escondidas. Le muestra su rostro y le da vuelta la cara. Desolada, angustiada tropieza con sus propios pasos, signos de que no puede caminar más. Está cansada de tantas mentiras, de tantas desdichas que le dan la espalda. Se siente sola y es verdad. Aunque las sombras siempre la han acompañado, sin que se diera cuenta. Han atravesado con ella la adolescencia y la han observado formar su nueva familia. Pero el estigma la señala aún como la predestinada a desenterrar las miserias. Es su cruz. Es su karma. Tal vez la única manera de resolver la historia y construir una vida nueva. Busca justicia pero encuentra sobornos. Las huellas negras llenas de petróleo. Miles de preguntas que brotan en esos huecos de una historia que sigue susurrando misterios.

Nadie da la cara. Nadie cuenta nada. Insisten en complicar terriblemente la búsqueda. Tal vez es una forma de morir con los secretos, que condenan sus días. Son varios los que dominan las tramas de esas vidas, llenas de oro y dinero incapaz de comprar un minuto de paz, ni una dignidad en el quiosco de la esquina. Arrojados están a la pobreza, una de las miserias del alma corroída.

Es difícil comprender que una madre le haga algo así a su hija. Que un padre prefiera sostener el secreto sabiendo que la condena la pagará su descendencia, sus hijos y sus nietos. Que el quiebre y el hundimiento durará varias generaciones. Ocultarle con sinceridad (a ella se lo ha dicho), jamás le dirá la verdad que necesita para poder vivir. No la dejará ni un minuto sola. La ha condenado. Le ha atado las manos, a ella le cuesta trabajar. Poder ganarse el pan de una vida digna, con tanto pasado oculto en los callejones de una ciudad que no quiere develar los misterios y sus secretos. Es la corrupción, la transgresión o la mentira. Fue la prostitución o el descontrol de una jóven sin límites ni frenos. El dinero, la pasión; el poder o la elegancia. A ella ya no le importan las causas, solo poder desenterrar el dolor. Sacarle de las garras su corazón que tan mal tratado ha sido.

Quiere liberar sus alas de tanta dura incomprensión. Uno cree que jamás puede haber razones para hacerle algo así, a una persona cercana, mucho menos a una hija.

Conozco un caso y duele verla sufrir.

En sus muros se escuchan crujir, son varios los secretos.







jueves, 15 de noviembre de 2012

La relacion terapeuta-paciente. Algunos malos entendidos.

Es una relación compleja. Más que las relaciones habituales. Por la cantidad de contenido que se involucra, por la intensidad de lo vivido, por sus circunstancias y sus limitaciones. Condensar toda una vida en un vínculo para trabajarla, revisarla y curarla, trae un alto compromiso y un riesgo enorme. La relación terapeuta-paciente es una de las más vívidas que he conocido, presenciado y sentido. La más comprometida, por ser desigual la responsabilidad, por su carga emotiva y sus oleadas afectivas. La más conflictiva por la apertura que conlleva y la temática que nos convoca.

Pero sufre de malos entendidos. Afuera y adentro. Es obvio, se trata de dos personas y su base es la comunicación, ya al empezar están dadas las condiciones para el equívoco y las malas interpretaciones. Se confunde la intimidad necesaria y la requerida, con la distorsión y la perversión. Algunas mentes perdidas mezclan la seriedad con el descontrol, porque simplemente hay dos personas reunidas. Incluso están aquellos que quieren confundir más y tergiversan las cosas, pues sexo no es necesariamente amor, y del amor nadie está exento. Eso no es hacer mal las cosas.

Empecemos a ser claros. Para no prestarnos a las mezclas oportunas de esos que quieren desprestigiar la profesión o al psicólogo. Es una relación sumamente íntima, sino nadie se abriría a contar las peores pesadillas o sus secretos más privados. Parece que la gente ha perdido la capacidad de intimidar sin tener dudas de las relaciones, hemos perdido la confianza necesaria para compartir un problema en estas condiciones. Todos piensan mal. Tienen la cabeza un poco sucia. Se requiere una atmósfera cuidada y un marco bien sostenido para poder ofrecerle las garantías a una persona y que se abra para que pueda ver sus sombras sin salir lastimada ni morir ahogada por la angustia. Eso es intimidad en una relación terapéutica.

Estas condiciones no generan dependencia, ni sumisión ni lavados de cabeza. Esas cosas se hacen en la peluquería y allí nadie se siente ni sometido ni psicopateado. Cuestiones difíciles de clarificar, pues pocos se pusieron a pensar los verdaderos motivos de la dependencia, y sus consecuencias en el trabajo terapéutico. La relación cercana, casi quirúrgica con el paciente no despierta los anhelos de dependencia, los cuales tampoco tienen todos. Uno puede empezar a querer mucho al profesional, o al paciente, y eso no perjudica el trabajo realizado, si uno tiene en claro para qué están reunidos. El afecto es inevitable, para ambas partes. Eso no desautoriza el trabajo ni la seriedad con que se realiza. Del otro lado está la frialdad, de la que también nos suelen acusar, y aprovechan para cuestionar los honorarios y la frecuencia. Aceptemos que el trabajo no genera dependencia, sólo se establece en aquellas personas que tienen esas cualidades no resueltas. He visto a muchos adorar terapia y venir con muchas ganas y entusiasmo, eso no es dependencia ni confusión, es un logro producido por la relación que permite transitar lo peor de una vida, de la mano de otro en las mejores condiciones posibles para hacerlo. Con seriedad y resultados. Es una habilidad del profesional llegar a conseguir ese ánimo en el paciente. Entiéndalo bien.

Hablan de sexo, de intimidad, de honorarios y de frecuencias. Si quiere pensar mal podrá ver allí el terreno propicio para desarrollar su sexualidad y un buen negocio, claro está que entonces usted no será un buen psicólogo y nadie le derivará. La gente no es tonta, no la subestime. Asumamos la responsabilidad de pensar una relación con la mente clara y sin impulsos dando vueltas.

Lo mismo sucede con los objetivos establecidos. Si algunas personas quieren responsabilizar al profesional por las decisiones asumidas allí adentro, están en su derecho, pero no es la verdad. No quieran engañar a otros, derivando las razones y reduciéndolas a manipulaciones porque no es ser fiel ni sincero, con el otro ni con uno.

Hay muchos malos entendidos. El marco se presta a ello.

Pero es la sociedad la que sobrecarga con sus cuestiones no resueltas. Son las fantasías las que se encargan de proyectar la mejor película, casi un divague.

Allí adentro se trabaja con seriedad y muy comprometidos con la causa.

Vale la pena aclarar el panorama, aunque se que las fantasías seguirán.

Más allá de la realidad. Y la terapia.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los psicólogos. Por qué tenemos mala fama?



Porque nos lo merecemos. Una triste respuesta, tal vez un poco injusta. Pero es cierto. Nosotros somos los responsables de no cuidar la reputación ni el nombre de la profesión. Nos falta unidad y un poco de criterio al momento de hablar fuera del consultorio. Es cierto que la psicología se presta, como otras profesiones, a la popularización, a la charla en la quinta con cualquiera que se atreve a preguntar. Pero los psicólogos deberíamos cuidarnos más, entre nosotros.

Tenemos mala fama, debemos asumirlo. Aunque sea injusto, pues pocos son los que hablan. Y muchos reconocen el bien que hacemos. Nuestro trabajo es silencioso y la fama nos grita por ahí. Nos echan en cara el exceso de análisis, mirar demás e interpretar a cualquiera fuera del ámbito adecuado. Pero algunos deberían aceptar que son ellos los que buscan respuestas y nos hacen hablar. O toman prestados instrumentos que deben ser usados con mucho cuidado y respeto (como el complejo de Edipo).

Tenemos fama de soberbios o de creídos por ser capaces de analizar a las personas, las que son como uno. Un argumento cuyo fundamento no es válido, pero tienen razón por lo que dicen. La capacidad de analizar no da superioridad, mucho menos si es usado mal, con negligencia o estupidez. Algunos profesionales dan cátedra por ahí, fuera de las universidades, a sus familiares, amigos o pares de mayor antigüedad, pero la culpa no la tiene la psicología ni los demás psicólogos, sino las propias carencias que cada uno lleva. Los propios agujeros que se intentan llenar con una profesión que tiene autoridad, pero no para eso.

Nos acusan de no trabajar. De hacer lo que cualquiera puede sentarse y hablar. Que sólo usamos el sentido común y que no pensamos. No levantamos bolsas en el puerto, eso es cierto, pero el trabajo mental con los problemas o las enfermedades también son o deberían ser considerados un trabajo forzado. Pocos son los que dicen esto y se ponen de este lado. Aunque sea un solo día siéntese a escuchar todos los dramas que uno encuentra allí. No se crean que es tan cómodo el lugar. Es sumamente valioso, y para quienes lo vivimos con pasión es un aprendizaje constante. Es un trabajo y parte de la vida, porque no es posible separar todo cuando se termina el horario. Siempre se lleva tarea a casa, por más disociación que se implemente. Porque el sufrir humano es algo que acompaña aún en esas caminatas hasta nuestro hogar. Esto es algo a evaluar por quienes dicen que no trabajamos, en tanto que siempre hay tarea para hacer. No sólo con lo que nos pueda haber afectado, sino porque son personas a las que uno ve sufrir, y uno piensa y piensa cómo sacarlos de allí. Cómo cuidarlos sin que dejen de ser ellos.

Y encima cobrar. Otra acusación más, ¿De qué pretenden que vivamos? Es necesaria la existencia de los honorarios, para mantener en claro la mente del psicólogo. Para poder ofrecer cada vez más una mejor atención. Lo más lejos posible de las preocupaciones mundanas, para ocuparse de lleno de las preocupaciones del otro. Nada ajenas, pues las estamos compartiendo. Para eso debemos cobrar ciertos honorarios. Y si por casualidad o esfuerzo el éxito económico nos viene a visitar, es una responsabilidad, no es injusto ni deshonroso. No significa que uno lucre con el dolor del otro, no tiene nada que ver. Eso es pensar mal, no ver con claridad el verdadero trabajo. Es cierto y válido cuestionar a aquellos profesionales que sólo atienden en la hora de sesión y por teléfono han desaparecido. Pero también es cierto, que tienen una vida y nadie puede emitir un juicio sobre su libertad de acción. Es el paciente quien allí puede elegir si cambia o no de profesional. No se olviden jamás de eso, pueden cambiar si la atención no les resulta. Si les da fiaca contar otra vez la historia, deben hacerse cargo si no cambian y no juzgar al profesional. Al cual le pueden plantear las objeciones que quieran. Están en su derecho.

Tenemos mala fama por los errores de algunos, o sus formas de atender. Es injusto que la falta de prestigio recaiga en la profesión, pues todos mueren de intriga y quieren saber qué dice la psicología de sus cuestiones personales. Y deben contemplar a los profesionales que pueden equivocarse o deben aprender. Son como otros ejerciendo sus estudios y adquiriendo experiencia. No es perdonar al negligente. Es aceptar que no son perfectos. Sino pecarían de soberbios o serían insoportables.

Hay una falta que es grave entre los profesionales de la psicología. No hay espíritu de cuerpo, no estamos integrados más allá de estar o no colegiados. No defendemos la profesión, y le pegamos a cualquier compañero de carrera. Posiblemente haya demasiada competencia. Y ese vicio terrible de ser salvajes con las interpretaciones. La paja en el ojo ajeno no es clínica, es cinismo. Es una intromisión en la vida privada del otro que está allí, y no para ser juzgado. Una injusticia que vemos a diario. Son las peores agresiones pues se meten con la vida privada, desde afuera, utilizando instrumentos de salud para hacer mal.

Si los psicólogos nos cuidáramos entre nosotros podríamos revertir la mala fama que tenemos. Pues todos consultan, más allá de ir al consultorio. Y nuestra profesión no es reemplazable por la amistad ni por el consejero ni el sacerdote. El psicólogo tiene una mirada muy distinta, una forma de acompañar más cercana y las herramientas para ayudar, por lo cual muchos que consultan se van agradecidos.

A pesar de la fama muchos seguimos comprometidos. Nos escapamos de la casería de brujas y no bajamos la mirada.

Es un orgullo ser parte de esta profesión. La hacemos con el corazón. Y le aportamos al otro. Allí está el gran valor, la fuerza para soportar las críticas y las injurias.

Ser psicólogo es un honor. Llena el corazón de orgullo.








Lo oscuro detrás del espejo.



Lo oscuro lo vemos, a diario en el espejo. No hay quien pueda pararse frente a esa viva imagen de uno y creer que puede pasar desapercibido. No quien sobreviva a esa mirada, la de si mismo fuera de uno. No hay manera de esquivar esa cancha embarrada que se para enfrente del espejo y te mira, sin consuelo las heridas ocultas y las mentiras dolidas.

Una imagen que no para de respirar. Que no se muere cuando uno sale de su alcance. Ni se va. Que siempre está para cuando nos animamos a volver. Es la mirada fiel, la más encarnada que pueda existir. La que no tiene consuelo, porque nunca se llora enfrente de un espejo. ¿No se había dado cuenta? Nadie tolera ver esa mirada engañada por la sombra, que se levanta del piso para levantar el dedo, acusador. Para exigir las cuentas al día. Y saldar las deudas, con la verdad y los demás.

Nadie puede escapar. Lo oscuro está por detrás del espejo. Está en el reflejo, lo lleva en su sangre. Esa imagen que devuelve, esa persona que se atreve a hacerte frente, es la que sabe demasiado. Es a la que el engaño nunca termina de convencer. Ni le puede meter la mano en la lata. Todos ocultamos algo, y el reflejo lo sabe perfectamente. Por eso es sabio el espejo, cuando da vuelta las cosas. Sabe que no hay freno cuando la verdad quiere emerger. Y las palabras quieren ser dichas. Con tanta crueldad como sea la desdicha que va a engendrar, o la mentira que va a inventar. O el secreto que quiere ocultar. Allí aparece.

Y no es un fantasma.

Sale detrás de sus espaldas, como si fueran las alas pero encadenadas en el espejo. Se levantan del suelo las miserias que ha arrojado al piso. Y que ha querido pisotear. No hay fianza ni cadena perpetua. Sólo hay una condena pendiente. Y una vigilancia permanente. Que no necesita dormir. Que no se deja persuadir y que recomienda a la desgracia una visita a domicilio.

Si uno quiere saber, debe hacer las preguntas adecuadas. Cuando alguien se engaña, sabe preguntar lo incorrecto, para salir en el sorteo de una vuelta al infierno. Adquiriendo una mancha, como un orzuelo, que se hace del eco. Y de la luz. Es como un agujero que acompaña con su velo, siendo la mejor dama de compañía. Y le pone precio al ego. Sin cuidarlo, sin envidiarlo. Acosando sigilosamente. Esperando que tropiece en algún momento, con la piedra y el tiempo de su oportunidad.

Una batalla campal entre uno y el otro, el mismo. En esas noches sucias de donde uno sale herido. Donde uno ha caminado torcido, rompiendo los bolsillos y metiéndose en problemas con las cuestiones ajenas, a donde no fue invitado. Días sin sol y noches de luna vacía, haciendo estrías en una manzana perfecta.

Días en los que no se sale al sol. Y el cascarón se rompe.

Oscuridades perdidas, donde el borde del agujero ya cedió. Y el abismo no se atraganta. Esa garganta es interminable. Y uno cae tan profundo.

Noches en las que se ha robado mucha mala suerte.

Y por ocultarle al espejo, uno termina con el cuello roto.

Y las manos heridas, de la propia sangre.





La mente. Domina al cuerpo.. pero no a si misma.




La mente puede todo. Y no es por soberbia, mucho menos por omnipotencia. Es una realidad, que la mente puede más que la realidad misma. Y puede dominar al cuerpo, pero no puede consigo misma. Entender es el principio para saber, que la mente puede más que mil palabras. Que ni el cuerpo se escapa a sus designios, inconscientes o concientes. De ellos depende, saber que uno puede dominarse o no.

La mente domina al cuerpo. Le marca, con el deseo, los caminos a seguir. Si enfermarse o vivir, si paralizarse o fluir, si mutilarse o perseguir con integridad la misión a alcanzar. Cuando no encuentra las vías para hacer, el cuerpo se le cruza en el camino. El despliegue se vuelve maldito, y el cuerpo se enferma, sin razones, aparentemente. Sabemos enfermar, pero no sabemos aún curar. El cuerpo padece los designios de la mente, sus órdenes y sus ribetes, esas vueltas que da en la esquina, sin encontrar la salida, entonces encuentra un refugio allí. En el cuerpo que no puede huir, cuando la mente no sabe descansar. Ni encuentra la paz. Entonces, tortura al cuerpo.

Un cuerpo con memoria. Un cuerpo que se desdobla y puede transmitir con claridad, las órdenes que a su pesar, debe cumplir para la mente. Y el mundo emocional, se vierte como una jarra sobre las capacidades del cuerpo. Con la posibilidad de contener, con la única alternativa de hacerse cargo del mundo que está atormentado. Uno, muchas veces, se traga todo. Porque elije no hablar, porque elige llevar (encima) las marcas de un suceso, que puede ser vincular, en vez de encontrar una salida más sana. Y el cuerpo no da más, sin embargo, continúa estirando su capacidad de almacenamiento, del dolor, del deseo, de la bronca; de lo siniestro.
A veces, el cuerpo elige tropezar. Y caerse en una zanja. Hacer un mal movimiento, una mala interpretación, una idea torcida, una emoción que complica. Y el cuerpo se quiebra. Se cruza en la carretera, por la falta de reflejos frente a los sucesos que la vida le depara. Y la mente se escapa, al pensar en otras cosas, en el momento menos indicado; cuando el cuerpo está cruzando la calle. De una vereda a otra, de una forma de pensar a otra. Y en el medio, lo siniestro. Aquello que no se vio, porque el cuerpo estaba en otro lado.

En otros tiempos, el cuerpo ya viejo de tantas cosas que le han pasado, elije ser llevado a la morgue judicial. Una sentencia con condena directa, porque se le inyecta cualquier cosa, para soportarlo. Porque, es cierto, cuando el cuerpo es nuestro flagelo, sabe de descontentos, sabe de dolor, sabe de sufrimiento. Al igual, que lo generado con veneno por una mente que no puede tener un poco de piedad. Que exige y esclaviza. Que atrapa y subjetiviza.
Y el cuerpo se domina. Bajo las ordenes autoritarias de una mente que no puede salir de su jaula. Por más que lo intente.

Es la misma mente que sabe dominar a la realidad. Que hace de ella un mazo de cartas. Y nada más. Porque todo se puede transformar si la mente lo permite. Aún la realidad más real, se puede cambiar si hay convicción, fuerza y coraje. Una fuerza mental, una convicción sana, que no maltrata sino que busca una salida, aunque sea una simple ventanita. Una canción escrita. Una poesía dicha a la vida. Cuanto más alejada es, más fácil se puede volver su transformación. Cuando es uno el que se modifica.

Pero la dichosa no siempre puede consigo misma. Un karma, una ironía. Una burla de ella misma, porque conoce sus leyes, y sabe que sus reglas no se pueden transgredir, por ser ella misma.

El que sabe lo que sabe, sabe que no sabe tanto.

Así funciona ella. Una enredadera que puede ser pasajera, o puede ser la más bella de las criaturas en expansión. Pero siempre conocerá de sus torpezas, y no podrá dejar de ser ella. Salvo que alguien la modifique.

El cambio de la mente se produce solamente por el cambio de la gente. El otro. Esa mente que está enfrente, es la única que puede con la mente de este lado.

O sea, el espejo.





domingo, 11 de noviembre de 2012

Simple-Mente. Las claves de su poder.




Una mente compleja tiene reglas simples. Esa simplicidad es la que le permite complejizar sus obras, y crear lo que quiera. Una mente conflictiva no puede crear casi nada, sólo se limita a mal gastar su talento en la lucha con el adentro.

Las claves del poder mental, son tan simples como básica es la Naturaleza.

Hacer lo que se deba, es una de las principales reglas. No es que se viva según el “deber ser”, sino que la Naturaleza no puede cambiar el orden de las estaciones porque se le canta ese día. El problema del hombre es que cree que el “deber” es externo a él.

Vivir con placer, cada centímetro de la obra. La Naturaleza se queda absorta cada vez que ve brotar una hoja, de la cantidad de millones que lo hacen por día. El hombre se desespera por llegar a su primer millón de dólares, y no disfruta nada. Porque cuando lo alcanza quiere el segundo. No vivimos cada paso. Siempre miramos el próximo antes de dar el más cercano.

Las cosas son simples, en su complejidad. Ir a lo básico es la metodología de la mente. Lo cual no quiere decir que nada es difícil, sino que todo se reduce a un principio básico: las cosas tienen solución. Sino no estarían acá, y no serían un problema.

A cada cual le corresponde lo propio. Pero todos quieren lo de los demás. Si nadie se metiera en la propiedad ajena, todo sería sumamente sencillo. Ocupate de tu terreno, y dejá que el vecino se ocupe de lo ajeno.

Amar. Una ley fundamental. Hay tanto por decir de las fallas que tenemos con este principio que no me daría el tiempo para escribir lo que debo. Pero sin amor, no hay nada eterno.

Cambiaría el concepto de libertad por el de las ataduras. Pensando en un hombre moderno, la libertad es una plomada demasiado pesada para cargar, o entenderla. En cambio, a este hombre que todo le pesa hay que decirle, para que entienda, que la clave está en soltar las ataduras. Dejar que las cadenas no se encadenen a nada. Y sola la Naturaleza hace lo suyo.

De adentro para afuera. No entendiste nada si tu camino tiene la dirección opuesta.

De arriba para abajo. Jamás de abajo para arriba. Uno con todo lo que es, puede dejar de serlo. Pero si uno no es nada, jamás llegará a ser algo. Porque no cuenta con esa mentalidad, no sabe cómo es ser, porque no es.

Todo tiene un principio. Y todo termina. No es una cuestión caprichosa. Es una regla básica. Porque el cambio necesita desaparecer, para poder aparecer.

La muerte. Debe acontecer, sino no hay nada nuevo. Sino no existe la “posibilidad”. Y desde allí todo el resto.

Todo lo demás, se reduce o relaciona, surge o muere en estas leyes, que se multiplican porque su potencialidad las lleva a generar (desde ellas mismas) las más infinitas posibilidades.