Nos habían enseñado que los trapitos sucios se lavan en casa, parece que algunos no lo han aprendido bien. Es una cuestión de intimidad, que se hace muchas veces pública. Escándalos, acciones que se desatan fuera de la casa, un hogar que abre sus puertas.
Una denuncia que necesita espectadores para poder sobrevivir a la condena del silencio obligado o impuesto por los cómplices. Se supone que hay razones para hacer pública una cuestión tan privada. Pero la matriz que esconden demuestra que se han cometido delitos, entonces los trapitos se han ensuciado afuera. Por eso es que están tan preocupados por callar esas voces que se han animado a hablar en otros espacios.
Sobornos y asesinatos, suicidios y abandonados; son las causas que explican la usurpación de lo privado por la esfera pública, abusada por esos personajes que pusieron en sus manos una vida. Si los trapos se ensucian afuera, entonces no se pueden lavar adentro. Pues el equilibrio se ha roto en ambos extremos de la vida. Entonces hay que arreglar las cuestiones en todos los terrenos. Además, las denuncias están hechas en ambos lados. Porque sus miembros no toleran la puja en la que se han enredado, mentiras y golpes, insultos acompañando a esa pequeña infancia que se arranca de los pelos.
Debería ser en la justicia donde los trapitos se sumerjan en lavandina. Pero por esas cuestiones caprichosas del destino, no hay normas que puedan contemplar estos delitos. Cuya impunidad ya tiene varias décadas de vida.
Entonces no hay ámbitos idóneos para limpiar aquellos trapitos manchados por las manos sucias del dinero corrupto y la extorsión. Pueden criticar y decirme que no es un artículo de psicología, pero si se dieran cuenta que hay un psiquismo en juego, sabrían, que esto es pura clínica, la que encontramos en el consultorio. Dejemos ciertos tecnicismos que no sirven ni alcanzan a la hora de pensar estas cuestiones tan sucias. Las que opacan una vida desde sus primeros días, y necesita ayuda. Algún torpe adherido a la teoría y asustado por las dimensiones de un sufrimiento ya público, no pudo ayudar ni aliviar aunque sean cuarenta y cinco minutos, a esa pobre niña que buscaba un refugio y encontró soberbia. La de un profesional que no pudo bajarse dos minutos del caballo, el de la teoría y su técnica. De esos trapitos hablaremos en otro momento, pues también hay denuncias pendientes. Puede ser una cuestión privada, que habría que ordenar en casa.
Hay una regla y es la del equilibrio. Si las cuestiones o los delitos son de la esfera privada, allí deben arreglarse y encontrar una solución. Pero cuando han puesto un talón del otro lado de la puerta de calle, ya las razones se debaten en el orden público. Sus razones son las de la ley, que se transgrede o se burla; a veces por corrupta o por ambiciones personales. Negocios y un debate que debe ser resuelto. Hay personas que sufren muchísimo la violencia en sus hogares y no encuentran un padre que los contenga allí afuera. Esos trapos se manchan de sangre, a veces no contienen la hemorragia.
Una relación muy estrecha entre las lágrimas y la suciedad.
Una frontera vulnerable.
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