martes, 18 de diciembre de 2012

¿Cómo hacer para que la vida siga estando viva?

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Puede parecer una pregunta molesta. Puede parecer una pregunta que inquieta y que no tenga respuesta fácil. Pero la verdad es que nos lo debemos preguntar, porque es la base de toda la estructura de la vida. Una sensación que no se destaca cuando desborda la alegría, pero que pesa toneladas cuando está todo gris. Y no vamos a ir a los terrenos de la autoayuda. Esto es otra cosa. Un nuevo sentido. Una dirección distinta.

Hay un punto que es ineludible en este sentido. En la vida cotidiana si se pierde el eje propio, tarde o temprano, estaremos viviendo la vida de otro, lejos de uno, lejos de estar bien y satisfechos. Acoplarse a lo ajeno no es compartir. Es superponer, es invadir, es dejar lo propio para salirse de uno. Y entrar en un terreno del que siempre seremos extranjeros, por más que sea amor. Este punto de inflexión es la conexión propia. Escucharse. Es tan sencillo como fácil, es tan simple como básico. Nos estamos hablando todo el tiempo, por diferentes canales, en diferentes sintonías. De tantos modos a la vez. Como son los sueños, los accidentes hogareños, los olvidos y las cosas perdidas. Nuestra vida nos habla todo el tiempo. Y no es la voz de la conciencia. Somos nosotros mismos.

La única y principal manera en que vamos perdiendo la vida es cuando, decidimos, apagar esa voz interna. Dejar de escuchar al cuerpo, el cual empieza a manifestarse de tantas maneras distintas hasta que se enferma: a ver si escuchamos de una vez. Aunque tantos sigan insistiendo que la enfermedad es un castigo del cielo, y siguen poniendo la pelota afuera.

Nos hablamos al oído. Nadie puede decir que no se escucha diciendo. Nadie puede decir que ha podido apagar esa voz interna, la que te dice, te habla y te grita en caso de ser necesario. El problema es que nos acostumbramos a no escuchar la voz interna y llenarnos de ruido ajeno. Poniendo el cuerpo, las relaciones y la sexualidad en riesgo, acostumbrados a maltratarnos, acostumbrados a perdernos en los laberintos ajenos, de esos que tampoco saben escuchar.

La mejor manera para lograr que nuestra vida siga teniendo vida es escuchar todos los días, un ratito, como late el corazón. No es yoga ni son ejercicios de respiración. Es escuchar el latido y la frecuencia, con que intensidad el corazón golpea los cimientos de la vida psíquica y emocional. Pidiendo entrar. Ser escuchado. Esto es desde lo más práctico. Para luego sumar, un nivel más, escuchar la voz interna. Esa que se asemeja a la intuición, pero que no habla del futuro, habla de lo real, de lo concreto, del hoy y de lo que hacemos. Y calma automáticamente la ansiedad.
Todos partimos de lo mismo. Todos partimos de tener una vida. La diferencia es que algunos dejan de vivirla, dejan de hacer algo por ella, por ellos mismos y pierden el camino.

Y se convencen de que cuesta mucho volver. La solución no está en el pasado, allí está la explicación de lo sucedido. La alternativa tampoco está en el futuro, ni siquiera en hacer grandes cambios o quiebres que al final no se hacen. La salida está en el próximo paso.

Ese es el rumbo.

Ese es el camino para que la vida siga estando viva.

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