Los errores son propios del hombre. Y no debe ser juzgado, salvo que haya mala intención. Sino es difícil establecer la diferencia con el aprendizaje. Nuestra cuestión tiene que ver con la psicología como profesión y con el psicólogo como persona. Un profesional ejerciendo una actividad que es sumamente compleja, por sus vueltas e idiosincrasia y por su práctica en el sufrimiento humano.
La psicología nos interesa a todos. Es un saber que está impregnado en la curiosidad del hombre. En sus días. En sus preguntas. En sus dolores. En sus reacciones y relaciones. Mientras, al psicólogo se lo rechaza. Es un invitado expulsado. Por entrometido, por investigador, por curioso o invasor. Un elemento necesario para ejercer la psicología. Un chivo expiatorio aprovechado por el dolor para seguir sobreviviendo en la mente de aquellos que aún no están convencidos de su cura. Los reclamos en la relación, son las vueltas que da el mundo. Se le exige aproximación y se le reclama la cercanía. Se le pide flexibilidad, se le cuestiona su personalidad cuando emerge en la sesión. Y es humano actuar, porque somos personas sentadas allí. Lo cual no quiere decir que seamos animales irresponsables ni negligentes con un arma en mano.
En estas cuestiones no se puede generalizar. Son todas situaciones particulares e individuales son las reacciones, las sensaciones y las vivencias. Porque se deberían cuidar los lugares y las profesiones, pues a muchas personas les sirve para encontrar una salida a tanto dolor o desdicha: tanta vida perdida que puede reorientarse.
Un error no siempre es un delito. Pues errar es humano. La cuestión radica en la consciencia que uno pueda tener de la responsabilidad que conlleva ejercer una profesión tan delicada. Y la actitud correcta, me parece, puede ser ayudar a ver los errores en cada uno. Y diferenciar, sin discriminar ni disociar, al profesional de la profesión. Generalizar es uno de los mayores errores. Incluso en lo personal, un error no lo hace mal profesional, simplemente debe arreglarlo. Dejemos esa posibilidad para que la reparación pueda hacerse real y así continuar con la vida. Y no cerrar las cuestiones en un error que se transforma en una herida. Y un estancamiento.
En todo esto, la psicología no debería ser salpicada por las falacias de un hombre que no puede cerrar, a veces, su boca. Ella es una gran carrera con muchos siglos de existencia, con una extensa historia y una enorme obra. Muchos le han dedicado demasiadas horas propias, para expandir sus fronteras y salvar del dolor al hombre. Esa es la batalla que ella emprende desde sus primeros pasos fuera de la ciencia. Peleando por la ausencia de un reconocimiento merecido, soportando el desprecio y el hastío de algunas compañeras soberbias que creyendo ser madres de la ciencia, le han querido complicar el camino. La psicología es la ciencia por excelencia que el hombre necesita para que su vida sea distinta, de un día para otros. Pues la toma de consciencia y los cambios que plantea para la vida de cada uno son tan eficaces como verdaderos. Son cambios auténticos y sumamente comprobables.
Castigada y humillada según las habladurías. Falseada y manoseada por los duros hombres de la fría ciencia. Y algunos del público, consumidores más ignorantes. Son los mismos a los que uno escucha hablar como si fueran psicólogos. Ellos son los más poderosos vestigios de la mediocridad, los que se aprovechan de la humildad de una profesión descalificada por tantos siglos. Y que aún se sostiene en pie.
Ellos son los que no les dan a los psicólogos la oportunidad. Los quieren aplastar para que no colaboren en la apertura del ser humano. Pues el crecimiento es inevitable. Y en ello está inmerso el rol y la psicología como profesión. Con todos sus errores, con toda su humanidad. El psicólogo es la persona que contiene y ayuda. Que sostiene en la angustia, a ese hermano que sufre. El que lo acompaña a caminar la vida que le ha tocado.
Pensemos con madurez y asumamos la realidad. La frialdad no es una posibilidad y no tiene nada que ver con la objetividad. Dentro del consultorio y en cualquier campo de la psicología, se trata de la subjetividad, pura, absoluta y sumamente rica. No es un pecado pensar en las personas como personas, en sentir y expresar con cuidado, sin perder de vista la situación que se plantea.
Errar es humano. Lo mismo sucede al juzgar.
Nos podemos equivocar. De eso se trata todo este mundo.
El psicólogo tiene una enorme responsabilidad tanto con el paciente como con la psicología. Cuando hablamos debemos saber que no somos sólo nosotros. Ella tiene una historia que debe ser respetada y diferenciada, del accionar de cada uno.
Los psicólogos se equivocan. Porque no son jueces, son personas.
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