Todo ovillo tiene un principio, en algún lugar se produjo la primera mentira. Llegar al comienzo es empezar a desenredar un todo, que abarca varias vidas y libera de las ataduras a las voces que se han enmudecido. Es difícil encontrar, en algún sitio está, tiene una hora y un día. El pensamiento, la intención. El secreto.
Es un nudo que se queda alojado en la garganta. Produce una sequedad que no permite el crecimiento, es tener el ovillo a mitad de camino entre la boca y el estómago. Seco y rígido. Ese episodio no es suficiente, pero es el comienzo. Las grandes mentiras se forman de intenciones y cobardías envueltas en las sábanas de la codicia de amor, de egoísmo y miedos. Allí está el centro, dónde todo esto empezó.
La punta duele como una lanza que se clava en el costado. Desde allí no brota ni agua, ni sudor ni lágrimas. Sólo es dolor, lo que se desgarra de la herida. Un costado que no le hizo frente a la crudeza de los acontecimientos y prefiere torcer el futuro formando un ovillo. Hasta que un día se encuentra con alguien que ve esa punta y se le ocurre tironear. Entre la vida y la muerte. A miles de kilómetros, muy lejos de esos días una punta asoma, será el síntoma, que permitirá descubrir la verdad, en la ignorancia de los que quieren desconocer lo sucedido. Pasó mucho tiempo, más en términos de secreto, pues las agujas del osado reloj se han detenido, han congelado ese momento. Lo mantienen intacto en la memoria, desgastada y perforada por tantos intentos infructuosos de olvidar. Pero sin blanquear la verdad, ella se pudre pero no se pierde. En plena selva los animales sobreviven, pero el hombre de ciudad no entiende nada de las reglas de la jungla. Se cree omnipotente por dominar las ciencias y los conocimientos, pero se ha percudido con el tiempo de la soberbia y estas mentiras.
Cuestión, un día alguien se tropieza en la escalera y encuentra una punta, es la del ovillo. Se sabe donde se comienza, pero jamás hasta donde llega esta gran mentira. Una rueda que no se detiene, da vueltas y vueltas; nos marea a todos. Intrigas, odios y recelos. Una cobardía borracha sentada allí, sobre un escalón. Esgrime sus argumentos, unas razones caducas hace tiempo. No se le entiende mucho, las cosas aún no son claras. En esta caminata hacia arriba se siente el descenso hacia las profundidades perdidas de una persona que se esconde de su propio pasado. Las sensaciones son confusas, se asciende hacia abajo; se desciende mientras se eleva. Se saca a la luz, las oscuridades tortuosas, una placentera liberación rodeada de dolor, llanto y sufrimiento. Otro escalón suelto, un tropiezo más. Ella no quiere pensar que no es el primero. Una mancha de sangre mezclada con angustia es el cóctel que ha probado junto al que pensó que sería su marido y sólo fue un engaño, otro más.
El peso parece aliviarse con tantas vueltas que se han dado. Se está llegando al final, y ese fue el principio. Donde los días se hicieron noche y la paz fue sentenciada a morir arrojada con ardil a una jaula de miserias. La suciedad es compañera de un alma por sí misma condenada. Un error o la fatalidad de ser parte de la lana. Se escuchan las carcajadas que ese día murieron. Son espíritus sueltos que sobreviven al infierno, porque fueron celosamente capturados por un antro llamado purgatorio. Una luz se percibe, aún lejana pero tentada de ser otra vez libre, cuando se llegue al final del camino.
Los extremos se tocan, después de tantos años alejados, cuando esa pelea comenzó. No se habían olvidado el uno del otro. Hermanados en este rollo de mentiras.
Las puntas son principios. Lanzas que se cruzan con el inicio de una mentira. Las miserias se enredan, se envuelven ellas mismas para taparse unas a otras y no ver sus rostros en el espejo. Rostros avejentados por el tiempo y tantas cosas vividas.
¿Podrá mirarse a los ojos cuando la punta ya sea el final?
Será que toda mentira cuando se encuentra, era una inocencia.
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