Dado vuelta. Así queda el mundo después de una catástrofe. Así quedo yo cuando me entero de algo que no debía saber. Las piezas del rompecabezas encajan, pero algunas de ellas están al revés. Cara abajo. Y no entiendo.
Armar una historia no es nada fácil. Entender a dónde van cada una de sus piezas, en dónde encajan cada uno de los momentos vividos no es una tarea simple. Cada eslabón es una pieza cuyo valor es altamente significativo para lograr una visión completa, para conformar una cadena de eventos cruciales que nos permiten entender la naturaleza de las circunstancias que estamos observando, viviendo o compartiendo.
Una familia, una pareja o una historia están plagadas de piezas que se van uniendo, encastrando o mal colocando, en un intento por armar. Pero algo sucede y una cae al revés. Queda oculto y el todo ya no es igual. Muchos temen dar vuelta los acontecimientos y descubrir la verdadera cara de ciertas cosas. La otra mejilla de algunos. Uno intenta y persevera pero es irrefrenable la posibilidad de que ciertos eslabones se retuerzan y la cadena se trabe. Tal vez sea imposible pensar que todo sea claro y visible, tal vez sea una cuota de ingenuidad que aún conservo al esperar que alguien se muestre como es y no quiera ocultarse en la multitud. Puede ser pensable que una persona sea lo honesta que se puede, sin tener un dedo en las sombras; sin embargo, el idealismo me estorba cuando salgo de este mundo y me encuentro con la realidad.
No es pesimismo ni mediocridad, creo que es un poco de sarcasmo ingrato mezclado con la pobre ingenuidad maltratada por aquellos muros que me he devorado más de una vez. De tantas veces que uno a querido encontrar esa pieza que faltaba y, sin embargo, la realidad se ha encargado de extraviarla. A veces para siempre, otras veces por casualidad. Mi nariz ya está torcida de tanto golpearse contra la pared, buscando una maldita pieza que falta para entender que ningún rompecabezas viejo conserva todos sus pedazos. Nadie guarda tanto algo, como para siempre tener todo.
Ningún rompecabezas quiere tener todas sus piezas. Sólo quiere romper lo que en sus entrañas lleva, enquistado en su nombre, una parte de su naturaleza. No hay manera más eficaz para estropear la felicidad que al todo le falte un poco.
Hay múltiples formas para que un psiquismo se rompa. La manera predilecta de esta humanidad es la de ocultar esas piezas fundamentales. Familias enteras quedan acobardadas por la terrible dolencia que un secreto genera, en determinadas circunstancias. Una pareja sufre la infidelidad sumida en la ignorancia de lo que su par está haciendo allá afuera. Un niño no entiende que uno de sus padres oculta en la billetera sus ambiciones perversas, junto a su foto de pequeño. La jóven no puede creer que el secreto que llevaba entre sus piernas ya no esté allí, se lo había olvidado en una cama de hotel, parecida a una clínica. El amor no quiere creer que las esperanzas y la fe se hayan olvidado en esa esquina, cuando la traición se subió a esas duras palabras que decían adiós, en un hasta luego.
Ninguno de ellos podrá volver a armar ese rompecabezas. Sus lágrimas sí quieren llenar esos huecos dejados en la huella, de ese pedazo perdido cuando el otro ha sabido ocultar lo silenciado. Una continuidad que no puede proseguir en el camino que quería, sin tropezar con los pozos que se hicieron cuando las bombas cayeron, en una tarde de domingo. Gris.
Cuando alguien encontró esa pieza que faltaba, escondida en el callejón de un placard mal ordenado. Síntoma de un desorden que pronto le permitió entender la figura. Su secreto ya no era tan propio. Algo se había dicho, mudo y en silencio. Continuar con la negación, era el próximo paso, tan sólo tenía diez años.
Esa pieza se unirá con el todo del rompecabezas tal vez cuando cumpla treinta. Tal vez ya sea un hombre mayor. Los ancianos saben de sabiduría, pues han visto el fin de muchos rompecabezas. Arrojados al costado del camino, estrellados en el cordón de la vereda. De niños entendemos poco, por eso las fichas se encuentran después de tantos años. Como si las hubiéramos perdido, tan solo olvidado. Nada queda en el camino, si la cuenta está pendiente.
Un hombre llama al mozo, quiere pagar lo consumido. Saldar sus deudas con el destino y poder seguir con lo acordado. El dios del mundo lo espera, junto a la puerta, del otro lado del cielo.
Caer dado vuelta. Una pieza rota, del rompecabezas.
Consecuencia del secreto. Un largo camino de regreso.
Al principio.
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