miércoles, 14 de noviembre de 2012

Lo oscuro detrás del espejo.



Lo oscuro lo vemos, a diario en el espejo. No hay quien pueda pararse frente a esa viva imagen de uno y creer que puede pasar desapercibido. No quien sobreviva a esa mirada, la de si mismo fuera de uno. No hay manera de esquivar esa cancha embarrada que se para enfrente del espejo y te mira, sin consuelo las heridas ocultas y las mentiras dolidas.

Una imagen que no para de respirar. Que no se muere cuando uno sale de su alcance. Ni se va. Que siempre está para cuando nos animamos a volver. Es la mirada fiel, la más encarnada que pueda existir. La que no tiene consuelo, porque nunca se llora enfrente de un espejo. ¿No se había dado cuenta? Nadie tolera ver esa mirada engañada por la sombra, que se levanta del piso para levantar el dedo, acusador. Para exigir las cuentas al día. Y saldar las deudas, con la verdad y los demás.

Nadie puede escapar. Lo oscuro está por detrás del espejo. Está en el reflejo, lo lleva en su sangre. Esa imagen que devuelve, esa persona que se atreve a hacerte frente, es la que sabe demasiado. Es a la que el engaño nunca termina de convencer. Ni le puede meter la mano en la lata. Todos ocultamos algo, y el reflejo lo sabe perfectamente. Por eso es sabio el espejo, cuando da vuelta las cosas. Sabe que no hay freno cuando la verdad quiere emerger. Y las palabras quieren ser dichas. Con tanta crueldad como sea la desdicha que va a engendrar, o la mentira que va a inventar. O el secreto que quiere ocultar. Allí aparece.

Y no es un fantasma.

Sale detrás de sus espaldas, como si fueran las alas pero encadenadas en el espejo. Se levantan del suelo las miserias que ha arrojado al piso. Y que ha querido pisotear. No hay fianza ni cadena perpetua. Sólo hay una condena pendiente. Y una vigilancia permanente. Que no necesita dormir. Que no se deja persuadir y que recomienda a la desgracia una visita a domicilio.

Si uno quiere saber, debe hacer las preguntas adecuadas. Cuando alguien se engaña, sabe preguntar lo incorrecto, para salir en el sorteo de una vuelta al infierno. Adquiriendo una mancha, como un orzuelo, que se hace del eco. Y de la luz. Es como un agujero que acompaña con su velo, siendo la mejor dama de compañía. Y le pone precio al ego. Sin cuidarlo, sin envidiarlo. Acosando sigilosamente. Esperando que tropiece en algún momento, con la piedra y el tiempo de su oportunidad.

Una batalla campal entre uno y el otro, el mismo. En esas noches sucias de donde uno sale herido. Donde uno ha caminado torcido, rompiendo los bolsillos y metiéndose en problemas con las cuestiones ajenas, a donde no fue invitado. Días sin sol y noches de luna vacía, haciendo estrías en una manzana perfecta.

Días en los que no se sale al sol. Y el cascarón se rompe.

Oscuridades perdidas, donde el borde del agujero ya cedió. Y el abismo no se atraganta. Esa garganta es interminable. Y uno cae tan profundo.

Noches en las que se ha robado mucha mala suerte.

Y por ocultarle al espejo, uno termina con el cuello roto.

Y las manos heridas, de la propia sangre.





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