domingo, 25 de noviembre de 2012

El diagnóstico popularizado. Y todo bajo la alfombra.




Cuando el diagnóstico cruza las puertas del consultorio corre serios peligros de desvirtuarse. La popularización desencadena una generalización que anula las individualidades del caso y se propaga como una epidemia. En boca de cualquiera. Todos se vuelven autoridades correspondientes. Una voz sin remitente habla como si supiera, diagnostica y medica con extrema simpleza y facilismo. Lo dicho queda en el olvido y, luego, nadie cuenta toda la historia.

Hace ya muchos años el diagnóstico popularizado se ha unido a otro gran peligro, la automedicación. Juntos es una de las peores combinaciones posibles. La automedicación llega siempre de la mano del diagnóstico popularizado, en la boca de cualquiera. Por más edad y experiencia que esas personas tengan, terminan anulando la particularidad. Lo que es el trabajo del profesional pertinente. Sin medir las consecuencias y frente a tantas situaciones, que no son emergencias, la solución fácil corre a empeorar el incendio. Y todas las cenizas barridas debajo de la alfombra.

Esta combinación nace de dos puntos extremos. Que alimentan según los propios sucesos la matriz de esta mezcla. Por un lado, están los laboratorios y le negocio que la automedicación representa, por su masividad y descontrol, por su falta de regulación y por la anulación de los intermediarios reguladores que deben recitar a conciencia. Por otro lado, está la gente que ya no se compromete con un proceso adecuado, de diagnóstico y cura recomendados y regulados por un profesional. Si a esto le sumamos la cantidad de autodestructividad, más las adicciones y los conflictos personales; la solución fácil es indispensable para que nadie se quiera hacer cargo del asunto. Los problemas sin un punto, sin solución de continuidad. La medicación sin receta, no es asumida como tal, entonces cualquiera se toma la pastilla de noche sin asumir las implicancias ni las connotaciones. Cuando uno les sugiere ver a un profesional pertinente que le regule lo que ya está haciendo, hablan muy sueltos de que no quieren ser medicados. Lo que están tomando no son golosinas. Es la misma química, pero con compromiso y obediencia.

Pero uno parte de la idea ingenua de que todo el mundo quiere estar mejor. Solucionar sus dolencias. Apaciguar las violencias y eliminar las angustias. Ideas absurdas que te enseñan en la universidad. Hoy el mundo está estableciendo sus propias reglas, ya casi ni estuvieran para hacer de la vida algo mejor. La gente, cada vez menos persona, se descontrola porque quiere terminar lo antes posible. Con lo que implique su tarea o su misión, su responsabilidad o su convicción, sus pasiones o sus amores. Hay tanto dolor que muchos prefieren esconderlo o descargarlo, elaborarlo conlleva demasiado trabajo y compromiso. Un destino escondido debajo de la alfombra. O en la droga que consiguió para dormir.

Tanto hablamos de drogas, tanto nos hacemos los distraídos. Pero nadie ha querido hablar abiertamente de las adicciones inminentes que implican el consumo de psicofármacos. No por su capacidad adictiva sino por su forma de consumo. Por la ilegalidad de su adquisición, por el negocio escondido y, más que nada, porque se consume como un adicto, todas las noches de manera indispensable. Las mismas personas que, implacablemente, discriminan al enfermo de sustancias adictivas no registran su consumo cotidiano.

Cualquier pastilla en mano que no sea necesaria, conlleva en sus garras un posible consumo adictivo. Porque se sienten deprimidos, porque sienten miedos o fobias. Pero sin que la observación la haya hecho el profesional pertinente.

La medicación sin el médico es la peor de las consecuencias populares de un diagnóstico que ha salido a la calle.

Y se pasea por todos lados.







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