Es fácil mezclar. Es sencillo confundir. Para disuadir a las mentes pensantes. Y vender popularmente una definición que mete a muchos en la misma bolsa. Incluir al dolor en el mismo envoltorio de la angustia, y a la tristeza bruta con la ira frustrada, son tantas las escalas, tan distintos los valores que esta mezcolanza sólo llama la atención.
El criterio no es pudor. No puede ser tímido ni benevolente. Hay mucha gente que se ha preparado por décadas, que ha estudiado las miserias humanas y emocionales, se ha metido en la misma cancha a pelear con la enfermedad. Y poder identificar a los suplentes en el banco. Para que, de golpe y en pocos años, alguien cambie el juego. Y borre, sin frenos, las diferencias importantes.
El dolor tiene su propia sensación. Una causa evidente y definible. Lo cual permite realizar todo un trabajo orientado a la reparación del dolor, a comprender y poder defender a la persona de la causa que lo generó. Tiene una propia acción, puntual y definida.
La tristeza es distinta, es una sensación y puede ser una emoción, despertada por muchísimas razones diferentes. Externa o internamente, la tristeza llega cuando algo sucede. Se extiende, llega hasta el cuerpo. Cierra el cuello, a la altura de la garganta. Te arrastra para que nada más te puedas acostar. Esperando que se vaya, tratando de aquietar las aguas. Y esperar que se disipe.
La angustia invade en masa. Ubicada en la garganta y la boca del estómago. Inunda con lágrimas los ojos cansados de llorar. Nada parece que la calma, ni siquiera la quietud ni las ideas. Conlleva a tomar una actitud, realizar alguna acción para que ceda.
Todo esto se mezclo en una bolsa de gatos. Que conviene, hace rato, a muchos piolas negociadores. Que distorsionaron, por sus razones, los parámetros de diagnóstico. Popularizando y facilitando el acceso farmacéutico. Y medicación de mano en mano. Diagnosticando depresiones que no lo son. Acomodando las razones para que no se elaboren las situaciones y que las emociones sean eliminadas. Una chatura inmediata con la que se aplasta la inmensidad y la intensidad. Una llanura que coarta la libertad de expresión, que ata a la sensibilización e impide ponerse en el lugar del otro. Y se anulan las diferencias.
No son sutilezas. No son variedades. Son enormes inmensidades del terreno emocional. Una tala indiscriminada de los pilares internos. Se corta un camino, se embarra el sentido. Y se facilita la incomodidad cómoda. Ya nadie se asombra, todos te recomiendan algo. Nadie quiere ser diagnosticado por un profesional serio, porque conlleva un sinceramiento y un gran compromiso con uno y con el otro.
A río revuelto, ganancia de pescadores.
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