martes, 9 de julio de 2013

Ya son muchos los que sueñan eso.


No les llama la atención que sean tantas las personas que sueñan “eso”. En otra época los hubieran encerrado y a mí me sacarían la matrícula profesional o me quemarían en la hoguera por brujo. Pero los sueños, sueños son. Por más que en otro artículo lo haya cuestionado. Porque son una ventana a otro mundo, si es que nos animamos a abrir la puerta.

 Ya son muchos los que sueñan con seres que se han ido. Principalmente con parientes cercanos o amigos muy queridos. Son pocos cuando son desconocidos. Es muy intensa la experiencia, suele coincidir con momentos críticos, de dolor o mucha angustia.

 Están muy lejos de la locura. Son personas normales que se caracterizan por una inmensa sensibilidad y una apertura de mente. Es desde el corazón que llega ese mensaje. Allí está la conexión que atraviesa los mundos y no corta el cordón que mantiene este vínculo. Lamentablemente a veces pensamos con la razón que no es la más indicada para estas ocasiones. Pues no prepara sus estructuras para entender procesos que se suceden más allá de lo que nos han enseñado. Pero, como dice la ciencia, a la experiencia me remito por más que no podamos repetir intencionalmente lo acontecido. Es imborrable la impronta de una visita en la noche. De esos sueños que no son mediocres, todo lo contrario, son intensos y coloridos.

 Son esos sueños tan vividos, que una vez despiertos, nos quedan las sensaciones. Y los olores, del perfume, del tacto o la caricia. Inexplicable desde la clásica concepción del inconsciente o los psicoanalistas. Tampoco hay que preguntarle a un tarotista ni a un vidente, son experiencias corrientes por más que no las hablemos. Son sucesos personales que pueden ser compartidos, no descalificados ni desmentidos. Sería sobrestimar a la mente creerla capaz de semejante creación, y no es por subestimarla, pero no es la responsable de generar tantas emociones juntas.

 Ya son muchos los que sueñan eso. Vívanlo en paz y duerman con armonía. Los seres queridos que ya no están siempre podrán ponerse en contacto.

 Nada se pierde en este mundo. Todo se transformará.

 Ya pronto uno será quien los visite a ellos.


 








Una lágrima que muere en silencio.

Una lágrima que no es llorada, muere en silencio. Su entierro es en plena carne. Dentro de un cuerpo plagado de cementerios, cruces y estigmas. La lágrima debe recorrer el sendero para poder expresar, llevar su mensaje a una realidad que espera allí fuera.La muerte es una alternativa. Pero debe cumplir su misión.

Sus enemigas son aquellas ideas que se entrometen e interceptan el valor y su sentido. Prejuiciosas concepciones que se dejan llevar, la mirada del otro, el "qué dirán?", tantas torpezas, de tantas inocencias. Tantas bajezas de quienes no aceptan la idea de llorar. No es humillante, ni una descalificación; no es un error ni mucho menos una debilidad. Es una proximidad a la verdadera y auténtica esencia.
Es la posibilidad de llorar, de mostrar y abrir sus pulmones a una vida, que allí afuera genera los estímulos
por los que se puede llegar a vibrar.

Los diques sociales interfieren en la construcción de una personalidad libre en su expresión. El camino de la lágrima queda supeditado. Los surcos del dolor se profundizan aunque también quedan depurados.
Una lágrima vive para morir al conocer el sol.

Porque quiere vivir para eso. Y lleva en su seno un mensaje para los demás.

Quien puede leer en esos ojos, el sentido de la lágrima, puede vivir tranquilo. Ha captado lo esencial.

La lágrima no quiere morir en silencio. Por un minuto de paz.

domingo, 23 de junio de 2013

La mente. Más que la cabeza, más que la conciencia.


La mente está más allá de la cabeza. Y un poco más acá de la conciencia. Es la espesa capa de ideas-emociones que se conjugan para articular una vida, que late como el corazón, pero que se mueve a la velocidad de la luz. Un estímulo que es procesado a velocidades increíbles, con mecanismos automáticos y emociones reactivas, que se disparan si uno no está en sus cabales.

 La mente supera a lo intelectual. Vive más allá de las ideas y los conceptos. Tiene una tridimensionalidad que le da una profundidad oceánica al mundo creado. Mientras lo pensado, solo se mueve en dos dimensiones, la dimensión de la lógica (en el espacio) y de la educación (en el tiempo). Pierde el tremendo e intenso color que le da lo emocional, vivido desde lo mental. Aquello que le otorga una cualidad “subjetiva” a la visión, a la forma de pensar, al estilo personal. Lo que determina la posición, o la postura frente al mundo. El “aquí estoy parado”. La conciencia, por otro lado, es esa centésima de segundo, en que el mundo recobra un sentido. Se vuelve leído. El “darse cuenta”. Ese segundo de introspección, siempre y cuando hablemos de la “conciencia” entendida en Occidente. Pues en Oriente, tiene otras dimensiones, más semejantes a las planteadas acá en el concepto de “mente”.

Obviamente, sin la cabeza y sin la conciencia no hay manera de construir una mente. Porque necesita de los pilares para sostenerse. Pues tiene una estructura que crece en forma constante. Un crecimiento exponencial, que no tiene una dirección pre-determinada, ni lineal ni lógica. Pero si entendible. Si predecible, según las líneas que la constituyen, según los pilares subjetivos que se combinan con el mundo emocional, que crece a la par. Desde allí, es que se puede cambiar. Siempre. Por eso la educación debe cambiar su orientación, porque el desarrollo de lo intelectual sin una formación humana no lleva a que la persona haga un despliegue adecuado de su naturaleza.

 La mente despliega sus recursos, pero pocos saben hasta dónde es capaz de llegar. Una ola que comienza de un lado del océano, puede tranquilamente llegar hasta las costas del otro lado. Con sólo pensarlo. Y saber de sus certezas. Sin dudarlo, ni perezas en mano. Una mano puede mover montañas, si en esa mano se concentra la voluntad plena de esa mente que lo desea, profunda-mente. La acción concreta de una mente que se potencia y se unifica con el objetivo, siendo uno en sí mismo.

 Si lo va a pensar o a cuestionar, lo empieza a debilitar.

 Y la mente se dispersa. Por eso la gente parece que no creciera, porque se llena de miedos, que en realidad son dudas emocionales, intrigas e incertidumbres que esperan una confirmación externa. Cuando saben que la realidad externa es un reflejo, casi un espejo, de la realidad interna pensada. Y proyectada a través de los ojos.

 El mundo está creado por la mente. Y no es una psicologización de la realidad. Ni nada parecido. Deténgase un segundito a ver si su mirada es “tan real y objetiva” como piensa. Ya al leer, se entera, que nada es objetivo, ni concreto ni real. Todo está sujeto a esa maquinaria que llamamos “mente”. Mente-emocional, una unidad que no es divisible por dos. Por más que logremos disociar, ni siquiera es una unión matrimonial. Es una unión natural.

 Somos uno en todos los sentidos.

 Como conclusión le digo que por más que no me haya entendido, sé que el mensaje llegó.

 Así funciona la mente. La suya unida a la mía, y a la de todos los demás. Si se permite sentir, escuchará las millones de voces que lo están llamando.

 Y suena el teléfono. Es uno de ellos.
 






La mente. Tiene reglas simples cuando es verdaderamente compleja.


Una mente compleja tiene reglas simples. Esa simplicidad es la que le permite complejizar sus obras, y crear lo que quiera. Una mente conflictiva no puede crear casi nada, sólo se limita a mal gastar su talento en la lucha con el adentro.

 Las claves del poder mental, son tan simples como básica es la Naturaleza.

 Hacer lo que se deba, es una de las principales reglas. No es que se viva según el “deber ser”, sino que la Naturaleza no puede cambiar el orden de las estaciones porque se le canta ese día. El problema del hombre es que cree que el “deber” es externo a él.

 Vivir con placer, cada centímetro de la obra. La Naturaleza se queda absorta cada vez que ve brotar una hoja, de la cantidad de millones que lo hacen por día. El hombre se desespera por llegar a su primer millón de dólares, y no disfruta nada. Porque cuando lo alcanza quiere el segundo. No vivimos cada paso. Siempre miramos el próximo antes de dar el más cercano.

 Las cosas son simples, en su complejidad. Ir a lo básico es la metodología de la mente. Lo cual no quiere decir que nada es difícil, sino que todo se reduce a un principio básico: las cosas tienen solución. Sino no estarían acá, y no serían un problema.

 A cada cual le corresponde lo propio. Pero todos quieren lo de los demás. Si nadie se metiera en la propiedad ajena, todo sería sumamente sencillo. Ocupate de tu terreno, y dejá que el vecino se ocupe de lo ajeno.

 Amar. Una ley fundamental. Hay tanto por decir de las fallas que tenemos con este principio que no me daría el tiempo para escribir lo que debo. Pero sin amor, no hay nada eterno.

 Cambiaría el concepto de libertad por el de las ataduras. Pensando en un hombre moderno, la libertad es una plomada demasiado pesada para cargar, o entenderla. En cambio, a este hombre que todo le pesa hay que decirle, para que entienda, que la clave está en soltar las ataduras. Dejar que las cadenas no se encadenen a nada. Y sola la Naturaleza hace lo suyo.

 De adentro para afuera. No entendiste nada si tu camino tiene la dirección opuesta.

 De arriba para abajo. Jamás de abajo para arriba. Uno con todo lo que es, puede dejar de serlo. Pero si uno no es nada, jamás llegará a ser algo. Porque no cuenta con esa mentalidad, no sabe cómo es ser, porque no es.

 Todo tiene un principio. Y todo termina. No es una cuestión caprichosa. Es una regla básica. Porque el cambio necesita desaparecer, para poder aparecer.

 La muerte. Debe acontecer, sino no hay nada nuevo. Sino no existe la “posibilidad”. Y desde allí todo el resto.

 Todo lo demás, se reduce o relaciona, surge o muere en estas leyes, que se multiplican porque su potencialidad las lleva a generar (desde ellas mismas) las más infinitas posibilidades.
 

 


martes, 4 de junio de 2013

No es negación. Es la porción oscura inevitable..


Estamos bordeando límites imaginarios. Tan fantaseados como reales pueden ser. Estamos en los bordes de los pies de la negación. Y el olvido. Una amnesia temporal, casi tan intencional como sarcástica. No es la negación la causa, es esa porción oscura inevitable. Esa parte imborrable de la historia, en cada uno. Ese cono de sombras que opacan la luz del sol, cada vez que gira el tambor. Y suena la vida.

 Esto no es poesía, es psicología pura. Y analítica. Entender cuales son las partes de la red que pueden sostener la crueldad y la desidia. No es la negación la formación que genera la maldad, ni las consecuencias perversas de ciertos tratos. Es la porción oscura la real causa de lo imaginario, del morbo y del espanto que a diario genera la Humanidad. La negación es una forma parecida a la traición de uno mismo, porque se vuelve en contra. Es esa porción que se desdobla y que oculta la obstrucción, y no deja ocasión para sortear el problema.

 La porción oscura es la que se oculta, incluso al espejo. Es la que deslumbra con su atrocidad a cientos de personas que no pueden comprender y mucho menos tolerar. Esa porción no tiene obstrucción, se abre paso y camina libre. Ha encontrado siempre un argumento para hacer del encuentro una expresión de barbarie. Para hacerse inevitable y desde allí empezar a lastimar, a corromper, a distorsionar. Porque hace eso. Vive de eso. Sueña con eso. Piensa en eso. Todo el día.

 Todos ocultamos algo. Alguna parte oscura que, desde la amargura, el dolor o el rencor, busca equilibrar la balanza. Desde las sombras apela a la deshonra para poder expresarse. Porque si no explota, invade el mundo interno. Porque la parte oscura no quiere vivir en el anonimato. Se siente dominante, quiere y puede sobrellevarlo. Ir avanzando hasta contaminar todo el resto. Así son cientos los ejemplos de expansión, los que han contaminado las generaciones futuras, arruinando con soltura a las futuras nuevas criaturas. Las que podrían aprender lo mejor, sin embargo, se encargan de juntar la basura que ellos han dejado.

 Escribir sobre esa porción conlleva ir hasta el fondo del pozo. Con o sin salida.

 Esa pequeña porción se está devorando al mundo. Por los oros oscuros, están llenando la tierra de desierto. Sequía de principios, poca vitalidad y muchos granos de pereza. Algunas pocas especies en venta y dunas de fidelidades mudadas.

 No queda mucho de la porción liberada.

 Nos queda poco tiempo de luz.

 








Mirarse en el espejo. Un punto ciego.


Hay muchos ciegos que están viendo las barbaridades que están haciendo. Que tienen los bolsillos llenos de tanta vanidad, por un espejo que no los mira. Y buscan con envidia, esa mirada en el otro. Al que maltratan, al que descalifican. Un punto ciego en el cuerpo. Una mirada perdida, la del espejo.

 La vanidad se ha hecho de la calle. Se ha animado a apoderarse de las vidrieras donde está expuesta, porque el espejo ya no la mira. Entonces, busca perdida la desesperada mirada del otro. Que está tan desesperado como ella. Porque en la luz se muestran las auténticas sombras. Están afuera, hasta del propio cuerpo. Quedaron al descubierto y nadie se espanta. El robo, la estafa, la mentira y la calumnia; todas injurias de una vida ciega. Que no puede llegar ni a la vereda, sin ser cualquiera. Sin perder la identidad.

 Mirarse a la cara todas las mañanas y saber que se está mintiendo. Mirarse y no tener consuelo, porque no tienen cara. Engañarse por la espalda, y saludar como si nada pasara. Acostarse en la cama y levantarse con un nuevo día. Son puras mentiras. Está pensando en otro. No es el socio, no es la compañía que esperaba, pero en algo calma. Ya no está sola. La soberbia la acompaña.

 Pero se mira al espejo, todas las mañanas y sabe que está mintiendo. Sabe que es un punto ciego, amar a otro. Y que nadie lo sepa. Que las mentiras acuestas, ya no le cuestan tanto. Que sigue girando la rueda de la vida. Y que en alguna salida, podrá retomar el rumbo. O encontrarse con él por un segundo, para que pueda recuperar la visión. Y el dolor la espera en la casa. Preparando la cena, antes de irse a trabajar.

 Y dejar la cama vacía. Como su mirada, esquiva.

 Eligió la ceguera, para no ver las cosas que están hechas. Ni las marcas en su cuerpo. Un poco ajeno, de tanta mano prohibida. Sin consuelo, le falta esa caricia. La que tenía casi todas las semanas. Pero la vida te llena de faltas, para que puedas llenarla. Te enseña que el camino tiene curvas peligrosas. En su cintura impiadosa, su mirada ciega.

 Ella oculta en sus ojos la posibilidad de ver. Ella esconde sin querer, lo que realmente quiere. Pretender suponer, donde ya sabe. Pero sus pies no pueden recorrer ese camino que tanto anhela. Mientras, lleva escondida la verdad de su vida, amar a otro.

 Se mira al espejo, otro buen día.

 Otra tarde desde temprano.

 Es ciega, pero no es en vano.

 






domingo, 5 de mayo de 2013

Aprender la diferencia. Entre la experiencia y la alucinación.




Aprender una gran diferencia, tal vez nos salve de la locura y nos sumerja en la realidad. La psicopatología es muy clara, pero el público y algunos profesionales lo confunden todo. Hay una dimensión de diferencias entre las experiencias y la alucinación. Las experiencias espirituales se dan en personas que tienen una integridad, que es la que se desintegra en el psicótico y en el que alucina. Un psiquismo desarmado que utiliza a la alucinación y al delirio como parches para tratar de no perder la conexión con la realidad, o reestablecerla.

Es cierto que los fenómenos alucinatorios como los delirantes toman el material para formarse de las experiencias cotidianas con mayor intensidad. Y es desde allí que la religión, la sexualidad y el ego con sus místicas son los temas preferidos. Y no quedan desacreditados como le sucede a la espiritualidad, por ser parte de un delirio.

La diferencia la podemos establecer en las vivencias. Mucho más que las sensaciones. Sus piezas conservan una coherencia que se pierde en la alucinación, constituida a semejanza del sueño, más que de una experiencia. En la coherencia se encuentra el mensaje y la profundidad. En la alucinación todo queda superficial, sólo hay agujeros oscuros. La psiquis parece que se va a derrumbar, en cambio la personalidad se hace una con la identidad, esa es la marca de la experiencia.

El discurso es absolutamente distinto. No hay simbolismos ni neologismos, hay cordura e hilación. A diferencia de las acciones de drogas y demás sustancias, la espiritualidad no es un viaje disociativo. Uno no lo vive como si se hubiera ido de viaje y hubiera vuelto. No hay división del tiempo ni de la personalidad. No hay una salida del cuerpo. Es volar.

Respecto del ego y el yo, la vuelta lo hace intensamente más pequeño, consciente de sus dimensiones reales y angustiado por la pequeñez y la inmensidad que lo protege. En cambio, en las demás sensaciones la expansión es una protagonista y se adueña de los límites del yo, superados y casi desbordados. El ego se come al Yo, y la identidad se pierde en el polvo o en el brote. En la experiencia espiritual uno es más mientras se es menos después de cada episodio sufriente. No se pierde la consciencia, se redimensiona. Se terminan las palabras, el rostro iluminado habla. No se fragmenta el lenguaje y el discurso se demuele como una pared de ladrillos, huecos.

Se conserva la relación con la historicidad. Se diluye la noción de tiempo. No se produce una regresión y el pasado se impone. No se quiebran las partes que sostienen la estructura. Se agiganta el alma. No se achica ni se enmudece.

La alucinación es un grito. Del psiquismo al alma de otro.

La experiencia espiritual es flotar en el mar, siendo una ola y parte del océano.

No debemos perder de vista las diferencias. Debemos perderle el miedo a lo distinto.

Una alucinación no es aquello que no tiene explicación.

Eso es “algo distinto”.

El mundo requiere de hombres maduros y psiquismos fuertes. La alucinación es un intento del débil por soportar los pesos de una vida, a la que han castigado desde el nacimiento, mucho antes de ver la luz.

Las historias son diferentes. Las formas son distintas.

Sienta la experiencia espiritual. Y vea la diferencia.


 




Los que se acuestan sin dormir. Alguien se va.




A quién engañan? La Humanidad está plagada de mentiras y escondidas. De una relación siempre alguien se enamora. De dos, uno siempre queda enganchado. Somos seres humanos, carenciados de afecto y necesitados de amor. Con ausencias por todos lados, con una Historia que no se queda al costado y que empieza facilitando, para terminar complicándolo todo.

De dos que se acuestan, uno amanece solitario. De dos que se han acurrucado, uno está siempre pensando cómo y cuándo se va a ir. No dejan de mentir, pero siempre esconden algo. Alguien se va temprano. Siempre antes de lo esperado. Y uno de ambos queda llorando, o extrañando, o necesitando más. Aunque esté todo claro y el arreglo haya sido con mutuo consentimiento, alguien está mintiendo, alguien no fue del todo claro.

De migas viven algunos. Los que no se animan a comer del plato. De esos encuentros esporádicos se siguen alimentando, mientras sus sueños se van marchitando. Porque los años pasan volando y ya no saben salirse del juego. Porque se siguen mintiendo, creyendo que han cambiado. Simplemente siguen rodando en esa calesita. Jugando a ser los más avivados. Nunca llegan a la sortija.

Alguien se va temprano. Siempre antes de lo esperado. Nunca alcanza el tiempo. Nunca estamos satisfechos. El vacío se derrite entre los dedos de una mano, mientras la otra sigue acariciando. Y una mente sigue pensando en los próximos cinco minutos. Otra vez una cama gigante para tres, con una sola alma rondando. De aquí para allá. Sin saber nada de él. Siendo castigada y burlada por su perfume que le acaricia los pies. Y la ata de pies y manos.

Era lo arreglado. Como dos amigos de años que siempre se estuvieron esperando. Y nunca les llegó el momento. Porque eran amigos en serio y ya son amantes soñados. Una relación no se lleva de la mano. Se juega a los dados, te toca cara o seca. Estas arriba o abajo. Sólo por un rato, porque el mundo se puede poner del revés. Con un simple tras pie.

La pasan bárbaro, mientras dura el polvo mágico. Se abrazan como si se amaran, juegan a dejar de ser extraños. Para darse lo que tanto han anhelado, y que no han alcanzado. Dormir con alguien a su lado. Pero el misterio pierde sus encantos cuando todo se ha explorado y las incertidumbres se han transformado. Y todo vuelve a la normalidad. La mentira queda atrás o nos lleva unos cuantos pasos. Se siente extraño saber que se pierde en un rato, mientras se cree estar ganando tanto. Una ilusión que vale las penas.

Por más que se haya arreglado. El encuentro cercano termina con la distancia. Cada uno a su casa, a seguir con su rutina. La cual creen que se termina en cada uno de estos encuentros. Pero el cordón los ata al viento y los hace flamear sin sentido. No saben manejar al destino, y quedarán atrapados en esta red de pesca arruinada.

Para luego pensar en casamiento. Como dejar atrás a aquellos que han compartido los peores momentos y que ahora son parte del olvido. De una historia plagada de amantes. Nadie sabe que se hace con tantos que no fueron nada.

La cama está manchada. Es una mezcla irreconocible de perfumes y cicatrices. De nombres sin nombres.

Y ni un apellido.

De los que se acuestan sin dormir, alguien amanece más temprano.





Lo oscuro detrás del espejo.




Lo oscuro lo vemos, a diario en el espejo. No hay quien pueda pararse frente a esa viva imagen de uno y creer que puede pasar desapercibido. No quien sobreviva a esa mirada, la de si mismo fuera de uno. No hay manera de esquivar esa cancha embarrada que se para enfrente del espejo y te mira, sin consuelo las heridas ocultas y las mentiras dolidas.

Una imagen que no para de respirar. Que no se muere cuando uno sale de su alcance. Ni se va. Que siempre está para cuando nos animamos a volver. Es la mirada fiel, la más encarnada que pueda existir. La que no tiene consuelo, porque nunca se llora enfrente de un espejo. ¿No se había dado cuenta? Nadie tolera ver esa mirada engañada por la sombra, que se levanta del piso para levantar el dedo, acusador. Para exigir las cuentas al día. Y saldar las deudas, con la verdad y los demás.

Nadie puede escapar. Lo oscuro está por detrás del espejo. Está en el reflejo, lo lleva en su sangre. Esa imagen que devuelve, esa persona que se atreve a hacerte frente, es la que sabe demasiado. Es a la que el engaño nunca termina de convencer. Ni le puede meter la mano en la lata. Todos ocultamos algo, y el reflejo lo sabe perfectamente. Por eso es sabio el espejo, cuando da vuelta las cosas. Sabe que no hay freno cuando la verdad quiere emerger. Y las palabras quieren ser dichas. Con tanta crueldad como sea la desdicha que va a engendrar, o la mentira que va a inventar. O el secreto que quiere ocultar. Allí aparece.

Y no es un fantasma.

Sale detrás de sus espaldas, como si fueran las alas pero encadenadas en el espejo. Se levantan del suelo las miserias que ha arrojado al piso. Y que ha querido pisotear. No hay fianza ni cadena perpetua. Sólo hay una condena pendiente. Y una vigilancia permanente. Que no necesita dormir. Que no se deja persuadir y que recomienda a la desgracia una visita a domicilio.

Si uno quiere saber, debe hacer las preguntas adecuadas. Cuando alguien se engaña, sabe preguntar lo incorrecto, para salir en el sorteo de una vuelta al infierno. Adquiriendo una mancha, como un orzuelo, que se hace del eco. Y de la luz. Es como un agujero que acompaña con su velo, siendo la mejor dama de compañía. Y le pone precio al ego. Sin cuidarlo, sin envidiarlo. Acosando sigilosamente. Esperando que tropiece en algún momento, con la piedra y el tiempo de su oportunidad.

Una batalla campal entre uno y el otro, el mismo. En esas noches sucias de donde uno sale herido. Donde uno ha caminado torcido, rompiendo los bolsillos y metiéndose en problemas con las cuestiones ajenas, a donde no fue invitado. Días sin sol y noches de luna vacía, haciendo estrías en una manzana perfecta.

Días en los que no se sale al sol. Y el cascarón se rompe.

Oscuridades perdidas, donde el borde del agujero ya cedió. Y el abismo no se atraganta. Esa garganta es interminable. Y uno cae tan profundo.

Noches en las que se ha robado mucha mala suerte.

Y por ocultarle al espejo, uno termina con el cuello roto.

Y las manos heridas, de la propia sangre.





sábado, 4 de mayo de 2013

El alma. Tanto tiempo sin hablar de ella.




El alma. Tanto tiempo sin hablar de ella. Tan obsoleto que queda su nombre en plena psicología. Hemos vaciado de contenido, al germen del espíritu, lo que nos llena de vida. El alma es la parte más rica, esa llama que se enciende. Es la raíz del árbol, la conexión con todos los mundos. Por más que lo hayamos racionalizado y, por ende, mutilado en el laboratorio.

Olvidada en estos tiempos modernos que corren, parece que el hombre de hoy se olvidó de sus raíces y desconoce la procedencia y su función. Se habla del alma como si no fuera nada. Como si no tuviera nada que ver con el hombre ni con sus acontecimientos. Este pobre ingenuo pero omnipotente cree saber que todo lo domina, y después cuando el fracaso lo visita le echa la culpa al destino, o a esas fuerzas maléficas que desconoce. Es el mismo que piensa en sus determinaciones y no compensa con una conexión interna para entender sus razones. El alma elige y no podemos escapar.

Desconocemos las reales conexiones del alma con el mundo. Y con las demás dimensiones. Y ni siquiera intente pensar que estoy hablando de mística y esas cosas. Es pura realidad que encuentro en cada sesión del consultorio. No hacemos una revista de espiritualidad, hacemos una revista de psicología con la finalidad de exteriorizar la intimidad, lo que nos está sucediendo. Ese es el marco apropiado para entender la profundidad de las raíces, que llegan hasta otros mundos. Y nos nutren de información, nos anuncian las energías. Los campos emocionales, que para muchos son campos de concentración. La verdad es que a veces aparece como extraña, sin embargo es tan conocida. La verdad es la del alma que se conecta con uno. Nos habla constantemente de nosotros, de donde venimos y hacia dónde vamos.

El alma tiene una voz suave que sabe pensar. Que se hace escuchar a través del amor y entiende todas las razones. Las tuyas y las de otros. Es quien te explica las causas por las que vives lo que te está sucediendo, es la que te anuncia que pronto ya saldrás de allí. No puedes acallar al espíritu, ni silenciar tu alma. Sólo así perderás las conexiones con el resto del mundo y dejarás de sentir. El alma no es un concepto ni tiene fecha de vencimiento. Es la que hace vibrar a las canciones, al que te hace levantar a los sacudones en una pesadilla. Es la vía para escapar de noche a otros mundos. Si, existen otros mundos que nosotros también visitamos. E insisto con esto, no es un artículo de ciencia ficción ni de mística ni estoy delirando. Si quiere y se anima a escuchar, vea con cuanta información se levanta a la madrugada. No le hace falta leer el diario para entender lo que le sucede a este mundo. Esas explicaciones emergen de lo más profundo de las raíces, del alma y su intercambio con los demás.

El alma no puede ser olvidada, se nos vacía la vida.

¿Será que le está sucediendo esto al hombre de estos tiempos?

Ya no habla del alma ni sabe cómo llegar a escuchar esa hermosa voz suave. La psicología también ha perdido o ha dejado de hablar de ella, como si el psiquismo no sintiera la falta del alma o el espíritu.

El alma vive más allá de nosotros. No nos necesita para su existencia, se nutre de otros mundos. Sus orígenes tienen que ver con ello. En ellos hemos nacido nosotros.

No es una experiencia trascendental. El alma es nuestra vida latiendo. Una experiencia espiritual que nos abarca por completo. Naciendo desde el rincón de un cuerpo que empieza a sentir la vida, se llena de emociones y piensa, con la mirada perdida, en el cielo. Hasta llegar lo más lejos y observa las estrellas. Su alma brilla en una de esas que es ahora el brillo de sus ojos, emocionados.

Así es el alma. Así recorre los mundos. Por completo.






La escritura. El escritor.


                                                                                                       
Una ironía muy interesante es que el escritor se muere un poco con cada letra que escribe. En cada línea de su trabajo, con cada producción o idea, la agonía de un hombre se traza en las páginas de un libro. Dicen que así es como se muere día a día. Allí, donde van dejando su testamento, en las páginas que anticipan implacablemente una muerte dudosa de quien sigue con vida en las manos de su lector.

Una gran ironía, como la del gran poeta del espíritu que se quedaba casi ciego con el avance de los años, en una enfermedad que no lo limitaba. La forma de su muerte, la agonía elegida, estaba encerrada en la oscuridad de sus ojos, que se apagaban día a día.

La escritura es la sentencia del escritor. Su testamento le asegura la fecha de su partida. El patrimonio que ya no le pertenece es la marca de una herida, la que deja la dama de negro que recorre las noches en busca de más libros. Porque quien escribe deja allí aquello de sí que ya no soporta. Mientras otros lo cantan y con la música la hacen bailar, estos pobres que escriben le hacen leer sus propios lamentos. Así, ella averigua cuáles son las necesidades de un hombre, mientras elige en el catálogo de padecimientos una forma especial de darle al escritor una muerte digna de las páginas que produce.

El padre del Psicoanálisis ya lo anticipaba en su época, al afirmar que el artista intenta recubrir con palabras un insoportable agujero que deja la castración. Donde se busca subjetivar la muerte resignificando el fracaso.  Una estética que deja intocable el núcleo de la nada. Quien busca recubrir el dolor de lo inevitable con palabras austeras que sólo bordean el agujero de la nada, es quien más sufre en la repetición de sus letras. La búsqueda es de un plus, de un goce. Allí, donde se cree poder ganarle a la muerte en la trascendencia de lo que queda escrito, ella aguarda una pausa, sólo un silencio, el fin de la obra. Donde sólo queda el índice y una contratapa. Ella sabe que no se puede escribir para siempre, que aunque se retrace todo, también el lector muere. En todos hay una forma, la de morir un poco. Suceso inevitable hasta que el hombre se supere, más allá de las páginas, en los terrenos de la mente, el cuerpo y el alma. Una muerte que muere.

Esa ganancia es una pérdida. Un modo de situarse ante la propia finitud que el escritor tiene en su obra que queda. Se trata de un hombre que intenta asumir su propia desaparición, con la dignidad de las palabras escritas desde un cuerpo que sufre. La forma de construir un refugio ilusorio. Una metáfora.

Todos los escritores han escrito, en aquellas palabras con las que el Verbo se hizo carne y se encargó de anunciar entre nosotros. Imaginar no es recordar. Escribir no es vivir. Esa primera vez que leyeron un poema, es la primera vez que el escritor se ha encontrado con el verso. En el intento de recordar lo que se busca, es dejar de morir. Inevitable levedad de un ser que sólo perece en las entrañas de sus días. Sólo quien se anima a morir es quien puede empezar a vivir un poco más. Porque al dejar el testamento de sus ideas, deja constancia de una presencia. La propia, la única. La de la escritura.

Hablar, escribir y decir no sólo son formas de transmitir un contenido, sino básicamente son intentos por afirmar que se está vivo. Pues la Verdad anida en la existencia. En la efectiva vida del cuerpo pulsional, más allá del saber y más acá de la ignorancia con la que el Yo intenta dar cuenta. Vueltas enigmáticas y misteriosas de vivir.

El escritor narra infinitas pérdidas que su memoria no deja morir.






--------------------------------------------------------------------------------



martes, 30 de abril de 2013

El enemigo en casa. La rutina.




Parece que el enemigo está en casa. Las personas en pareja, en familia o las que están solas, todas se quejan del día a día. Todas llevan sus vidas a cuestas y necesitan buscar una alegría afuera, o algún sentimiento que los llene por dentro, y sólo los vacía. Una alternativa que complica, convirtiendo una salida en un problema serio. Porque terminan siendo ellos mismos sus propios enemigos. La culpa es de la rutina, de esa tranquilidad que todos buscan. Hasta el aburrimiento.

La humanidad lleva al conflicto como esencia. Si bien tantos intentan lograr una unidad interna, a través de las religiones o de las filosofías, o formas de vida más unificadas con el planeta o lo sano. Todos sabemos que el conflicto es parte de nuestra esencia, que somos pura dualidad de todas las maneras, y que no podemos sortear esa parte crucial de lo que somos y siempre hemos sido. Evolucionar no es superar la dualidad, sino aprender a vivir de ella. ¿de qué manera? Día a día. Entendiendo de qué estamos hechos y sabiendo que esos aspectos tienen una razón de ser, que algo están haciendo en esa parte de nuestra vida. Y que extirpar es el peor error de la Humanidad. Los resultados están a la vista.

El enemigo no es la rutina sino la insistencia en la pelea contra esas diferencias que encontramos a diario. Insistimos en algo que no tiene mucho sentido, porque nos peleamos cuando debemos entendernos, porque usamos el poder para tratar de someter, por el miedo que nos da saber que puede ser al revés. Y es así, todo el tiempo.

La solución más sencilla de la humanidad siempre fue representar (o inventar) un enemigo en casa. Desde la vida más sencilla hasta la vida de las grandes potencias, siempre pensando, siempre pregonando que hay un enemigo en casa del que nos deben proteger y, gracias al cual, se justifican las acciones más aberrantes. Y las más pervertidas. Eso es lo que genera, así se justifican las mentiras cuando el enemigo se inventa en casa, cuando se pelea uno contra la propia sombra, contra la propia vida. Por miedo a la diferencia, por miedo a nosotros mismos, por miedo y nada más que por eso.

La rutina simplemente es la secuencia de los eventos, es el paso del tiempo y la consecución de los hábitos que nosotros implementamos, cometiendo todos los errores de siempre, como por ejemplo el uso excesivo de alguna estrategia que nos había servido. La defensa sirve en un punto y en una medida. Su uso excesivo y cotidiano no nos lleva jamás a buenos resultados. Nos termina metiendo en nuestra propia trampa.

Esas relaciones que se basan en paliar otros males peores. Y que al final, son trampas mortales que asfixian.

El enemigo en casa no es la rutina. Son los propios fantasmas, las cuestiones no asumidas.

Y como nos planteamos una nueva política de plantear una solución al final de cada cuestión, si quiere saber a qué le tiene miedo, piense en lo más rechazado de su compañero de al lado, y podrá saber a qué le teme tanto, de sí mismo.

El espejo de todos los días. EL fiel reflejo de lo que vamos haciendo con nosotros mismos.

 


domingo, 28 de abril de 2013

Van Gogh .La prisión se ha abierto, del dolor nace la belleza.



Nunca se puede estar seguro de nada. Sólo se debe tener el coraje y la fuerza de hacerlo. Hacer aquello en que se cree. Vivir. Esa es la única manera de saber cuándo la prisión se ha abierto de las mentiras que nos han contado. Camufladas en enseñanzas y cultura, tradiciones y religiones, nos han encerrado como pichones ingenuos. Sólo del dolor de esa jaula nacerá la belleza de una vida. La ruptura con los barrotes de la seguridad lanzan al ave a volar su libertad. La de la conciencia. La del alma. La del arte. La de uno.

“Muchas veces en su vida creerá usted que ha fallado, pero terminará por expresarse a sí mismo y esa expresión justificará su vida.” Esas eran las palabras de una de las únicas personas que alentó a Vincent Van Gogh a seguir su camino y animarse a todo. Su interior reclamaba y exigía. Su exterior impedía y culturizaba. Choques que sólo se enfrentaban en una mente que quería salirse de allí. Los barrotes cedieron, el arte surgió, la plenitud tomo vuelo. El hombre se realizó. Hoy lo llamamos enfermo.

Era el fracaso o la bancarrota. No tenía trabajo ni dinero, ni salud ni fuerzas, ni entusiasmo ni deseos, ni ambiciones ni ideales. No sabía qué hacer con su vida. Era un tiempo de desesperación. A los veintiséis años había fracasado y no le quedaba coraje para comenzar de nuevo. Se creía perdido en los caminos habituales, los había dejado detrás de sus pasos. Un nuevo horizonte, ya viejo en él, se asomaba. La luz de la pintura, el reflejo en el lienzo, abrieron las puertas.

Así, entre los dos hermanos, Vincent había conseguido no morirse.

 Un día claro de noviembre, vio salir a un trabajador de la mina de carbón. Algo le llamo la atención. El contraste de lo oscuro se hizo luz en él. Saco un sobre de carta, una de las que había recibido diciendo lo mismo de siempre, un lápiz y comenzó a dibujar. Rápidamente la negra figura que cruzaba el campo se transformó y cobró vida en el papel. Entró un profundo deseo de volver a ver obras de arte. Salió de la mina en la que estaba enclaustrado y recuperó la luz del día. De aquel día. Allí, le vinieron a la memoria magnificas obras que había admirado. Se olvidó de su desdicha y se quedó profundamente dormido. A la mañana siguiente se levantó. Vividamente. Tomó papel y lápiz. El aire puro de la libertad tenía ahora formato en blanco. Nunca más se instalaría en el mismo camino del día anterior.

Vincent le contaba a su hermano que aquello que decían era cierto: “lo que no comprenden son mis motivos, ni mi vida. Pero, si yo he descendido en el mundo, tú en cambio te has elevado. Si he perdido simpatías, tú las haz ganado. Y eso me hace feliz, muy feliz. Te lo digo con toda sinceridad. Pero, si fuera posible, quisiera que no vieras en ti a un haragán de la peor especie”.

Theo le respondió “…tengo más dinero del que puedo gastar. Sea lo que fuere que quieras hacer, necesitarás ayuda al principio, por lo tanto formaremos una sociedad. Tú trabajarás y yo pondré el dinero. Si algún día puedes, me lo devolverás .Ahora confiesa, ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál es tu anhelo?”. Vincent dirigió la mirada hacia sus dibujos. Una pila de deseos. Una historia que comenzaba a dibujar. Y pintaría maravillas.

“¡Oh, hermano mío, por fin la prisión se ha abierto y eres tú quien abrió sus rejas!” Nada los separaría jamás. Ni el encierro, ni la locura. Esas uniones que no separan ni la muerte. Ni las codicias, ni los egoísmos. Dos siendo uno. La llave y su cerradura.

En el fondo de su ser se sentía terriblemente solo. Y lo estaba. Su locura era la de los otros. Su encierro tenía barrotes ajenos. Allí en el fondo, su libertad esperaba sus anhelos. En ese lugar, todos estamos solos.

“Mijnherr Tersteeg, el trabajo en el que se ha puesto carácter y sentimiento nunca puede dejar de agradar o ser invendible. Creo que tal vez sea mejor para mi obra no tratar de agradar a todo el mundo desde el principio”. “El propósito de mi dibujo es hacer conocer muchas cosas dignas de ser conocidas y que no todos conocen”. Decía Vincent siempre. Sabia que para los ojos del mundo era un inservible, excéntrico y desagradable. Se supone que sin posición en la vida. Otros tienen una posición y no viven una vida. Quería demostrarles lo que había en su corazón. Para él, las chozas más pobres y los lugares más sucios eran magníficos motivos para cuadros de vida. Era una forma también de liberarlos a ellos. Eternos vivientes en cuadros de historia.

Cuando salio el sol, Vincent miro su cuadro y sonrió. Había pintado. Había captado lo eterno en lo individual. El campesino del Brabante no moriría jamás. Siempre había luchado para llegar a desarrollar ese medio de expresión. Único. Que le permitía expresar todo lo que tenia para decir.

“Mi obra… arriesgue mi vida por ella…, y mi razón casi no lo resiste…”

 


LOs sueños, no siempre son solo sueños.




No siempre los sueños, sueños son. Muchas otras veces son medios y formas de una experiencia. Son los canales perfectos para poder enseñar y aprender mucho de los otros mundos. En la confusión de lo nocturno, algunos siguen siendo ingenuos. Es un poco obsoleto pensar que son sólo imágenes que se descargan del cansancio, o uno se ha vuelto loco. Son siempre mensajes que pueden tener diferentes orígenes. Uno de ellos es el inconsciente, una fuente presente y sumamente eterna, pues no se conoce ni hay alguien que sepa que hay en lo profundo. Como nada escapa a este mundo, entonces los sueños, sueños no son.

Sigmund Freud ya había dicho que los sueños son las vías facilitadas. Y pudo reconocer con los años y la vejez que la espiritualidad existía. Los sueños son el mejor acceso conocido a los muchos niveles de consciencia que tiene el hombre. No sólo transmiten esa información que quedó como resto del día, también son una recopilación de los sucesos de la historia. Pero detrás de estas escenas, que parecen superpuestas sin coherencia ni sentido, se esconde la trascendencia, el más allá del psiquismo. Los sueños tienen una virtud que se parece a una gran habilidad, son capaces de transmitir y de enseñar tantas cosas que pasan en uno. Tanto cuestiones del más allá, como las que se dan en el mismísimo cuerpo.

Los sueños saben demostrar todo lo acontecido alrededor de uno.

Además de ser aquello que uno espera, que anhela y desea desde lo más recóndito de la identidad. Pero nosotros aquí queremos presentar una forma distinta de concebir a algunos sueños. Que siguen viniendo desde el inconsciente, pero su fuente de origen no es un conflicto poco resuelto. Su germen se encuentra a veces en los otros que también duermen, pero no se encuentran nada cerca. La mente se comporta como un radar que capta las ondas emitidas, las mismas pueden ser transmitidas desde otro inconsciente. En el fondo pueden ser reconocidas, pero no siempre dichas al interlocutor válido. El cuerpo entero es la pantalla que capta todas las ondas e intenciones, todas las sensaciones y las añoranzas de los demás, que tienen que ver con uno. Llegan al órgano perceptor (que es todo el cuerpo) y se traducen en múltiples imágenes, sensaciones o deseos que parecen ser propios porque se visualizan en uno. Pero no empezaron con uno, son del otro alejado. Otro que no necesariamente está en el presente y conviviendo. A veces sabe captar las jugadas de la memoria y rescata del tiempo a los sucesos que explican muchos acontecimientos que nos han sucedido.

Como los sueños son atemporales, aunque no se pueda explicar, en esta linealidad no sólo el pasado existe. También está el futuro, que aparece en el sueño sin poder ser explicado. Son esos fragmentos que no se pueden relacionar con nada, pues no hay de dónde agarrar un suceso, que espera para poder producirse que pase algo más de tiempo.

El sueño tiene esta capacidad. Por eso no son sólo sueños.

Debemos abrir nuestras mentes, pues estamos llenos de información. Muchas son las razones por las que nos suceden estas cosas. No siempre somos responsables ni ellas han comenzado en nosotros. Torrentes de emociones, miedos y angustias de persecución. Correr sin poder moverse no es ningún deseo reprimido. Sentir la muerte y que fuera un pariente que se estaba despidiendo. Ver a quien se siente, y que se ha ido hace tiempo.

No son fantasmas ni son delirios. Son sueños compartidos. Con la gente.

Existe un lazo afectivo, son los predilectos de la mente para recibir y emitir información, aquella que no ha sido expresada. Datos que nos llegan y advierten, mensajes inconscientes. No estoy diciendo nada extraño.

Si hay alguien que no le ha pasado. Tiene suerte o lo lamento.

Los sueños, sueños no son.

Son puertas, canales al mar abierto.






Experiencias espirituales.




La psicología debería empezar a admitir la existencia de experiencias espirituales. Nunca debería haberlas dejado fuera de su objeto de estudio, pues son una parte fundamental del hombre y sus circunstancias. A veces pareciera que la psicología o los psicólogos caen en esas enormes contradicciones al tratar de dejar afuera estas experiencias pues mucho tienen que ver con la psiquis, la trascendencia, la profundidad y el inconsciente. Y conserva una relación muy directa en la determinación de muchas patologías.

No sé bien en qué momento la psicología se alejo de la espiritualidad, si queda claro que sucedió antes que el hombre lo hiciera. Y es uno de los errores mayores que se han producido, pues debería ser tan amplia como la filosofía en su forma de estudiar, abordar y trabajar. Es muy difícil establecer una separación entre las experiencias espirituales y las psicológicas, tan difícil como dividir el cuerpo y la mente. Divisiones obsoletas de un hombre que vive fragmentado, o lo han sacrificado en nombre de la ciencia. Si hay experiencias que no se pueden tipificar, no se puede llegar a la conclusión de que dicha experiencia entonces no ha sucedido. Es clarísimo que si no abrimos la mente, la psicología pierde lo mayor de su esencia, aquello que se vivencia en la trascendencia del ser humano.

Es un hecho diario que la mayoría de los pacientes traen al consultorio experiencias que tienen mucho de espiritualidad, sin ser religiosas, ni hablar necesariamente del más allá. Traen la trascendencia y se cuestionan por el sentido. Hablan de lo profundo y de la historia que conlleva una mirada abierta hacia los extremos de la psicología. Mirar más allá de la individualidad y ver que pueden perdurar los conflictos y algunas situaciones, que se han sucedido hace muchas décadas atrás. Es un esfuerzo dejar afuera estos acontecimientos, pues un psicólogo debe seguir los planteos que le hace su paciente, no puede cortarlo ni mucho menos mutilarlo con la mera excusa de que eso no puede haber sucedido, o que no le corresponde a su tarea profesional.
La mente todo lo conserva, todo lo atraviesa, está en todo. Así como tiene injerencia en el cuerpo, la tiene en el cielo y sus fronteras. Pero para poder incluir a la espiritualidad en la psicología, deberíamos redimir a ambos mundos manoseados por estos tiempos modernos y por una ciencia a la que le cuesta abrir su mente. Una visión miope.

Será un tema de otro artículo poder definir nuevas fronteras. Aquí sólo quiero resaltar que si son experiencias cotidianas entonces deberían ser incluidas en los divanes del consultorio. En todas las experiencias participa la consciencia y el subconsciente. En mucho tiene que ver el inconsciente en estas determinaciones. No podemos seguir cerrados pues estamos coartando la libre expresión. La psicología es una ciencia cuyas demostraciones pueden ser diversas, no necesariamente objetivas. Sería una tontería pensar que se puede objetivar si del hombre estamos hablando. Es tiempo de no temer más a estos sucesos que desconocemos. Así podremos llegar a entender más al ser humano. La psicología es la herramienta fundamental, la que nos posibilita un acercamiento y un entendimiento a las fronteras y al contenido de la mente humana, sus aspectos y sus sentimientos, parte de las experiencias espirituales.

¿Acaso los sentimientos fueron dejados afuera? Es imposible separar una sensación de una representación. ¿No hay mente que sienta, ni se emocione? Pero de esas razones la psicología ha hablado poco. Sería ridículo pensar en formar una nueva ciencia de lo emocional, separado de lo mental, y así seguimos con las fragmentaciones. Las emociones, la mente y el espíritu son una y la misma esencia, costados de la experiencia que la psicología debería incluir. Una forma de vivir más completo al paciente.

Ellos son como uno. Y la psicología así lo demuestra. No seas más una ciencia pequeña, demuestra tu grandeza al incluir lo desconocido, perderle el miedo tan temido y poder llegar a lo más alto.

La psicología va madurando. Ya son varios los psicólogos que la han incorporado.








viernes, 19 de abril de 2013

Hércules y los trabajos psíquicos




Los trabajos de Hércules han sido interpretados de múltiples formas, dándoles muchos sentidos. Es el hijo de Dios e hijo del hombre a la vez, es la viva imagen del Yo. Sus trabajos representan las tareas y funciones de una instancia psíquica que es más que una parte de la identidad.

Divididos en 12 (doce) los trabajos y aprendizajes son una explicación de la evolución misma del Yo, comenzando en una etapa preparatoria para luego constituirse y llegar a la trascendencia. Uno por uno, sus funciones se correlacionan perfectamente con los signos del zodíaco. ¿Casualidad? ¿Realidad?

En la casa de Aries: la tarea es la Captura de las Yeguas. Tiene que detener los malos actos, liberar a las yeguas de las tierras lejanas y a los que viven allí. El círculo se completará con una tarea que los trasciende en la casa de Piscis, donde la función está orientada hacia el otro. Aquí comienza. La primera función psíquica del Yo es la discriminación de los impulsos, salir de las tierras indefinidas donde aún no hay nada de él mismo. Los impulsos que aún no son pulsiones siquiera. El yo primitivo, indiscriminado. El que surge de la especie. El que será, que no es todavía.

En la casa de Tauro: Le toca la captura del Toro de Creta. El primer paso es la reflexión. La conducción. Aparece el deseo de ser. Comienza el plano mental. Y la sexualidad todavía primitiva, nebulosa.

En la casa de Géminis: Tiene que ir a recoger las manzanas de Oro de las Hespérides. Cuidar el árbol sagrado. Es la realización de la dualidad, lo que terminará siendo la división consciente-inconsciente. Unificar alma y cuerpo. El deseo de acción. Consumar. LA autodisciplina. Aún están presentes las dos caras. La dualidad especular. Y el árbol sagrado, que será la sabiduría del inconsciente donde se conserva lo que siempre se sabrá, olvidado.

En la casa de Cáncer: La captura de la Gama lo espera. Tiene que decidir qué voz escucha de todas las que oye. Es la obediencia del corazón. El yo en el marco familiar y social. El ingreso. La consciencia de masa. Y la consciencia de ser parte.

En la casa de Leo: Estará matando al León de Nemea. El yo erguido. Se pone de pie. Se constituye en uno. El yo príncipe, rey, gobernante. El narcisismo.

En la casa de Virgo: Apoderándose del cinturón de Hipólita. Comenzará la experiencia del seno materno. El yo ingresa, por la madre, al complejo de Edipo. Debe nutrirse, protegerse, identificarse a través de la figura materna. Comienza a salir. Crece. Debe aprender esas funciones.

En la casa de Libra: Le toca la captura del Jabalí de Erimanto. Es la experiencia con la figura paterna. Conseguir y adquirir el equilibrio, el juicio, el criterio propio. Aprender y aprehender la Ley. La amistad y el coraje se preparan. La salida.

En la casa de Escorpio: Debe destruir la Hidra de Lerna. Los monstruos del Pantano. Debe aprender a tolerar y dominar la otra cara de las figuras parentales. Tiene que aprender a llevar se lo mejor y lo peor. Se rompe la ilusión de la armonía familiar. Ascendemos arrodillándonos; vencemos cediendo; ganamos renunciando.

Cortar la cabeza inmortal.

En la casa de Sagitario: tendrá que matar a las Aves de Estinfade. Aprender de la divinidad. El silencio. Correcto uso del pensamiento, el lenguaje y la libertad. Es el Yo independiente.

En la casa de Capricornio: Tiene que matar a Cerbero. El guardián del Hades. La luz de la vida resplandece sobre el mundo. Lo aprendido ahora debe ser volcado en el mundo. Con el ojo interno surge la propia visión. Es libre. Y aprendió; está transformado y ahora puede trabajar.

En la casa de Acuario: Limpiar los establos de Augías. Lo propio debe iluminar a otros. Y vuelve a empezar todo, pero ahora con una visión. Desde su propio lugar. El lugar de los otros en uno.

En la casa de Piscis: Está la captura de la Roja Manada de Gerión. El todo. La integración ha llegado. La voluntad de lo que debe ser. Lo perdido y encontrado. Muerto y vivo. El yo se trasciende, en todo.

Estas doce funciones, aprendizajes y estadios de la evolución del yo muestran la enorme capacidad que concentra en forma de potencial y capaz de ser llevada al acto. En el núcleo del yo, como en el núcleo del átomo, no hay nada. Ese vacío es la posibilidad de todo. En estas doce casas, en estos doce caminos el yo se constituye. Son los trabajos de Hércules, son los trabajos psíquicos, son las doce funciones del Yo.

   






martes, 16 de abril de 2013

Muchas enfermedades empezaron en un silencio.




¿Qué decir? De lo que no se ha dicho. De ese silencio que en un agujero se ha podido transformar. ¿Qué palabra faltó allí para que terminara siendo una enfermedad? Tal vez ese pueda ser un principio para entender tantos males del mundo. En algún punto debemos comenzar a aceptar que el origen de una enfermedad muchas veces fue el silencio. Donde las palabras no pudieron llegar y, sin embargo, hacían mucha falta. Por eso una alternativa es formular las preguntas necesarias para bordear un poco los límites de ese agujero, tan negro como el dolor producido, tan profundo como la enfermedad desencadenada. Tan dolido. Tan callado. Tan intensamente vivido.

Pues ni siquiera es formular una muletilla tan aplaudida. Es más profundo que escuchar “…ya no se qué decir”. Aquí hablamos de otro silencio. El que pasa desapercibido, el que se escapa del tumulto y se aparta para matar. Ese silencio que no se soporta y que paulatinamente desgarra. Es como construir alrededor de un pozo ciego, se puede decir y mentir, se puede armar y seguir. Pero el pozo sigue allí, y la ceguera es la del dueño.

Es increíble llegar a pensar que tantas veces el hombre elige enfermar, en vez de sacar semejante silencio de adentro. Y es de ingenuos pensar que solo podemos resfriarnos y nada más. Las enfermedades tienen la dimensión del dolor, el tamaño del silencio y se expande como un eco sórdido y tangible, tan implacable como agonizante. Todo… por no hablar. Se trata de la sinceridad que necesita todo psiquismo para poder sobrevivir a sus propias circunstancias, las externas y diarias, pero que también se acompañan de las internas e históricas, las que no se aplacan con nada. Por eso muchas veces la elección es obvia, pero no predecible. Porque no es un camino lineal, de causas y efectos, en el medio se entromete una pieza fundamental, la decisión de uno. Su condena o su salida. Allí es donde los que enferman prefirieron callar. Por ello es que no se puede determinar que si vive tal circunstancia uno se vaya a enfermar. Nada es al azar, en todo intervenimos. Aún en ese proceso. No nos mintamos más y comencemos a cambiar.

Nadie pretende modificar las elecciones propias, pero si la sinceridad. Tal vez ello alivie al menos el dolor y la angustia, no creo que modifiquen la elección. Jamás sería una intención sana intervenir en los procesos ajenos, donde la libertad sabe de sí misma. Pero ya podemos pensar que las enfermedades comienzan donde el silencio está proscripto de palabra.

Su efecto no es colateral, sigue siendo la única causa. Por eso uno entiende las diferencias. Se elige el enfermar, pero no su forma. En el fondo del pozo ciego siempre se encuentran pedazos de historia, que son las que determinarán las formas de una agonía elegida. Es una manera de procesar. Un estilo para caminar. Pero el silencio allí está, y de cuerpo presente. El salto que se genera y se entiende al ver las enfermedades psicosomáticas. Es cuando se prefiere no hablar y se han perdido las palabras. Todo está casi listo… para enfermar.

Luego, será cuestión del dolor. Una forma de gritar.






domingo, 14 de abril de 2013

La carcajada de una lágrima.




Si al final todo vuelve a empezar, una vez más y con malos modales.
Si al final el dolor sólo sabe llorar sus propias tristezas,
mientras se escuchan las carcajadas de la lágrima.

Si al final del día el tiempo duerme las agujas del reloj.
Si al final cierro los ojos y vuelvo a vivir.
Es porque el aroma de las sábanas en un perfume se transforma.

Si al final el azar juega con nuestro destino.
Mientras la libertad no ve que sus cartas están marcadas.
Es la trampa del libre albedrío una jugada macabra que canta “falta envido”

Si al final una sonrisa puede más que mil lágrimas.
Como un retorno vale más que todas las partidas.
Cuando los dados dejen de dar vueltas en mi cabeza, el juego volverá a empezar.

Porque al final la muerte es el sentido de los nacimientos
y el amor el comienzo de mil historias.
La distancia es para tenerte cerca y la ausencia para hacerte siempre presente.

Pues al final el amanecer se abraza a la almohada
cuando la noche lo viene a despertar.
Hace equilibrio en la cuerda de los sueños, ya no quiere ser el dueño del mañana.

Si al final el lamento de las heridas muere en una cicatriz
para qué sufrir si se puede vivir sin morir a cada instante.
Porque igual la flor crece en el hormigón y el árbol se asoma al abismo de la montaña.

Si todas las olas rompen en la playa y todas las aves acarician el cielo,
¿Por qué no volar si somos como el viento?

Si todas las estrellas morirán algún día
es tiempo de vivir sonriendo a carcajadas la vida.
Brindando con la última copa del último vino
La lágrima pide tres deseos más:

Morir en una sonrisa

                              Renacer en una mirada

                                                                  y…

                                                                     reírse de ella misma.



         



--------------------------------------------------------------------------------


El síntoma. El eslabón del recuerdo



                                                                                                 

El síntoma como eslabón de recuerdos; el eslabón perdido de la memoria, en donde todos buscan recuerdos verbales o visuales, está el síntoma.

¿Hasta dónde la amnesia de la infancia, de los primeros años es tal? Y no podemos empezar a pensar que esa amnesia, en realidad, está vigente en la cadena diaria de síntomas que, como eslabones de recuerdos, se encadenan a los visuales y verbales (frases o imágenes oídas y vividas), pero que en silencio se desencadenan en lo cotidiano.

Es loable pensar que esa amnesia no exista. Que estemos frente a una forma de recordar que no pasa por los códigos racionales, sino que pasa por los rangos afectivos. Esas sensaciones, dolores y síntomas que producimos, ya no son sólo expresiones de una enfermedad, son expresiones de la memoria infantil. Que vive entre nosotros, atemporalmente.

El dolor es de un recuerdo doloroso. Pero, el dolor también es el recuerdo doloroso, en sí mismo. Y no como expresión de algo más. El síntoma deja de ser la expresión de esa enfermedad y pasa a ser un recuerdo más. Por lo cual, el recuerdo ya no tiene solamente forma visual o verbal, son recuerdos sentidos. Y si son dolorosos, se parecen a los síntomas. Síntomas de una historia dolorosa. Por eso, algunos síntomas, como los psicosomáticos, no tienen recuerdos asociados, porque son en sí mismos el recuerdo condensado de épocas en que aún no había palabras. O de cosas que no podían ser dichas, porque la forma en que debían ser vividas era así, sintiéndolas.

Nuestra mente es tan racional, que pretende que los recuerdos se adapten a sus formas. Recordar es esa imagen que se aparece, o esas palabras que repiquetean en mi cabeza como mandatos absurdos pero flagelantes. No, estamos equivocados, somos obtusos o recortamos demasiado la amplitud de nuestra mirada. Hay recuerdos que tienen forma sensible, dolorosa, sintomática; afectan aún a  nuestro cuerpo, como cuando la memoria trae del pasado un recuerdo doloroso y nos angustiamos. Esta vez, la memoria lo trajo, pero en forma corporal, física, sentida. Si ambos recuerdos son dolorosos, ¿por qué a unos los llamamos síntomas y a los otros no? Coincidiremos en que ambos son sintomáticos de historias dolorosas, pero en sí mismos, ambos no dejan de ser recuerdos. Pasado que vuelve, que afecta nuestro presente, actualiza un afecto o sentimiento y tiene múltiples asociaciones. Los síntomas, como el psicoanálisis los ha llamado, también.

Si lo vemos a nivel de las patologías, la correlación se mantiene; es más, se hace aún más estrecha. Cuando más grave es la patología, más aumentan los síntomas físicos o inexpresables vía verbal, como es el caso de las patologías borderline, las narcisistas o las psicosis. Pero la evidencia más sólida la dan las patologías psicosomáticas y los accidentes, aquellas personas que durante toda su vida sufrieron accidentes y que se repiten.

Este planteo no desconoce todos los avances propuestos por las diferentes ramas de la medicina y el psicoanálisis, sino que busca agregar una pista más en la prosecución de soluciones y curaciones a las tan acentuadas patologías que se van observando en estos tiempos.

Si buscamos por otros caminos, los recuerdos aparecen. Los cuerpos no cesan de hablar, como las bocas no dejan de enunciar palabras. Solo se requiere una buena escucha, descifrar los mensajes y escuchar los síntomas. Dejando de lado las descripciones de las enfermedades hechas por la medicina, Lacan plantea la cadena significante, un lenguaje que condensa y desplaza, y que, como un universo, puede significar lo que quiera en donde quiera. El cuerpo esta significando. Los síntomas son recuerdos, no sólo expresiones patológicas de órganos que no funcionan bien. No son sólo desajustes del psiquismo. Los síntomas son parte de la memoria. Los síntomas son recuerdos. Algunos más, de la cantidad que nos acordamos.

Mucho nos han enseñado sobre la memoria. Recuerdos y engramas, representaciones y afectos. Pero poco se ha escrito de la memoria corporal en sus múltiples formas. Tal vez, mucho nos confundamos en el diagnostico de los síntomas, y mucho más peleamos por borrarlos del mapa físico y mental del paciente. Cuando, tal vez, sólo se trata de revaloriza su lugar de recuerdo. Para lo cual, ya no se necesita removerlo o eliminarlo, sino simplemente “recordarlo”, como si fuera cualquier otro recuerdo visual que, como piezas del rompecabezas, historizan nuestras vidas. Que aparecen en momentos oportunos, pero molestan a conciencia.

Las posibilidades de considerar al síntoma como un recuerdo, nos abre posibilidades terapéuticas distintas, que serán desarrolladas en una segunda parte de este artículo. Con sólo pensar que la memoria es como un cubo mágico con diferentes colores en sus caras, se requiere de paciencia y ciertos movimientos para que la continuidad de las mismas deje de angustiar. En esa interdicción, en ese cruce de diferentes colores, es donde cambia el código o la frecuencia. Recuerdos visuales, verbales o físicos. Y la confusión con el síntoma, concebido como expresión de una enfermedad, se produce allí donde el recuerdo es doloroso y atormenta.

Muchos caen enfermos de dolor. De recuerdos no escuchados. El eslabón necesario para que se produzca la enfermedad, cuyo sentido es la historia.

El síntoma, recuperado en su significación de recuerdo, es el eslabón perdido en la cadena de recuerdos. Llena esas lagunas mnésicas. Conserva todas las propiedades del síntoma, con sus beneficios y goces; en tanto que el recordar en si y sus variadas formas de reminiscencia y añoranza, conservan mucho de goce, y mas de beneficios. Dinámicamente, el síntoma se comporta al igual que el recuerdo, y viceversa. Sólo hay que dejar de lado la mirada bidimensional e incorporar las tres dimensiones.




Cronologías de vida. Napoleón.




Como si se tratara de partir de la imposibilidad de pensar, o de “concebir” lo contemporáneo, la sincronía se ha roto, el tiempo esta desunido. Hay más de un tiempo en el tiempo del mundo; en forma de historia, de mundo, de sociedad, de época, los tiempos corren. Se ha desquiciado como muchos otros lo han hecho. El desequilibrio temporal arrasa con las sincronías del pasado, el presente y el futuro; donde la superposición congela la fluidez. Un atrás que se adelanta y le gana a un futuro lento que no sabe llegar. Las lógicas que se esperan ordenadamente, desbaratan los planes de una linealidad que ya no se corresponde con nada. Los tiempos de la locura se han hecho cotidianos, los enfermos internados viven en un tiempo fuera de sí. Y viven más tranquilos. El resto del mundo dejó de ser mundo para convertirse en un resto de su propia época.

El inconsciente freudiano invirtió las nociones temporales doblegando al presente. Una resignificación que sólo produce la actualización de sí mismo. Lo único que se mueve es la corrupción de los valores, que sigue avanzando hacia un futuro sin parámetros válidos; hacia una nada donde alguien dejó de serlo. Donde ser alguien, no puede serlo todo.

Napoleón ejercía autoridad. Era la autoridad. Cosa que se consideraba peligrosa para un gobierno que era hostil a todas las formas de autoridad. Napoleón era moderado y por eso era peligroso en una época marcada por el extremismo.

Napoleón brigadier era peligroso cuando se enfrentaba con los comisionados oficiales. Como todos los hombres de vida pública, caminaría en los bordes del filo. Los tiempos se desquician, en momentos de gloria y tiempos de miseria. Napoleón sufriría esos embates atravesando momentos durísimos de desilusión y penurias, llegando a la gloria de un imperio, para luego morir recluido en una isla perdida cuyos únicos habitantes eran sus guardias carceleros. Una cronología que cuesta mucho entender sus secuencias. Ritmos que se apoderan de la vida.

Nacido en una isla, muere en otra. Una familia unida en lazos de sangre intensos termina en una soledad aunada en recelos lejanos de seres que ya no lo quieren. Sus ancestros lo formaron, sus herederos se alejaron. Una cronología que insiste en quebrarse a cada momento. Torceduras forzadas de una cadena que no se alimenta. Paradojas singulares de personajes especiales. Dominios de fuerzas que crean al hombre, tiempos que juegan con sus cartas marcadas. El juego se ha desquiciado, desde el momento en que se pretendió el poder por sobre todas las cosas.

El tiempo se ha desquiciado y el hombre sigue pretendiendo un orden sólido. Pobres ingenuos quienes esperan aún que la lógica se mantenga al pie del cañon. Ya no más, ya no más.

Aprender del desorden es vivir en el caos. Resignar las estructuras será adaptarse a los cambios. Una integración de los nuevos órdenes será la única salida a esta locura. Dejar la queja a un lado, eso es todo.

 


Amas de casa. La transformación rutinaria de la mujer.




Se han visto transformaciones en el último siglo pero la de la mujer es la más importante y la más profunda. Pero estas mismas transformaciones se van dando en el ciclo de la vida, en casa y por culpa de la rutina. Cambios que no se entienden, cambios que se intentan explicar pero cuya realidad supera cualquier ficción, aún esta.

La mujer en su largo camino hacia la intimidad del hogar pasa por una mutación inexplicable y sin razón. O con demasiadas. Posiblemente la causa desbocada sea la perturbación del hombre con su condición masculina; tal vez sea la rutina o el paso del tiempo. No sé si puedo explicarlo, si puedo contarlo en pocas palabras y algunas líneas. La vida de la mujer, los cambios de la ama de casa, que se hace dueña y ama. De diosa deseada a bruja o a desdicha. No es un espejo de la experiencia personal, la soltería permite conservar en formol la mejor visión de la mujer. Y sus cualidades.

En un comienzo son lo más hermoso del planeta, al punto que el hombre la desea y habla del amor de su vida. Empiezan las salidas y la crónica de una muerte anunciada. Algunas no pasan del segundo encuentro, posiblemente porque ellos son más femeninos que los amigos o porque la mentira tiene patas cortas. Las que sobreviven a esa escoba suelen llegar a ser más; un lugar que se le da a la mujer en los últimos tiempos, que es mejor que los viejos, donde quedaban limitadas a una función y a una tarea. De allí la revolución que, no sé si mejoró o lo complicó todo, pero que les dio un poder que deben aprender a usar. En lo cotidiano.

Una vez que han amado, llega la formalidad de una relación y hasta la convivencia. Y allí empieza la transformación en lo cotidiano. La ama de casa se convierte en dueña y patrón, con reclamos y a condición, exige y demanda. Se queja y proclama todo el tiempo sus quejas, sus planteos sin solución. Esa mujer, para ese amor, se convierte de a poco y todos los días, en una mujer distinta. Sobrepeso de peleas, belleza que se queda atrás en el tiempo y los defectos que se hacen protagonistas. Una transformación para nada sencilla, de causa desconocida o probable. Es raro que la mujer que uno ame se convierta en este suceso, al poco o mucho tiempo; pero parece ser una regla.

Es raro ver que una flor se convierta en una espina por el simple hecho de convivir todos los días. Es extraño que el amor que embriaga sea luego una patada al hígado o un terrible dolor de cabeza. Me resigno a aceptar que el tiempo todo lo arruina y que esa hermosa caricia termine siendo una áspera carraspera. Dicen que la culpa es de la rutina, dicen que la primera impresión siempre es una mentira de la ilusión que se desespera por encontrar una salida.

Si es cierto que en un comienzo esa mujer suplica por un hombre y que sea su dueño. Y que en el tablero de la vida cotidiana son las primeras que cantan "jaque mate" al rey.

Una transformación que corre por las venas de la historia. Que posiblemente condena a las parejas a su fracaso anunciado.

A tener fecha de vencimiento.

Por culpa de ambos.





miércoles, 10 de abril de 2013

La enfermedad grita lo que sucede en el interior.




La enfermedad ya no es un padecimiento, es una consecuencia. La enfermedad denuncia, grita lo que sucede en su interior. Quiere hablar y decir tantas cosas que se han callado. Y nadie quiere hablar. Es común considerar que el enfermo no está en condiciones. Se lo desautoriza. Se lo sobreprotege. A veces se lo descuida. Y la enfermedad se gana el rol protagónico en el mundo que ahora gira a su alrededor. El cuerpo sigue callado.

Las disociaciones en el transcurso de la enfermedad se multiplican. Divide y reinarás. El cuerpo, el brazo, los síntomas, el dolor. Las horas, los remedios. Un grito que no se escucha. Mientras algo continúa en silencio. De algo no se habla. Se sufre y se lloran los dolores que la enfermedad ha traído. Se padecen las circunstancias nuevas que modifican y alteran la vida cotidiana. Pieza a pieza, minuto por minuto las condiciones van cambiando. Por lo cual, la enfermedad ya no requiere ni necesita el grito, pues se ve callada por los remedios que curan un cuerpo sufriente, mientras adormecen el psiquismo. Ese cuerpo queda rehén de sí mismo. Atrapado entre la espada y la pared; en las manos de un padecer sin restricciones y abrazado al silencio aplastante de lo que no puede ser dicho aún.

Ese cuerpo llega a morir en silencio, sin poder decir lo que necesita para sanar su espíritu. Muchos no llegan a pedir ayuda; mientras que otros no pueden pedir perdón. Tanto dolor del cuerpo no supera los bloqueos de la humildad enjaulada en las apariencias. Se han visto rostros duros de quienes sufren terriblemente el cáncer, el egoísmo y la furia, por dentro. He visto las miradas de niños felices, que mueren al poder entender lo que les ha tocado vivir, aunque no sea propio. Es el cuerpo el que nos acerca las alegrías y el que transmite la intensidad y la inmensidad de lo que vivimos. Es el que siente. El que lleva. El que carga. El que se entera. Al que no dejan expresar, salvo si cae enfermo. Pues en el cuerpo los silencios quedan sepultados. Y como estigmas o cruces aparecen las marcas. Sabe ser un cementerio. Sabe ser un puente. Un medio. Muchas veces el único. Puede callar. Debe hablar. Sabe de la muerte. Si se aleja de la mente. Entierra las emociones, las encapsula. Y a las lágrimas las seca. Matándolas de amargura.

La enfermedad ha cargado a través de los siglos con su mala reputación. Enemiga del hombre. Entorpeció sus logros y se juntó con la muerte para generar las masacres de la humanidad. Violenta, imprevista, extraña y amada. Silenciosa embustera que sabe mucho y lo acompaña desde el principio. Nadie va a admitir que la enfermedad le ha resuelto muchos conflictos que no encontraban salida. Una solución cuestionable, pero una salida evidente. Temas que no se podían solucionar, cuestiones no dichas que han muerto en silencio, enfrentamientos de dos miradas que ya no se veían, desapariciones inexplicables y asesinatos encubiertos. La enfermedad le ha facilitado el camino al hombre que no pudo enfrentarse al crecimiento y madurar sus sombras. Ha firmado pactos a escondidas con aquellos que prefieren retroceder.

Pero en ciertos momentos la enfermedad grita, donde el cuerpo aún permanece. En esos tiempos terminales, la complicidad se rompe y la enfermedad no quiere saber más del enfermo. El cuerpo rompe el silencio. Ya es tiempo de solucionar los conflictos, cancelar las deudas y empezar la despedida.

La enfermedad que gritaba dejó el paso libre a las palabras que curan, lo lastimado tiempo atrás.



 




lunes, 8 de abril de 2013

El cambio climático. Pura patología.




El problema del cambio climático es una cuestión psicológica, una cuestión cuyo germen se encuentra en la patología humana. En la desidia y la conveniencia de algunos que se han querido aprovechar para rellenar sus empobrecidas almas con dinero. Una cuestión de comercio que sigue siendo una patología. Pura enfermedad. Pura codicia. Pura avaricia.

La cuestión más radical comenzó allá, en algunas decisiones de las que jamás podremos saber, salvo ver sus consecuencias. En alguna oficina secreta, algún pacto oculto, en algún rincón del mundo estas cuestiones fueron resueltas. Pagando todo el costo el resto de la Humanidad. Sin pensar ni ser leal a la raza a la que pertenecen. Una patología inminente que trae sus secuelas hacia todas las veredas, estés donde estés parado.

El ser humano está infectado de un virus extraño, que se está propagando con los años. Parece transmitirse vía aérea. La cuestión ya es pura ciencia, pura realidad concreta. Y sus alcances impensables. Una magnitud inconmensurable. Unos efectos a corto y largo plazo. Un dolor que no será en vano. Una herida profunda, con infección.

El antídoto del dolor no se encontrará jamás. Porque no es un negocio mejorar. Ni curar a las personas. Algunos está tratando de enfermar y de contaminar las aguas de los ríos, para que el vecino pueda seguir llenándose los bolsillos de un dinero arrogante, manchado de sangre y con mal olor. Putrefacción de los principios, consecuencias de un mundo perdido, caído con las ideologías. Armas vendidas para matar a las propias familias. Un mercado negro que se abastece de lo peor del infierno, esa sombra empetrolada de la avaricia humana. Y de la mezquindad. Nada les alcanza. Nada alcanzará.

Es pura patología.

Y allí ha comenzado todo. El infierno rojo en el que nos estamos metiendo. Un planeta hirviendo, mientras seguimos consumiendo sus recursos naturales. Y pensamos en nuestra parte, solamente. El combustible suficiente para poder seguir, el alimento que pedir, el agua para consumir. El aire para respirar. Desde allí, nada es casualidad. Y el ajedrez ha comenzado. Una pulseada con la mano del Dios padre, para ver si el hombre no es cobarde y se atreve a destruir su obra.

La soberbia de algunos me asombra. Y la ausencia de Dios me preocupa.

La Humanidad tal vez los indulta, comprándose a los miembros del jurado. O inventando una nueva puesta en escena, como los juicios de la postguerra o tantas otras mentiras. Armadas por la sencilla razón de una patología que los guía hacia la destrucción.

En línea recta.











jueves, 4 de abril de 2013

Te pido el remise? Una pesadilla femenina.




Cuando la situación ya no da para más. El teléfono es una posibilidad. Y se termina todo. Cuando el absurdo lo colmó todo y la prepotencia arruina una noche, la tarjeta ya no se esconde. Y se pide un remis.

Porque se atreve a incurrir en esas cuestiones que lastiman. El ego tiene una herida, un rasguño que no puede ser profundo. Un puntaje descalificando el coraje de robarle un beso. Ansiado y esperado, pero en el momento señalado, tenía que arruinarlo todo. Porque la histeria hace escombros con el deseo del otro, con los besos propios. Tan bien intencionados. Tan esperados como ansiados. Entonces, se merece el remis.

Es dejarla ir. Pero ¿vale la pena alguien así? Que categoriza los besos en vez de disfrutarlos. Que les pone un puntaje para aproximarlos a una tabla, plagada de gente extraña que pudo besarla mejor. Pero se olvida del corazón, se olvida de quien está detrás de ese beso. Entonces, nunca corre el velo. No quiere ver a la persona. Se queda, casi ni se asoma. Le tiene tanto miedo al amor, que prefiere puntuar a la pasión con que los labios se acercan.

Así está ella. Viajando de regreso en el remis. Porque no se merece un beso en la nariz. Porque no ha entendido nada del amor. Ni del deseo. Sólo piensa en el desenfreno, en las conveniencias de una liberación de las cargas. En vez de alzar la mirada y ver un poco más allá. Una noche que podría haber sido muy larga. Quedó interrumpida por su estupidez. Quedó en ruinas otra vez, porque creía ser brillante y terminó siendo una cobarde que no se anima a más.

La pesadilla femenina está detrás. Siempre se queja de lo mismo. Los hombres son sus enemigos, porque no se involucran. Cuando son ellas las que tienen miedo. Se supone que hacen todo por un poco de afecto, pero seamos sinceros se han convertido en la peor cara de la masculinidad. Esa manera fatal de arruinar la feminidad con la grosería invasiva de aferrarse a una pierna, para no dejar que pueda agarrar el teléfono. Y llamar al remis.

Desde ahí todo dejó de ser feliz. Una mezcla de arrepentimiento e indignación. Una lástima que la pasión se haya tenido que ir, cuando estaba todo listo para servir el desayuno en la mañana. Una mujer que se engaña, que se cree la gran dama y no deja de ser una mendiga del alma. Esperando que la llama se encienda, cuando la mecha ya está mojada. De tanto soplarla se apaga para siempre.

Lo demás es evidente. Venganzas. Recelos y rencores. Jugar en los balcones al sube y baja. La histeria es pura venganza, pero jamás da el brazo a torcer. Arrepentirse los pies de haber dado esos pasos, exclamar con encanto que “ya no da para eso”. Con una cara al viento que ya no puede mirarte a la cara.

Después todo fue venganza, por haberle pedido el remis. Con los huevos de codorniz al plato y una ensalada con lo mejor de la noche. Todo estaba para alquilar balcones. Todo más que listo. Al ego yo no lo invito, me había olvidado su entrada. Ella vestía como una gran dama, una sirena en la playa, acariciando la arena de un cuerpo que la esperaba. La cercanía estaba en la sala, los roces estaban a la orden del día. La mirada era pura envidia y los labios se esperaban, ya desesperados.

Fueron cuatro los besos dados.

Y mientras el remis estaba llegando, una aproximación de lo que jamás se daría. Esa fue su despedida.

Para siempre.

Hasta nunca.






La rutina desgasta a la pareja?? O....




Se dice que la rutina es el peor enemigo de la pareja, la razón de la extinción del matrimonio como institución perdurable en el tiempo. Pero, creo, después de ver que la mayoría de las consultas son por problemas de pareja y que los divorcios están aumentando es tiempo de replantearse un poco el asunto de la convivencia, la rutina y las relaciones. Un mundo que está llegando a su fin. Un fin que no nos deja empezar un mundo nuevo.

Es fácil echarle la culpa a la rutina, como si fuera un arma homicida que asesina a sangre fría a la relación de pareja. Pero me parece que esta vez la carta cayó al revés y la cuestión es exactamente opuesta. La pareja desgasta la rutina de una relación que había empezado con todas las ganas y con toda su fuerza. Y queda desbastada tras la larga sequía de expresiones que se van perdiendo en un tiempo donde lo nuevo ya ha quedado en el pasado. La pareja es la razón de esta cuesta arriba que se transita con una mochila muy pesada. La pareja que se construye día a día cae en desdicha cuando a uno se le fue la mirada. Y pierde esa llama que había alimentado la pasión, donde cada gesto y cada respiración son como el agua bendita. Pero ese día, en un momento determinado, un gesto helado marca la diferencia.

Y la rutina no se entera, pero las cosas empiezan a cambiar. Ya no es igual, se huele pero aún no se entiende. Se siente pero no se sabe por dónde vendrá el tiro. Y lentamente, algo se empieza a morir, aún sin sufrir, evitando el dolor y con mucha negación dando vueltas. Una jauría hambrienta de agujas que pinchan el gran globo. Finitos agujeros por donde se escapa el aire de un sueño que ya no puede volar. Y le queda poco para respirar. Hasta terminar en el suelo. Sin ganas ni fuerzas.

El cambio, es la paradoja de la rutina y su cadena perpetua. Cuando uno ama puede hacer mil veces lo mismo, con esa persona amada. Y nada la desgasta, ni la empaña ni aburre. Cuando uno ya no ama, no puede hacer ni siquiera dos veces lo mismo, ni algo diferente. Cualquier cosa genera fastidio, aún el mejor gesto, aún la mayor sorpresa puede caer sin freno. Tantos hablan del desgaste producido por hacer siempre lo mismo, tantos se están equivocando, porque el problema no es lo mismo, sino que uno haya cambiado. El asunto que pone todo esto en peligro es que el sentimiento ya no sea el mismo y el ocultamiento es cansador.

La rutina no es la lija de la relación, que de tanto pasar por ella la termina desgastando. Todo lo contrario, es lo que le puede sacar las asperezas cuando uno quiere tener un amor refinado, pulido y exacto; acorde y a la medida. Trabajado, acariciado y sentido. Mientras, la indiferencia le hace un rasguño a la nobleza de la entrega de un ser al otro.

Es la relación, mal llevada y mal concebida, la que arruina la rutina de un proyecto soñado. Este es el trabajo de la vida cotidiana. No es empezar con las aventuras ni las salidas espontáneas, no es agregarle sal y pimienta si está cruda o pasada. Mucho menos es inventar excusas para volver a la adolescencia.

Asumir las consecuencias y entender que la vida cotidiana no es enemiga de la rutina, mucho menos dentro de una relación de pareja.

Nada se desgasta por los días.

El amanecer sigue siendo un nuevo comienzo, todos los días.

 


jueves, 14 de marzo de 2013

La necesidad de adrenalina. Empieza el aburrimiento




Algunas personas se quejan de esa falta de "hormigueo en la panza" surgida cuando están conociendo a alguien, o recién saliendo. Esos tiempos que, en el momento, no son los más lindos pero que luego se extrañan. Esta sensación expresa y grafica esa adrenalina que se va perdiendo con los años o con la codicia de afecto. Como si el amor se desgastara, cuando es uno el que ya no gasta la suela de sus zapatos y le entrega el alma al diablo. Y no al amor de su vida.

La necesidad de adrenalina se filtra en la vida cotidiana corrompiendo esos sueños que los habían unido y empieza el aburrimiento como el juego de todos los días. Uno los ve sentados en la mesa, desayunando en el bar de la esquina, cada uno con su diario, cada uno para su lado, sin compartir ni siquiera la cuchara. Ni una mirada, ni un comentario sobre las noticias. Y uno, los mira y se pregunta tantas cosas. Uno los mira más de lo que ellos se miran y piensa en el camino que deben haber recorrido como para llegar a eso. ¿Cuándo se empieza esa caída?

Y en eso se escuchan los planteos, se sabe de los amantes o de las historias con su secretaria. Una doble vida que sale el doble de caro, con un precio impagable, salvo que se le haya entregado el alma al amo de los escándalos en el imperio de sus infiernos; donde el peor pecado no es la lujuria ni la avaricia, es el aburrimiento. Ese tedio de silencio donde no se cae una sonrisa ni siquiera del bolsillo. Ese tremendo encierro donde la jaula es de barrotes neutros que ni siquiera generan el frío de la soledad. Es más un zumbido que aterra con perspectivas abiertas hacia una caída sin lugar de llegada.

Es entendible pensar en esa necesidad de adrenalina, algo que le devuelva la vida a esa persona que está perdida entre tanta nube gris que encierra los ojos entre unas orejeras de caballo anclado a un carro que se luce por las calles de Palermo. ¿Alguna vez se han detenido a observar el gesto de esos caballos? Los que llevan en su pasado un carromato pesado y chapado a la antigua, mientras sus lomos ya no transmiten lo salvaje de algún momento, aunque haya sido de potrillo. ¿Cuántos andan así por la vida? Arqueados por estar demasiado tiempo mirando el piso, por no mirar a la cara ni a los ojos de su espejo; dolidos por la joroba de tanto joderse la vida (y perdón por las palabras); despertando el entusiasmo de quien tiene sangre en las venas para salirse de esa condena y poder respirar aire puro. Aire que se llama adrenalina, aire que llena de vida sus pulmones y es una visa hacia otro país, sin extradición.

Efectos de la vida cotidiana con poca vida y muy rutinaria. Con poco perfume en el aire y mucho de dolor en la duda que se acuesta a ambos lados.

Esperando el trago amargo. O su medicina.




jueves, 7 de marzo de 2013

En que laberinto nos hemos perdido

¿Por qué estamos aquí? Donde los niños lloran porque han matado a sus padres. En un mundo donde es difícil encontrar la satisfacción real, si estamos tan rodeados de muerte y dolor. ¿En qué laberinto la hemos perdido? En alguna guerra ha sido herida. Lastimada, ultrajada. En lo cotidiano. Allí ha sido.

A veces pienso, mientras peleo mis propias batallas y me cruzo con una madre que maltrata a su hijo, si es posible que ese niño llegue a encontrar la satisfacción o la felicidad. Y me conmuevo al encontrarme discutiendo si es una posibilidad que nos da este mundo, o una pequeña ilusión infantil. Perdida ya para ese pequeño. Es difícil sentir que se puede encontrar en un mundo plagado de sangre y destrucción, donde queda claro que nos falta mucho por entender y aprender. Veo mucho dolor alrededor y no entiendo sus razones. Doy vueltas y vueltas. Camino las mismas cuadras y me encuentro en el mismo lugar.

Perder, encontrar. Dos grandes miedos, dos alternativas con las que juega el laberinto de cada día en mí, en el otro. En ellos. Uno sabe donde comienza pero ni siquiera entiende las reglas, por lo cual, no sabe si llegará al final. Es que algunos, la gran mayoría, ni siquiera les interesa llegar. Pero sin darse cuenta, se quedan en el camino. Enredados. Atrapados. Mirando el cielo, lejano. Giran, giran. Se marean. Vomitan.

Duele mucho sentir la asfixia de esta vida. Una lenta agonía que se asemeja a la asfixia, del corazón. Un dolor profundo que apaga las luces, minuto a minuto. Es que se han perdido. Han huido. No se han escapado. La han perdido. La gratificación es un escondite al que pocos pueden acceder. Mentalmente.

No entiendo a este mundo. Y lo escucho hablar todos los días. De lo mismo. De sus diferencias, de sus gratitudes. Sonriente y pensativo. Mientras me suenan en la cabeza las bombas que estallan mucho más allá y como ideas que golpean las fronteras de mi mundo, me pregunto sin poder responder. ¿Es posible la felicidad? En una tierra tan plagada de miserias, humanas, y dolores de la carne. No se quién sufre más, si aquellos a quienes invaden o las mujeres que se mueren de hambre por una lucha a favor de la perfección. Lo único cierto es que veo hambre por todos lados.

En un mundo no quieren comer y en el otro no pueden comer. Devorarse, destruirse. Unos a otros. Ellos mismos. Un laberinto de preguntas me empuja a los límites de la incomprensión. No se si es irracional o me estaré volviendo loco. No sé qué prefiero. Las canciones de protestas, los negocios de la música. Las revoluciones encubiertas, un mercado nuevo por explotar. En el medio, los cuerpos y las mentes.

Las paredes son obstáculos, a la vez que las fronteras. Límites que dividen y fuerzas que sostienen. La posibilidad de desaparecer en la fusión o la salvación de no caer en la desesperación. Doy vueltas, no trate de seguirme, no se si es recomendable.

La máxima tranquilidad es que el laberinto nunca va para abajo. Así que estamos lejos de la depresión y sus nuevos compañeros. Una moda que no entiendo. Un negocio que se vale de muchos días de alegría por unos cuantos billetes más. ¿Y cuántos más? No tienen piedad ni por sus propios hijos. Pensar que ellos serán la consecuencia y son las causas. ¿Dónde está el comienzo? ¿Lo veré al final? Pero si quiero entender ahora, ¿por qué tendré que esperar?

He leído mucho sobre el dolor. Y he aprendido muchas de sus teorías. Sólo una cosa me ha quedado en claro, y no la podré olvidar. Nunca se podrán acabar las posibilidades de crear nuevas formas de sufrir. Cada uno encuentra la suya. Un laberinto acaba de nacer. Otro ya se ha secado.

No quiero arruinarle más sus propias plantas. Así por lo menos el laberinto se ve más lindo. Pero, discúlpeme, es más fuerte que yo…

¿Usted sabe dónde la perdió?

El salmón muere al llegar

La vida por una satisfacción. Que gran valor le dan ellos, y eso que son animales. Tanta sabiduría condensada en esas criaturas que parecen seres inferiores, y sin embargo, jamás se olvidan de disfrutar lo más rico de la vida. Llegar y desovar, ese es su sentido. Para eso nadan contra la corriente y sortean a las fieras mal alimentadas, en las temporadas que les tocan.

Muchas circunstancias mueren al llegar. No es una mera casualidad, tal vez explique el sentido y la razón de un funcionamiento que hemos interpretado erróneamente. El miedo a la muerte nos ha producido el alejamiento de la satisfacción, al comprobar que en ella algo de uno muere. Algo de la vida se va en ese preciso y pleno instante. En que el alma explota y deja de ser esa particularidad minúscula en el enorme universo. La gota del mar se fusiona y pierde su identidad. A caso, ¿no será ese el camino? Tal vez por egoísmos hemos claudicado en nuestra misión, al pretender estar sumergidos pero sin dejar de ser parte. Pretendemos la unificación sin perder ni resignar nada, ni siquiera por las próximas generaciones. Mientras el salmón muere al dar vida, el hombre destruye toda su Tierra, arruinándoles la casa a sus hijos y nietos.

Que poco civilizados parecemos a veces. Aunque no es justo generalizar, pues no todos son iguales a la hora de destruir estas mismas condiciones. Pero somos una especie especial, y nos hemos alejado de los animales. Tal vez en algún momento fuimos parecidos al salmón, y dábamos todo por la vida de un semejante. Sé que en estos días, el arroyo ha desaparecido en la contaminación de los ríos, y los salmones escasean. Las corrientes se han tornado demasiado difíciles y los pescadores interfieren por deporte en el camino de ascenso.

Al pensar en su recorrido uno se siente un poco tonto. He caído de la soberbia de creer que somos los más inteligentes, al ver que el salmón tiene la misma misión que yo, de ir hacia arriba, para darle la vida a otro. Y sortear en el camino las dificultades que el destino desea ofrecerle. No somos tan especiales, si el mismo pez ha sido elegido. Si encuentro una diferencia, entre tantas que se me van ocurriendo, que aquel salmón sabe de sí y siente su satisfacción. En cambio, muchos de nosotros la hemos perdido. Unos cuantos ni siquiera se meten en el agua a nadar; otros débiles no llegan a soportar las adversas corrientes que les tocan, por más que vean que compartimos el río y que debemos salir del mar. El cambio de agua, muchos no lo soportan. Prefieren perderse en la inmensidad del sentimiento oceánico, en vez de permitirse una particularidad, la de elegir el agua dulce. Y llegar hasta lo más alto.

Morir así.

Morir al llegar.

La salida de todos es la alternativa de cada uno

La realidad, es que aún somos unos niños asustados ante la muerte. La última aventura. Por eso, al hombre le cuesta tanto conocerse, ser él mismo, en tanto que todas las limitaciones acercan la posibilidad de una muerte enmascarada en el rechazo, en el fracaso, en la frustración o en las pérdidas. Es decir, en la aparición de una frontera que se desconoce. La pérdida de una mirada que se aleja cerrando sus ojos. El fantasma de la muerte, pintado de oscuro, paseando por las noches.


Como niños temerosos temblando, el hombre se refugia en los rincones de su alma, retrocede frente a su evolución y pierde de vista la posibilidad de madurar. Allí, donde la salida de todos se convierte en una alternativa, en cada uno. En un terreno, en donde la Dama, que comienza su conversación en los últimos instantes de nuestra vida, pierde el poder de ser una intimidación y mostrará la fuerza que esconde su superación.

Tener la visión de una alternativa y la experiencia de una unión es lo que establece la jerarquía invisible de quienes trabajan para todos. En ellos los ritmos psíquicos exceden la pulsión de una vida única, pues algo falta siempre en la individualidad. Y algo excede al todo.

El primer signo del hombre nuevo será el despertar de la falta. Ni la ciencia, ni las iglesias, ni el vacío ruidoso de los placeres corporales pudieron acercarlo a la intimidad de esa experiencia. Ni siquiera la amputación impune es la salida.

Ellos nos invitan a buscar en nosotros mismos. No afuera ni en ningún otro. En las causas de nuestro infortunio está la fuerza de los males del mundo. Como repitió muchas veces Sri Aurobindo: “Las circunstancias externas son justamente el fruto de lo que nosotros somos”. La prueba principal de este cambio es la transición al vacío interior. Luego de vivir un frenético y desesperante desasosiego mental, se encuentra uno en el súbito silencio flotante, con extrañas resonancias emocionales y una sensibilidad aguda y muy especial. Es el signo evidente del comienzo de una vida.

El afuera se halla adentro por todos lados. Reproducciones fieles de las complicaciones internas de la vida. Circunstancias exteriores hechas a imagen y semejanza del interior humano de cada uno. Hacemos lo que somos. No somos si no hacemos. Algo nuevo puja por aparecer en todos. Es la naturaleza humana que puede cambiarse. Se trata de un juego de fuerzas, vibraciones que por su repetición regulan formas en nosotros. La ilusión de una necesidad. Una vez que hayamos descubierto ese mecanismo, el propio tiempo se transformará en el verdadero método. No es cirugía sino pacificación. No es magia ni misticismo. No es reducir las dificultades luchando vitalmente contra ellas, sino que se busca neutralizarlas por medio de la paz y el silencio; conquistar la inmovilidad en pleno movimiento. No es la anulación ni el recorte, es sumergirse en las tormentas para sentir la pureza de su quietud.

Desde la conquista propia del silencio, se puede ayudar a otros realmente. Porque ayudar no es un problema de sensibilidad ni empatía, ni de caridad; es un problema de poder. Pero usado no sobre los demás, sino a través de lograr la calma activa, esa calma contagiosa y potente que se transmite y organiza a los semejantes.

La decantación por el silencio pareciera ser la clave de todos; esa única salida que está al alcance de cada uno, y que posibilita la alternativa. El que plantea Sri Aurobindo es un “cambio de conciencia”. Ser cada vez más conscientes. Que depende del grado de desenvolvimiento y compromiso de nuestra alma en la participación de la especie. No nos podemos conformar ni satisfacer con una tranquilidad nimia, mientras por fuera vivimos de cualquier manera. Es todo lo contrario. Es la unión y la búsqueda de los opuestos lo que abrirá las puertas psíquicas de los sentimientos del alma.

Porque lograr una estabilidad conlleva al siguiente paso, el de protegerla; con lo cual, quedamos expulsados a anular o intentar controlar cualquier mínimo movimiento u oscilación, por lo que se van atrofiando los recursos, mientras los utilizamos cada vez menos. La reducción de nuestro mundo es el peligro de la selva. Las fuerzas de la humanidad están sostenidas en las vibraciones del átomo. Esa luz que se desparrama y expande constantemente, de manera inteligente.

El hombre se considera un ser civilizado que no reconoce lo cavernícola de su vida cotidiana. En estos tiempos llamados posmodernos, fluyen las primitivas fuerzas que no han evolucionado. La carcaza de la civilización se esta agrietando como una frágil bola de cristal. Por dentro, esas potencias primordiales pujan por encontrar una salida. Toda la tecnología es el símbolo de un poder puesto a disposición del control, una terrible ignorancia. Nuestras dependencias. El sometimiento de los sentidos. La esclavitud del hábito milenario. Un sistema feudal vuelto contra el hombre mismo. Egoísmos alarmantes que buscan someter a otros sin darse cuenta que caen en el propio sometimiento. El otro es sólo reflejo y espejo de mí. Soy reflejo y espejo de otros. Lo que les hago, me lo hago. Nada sale de este sistema, porque es la mente la que lo domina. La que recrea los miedos y proyecta los fantasmas. El remedio no se halla afuera, sino en la restauración de una actitud, en el orden interior, en la palabra, en la Conciencia. Pues la única enfermedad a la que el hombre está expuesto es la inconsciencia.

Mientras más consciente se es, más se acerca al Origen. Allí, donde se anulan los determinismos deformantes de aquellos intermediarios obsoletos de épocas antiguas. Lo cual traerá consecuencias individuales considerables, transformaciones de la propia vida y también efectos generales para la transformación de la especie y su mundo.

“Tú eres Él, tal es la verdad eterna, tú eres Aquello. Tal es la Verdad que enseñaban los antiguos Misterios y que las religiones ulteriores olvidaron”. Principio que se encuentra escondido en las grande religiones, en las principales teorías, en los especiales pensamientos, en el sentimiento oceánico. Tras haber perdido el secreto, el hombre ha caído en todos los dualismos posibles. Es la voz de todos los hombres fundida en una conciencia la que escuchará el Universo.

“Los muros que aprisionaban nuestro ser consciente han caído; todo sentimiento de individualidad y de personalidad se ha perdido, toda impresión de situación en el espacio y en el tiempo y en la acción y en las leyes de la Naturaleza, desaparece; ya no hay ego, ni persona definida y definible, sino solamente la conciencia, solamente la existencia”. El mismo Psicoanálisis propicia la inmortalidad en las pulsiones de muerte. Enmascarado en Thánatos viene la eternidad a ser infinitud.
Según una ley antiquísima, la evolución del mundo se halla atada a la totalidad. No puede salvarse nada si no se salva todo. No habrá paraíso mientras quede uno sólo fuera de él.

Cada vez que uno, aún el más pequeño, pobre e insignificante, alcanza cierta conciencia de su situación personal, algo de la luz se intensifica; y ejerce de modo automático una presión sobre el resto. Así, la naturaleza humana crece y las oscuridades o resistencias disminuyen. No se mueve la cosa más pequeña sin que todo se mueva. La aventura es de todos, quieran o no participar.

“Cada uno de vosotros representa una de las dificultades que es preciso vencer para la transformación”, dice Madre. Cada individuo tiene una sombra que le exige trabajo, pues lo sigue y contradice con la finalidad de ayudarle en la vida. Esa es la vibración particular que se debe transformar, su campo y área de trabajo, su punto. Es el desafío de su vida y su mayor Victoria. Es su aporte al progreso de la evolución. El grano de arena que construye la salida de todos. Esa es la alternativa. Ese es el trabajo. La superación del individualismo por el trabajo personal.