La realidad, es que aún somos unos niños asustados ante la muerte. La última aventura. Por eso, al hombre le cuesta tanto conocerse, ser él mismo, en tanto que todas las limitaciones acercan la posibilidad de una muerte enmascarada en el rechazo, en el fracaso, en la frustración o en las pérdidas. Es decir, en la aparición de una frontera que se desconoce. La pérdida de una mirada que se aleja cerrando sus ojos. El fantasma de la muerte, pintado de oscuro, paseando por las noches.
Como niños temerosos temblando, el hombre se refugia en los rincones de su alma, retrocede frente a su evolución y pierde de vista la posibilidad de madurar. Allí, donde la salida de todos se convierte en una alternativa, en cada uno. En un terreno, en donde la Dama, que comienza su conversación en los últimos instantes de nuestra vida, pierde el poder de ser una intimidación y mostrará la fuerza que esconde su superación.
Tener la visión de una alternativa y la experiencia de una unión es lo que establece la jerarquía invisible de quienes trabajan para todos. En ellos los ritmos psíquicos exceden la pulsión de una vida única, pues algo falta siempre en la individualidad. Y algo excede al todo.
El primer signo del hombre nuevo será el despertar de la falta. Ni la ciencia, ni las iglesias, ni el vacío ruidoso de los placeres corporales pudieron acercarlo a la intimidad de esa experiencia. Ni siquiera la amputación impune es la salida.
Ellos nos invitan a buscar en nosotros mismos. No afuera ni en ningún otro. En las causas de nuestro infortunio está la fuerza de los males del mundo. Como repitió muchas veces Sri Aurobindo: “Las circunstancias externas son justamente el fruto de lo que nosotros somos”. La prueba principal de este cambio es la transición al vacío interior. Luego de vivir un frenético y desesperante desasosiego mental, se encuentra uno en el súbito silencio flotante, con extrañas resonancias emocionales y una sensibilidad aguda y muy especial. Es el signo evidente del comienzo de una vida.
El afuera se halla adentro por todos lados. Reproducciones fieles de las complicaciones internas de la vida. Circunstancias exteriores hechas a imagen y semejanza del interior humano de cada uno. Hacemos lo que somos. No somos si no hacemos. Algo nuevo puja por aparecer en todos. Es la naturaleza humana que puede cambiarse. Se trata de un juego de fuerzas, vibraciones que por su repetición regulan formas en nosotros. La ilusión de una necesidad. Una vez que hayamos descubierto ese mecanismo, el propio tiempo se transformará en el verdadero método. No es cirugía sino pacificación. No es magia ni misticismo. No es reducir las dificultades luchando vitalmente contra ellas, sino que se busca neutralizarlas por medio de la paz y el silencio; conquistar la inmovilidad en pleno movimiento. No es la anulación ni el recorte, es sumergirse en las tormentas para sentir la pureza de su quietud.
Desde la conquista propia del silencio, se puede ayudar a otros realmente. Porque ayudar no es un problema de sensibilidad ni empatía, ni de caridad; es un problema de poder. Pero usado no sobre los demás, sino a través de lograr la calma activa, esa calma contagiosa y potente que se transmite y organiza a los semejantes.
La decantación por el silencio pareciera ser la clave de todos; esa única salida que está al alcance de cada uno, y que posibilita la alternativa. El que plantea Sri Aurobindo es un “cambio de conciencia”. Ser cada vez más conscientes. Que depende del grado de desenvolvimiento y compromiso de nuestra alma en la participación de la especie. No nos podemos conformar ni satisfacer con una tranquilidad nimia, mientras por fuera vivimos de cualquier manera. Es todo lo contrario. Es la unión y la búsqueda de los opuestos lo que abrirá las puertas psíquicas de los sentimientos del alma.
Porque lograr una estabilidad conlleva al siguiente paso, el de protegerla; con lo cual, quedamos expulsados a anular o intentar controlar cualquier mínimo movimiento u oscilación, por lo que se van atrofiando los recursos, mientras los utilizamos cada vez menos. La reducción de nuestro mundo es el peligro de la selva. Las fuerzas de la humanidad están sostenidas en las vibraciones del átomo. Esa luz que se desparrama y expande constantemente, de manera inteligente.
El hombre se considera un ser civilizado que no reconoce lo cavernícola de su vida cotidiana. En estos tiempos llamados posmodernos, fluyen las primitivas fuerzas que no han evolucionado. La carcaza de la civilización se esta agrietando como una frágil bola de cristal. Por dentro, esas potencias primordiales pujan por encontrar una salida. Toda la tecnología es el símbolo de un poder puesto a disposición del control, una terrible ignorancia. Nuestras dependencias. El sometimiento de los sentidos. La esclavitud del hábito milenario. Un sistema feudal vuelto contra el hombre mismo. Egoísmos alarmantes que buscan someter a otros sin darse cuenta que caen en el propio sometimiento. El otro es sólo reflejo y espejo de mí. Soy reflejo y espejo de otros. Lo que les hago, me lo hago. Nada sale de este sistema, porque es la mente la que lo domina. La que recrea los miedos y proyecta los fantasmas. El remedio no se halla afuera, sino en la restauración de una actitud, en el orden interior, en la palabra, en la Conciencia. Pues la única enfermedad a la que el hombre está expuesto es la inconsciencia.
Mientras más consciente se es, más se acerca al Origen. Allí, donde se anulan los determinismos deformantes de aquellos intermediarios obsoletos de épocas antiguas. Lo cual traerá consecuencias individuales considerables, transformaciones de la propia vida y también efectos generales para la transformación de la especie y su mundo.
“Tú eres Él, tal es la verdad eterna, tú eres Aquello. Tal es la Verdad que enseñaban los antiguos Misterios y que las religiones ulteriores olvidaron”. Principio que se encuentra escondido en las grande religiones, en las principales teorías, en los especiales pensamientos, en el sentimiento oceánico. Tras haber perdido el secreto, el hombre ha caído en todos los dualismos posibles. Es la voz de todos los hombres fundida en una conciencia la que escuchará el Universo.
“Los muros que aprisionaban nuestro ser consciente han caído; todo sentimiento de individualidad y de personalidad se ha perdido, toda impresión de situación en el espacio y en el tiempo y en la acción y en las leyes de la Naturaleza, desaparece; ya no hay ego, ni persona definida y definible, sino solamente la conciencia, solamente la existencia”. El mismo Psicoanálisis propicia la inmortalidad en las pulsiones de muerte. Enmascarado en Thánatos viene la eternidad a ser infinitud.
Según una ley antiquísima, la evolución del mundo se halla atada a la totalidad. No puede salvarse nada si no se salva todo. No habrá paraíso mientras quede uno sólo fuera de él.
Cada vez que uno, aún el más pequeño, pobre e insignificante, alcanza cierta conciencia de su situación personal, algo de la luz se intensifica; y ejerce de modo automático una presión sobre el resto. Así, la naturaleza humana crece y las oscuridades o resistencias disminuyen. No se mueve la cosa más pequeña sin que todo se mueva. La aventura es de todos, quieran o no participar.
“Cada uno de vosotros representa una de las dificultades que es preciso vencer para la transformación”, dice Madre. Cada individuo tiene una sombra que le exige trabajo, pues lo sigue y contradice con la finalidad de ayudarle en la vida. Esa es la vibración particular que se debe transformar, su campo y área de trabajo, su punto. Es el desafío de su vida y su mayor Victoria. Es su aporte al progreso de la evolución. El grano de arena que construye la salida de todos. Esa es la alternativa. Ese es el trabajo. La superación del individualismo por el trabajo personal.