Aprender una gran diferencia, tal vez nos salve de la locura y nos sumerja en la realidad. La psicopatología es muy clara, pero el público y algunos profesionales lo confunden todo. Hay una dimensión de diferencias entre las experiencias y la alucinación. Las experiencias espirituales se dan en personas que tienen una integridad, que es la que se desintegra en el psicótico y en el que alucina. Un psiquismo desarmado que utiliza a la alucinación y al delirio como parches para tratar de no perder la conexión con la realidad, o reestablecerla.
Es cierto que los fenómenos alucinatorios como los delirantes toman el material para formarse de las experiencias cotidianas con mayor intensidad. Y es desde allí que la religión, la sexualidad y el ego con sus místicas son los temas preferidos. Y no quedan desacreditados como le sucede a la espiritualidad, por ser parte de un delirio.
La diferencia la podemos establecer en las vivencias. Mucho más que las sensaciones. Sus piezas conservan una coherencia que se pierde en la alucinación, constituida a semejanza del sueño, más que de una experiencia. En la coherencia se encuentra el mensaje y la profundidad. En la alucinación todo queda superficial, sólo hay agujeros oscuros. La psiquis parece que se va a derrumbar, en cambio la personalidad se hace una con la identidad, esa es la marca de la experiencia.
El discurso es absolutamente distinto. No hay simbolismos ni neologismos, hay cordura e hilación. A diferencia de las acciones de drogas y demás sustancias, la espiritualidad no es un viaje disociativo. Uno no lo vive como si se hubiera ido de viaje y hubiera vuelto. No hay división del tiempo ni de la personalidad. No hay una salida del cuerpo. Es volar.
Respecto del ego y el yo, la vuelta lo hace intensamente más pequeño, consciente de sus dimensiones reales y angustiado por la pequeñez y la inmensidad que lo protege. En cambio, en las demás sensaciones la expansión es una protagonista y se adueña de los límites del yo, superados y casi desbordados. El ego se come al Yo, y la identidad se pierde en el polvo o en el brote. En la experiencia espiritual uno es más mientras se es menos después de cada episodio sufriente. No se pierde la consciencia, se redimensiona. Se terminan las palabras, el rostro iluminado habla. No se fragmenta el lenguaje y el discurso se demuele como una pared de ladrillos, huecos.
Se conserva la relación con la historicidad. Se diluye la noción de tiempo. No se produce una regresión y el pasado se impone. No se quiebran las partes que sostienen la estructura. Se agiganta el alma. No se achica ni se enmudece.
La alucinación es un grito. Del psiquismo al alma de otro.
La experiencia espiritual es flotar en el mar, siendo una ola y parte del océano.
No debemos perder de vista las diferencias. Debemos perderle el miedo a lo distinto.
Una alucinación no es aquello que no tiene explicación.
Eso es “algo distinto”.
El mundo requiere de hombres maduros y psiquismos fuertes. La alucinación es un intento del débil por soportar los pesos de una vida, a la que han castigado desde el nacimiento, mucho antes de ver la luz.
Las historias son diferentes. Las formas son distintas.
Sienta la experiencia espiritual. Y vea la diferencia.
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