El problema del cambio climático es una cuestión psicológica, una cuestión cuyo germen se encuentra en la patología humana. En la desidia y la conveniencia de algunos que se han querido aprovechar para rellenar sus empobrecidas almas con dinero. Una cuestión de comercio que sigue siendo una patología. Pura enfermedad. Pura codicia. Pura avaricia.
La cuestión más radical comenzó allá, en algunas decisiones de las que jamás podremos saber, salvo ver sus consecuencias. En alguna oficina secreta, algún pacto oculto, en algún rincón del mundo estas cuestiones fueron resueltas. Pagando todo el costo el resto de la Humanidad. Sin pensar ni ser leal a la raza a la que pertenecen. Una patología inminente que trae sus secuelas hacia todas las veredas, estés donde estés parado.
El ser humano está infectado de un virus extraño, que se está propagando con los años. Parece transmitirse vía aérea. La cuestión ya es pura ciencia, pura realidad concreta. Y sus alcances impensables. Una magnitud inconmensurable. Unos efectos a corto y largo plazo. Un dolor que no será en vano. Una herida profunda, con infección.
El antídoto del dolor no se encontrará jamás. Porque no es un negocio mejorar. Ni curar a las personas. Algunos está tratando de enfermar y de contaminar las aguas de los ríos, para que el vecino pueda seguir llenándose los bolsillos de un dinero arrogante, manchado de sangre y con mal olor. Putrefacción de los principios, consecuencias de un mundo perdido, caído con las ideologías. Armas vendidas para matar a las propias familias. Un mercado negro que se abastece de lo peor del infierno, esa sombra empetrolada de la avaricia humana. Y de la mezquindad. Nada les alcanza. Nada alcanzará.
Es pura patología.
Y allí ha comenzado todo. El infierno rojo en el que nos estamos metiendo. Un planeta hirviendo, mientras seguimos consumiendo sus recursos naturales. Y pensamos en nuestra parte, solamente. El combustible suficiente para poder seguir, el alimento que pedir, el agua para consumir. El aire para respirar. Desde allí, nada es casualidad. Y el ajedrez ha comenzado. Una pulseada con la mano del Dios padre, para ver si el hombre no es cobarde y se atreve a destruir su obra.
La soberbia de algunos me asombra. Y la ausencia de Dios me preocupa.
La Humanidad tal vez los indulta, comprándose a los miembros del jurado. O inventando una nueva puesta en escena, como los juicios de la postguerra o tantas otras mentiras. Armadas por la sencilla razón de una patología que los guía hacia la destrucción.
En línea recta.
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