Nunca se puede estar seguro de nada. Sólo se debe tener el coraje y la fuerza de hacerlo. Hacer aquello en que se cree. Vivir. Esa es la única manera de saber cuándo la prisión se ha abierto de las mentiras que nos han contado. Camufladas en enseñanzas y cultura, tradiciones y religiones, nos han encerrado como pichones ingenuos. Sólo del dolor de esa jaula nacerá la belleza de una vida. La ruptura con los barrotes de la seguridad lanzan al ave a volar su libertad. La de la conciencia. La del alma. La del arte. La de uno.
“Muchas veces en su vida creerá usted que ha fallado, pero terminará por expresarse a sí mismo y esa expresión justificará su vida.” Esas eran las palabras de una de las únicas personas que alentó a Vincent Van Gogh a seguir su camino y animarse a todo. Su interior reclamaba y exigía. Su exterior impedía y culturizaba. Choques que sólo se enfrentaban en una mente que quería salirse de allí. Los barrotes cedieron, el arte surgió, la plenitud tomo vuelo. El hombre se realizó. Hoy lo llamamos enfermo.
Era el fracaso o la bancarrota. No tenía trabajo ni dinero, ni salud ni fuerzas, ni entusiasmo ni deseos, ni ambiciones ni ideales. No sabía qué hacer con su vida. Era un tiempo de desesperación. A los veintiséis años había fracasado y no le quedaba coraje para comenzar de nuevo. Se creía perdido en los caminos habituales, los había dejado detrás de sus pasos. Un nuevo horizonte, ya viejo en él, se asomaba. La luz de la pintura, el reflejo en el lienzo, abrieron las puertas.
Así, entre los dos hermanos, Vincent había conseguido no morirse.
Un día claro de noviembre, vio salir a un trabajador de la mina de carbón. Algo le llamo la atención. El contraste de lo oscuro se hizo luz en él. Saco un sobre de carta, una de las que había recibido diciendo lo mismo de siempre, un lápiz y comenzó a dibujar. Rápidamente la negra figura que cruzaba el campo se transformó y cobró vida en el papel. Entró un profundo deseo de volver a ver obras de arte. Salió de la mina en la que estaba enclaustrado y recuperó la luz del día. De aquel día. Allí, le vinieron a la memoria magnificas obras que había admirado. Se olvidó de su desdicha y se quedó profundamente dormido. A la mañana siguiente se levantó. Vividamente. Tomó papel y lápiz. El aire puro de la libertad tenía ahora formato en blanco. Nunca más se instalaría en el mismo camino del día anterior.
Vincent le contaba a su hermano que aquello que decían era cierto: “lo que no comprenden son mis motivos, ni mi vida. Pero, si yo he descendido en el mundo, tú en cambio te has elevado. Si he perdido simpatías, tú las haz ganado. Y eso me hace feliz, muy feliz. Te lo digo con toda sinceridad. Pero, si fuera posible, quisiera que no vieras en ti a un haragán de la peor especie”.
Theo le respondió “…tengo más dinero del que puedo gastar. Sea lo que fuere que quieras hacer, necesitarás ayuda al principio, por lo tanto formaremos una sociedad. Tú trabajarás y yo pondré el dinero. Si algún día puedes, me lo devolverás .Ahora confiesa, ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál es tu anhelo?”. Vincent dirigió la mirada hacia sus dibujos. Una pila de deseos. Una historia que comenzaba a dibujar. Y pintaría maravillas.
“¡Oh, hermano mío, por fin la prisión se ha abierto y eres tú quien abrió sus rejas!” Nada los separaría jamás. Ni el encierro, ni la locura. Esas uniones que no separan ni la muerte. Ni las codicias, ni los egoísmos. Dos siendo uno. La llave y su cerradura.
En el fondo de su ser se sentía terriblemente solo. Y lo estaba. Su locura era la de los otros. Su encierro tenía barrotes ajenos. Allí en el fondo, su libertad esperaba sus anhelos. En ese lugar, todos estamos solos.
“Mijnherr Tersteeg, el trabajo en el que se ha puesto carácter y sentimiento nunca puede dejar de agradar o ser invendible. Creo que tal vez sea mejor para mi obra no tratar de agradar a todo el mundo desde el principio”. “El propósito de mi dibujo es hacer conocer muchas cosas dignas de ser conocidas y que no todos conocen”. Decía Vincent siempre. Sabia que para los ojos del mundo era un inservible, excéntrico y desagradable. Se supone que sin posición en la vida. Otros tienen una posición y no viven una vida. Quería demostrarles lo que había en su corazón. Para él, las chozas más pobres y los lugares más sucios eran magníficos motivos para cuadros de vida. Era una forma también de liberarlos a ellos. Eternos vivientes en cuadros de historia.
Cuando salio el sol, Vincent miro su cuadro y sonrió. Había pintado. Había captado lo eterno en lo individual. El campesino del Brabante no moriría jamás. Siempre había luchado para llegar a desarrollar ese medio de expresión. Único. Que le permitía expresar todo lo que tenia para decir.
“Mi obra… arriesgue mi vida por ella…, y mi razón casi no lo resiste…”
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