¿Qué decir? De lo que no se ha dicho. De ese silencio que en un agujero se ha podido transformar. ¿Qué palabra faltó allí para que terminara siendo una enfermedad? Tal vez ese pueda ser un principio para entender tantos males del mundo. En algún punto debemos comenzar a aceptar que el origen de una enfermedad muchas veces fue el silencio. Donde las palabras no pudieron llegar y, sin embargo, hacían mucha falta. Por eso una alternativa es formular las preguntas necesarias para bordear un poco los límites de ese agujero, tan negro como el dolor producido, tan profundo como la enfermedad desencadenada. Tan dolido. Tan callado. Tan intensamente vivido.
Pues ni siquiera es formular una muletilla tan aplaudida. Es más profundo que escuchar “…ya no se qué decir”. Aquí hablamos de otro silencio. El que pasa desapercibido, el que se escapa del tumulto y se aparta para matar. Ese silencio que no se soporta y que paulatinamente desgarra. Es como construir alrededor de un pozo ciego, se puede decir y mentir, se puede armar y seguir. Pero el pozo sigue allí, y la ceguera es la del dueño.
Es increíble llegar a pensar que tantas veces el hombre elige enfermar, en vez de sacar semejante silencio de adentro. Y es de ingenuos pensar que solo podemos resfriarnos y nada más. Las enfermedades tienen la dimensión del dolor, el tamaño del silencio y se expande como un eco sórdido y tangible, tan implacable como agonizante. Todo… por no hablar. Se trata de la sinceridad que necesita todo psiquismo para poder sobrevivir a sus propias circunstancias, las externas y diarias, pero que también se acompañan de las internas e históricas, las que no se aplacan con nada. Por eso muchas veces la elección es obvia, pero no predecible. Porque no es un camino lineal, de causas y efectos, en el medio se entromete una pieza fundamental, la decisión de uno. Su condena o su salida. Allí es donde los que enferman prefirieron callar. Por ello es que no se puede determinar que si vive tal circunstancia uno se vaya a enfermar. Nada es al azar, en todo intervenimos. Aún en ese proceso. No nos mintamos más y comencemos a cambiar.
Nadie pretende modificar las elecciones propias, pero si la sinceridad. Tal vez ello alivie al menos el dolor y la angustia, no creo que modifiquen la elección. Jamás sería una intención sana intervenir en los procesos ajenos, donde la libertad sabe de sí misma. Pero ya podemos pensar que las enfermedades comienzan donde el silencio está proscripto de palabra.
Su efecto no es colateral, sigue siendo la única causa. Por eso uno entiende las diferencias. Se elige el enfermar, pero no su forma. En el fondo del pozo ciego siempre se encuentran pedazos de historia, que son las que determinarán las formas de una agonía elegida. Es una manera de procesar. Un estilo para caminar. Pero el silencio allí está, y de cuerpo presente. El salto que se genera y se entiende al ver las enfermedades psicosomáticas. Es cuando se prefiere no hablar y se han perdido las palabras. Todo está casi listo… para enfermar.
Luego, será cuestión del dolor. Una forma de gritar.
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