Como si se tratara de partir de la imposibilidad de pensar, o de “concebir” lo contemporáneo, la sincronía se ha roto, el tiempo esta desunido. Hay más de un tiempo en el tiempo del mundo; en forma de historia, de mundo, de sociedad, de época, los tiempos corren. Se ha desquiciado como muchos otros lo han hecho. El desequilibrio temporal arrasa con las sincronías del pasado, el presente y el futuro; donde la superposición congela la fluidez. Un atrás que se adelanta y le gana a un futuro lento que no sabe llegar. Las lógicas que se esperan ordenadamente, desbaratan los planes de una linealidad que ya no se corresponde con nada. Los tiempos de la locura se han hecho cotidianos, los enfermos internados viven en un tiempo fuera de sí. Y viven más tranquilos. El resto del mundo dejó de ser mundo para convertirse en un resto de su propia época.
El inconsciente freudiano invirtió las nociones temporales doblegando al presente. Una resignificación que sólo produce la actualización de sí mismo. Lo único que se mueve es la corrupción de los valores, que sigue avanzando hacia un futuro sin parámetros válidos; hacia una nada donde alguien dejó de serlo. Donde ser alguien, no puede serlo todo.
Napoleón ejercía autoridad. Era la autoridad. Cosa que se consideraba peligrosa para un gobierno que era hostil a todas las formas de autoridad. Napoleón era moderado y por eso era peligroso en una época marcada por el extremismo.
Napoleón brigadier era peligroso cuando se enfrentaba con los comisionados oficiales. Como todos los hombres de vida pública, caminaría en los bordes del filo. Los tiempos se desquician, en momentos de gloria y tiempos de miseria. Napoleón sufriría esos embates atravesando momentos durísimos de desilusión y penurias, llegando a la gloria de un imperio, para luego morir recluido en una isla perdida cuyos únicos habitantes eran sus guardias carceleros. Una cronología que cuesta mucho entender sus secuencias. Ritmos que se apoderan de la vida.
Nacido en una isla, muere en otra. Una familia unida en lazos de sangre intensos termina en una soledad aunada en recelos lejanos de seres que ya no lo quieren. Sus ancestros lo formaron, sus herederos se alejaron. Una cronología que insiste en quebrarse a cada momento. Torceduras forzadas de una cadena que no se alimenta. Paradojas singulares de personajes especiales. Dominios de fuerzas que crean al hombre, tiempos que juegan con sus cartas marcadas. El juego se ha desquiciado, desde el momento en que se pretendió el poder por sobre todas las cosas.
El tiempo se ha desquiciado y el hombre sigue pretendiendo un orden sólido. Pobres ingenuos quienes esperan aún que la lógica se mantenga al pie del cañon. Ya no más, ya no más.
Aprender del desorden es vivir en el caos. Resignar las estructuras será adaptarse a los cambios. Una integración de los nuevos órdenes será la única salida a esta locura. Dejar la queja a un lado, eso es todo.
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