jueves, 7 de marzo de 2013

El salmón muere al llegar

La vida por una satisfacción. Que gran valor le dan ellos, y eso que son animales. Tanta sabiduría condensada en esas criaturas que parecen seres inferiores, y sin embargo, jamás se olvidan de disfrutar lo más rico de la vida. Llegar y desovar, ese es su sentido. Para eso nadan contra la corriente y sortean a las fieras mal alimentadas, en las temporadas que les tocan.

Muchas circunstancias mueren al llegar. No es una mera casualidad, tal vez explique el sentido y la razón de un funcionamiento que hemos interpretado erróneamente. El miedo a la muerte nos ha producido el alejamiento de la satisfacción, al comprobar que en ella algo de uno muere. Algo de la vida se va en ese preciso y pleno instante. En que el alma explota y deja de ser esa particularidad minúscula en el enorme universo. La gota del mar se fusiona y pierde su identidad. A caso, ¿no será ese el camino? Tal vez por egoísmos hemos claudicado en nuestra misión, al pretender estar sumergidos pero sin dejar de ser parte. Pretendemos la unificación sin perder ni resignar nada, ni siquiera por las próximas generaciones. Mientras el salmón muere al dar vida, el hombre destruye toda su Tierra, arruinándoles la casa a sus hijos y nietos.

Que poco civilizados parecemos a veces. Aunque no es justo generalizar, pues no todos son iguales a la hora de destruir estas mismas condiciones. Pero somos una especie especial, y nos hemos alejado de los animales. Tal vez en algún momento fuimos parecidos al salmón, y dábamos todo por la vida de un semejante. Sé que en estos días, el arroyo ha desaparecido en la contaminación de los ríos, y los salmones escasean. Las corrientes se han tornado demasiado difíciles y los pescadores interfieren por deporte en el camino de ascenso.

Al pensar en su recorrido uno se siente un poco tonto. He caído de la soberbia de creer que somos los más inteligentes, al ver que el salmón tiene la misma misión que yo, de ir hacia arriba, para darle la vida a otro. Y sortear en el camino las dificultades que el destino desea ofrecerle. No somos tan especiales, si el mismo pez ha sido elegido. Si encuentro una diferencia, entre tantas que se me van ocurriendo, que aquel salmón sabe de sí y siente su satisfacción. En cambio, muchos de nosotros la hemos perdido. Unos cuantos ni siquiera se meten en el agua a nadar; otros débiles no llegan a soportar las adversas corrientes que les tocan, por más que vean que compartimos el río y que debemos salir del mar. El cambio de agua, muchos no lo soportan. Prefieren perderse en la inmensidad del sentimiento oceánico, en vez de permitirse una particularidad, la de elegir el agua dulce. Y llegar hasta lo más alto.

Morir así.

Morir al llegar.

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