martes, 5 de marzo de 2013

Una enfermedad autoinmune. La exigencia no satisfecha.




Nos enseñan a ir por más, nos educan rodeados de exigencia y no creo que esté mal. El problema aparece cuando uno desarrolla una enfermedad autoinmune contra la satisfacción de esa exigencia. Así, nada alcanza y se van perdiendo los horizontes. El cuerpo se sobreexige, la mente se satura y comienza a decaer. Mientras, los vínculos se deterioran, en tanto que la presión hacia adentro es igual hacia fuera, y se transmite a los demás. Se espera tanto de los demás como de uno mismo. Ahí, se enferma.

Comienza con una leve postergación de los espacios personales a favor del trabajo, o de la meta a conseguir. Una carrera donde la única ganadora siempre es la zanahoria, que nadie sabe por qué, pero siempre va adelante. Luego, se va expandiendo hacia los espacios propios, ajenos a toda exigencia, y somete a los afectos e involucra a los sentimientos en una vorágine que no se detiene al llegar a la meta. Una maratón que nunca termina, hasta que el cuerpo pone el límite. Sin avisos escuchados. Las defensas ya caducan en su labor, pues no pueden soportar el peso y la presión de ir siempre más allá. Y los números se distorsionan, el diez ya no vale lo mismo, es como un mísero cuatro rasposo, que se logró sin esfuerzo. Las cifras económicas tampoco. Y las distorsiones se transforman en alteraciones, y los reproches afloran como castigos silenciosos, en la noche.

No se descansa. No se detiene. No alcanza. Sin permisos ni treguas. Sin aire para respirar, una mente no aguanta, y la persona no lo soporta. Es la exigencia no satisfecha. Su razón de ser, una insaciabilidad que no tolera ni siquiera ser el mejor. Sólo escucha un “más y más” sin ver que nada tiene sentido en ese punto. Salvo el dolor, que ya es inhumano.

Es autoinmune. Porque se vuelve contra el propio sistema. En la búsqueda de la plenitud y el máximo lugar, se trata como si fuera la peor lacra del universo, y esas contradicciones agobian al aparato psíquico que no puede interpretar el mensaje. Si se va por más, la valoración debería aumentar y mantenerse en lo alto, sin embargo, es lo primero que cae, y es imposible de sobrellevar. Los recursos, esas herramientas con las que se cuenta para lograr el objetivo, se van anulando progresivamente, destruyendo áreas libres de conflicto que en nada estaban involucradas. Y no hay solución. Ni cura para esa enfermedad que azota con la mediocridad y esclaviza a una persona, desde su infancia. De manera silenciosa se va formando y fortaleciendo hasta que hace su aparición en escena. Una manifestación elocuente y desatada. Desenfrenada y enérgica. Hasta que pierde la real dimensión y los deseos se vacían de sentido, pues solo quieren desear, ya no importa qué ni para qué.

No se busca la satisfacción personal. Eso ya se perdió en el camino. Es colmar un ansia narcisista demandada por el espejo cuyo mensaje conlleva una inexistencia si no se logra ir más allá. La posible pérdida de dignidad esconde una amenaza a la identidad, detrás de la no aprobación. Una carencia afectiva mueve semejante motor. Y el cristal de vidrio es frío, siempre al devolvernos esa imagen.

La exigencia no satisfecha. Una enfermedad modernizada y facilitada. Y como muchas otras, es autoinmune. Se vuelve contra el propio sistema que la sostiene y quedan…

Vacíos. Exigidos. Perdidos.

Ahogados.

Pretendiendo ir más allá, incluso de la muerte.



 




No hay comentarios:

Publicar un comentario