Es una sensación terrible. Difícil de soportar. Mucho más intensa que cualquiera de las demás sensaciones, pues sus implicancias potencian su efecto a nivel no sólo emocional sino psíquico, repercutiendo en un plano corporal, concreto. La satisfacción es hoy una de las emociones y sensaciones más temida que se pueda encontrar. Supera con amplitud a las demás. Aunque su discurso se esconde, pues suena ridículo temerle a aquello que se supone todos buscan. Pero sus protagonistas, silenciados, saben que es una realidad cotidiana.
Le temen a la satisfacción y hacen hasta lo impensable para evitarla, aunque ello implique perder carreras, o trabajos rentables o los mejores puestos de ascenso. En otros campos, también entran en juego las relaciones y las parejas. Aunque cueste asumirlo, y más reconocerlo, hay personas que cometen infidelidades a causa de la incapacidad para soportar la satisfacción que encuentran en sus hogares. Una vida real consolidada se hace complicada de sostener. ¿Pero por qué?
Porque la enormidad no se tolera. Porque la responsabilidad de hacerse cargo de las implicancias asusta. Porque las carencias del narcisismo afloran en los momentos de triunfo y la emoción no pasa desapercibida. Como si no entrara en el corazón tanto torrente al sentir la satisfacción. Aún de lo más simple. Y se aterran. Emergen ataques de pánico, fuertes y perdurables depresiones en momentos de logro o triunfo, que resuenan como contradicciones. Sólo son un reflejo.
Le encuentran vueltas. Dan vueltas innecesarias. Y se pierde la simpleza de las cosas más hermosas, allí en lo minúsculo, en el gesto de amor, en la sonrisa, en la unión y el compartir, en darle el placer al otro para que pueda llegar a una satisfacción. Vívida para los dos. Le ha perdido el miedo sólo quien ayuda a los demás a lograr esa sensación de plenitud. Los que estorban son los cobardes que no se animan a nada, y quieren que no se note. No soportan sus rostros iluminados y requieren de la caída ajena, para pasar desapercibidos. Ingenuos, igual se los ve. Esos rostros asustados, aterrados siempre se ven. En la mirada se nota esa angustia cercana al pánico inminente, del cobarde que debe salir por la puerta de atrás. O palmear a su rival, para creer que es un poco más. En vez de reconocer con altura y simpleza que el logro del otro es producto de un esfuerzo personal.
Si se trabaja en uno, se puede llegar siempre. Pero si el miedo es básico y primitivo, el panorama se complica, allí donde no se cuenta con la plena colaboración de quien padece el sufrimiento. Pues se protege en él. Se siente seguro detrás de las máscaras del dolor. Una fachada que pretende desviar la atención hacia fuera. Mientras que el terror se adueña, al estar cerca de lograr algo. Importante. Valioso.
Las implicancias de la satisfacción se conocen y encuentran en cada una. Al pensar la gratificación y sentir semejante emoción.
¿Le teme? ¿Sabe a qué le tiene tanto miedo, realmente? Ha sentido la satisfacción, ¿es para tanto?
A veces no entiendo a este mundo. Pero por algo estoy aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario