¿Por
qué estamos aquí? Donde los niños lloran porque han matado a sus padres. En un
mundo donde es difícil encontrar la satisfacción real, si estamos tan rodeados
de muerte y dolor. ¿En qué laberinto la hemos perdido? En alguna guerra ha sido
herida. Lastimada, ultrajada. En lo cotidiano. Allí ha sido.
A veces pienso, mientras peleo mis propias batallas y me cruzo con una madre
que maltrata a su hijo, si es posible que ese niño llegue a encontrar la
satisfacción o la felicidad. Y me conmuevo al encontrarme discutiendo si es una
posibilidad que nos da este mundo, o una pequeña ilusión infantil. Perdida ya
para ese pequeño. Es difícil sentir que se puede encontrar en un mundo plagado
de sangre y destrucción, donde queda claro que nos falta mucho por entender y
aprender. Veo mucho dolor alrededor y no entiendo sus razones. Doy vueltas y
vueltas. Camino las mismas cuadras y me encuentro en el mismo lugar.
Perder, encontrar. Dos grandes miedos, dos alternativas con las que juega el
laberinto de cada día en mí, en el otro. En ellos. Uno sabe donde comienza pero
ni siquiera entiende las reglas, por lo cual, no sabe si llegará al final. Es
que algunos, la gran mayoría, ni siquiera les interesa llegar. Pero sin darse
cuenta, se quedan en el camino. Enredados. Atrapados. Mirando el cielo, lejano.
Giran, giran. Se marean. Vomitan.
Duele mucho sentir la asfixia de esta vida. Una lenta agonía que se asemeja a
la asfixia, del corazón. Un dolor profundo que apaga las luces, minuto a minuto.
Es que se han perdido. Han huido. No se han escapado. La han perdido. La
gratificación es un escondite al que pocos pueden acceder. Mentalmente.
No entiendo a este mundo. Y lo escucho hablar todos los días. De lo mismo. De
sus diferencias, de sus gratitudes. Sonriente y pensativo. Mientras me suenan
en la cabeza las bombas que estallan mucho más allá y como ideas que golpean
las fronteras de mi mundo, me pregunto sin poder responder. ¿Es posible la
felicidad? En una tierra tan plagada de miserias, humanas, y dolores de la
carne. No se quién sufre más, si aquellos a quienes invaden o las mujeres que
se mueren de hambre por una lucha a favor de la perfección. Lo único cierto es
que veo hambre por todos lados.
En un mundo no quieren comer y en el otro no pueden comer. Devorarse,
destruirse. Unos a otros. Ellos mismos. Un laberinto de preguntas me empuja a
los límites de la incomprensión. No se si es irracional o me estaré volviendo
loco. No sé qué prefiero. Las canciones de protestas, los negocios de la música.
Las revoluciones encubiertas, un mercado nuevo por explotar. En el medio, los
cuerpos y las mentes.
Las paredes son obstáculos, a la vez que las fronteras. Límites que dividen y
fuerzas que sostienen. La posibilidad de desaparecer en la fusión o la salvación
de no caer en la desesperación. Doy vueltas, no trate de seguirme, no se si es
recomendable.
La máxima tranquilidad es que el laberinto nunca va para abajo. Así que estamos
lejos de la depresión y sus nuevos compañeros. Una moda que no entiendo. Un
negocio que se vale de muchos días de alegría por unos cuantos billetes más. ¿Y
cuántos más? No tienen piedad ni por sus propios hijos. Pensar que ellos serán
la consecuencia y son las causas. ¿Dónde está el comienzo? ¿Lo veré al final?
Pero si quiero entender ahora, ¿por qué tendré que esperar?
He leído mucho sobre el dolor. Y he aprendido muchas de sus teorías. Sólo una
cosa me ha quedado en claro, y no la podré olvidar. Nunca se podrán acabar las
posibilidades de crear nuevas formas de sufrir. Cada uno encuentra la suya. Un
laberinto acaba de nacer. Otro ya se ha secado.
No quiero arruinarle más sus propias plantas. Así por lo menos el laberinto se
ve más lindo. Pero, discúlpeme, es más fuerte que yo…
¿Usted sabe dónde la perdió?
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