martes, 30 de abril de 2013

El enemigo en casa. La rutina.




Parece que el enemigo está en casa. Las personas en pareja, en familia o las que están solas, todas se quejan del día a día. Todas llevan sus vidas a cuestas y necesitan buscar una alegría afuera, o algún sentimiento que los llene por dentro, y sólo los vacía. Una alternativa que complica, convirtiendo una salida en un problema serio. Porque terminan siendo ellos mismos sus propios enemigos. La culpa es de la rutina, de esa tranquilidad que todos buscan. Hasta el aburrimiento.

La humanidad lleva al conflicto como esencia. Si bien tantos intentan lograr una unidad interna, a través de las religiones o de las filosofías, o formas de vida más unificadas con el planeta o lo sano. Todos sabemos que el conflicto es parte de nuestra esencia, que somos pura dualidad de todas las maneras, y que no podemos sortear esa parte crucial de lo que somos y siempre hemos sido. Evolucionar no es superar la dualidad, sino aprender a vivir de ella. ¿de qué manera? Día a día. Entendiendo de qué estamos hechos y sabiendo que esos aspectos tienen una razón de ser, que algo están haciendo en esa parte de nuestra vida. Y que extirpar es el peor error de la Humanidad. Los resultados están a la vista.

El enemigo no es la rutina sino la insistencia en la pelea contra esas diferencias que encontramos a diario. Insistimos en algo que no tiene mucho sentido, porque nos peleamos cuando debemos entendernos, porque usamos el poder para tratar de someter, por el miedo que nos da saber que puede ser al revés. Y es así, todo el tiempo.

La solución más sencilla de la humanidad siempre fue representar (o inventar) un enemigo en casa. Desde la vida más sencilla hasta la vida de las grandes potencias, siempre pensando, siempre pregonando que hay un enemigo en casa del que nos deben proteger y, gracias al cual, se justifican las acciones más aberrantes. Y las más pervertidas. Eso es lo que genera, así se justifican las mentiras cuando el enemigo se inventa en casa, cuando se pelea uno contra la propia sombra, contra la propia vida. Por miedo a la diferencia, por miedo a nosotros mismos, por miedo y nada más que por eso.

La rutina simplemente es la secuencia de los eventos, es el paso del tiempo y la consecución de los hábitos que nosotros implementamos, cometiendo todos los errores de siempre, como por ejemplo el uso excesivo de alguna estrategia que nos había servido. La defensa sirve en un punto y en una medida. Su uso excesivo y cotidiano no nos lleva jamás a buenos resultados. Nos termina metiendo en nuestra propia trampa.

Esas relaciones que se basan en paliar otros males peores. Y que al final, son trampas mortales que asfixian.

El enemigo en casa no es la rutina. Son los propios fantasmas, las cuestiones no asumidas.

Y como nos planteamos una nueva política de plantear una solución al final de cada cuestión, si quiere saber a qué le tiene miedo, piense en lo más rechazado de su compañero de al lado, y podrá saber a qué le teme tanto, de sí mismo.

El espejo de todos los días. EL fiel reflejo de lo que vamos haciendo con nosotros mismos.

 


domingo, 28 de abril de 2013

Van Gogh .La prisión se ha abierto, del dolor nace la belleza.



Nunca se puede estar seguro de nada. Sólo se debe tener el coraje y la fuerza de hacerlo. Hacer aquello en que se cree. Vivir. Esa es la única manera de saber cuándo la prisión se ha abierto de las mentiras que nos han contado. Camufladas en enseñanzas y cultura, tradiciones y religiones, nos han encerrado como pichones ingenuos. Sólo del dolor de esa jaula nacerá la belleza de una vida. La ruptura con los barrotes de la seguridad lanzan al ave a volar su libertad. La de la conciencia. La del alma. La del arte. La de uno.

“Muchas veces en su vida creerá usted que ha fallado, pero terminará por expresarse a sí mismo y esa expresión justificará su vida.” Esas eran las palabras de una de las únicas personas que alentó a Vincent Van Gogh a seguir su camino y animarse a todo. Su interior reclamaba y exigía. Su exterior impedía y culturizaba. Choques que sólo se enfrentaban en una mente que quería salirse de allí. Los barrotes cedieron, el arte surgió, la plenitud tomo vuelo. El hombre se realizó. Hoy lo llamamos enfermo.

Era el fracaso o la bancarrota. No tenía trabajo ni dinero, ni salud ni fuerzas, ni entusiasmo ni deseos, ni ambiciones ni ideales. No sabía qué hacer con su vida. Era un tiempo de desesperación. A los veintiséis años había fracasado y no le quedaba coraje para comenzar de nuevo. Se creía perdido en los caminos habituales, los había dejado detrás de sus pasos. Un nuevo horizonte, ya viejo en él, se asomaba. La luz de la pintura, el reflejo en el lienzo, abrieron las puertas.

Así, entre los dos hermanos, Vincent había conseguido no morirse.

 Un día claro de noviembre, vio salir a un trabajador de la mina de carbón. Algo le llamo la atención. El contraste de lo oscuro se hizo luz en él. Saco un sobre de carta, una de las que había recibido diciendo lo mismo de siempre, un lápiz y comenzó a dibujar. Rápidamente la negra figura que cruzaba el campo se transformó y cobró vida en el papel. Entró un profundo deseo de volver a ver obras de arte. Salió de la mina en la que estaba enclaustrado y recuperó la luz del día. De aquel día. Allí, le vinieron a la memoria magnificas obras que había admirado. Se olvidó de su desdicha y se quedó profundamente dormido. A la mañana siguiente se levantó. Vividamente. Tomó papel y lápiz. El aire puro de la libertad tenía ahora formato en blanco. Nunca más se instalaría en el mismo camino del día anterior.

Vincent le contaba a su hermano que aquello que decían era cierto: “lo que no comprenden son mis motivos, ni mi vida. Pero, si yo he descendido en el mundo, tú en cambio te has elevado. Si he perdido simpatías, tú las haz ganado. Y eso me hace feliz, muy feliz. Te lo digo con toda sinceridad. Pero, si fuera posible, quisiera que no vieras en ti a un haragán de la peor especie”.

Theo le respondió “…tengo más dinero del que puedo gastar. Sea lo que fuere que quieras hacer, necesitarás ayuda al principio, por lo tanto formaremos una sociedad. Tú trabajarás y yo pondré el dinero. Si algún día puedes, me lo devolverás .Ahora confiesa, ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál es tu anhelo?”. Vincent dirigió la mirada hacia sus dibujos. Una pila de deseos. Una historia que comenzaba a dibujar. Y pintaría maravillas.

“¡Oh, hermano mío, por fin la prisión se ha abierto y eres tú quien abrió sus rejas!” Nada los separaría jamás. Ni el encierro, ni la locura. Esas uniones que no separan ni la muerte. Ni las codicias, ni los egoísmos. Dos siendo uno. La llave y su cerradura.

En el fondo de su ser se sentía terriblemente solo. Y lo estaba. Su locura era la de los otros. Su encierro tenía barrotes ajenos. Allí en el fondo, su libertad esperaba sus anhelos. En ese lugar, todos estamos solos.

“Mijnherr Tersteeg, el trabajo en el que se ha puesto carácter y sentimiento nunca puede dejar de agradar o ser invendible. Creo que tal vez sea mejor para mi obra no tratar de agradar a todo el mundo desde el principio”. “El propósito de mi dibujo es hacer conocer muchas cosas dignas de ser conocidas y que no todos conocen”. Decía Vincent siempre. Sabia que para los ojos del mundo era un inservible, excéntrico y desagradable. Se supone que sin posición en la vida. Otros tienen una posición y no viven una vida. Quería demostrarles lo que había en su corazón. Para él, las chozas más pobres y los lugares más sucios eran magníficos motivos para cuadros de vida. Era una forma también de liberarlos a ellos. Eternos vivientes en cuadros de historia.

Cuando salio el sol, Vincent miro su cuadro y sonrió. Había pintado. Había captado lo eterno en lo individual. El campesino del Brabante no moriría jamás. Siempre había luchado para llegar a desarrollar ese medio de expresión. Único. Que le permitía expresar todo lo que tenia para decir.

“Mi obra… arriesgue mi vida por ella…, y mi razón casi no lo resiste…”

 


LOs sueños, no siempre son solo sueños.




No siempre los sueños, sueños son. Muchas otras veces son medios y formas de una experiencia. Son los canales perfectos para poder enseñar y aprender mucho de los otros mundos. En la confusión de lo nocturno, algunos siguen siendo ingenuos. Es un poco obsoleto pensar que son sólo imágenes que se descargan del cansancio, o uno se ha vuelto loco. Son siempre mensajes que pueden tener diferentes orígenes. Uno de ellos es el inconsciente, una fuente presente y sumamente eterna, pues no se conoce ni hay alguien que sepa que hay en lo profundo. Como nada escapa a este mundo, entonces los sueños, sueños no son.

Sigmund Freud ya había dicho que los sueños son las vías facilitadas. Y pudo reconocer con los años y la vejez que la espiritualidad existía. Los sueños son el mejor acceso conocido a los muchos niveles de consciencia que tiene el hombre. No sólo transmiten esa información que quedó como resto del día, también son una recopilación de los sucesos de la historia. Pero detrás de estas escenas, que parecen superpuestas sin coherencia ni sentido, se esconde la trascendencia, el más allá del psiquismo. Los sueños tienen una virtud que se parece a una gran habilidad, son capaces de transmitir y de enseñar tantas cosas que pasan en uno. Tanto cuestiones del más allá, como las que se dan en el mismísimo cuerpo.

Los sueños saben demostrar todo lo acontecido alrededor de uno.

Además de ser aquello que uno espera, que anhela y desea desde lo más recóndito de la identidad. Pero nosotros aquí queremos presentar una forma distinta de concebir a algunos sueños. Que siguen viniendo desde el inconsciente, pero su fuente de origen no es un conflicto poco resuelto. Su germen se encuentra a veces en los otros que también duermen, pero no se encuentran nada cerca. La mente se comporta como un radar que capta las ondas emitidas, las mismas pueden ser transmitidas desde otro inconsciente. En el fondo pueden ser reconocidas, pero no siempre dichas al interlocutor válido. El cuerpo entero es la pantalla que capta todas las ondas e intenciones, todas las sensaciones y las añoranzas de los demás, que tienen que ver con uno. Llegan al órgano perceptor (que es todo el cuerpo) y se traducen en múltiples imágenes, sensaciones o deseos que parecen ser propios porque se visualizan en uno. Pero no empezaron con uno, son del otro alejado. Otro que no necesariamente está en el presente y conviviendo. A veces sabe captar las jugadas de la memoria y rescata del tiempo a los sucesos que explican muchos acontecimientos que nos han sucedido.

Como los sueños son atemporales, aunque no se pueda explicar, en esta linealidad no sólo el pasado existe. También está el futuro, que aparece en el sueño sin poder ser explicado. Son esos fragmentos que no se pueden relacionar con nada, pues no hay de dónde agarrar un suceso, que espera para poder producirse que pase algo más de tiempo.

El sueño tiene esta capacidad. Por eso no son sólo sueños.

Debemos abrir nuestras mentes, pues estamos llenos de información. Muchas son las razones por las que nos suceden estas cosas. No siempre somos responsables ni ellas han comenzado en nosotros. Torrentes de emociones, miedos y angustias de persecución. Correr sin poder moverse no es ningún deseo reprimido. Sentir la muerte y que fuera un pariente que se estaba despidiendo. Ver a quien se siente, y que se ha ido hace tiempo.

No son fantasmas ni son delirios. Son sueños compartidos. Con la gente.

Existe un lazo afectivo, son los predilectos de la mente para recibir y emitir información, aquella que no ha sido expresada. Datos que nos llegan y advierten, mensajes inconscientes. No estoy diciendo nada extraño.

Si hay alguien que no le ha pasado. Tiene suerte o lo lamento.

Los sueños, sueños no son.

Son puertas, canales al mar abierto.






Experiencias espirituales.




La psicología debería empezar a admitir la existencia de experiencias espirituales. Nunca debería haberlas dejado fuera de su objeto de estudio, pues son una parte fundamental del hombre y sus circunstancias. A veces pareciera que la psicología o los psicólogos caen en esas enormes contradicciones al tratar de dejar afuera estas experiencias pues mucho tienen que ver con la psiquis, la trascendencia, la profundidad y el inconsciente. Y conserva una relación muy directa en la determinación de muchas patologías.

No sé bien en qué momento la psicología se alejo de la espiritualidad, si queda claro que sucedió antes que el hombre lo hiciera. Y es uno de los errores mayores que se han producido, pues debería ser tan amplia como la filosofía en su forma de estudiar, abordar y trabajar. Es muy difícil establecer una separación entre las experiencias espirituales y las psicológicas, tan difícil como dividir el cuerpo y la mente. Divisiones obsoletas de un hombre que vive fragmentado, o lo han sacrificado en nombre de la ciencia. Si hay experiencias que no se pueden tipificar, no se puede llegar a la conclusión de que dicha experiencia entonces no ha sucedido. Es clarísimo que si no abrimos la mente, la psicología pierde lo mayor de su esencia, aquello que se vivencia en la trascendencia del ser humano.

Es un hecho diario que la mayoría de los pacientes traen al consultorio experiencias que tienen mucho de espiritualidad, sin ser religiosas, ni hablar necesariamente del más allá. Traen la trascendencia y se cuestionan por el sentido. Hablan de lo profundo y de la historia que conlleva una mirada abierta hacia los extremos de la psicología. Mirar más allá de la individualidad y ver que pueden perdurar los conflictos y algunas situaciones, que se han sucedido hace muchas décadas atrás. Es un esfuerzo dejar afuera estos acontecimientos, pues un psicólogo debe seguir los planteos que le hace su paciente, no puede cortarlo ni mucho menos mutilarlo con la mera excusa de que eso no puede haber sucedido, o que no le corresponde a su tarea profesional.
La mente todo lo conserva, todo lo atraviesa, está en todo. Así como tiene injerencia en el cuerpo, la tiene en el cielo y sus fronteras. Pero para poder incluir a la espiritualidad en la psicología, deberíamos redimir a ambos mundos manoseados por estos tiempos modernos y por una ciencia a la que le cuesta abrir su mente. Una visión miope.

Será un tema de otro artículo poder definir nuevas fronteras. Aquí sólo quiero resaltar que si son experiencias cotidianas entonces deberían ser incluidas en los divanes del consultorio. En todas las experiencias participa la consciencia y el subconsciente. En mucho tiene que ver el inconsciente en estas determinaciones. No podemos seguir cerrados pues estamos coartando la libre expresión. La psicología es una ciencia cuyas demostraciones pueden ser diversas, no necesariamente objetivas. Sería una tontería pensar que se puede objetivar si del hombre estamos hablando. Es tiempo de no temer más a estos sucesos que desconocemos. Así podremos llegar a entender más al ser humano. La psicología es la herramienta fundamental, la que nos posibilita un acercamiento y un entendimiento a las fronteras y al contenido de la mente humana, sus aspectos y sus sentimientos, parte de las experiencias espirituales.

¿Acaso los sentimientos fueron dejados afuera? Es imposible separar una sensación de una representación. ¿No hay mente que sienta, ni se emocione? Pero de esas razones la psicología ha hablado poco. Sería ridículo pensar en formar una nueva ciencia de lo emocional, separado de lo mental, y así seguimos con las fragmentaciones. Las emociones, la mente y el espíritu son una y la misma esencia, costados de la experiencia que la psicología debería incluir. Una forma de vivir más completo al paciente.

Ellos son como uno. Y la psicología así lo demuestra. No seas más una ciencia pequeña, demuestra tu grandeza al incluir lo desconocido, perderle el miedo tan temido y poder llegar a lo más alto.

La psicología va madurando. Ya son varios los psicólogos que la han incorporado.








viernes, 19 de abril de 2013

Hércules y los trabajos psíquicos




Los trabajos de Hércules han sido interpretados de múltiples formas, dándoles muchos sentidos. Es el hijo de Dios e hijo del hombre a la vez, es la viva imagen del Yo. Sus trabajos representan las tareas y funciones de una instancia psíquica que es más que una parte de la identidad.

Divididos en 12 (doce) los trabajos y aprendizajes son una explicación de la evolución misma del Yo, comenzando en una etapa preparatoria para luego constituirse y llegar a la trascendencia. Uno por uno, sus funciones se correlacionan perfectamente con los signos del zodíaco. ¿Casualidad? ¿Realidad?

En la casa de Aries: la tarea es la Captura de las Yeguas. Tiene que detener los malos actos, liberar a las yeguas de las tierras lejanas y a los que viven allí. El círculo se completará con una tarea que los trasciende en la casa de Piscis, donde la función está orientada hacia el otro. Aquí comienza. La primera función psíquica del Yo es la discriminación de los impulsos, salir de las tierras indefinidas donde aún no hay nada de él mismo. Los impulsos que aún no son pulsiones siquiera. El yo primitivo, indiscriminado. El que surge de la especie. El que será, que no es todavía.

En la casa de Tauro: Le toca la captura del Toro de Creta. El primer paso es la reflexión. La conducción. Aparece el deseo de ser. Comienza el plano mental. Y la sexualidad todavía primitiva, nebulosa.

En la casa de Géminis: Tiene que ir a recoger las manzanas de Oro de las Hespérides. Cuidar el árbol sagrado. Es la realización de la dualidad, lo que terminará siendo la división consciente-inconsciente. Unificar alma y cuerpo. El deseo de acción. Consumar. LA autodisciplina. Aún están presentes las dos caras. La dualidad especular. Y el árbol sagrado, que será la sabiduría del inconsciente donde se conserva lo que siempre se sabrá, olvidado.

En la casa de Cáncer: La captura de la Gama lo espera. Tiene que decidir qué voz escucha de todas las que oye. Es la obediencia del corazón. El yo en el marco familiar y social. El ingreso. La consciencia de masa. Y la consciencia de ser parte.

En la casa de Leo: Estará matando al León de Nemea. El yo erguido. Se pone de pie. Se constituye en uno. El yo príncipe, rey, gobernante. El narcisismo.

En la casa de Virgo: Apoderándose del cinturón de Hipólita. Comenzará la experiencia del seno materno. El yo ingresa, por la madre, al complejo de Edipo. Debe nutrirse, protegerse, identificarse a través de la figura materna. Comienza a salir. Crece. Debe aprender esas funciones.

En la casa de Libra: Le toca la captura del Jabalí de Erimanto. Es la experiencia con la figura paterna. Conseguir y adquirir el equilibrio, el juicio, el criterio propio. Aprender y aprehender la Ley. La amistad y el coraje se preparan. La salida.

En la casa de Escorpio: Debe destruir la Hidra de Lerna. Los monstruos del Pantano. Debe aprender a tolerar y dominar la otra cara de las figuras parentales. Tiene que aprender a llevar se lo mejor y lo peor. Se rompe la ilusión de la armonía familiar. Ascendemos arrodillándonos; vencemos cediendo; ganamos renunciando.

Cortar la cabeza inmortal.

En la casa de Sagitario: tendrá que matar a las Aves de Estinfade. Aprender de la divinidad. El silencio. Correcto uso del pensamiento, el lenguaje y la libertad. Es el Yo independiente.

En la casa de Capricornio: Tiene que matar a Cerbero. El guardián del Hades. La luz de la vida resplandece sobre el mundo. Lo aprendido ahora debe ser volcado en el mundo. Con el ojo interno surge la propia visión. Es libre. Y aprendió; está transformado y ahora puede trabajar.

En la casa de Acuario: Limpiar los establos de Augías. Lo propio debe iluminar a otros. Y vuelve a empezar todo, pero ahora con una visión. Desde su propio lugar. El lugar de los otros en uno.

En la casa de Piscis: Está la captura de la Roja Manada de Gerión. El todo. La integración ha llegado. La voluntad de lo que debe ser. Lo perdido y encontrado. Muerto y vivo. El yo se trasciende, en todo.

Estas doce funciones, aprendizajes y estadios de la evolución del yo muestran la enorme capacidad que concentra en forma de potencial y capaz de ser llevada al acto. En el núcleo del yo, como en el núcleo del átomo, no hay nada. Ese vacío es la posibilidad de todo. En estas doce casas, en estos doce caminos el yo se constituye. Son los trabajos de Hércules, son los trabajos psíquicos, son las doce funciones del Yo.

   






martes, 16 de abril de 2013

Muchas enfermedades empezaron en un silencio.




¿Qué decir? De lo que no se ha dicho. De ese silencio que en un agujero se ha podido transformar. ¿Qué palabra faltó allí para que terminara siendo una enfermedad? Tal vez ese pueda ser un principio para entender tantos males del mundo. En algún punto debemos comenzar a aceptar que el origen de una enfermedad muchas veces fue el silencio. Donde las palabras no pudieron llegar y, sin embargo, hacían mucha falta. Por eso una alternativa es formular las preguntas necesarias para bordear un poco los límites de ese agujero, tan negro como el dolor producido, tan profundo como la enfermedad desencadenada. Tan dolido. Tan callado. Tan intensamente vivido.

Pues ni siquiera es formular una muletilla tan aplaudida. Es más profundo que escuchar “…ya no se qué decir”. Aquí hablamos de otro silencio. El que pasa desapercibido, el que se escapa del tumulto y se aparta para matar. Ese silencio que no se soporta y que paulatinamente desgarra. Es como construir alrededor de un pozo ciego, se puede decir y mentir, se puede armar y seguir. Pero el pozo sigue allí, y la ceguera es la del dueño.

Es increíble llegar a pensar que tantas veces el hombre elige enfermar, en vez de sacar semejante silencio de adentro. Y es de ingenuos pensar que solo podemos resfriarnos y nada más. Las enfermedades tienen la dimensión del dolor, el tamaño del silencio y se expande como un eco sórdido y tangible, tan implacable como agonizante. Todo… por no hablar. Se trata de la sinceridad que necesita todo psiquismo para poder sobrevivir a sus propias circunstancias, las externas y diarias, pero que también se acompañan de las internas e históricas, las que no se aplacan con nada. Por eso muchas veces la elección es obvia, pero no predecible. Porque no es un camino lineal, de causas y efectos, en el medio se entromete una pieza fundamental, la decisión de uno. Su condena o su salida. Allí es donde los que enferman prefirieron callar. Por ello es que no se puede determinar que si vive tal circunstancia uno se vaya a enfermar. Nada es al azar, en todo intervenimos. Aún en ese proceso. No nos mintamos más y comencemos a cambiar.

Nadie pretende modificar las elecciones propias, pero si la sinceridad. Tal vez ello alivie al menos el dolor y la angustia, no creo que modifiquen la elección. Jamás sería una intención sana intervenir en los procesos ajenos, donde la libertad sabe de sí misma. Pero ya podemos pensar que las enfermedades comienzan donde el silencio está proscripto de palabra.

Su efecto no es colateral, sigue siendo la única causa. Por eso uno entiende las diferencias. Se elige el enfermar, pero no su forma. En el fondo del pozo ciego siempre se encuentran pedazos de historia, que son las que determinarán las formas de una agonía elegida. Es una manera de procesar. Un estilo para caminar. Pero el silencio allí está, y de cuerpo presente. El salto que se genera y se entiende al ver las enfermedades psicosomáticas. Es cuando se prefiere no hablar y se han perdido las palabras. Todo está casi listo… para enfermar.

Luego, será cuestión del dolor. Una forma de gritar.






domingo, 14 de abril de 2013

La carcajada de una lágrima.




Si al final todo vuelve a empezar, una vez más y con malos modales.
Si al final el dolor sólo sabe llorar sus propias tristezas,
mientras se escuchan las carcajadas de la lágrima.

Si al final del día el tiempo duerme las agujas del reloj.
Si al final cierro los ojos y vuelvo a vivir.
Es porque el aroma de las sábanas en un perfume se transforma.

Si al final el azar juega con nuestro destino.
Mientras la libertad no ve que sus cartas están marcadas.
Es la trampa del libre albedrío una jugada macabra que canta “falta envido”

Si al final una sonrisa puede más que mil lágrimas.
Como un retorno vale más que todas las partidas.
Cuando los dados dejen de dar vueltas en mi cabeza, el juego volverá a empezar.

Porque al final la muerte es el sentido de los nacimientos
y el amor el comienzo de mil historias.
La distancia es para tenerte cerca y la ausencia para hacerte siempre presente.

Pues al final el amanecer se abraza a la almohada
cuando la noche lo viene a despertar.
Hace equilibrio en la cuerda de los sueños, ya no quiere ser el dueño del mañana.

Si al final el lamento de las heridas muere en una cicatriz
para qué sufrir si se puede vivir sin morir a cada instante.
Porque igual la flor crece en el hormigón y el árbol se asoma al abismo de la montaña.

Si todas las olas rompen en la playa y todas las aves acarician el cielo,
¿Por qué no volar si somos como el viento?

Si todas las estrellas morirán algún día
es tiempo de vivir sonriendo a carcajadas la vida.
Brindando con la última copa del último vino
La lágrima pide tres deseos más:

Morir en una sonrisa

                              Renacer en una mirada

                                                                  y…

                                                                     reírse de ella misma.



         



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El síntoma. El eslabón del recuerdo



                                                                                                 

El síntoma como eslabón de recuerdos; el eslabón perdido de la memoria, en donde todos buscan recuerdos verbales o visuales, está el síntoma.

¿Hasta dónde la amnesia de la infancia, de los primeros años es tal? Y no podemos empezar a pensar que esa amnesia, en realidad, está vigente en la cadena diaria de síntomas que, como eslabones de recuerdos, se encadenan a los visuales y verbales (frases o imágenes oídas y vividas), pero que en silencio se desencadenan en lo cotidiano.

Es loable pensar que esa amnesia no exista. Que estemos frente a una forma de recordar que no pasa por los códigos racionales, sino que pasa por los rangos afectivos. Esas sensaciones, dolores y síntomas que producimos, ya no son sólo expresiones de una enfermedad, son expresiones de la memoria infantil. Que vive entre nosotros, atemporalmente.

El dolor es de un recuerdo doloroso. Pero, el dolor también es el recuerdo doloroso, en sí mismo. Y no como expresión de algo más. El síntoma deja de ser la expresión de esa enfermedad y pasa a ser un recuerdo más. Por lo cual, el recuerdo ya no tiene solamente forma visual o verbal, son recuerdos sentidos. Y si son dolorosos, se parecen a los síntomas. Síntomas de una historia dolorosa. Por eso, algunos síntomas, como los psicosomáticos, no tienen recuerdos asociados, porque son en sí mismos el recuerdo condensado de épocas en que aún no había palabras. O de cosas que no podían ser dichas, porque la forma en que debían ser vividas era así, sintiéndolas.

Nuestra mente es tan racional, que pretende que los recuerdos se adapten a sus formas. Recordar es esa imagen que se aparece, o esas palabras que repiquetean en mi cabeza como mandatos absurdos pero flagelantes. No, estamos equivocados, somos obtusos o recortamos demasiado la amplitud de nuestra mirada. Hay recuerdos que tienen forma sensible, dolorosa, sintomática; afectan aún a  nuestro cuerpo, como cuando la memoria trae del pasado un recuerdo doloroso y nos angustiamos. Esta vez, la memoria lo trajo, pero en forma corporal, física, sentida. Si ambos recuerdos son dolorosos, ¿por qué a unos los llamamos síntomas y a los otros no? Coincidiremos en que ambos son sintomáticos de historias dolorosas, pero en sí mismos, ambos no dejan de ser recuerdos. Pasado que vuelve, que afecta nuestro presente, actualiza un afecto o sentimiento y tiene múltiples asociaciones. Los síntomas, como el psicoanálisis los ha llamado, también.

Si lo vemos a nivel de las patologías, la correlación se mantiene; es más, se hace aún más estrecha. Cuando más grave es la patología, más aumentan los síntomas físicos o inexpresables vía verbal, como es el caso de las patologías borderline, las narcisistas o las psicosis. Pero la evidencia más sólida la dan las patologías psicosomáticas y los accidentes, aquellas personas que durante toda su vida sufrieron accidentes y que se repiten.

Este planteo no desconoce todos los avances propuestos por las diferentes ramas de la medicina y el psicoanálisis, sino que busca agregar una pista más en la prosecución de soluciones y curaciones a las tan acentuadas patologías que se van observando en estos tiempos.

Si buscamos por otros caminos, los recuerdos aparecen. Los cuerpos no cesan de hablar, como las bocas no dejan de enunciar palabras. Solo se requiere una buena escucha, descifrar los mensajes y escuchar los síntomas. Dejando de lado las descripciones de las enfermedades hechas por la medicina, Lacan plantea la cadena significante, un lenguaje que condensa y desplaza, y que, como un universo, puede significar lo que quiera en donde quiera. El cuerpo esta significando. Los síntomas son recuerdos, no sólo expresiones patológicas de órganos que no funcionan bien. No son sólo desajustes del psiquismo. Los síntomas son parte de la memoria. Los síntomas son recuerdos. Algunos más, de la cantidad que nos acordamos.

Mucho nos han enseñado sobre la memoria. Recuerdos y engramas, representaciones y afectos. Pero poco se ha escrito de la memoria corporal en sus múltiples formas. Tal vez, mucho nos confundamos en el diagnostico de los síntomas, y mucho más peleamos por borrarlos del mapa físico y mental del paciente. Cuando, tal vez, sólo se trata de revaloriza su lugar de recuerdo. Para lo cual, ya no se necesita removerlo o eliminarlo, sino simplemente “recordarlo”, como si fuera cualquier otro recuerdo visual que, como piezas del rompecabezas, historizan nuestras vidas. Que aparecen en momentos oportunos, pero molestan a conciencia.

Las posibilidades de considerar al síntoma como un recuerdo, nos abre posibilidades terapéuticas distintas, que serán desarrolladas en una segunda parte de este artículo. Con sólo pensar que la memoria es como un cubo mágico con diferentes colores en sus caras, se requiere de paciencia y ciertos movimientos para que la continuidad de las mismas deje de angustiar. En esa interdicción, en ese cruce de diferentes colores, es donde cambia el código o la frecuencia. Recuerdos visuales, verbales o físicos. Y la confusión con el síntoma, concebido como expresión de una enfermedad, se produce allí donde el recuerdo es doloroso y atormenta.

Muchos caen enfermos de dolor. De recuerdos no escuchados. El eslabón necesario para que se produzca la enfermedad, cuyo sentido es la historia.

El síntoma, recuperado en su significación de recuerdo, es el eslabón perdido en la cadena de recuerdos. Llena esas lagunas mnésicas. Conserva todas las propiedades del síntoma, con sus beneficios y goces; en tanto que el recordar en si y sus variadas formas de reminiscencia y añoranza, conservan mucho de goce, y mas de beneficios. Dinámicamente, el síntoma se comporta al igual que el recuerdo, y viceversa. Sólo hay que dejar de lado la mirada bidimensional e incorporar las tres dimensiones.




Cronologías de vida. Napoleón.




Como si se tratara de partir de la imposibilidad de pensar, o de “concebir” lo contemporáneo, la sincronía se ha roto, el tiempo esta desunido. Hay más de un tiempo en el tiempo del mundo; en forma de historia, de mundo, de sociedad, de época, los tiempos corren. Se ha desquiciado como muchos otros lo han hecho. El desequilibrio temporal arrasa con las sincronías del pasado, el presente y el futuro; donde la superposición congela la fluidez. Un atrás que se adelanta y le gana a un futuro lento que no sabe llegar. Las lógicas que se esperan ordenadamente, desbaratan los planes de una linealidad que ya no se corresponde con nada. Los tiempos de la locura se han hecho cotidianos, los enfermos internados viven en un tiempo fuera de sí. Y viven más tranquilos. El resto del mundo dejó de ser mundo para convertirse en un resto de su propia época.

El inconsciente freudiano invirtió las nociones temporales doblegando al presente. Una resignificación que sólo produce la actualización de sí mismo. Lo único que se mueve es la corrupción de los valores, que sigue avanzando hacia un futuro sin parámetros válidos; hacia una nada donde alguien dejó de serlo. Donde ser alguien, no puede serlo todo.

Napoleón ejercía autoridad. Era la autoridad. Cosa que se consideraba peligrosa para un gobierno que era hostil a todas las formas de autoridad. Napoleón era moderado y por eso era peligroso en una época marcada por el extremismo.

Napoleón brigadier era peligroso cuando se enfrentaba con los comisionados oficiales. Como todos los hombres de vida pública, caminaría en los bordes del filo. Los tiempos se desquician, en momentos de gloria y tiempos de miseria. Napoleón sufriría esos embates atravesando momentos durísimos de desilusión y penurias, llegando a la gloria de un imperio, para luego morir recluido en una isla perdida cuyos únicos habitantes eran sus guardias carceleros. Una cronología que cuesta mucho entender sus secuencias. Ritmos que se apoderan de la vida.

Nacido en una isla, muere en otra. Una familia unida en lazos de sangre intensos termina en una soledad aunada en recelos lejanos de seres que ya no lo quieren. Sus ancestros lo formaron, sus herederos se alejaron. Una cronología que insiste en quebrarse a cada momento. Torceduras forzadas de una cadena que no se alimenta. Paradojas singulares de personajes especiales. Dominios de fuerzas que crean al hombre, tiempos que juegan con sus cartas marcadas. El juego se ha desquiciado, desde el momento en que se pretendió el poder por sobre todas las cosas.

El tiempo se ha desquiciado y el hombre sigue pretendiendo un orden sólido. Pobres ingenuos quienes esperan aún que la lógica se mantenga al pie del cañon. Ya no más, ya no más.

Aprender del desorden es vivir en el caos. Resignar las estructuras será adaptarse a los cambios. Una integración de los nuevos órdenes será la única salida a esta locura. Dejar la queja a un lado, eso es todo.

 


Amas de casa. La transformación rutinaria de la mujer.




Se han visto transformaciones en el último siglo pero la de la mujer es la más importante y la más profunda. Pero estas mismas transformaciones se van dando en el ciclo de la vida, en casa y por culpa de la rutina. Cambios que no se entienden, cambios que se intentan explicar pero cuya realidad supera cualquier ficción, aún esta.

La mujer en su largo camino hacia la intimidad del hogar pasa por una mutación inexplicable y sin razón. O con demasiadas. Posiblemente la causa desbocada sea la perturbación del hombre con su condición masculina; tal vez sea la rutina o el paso del tiempo. No sé si puedo explicarlo, si puedo contarlo en pocas palabras y algunas líneas. La vida de la mujer, los cambios de la ama de casa, que se hace dueña y ama. De diosa deseada a bruja o a desdicha. No es un espejo de la experiencia personal, la soltería permite conservar en formol la mejor visión de la mujer. Y sus cualidades.

En un comienzo son lo más hermoso del planeta, al punto que el hombre la desea y habla del amor de su vida. Empiezan las salidas y la crónica de una muerte anunciada. Algunas no pasan del segundo encuentro, posiblemente porque ellos son más femeninos que los amigos o porque la mentira tiene patas cortas. Las que sobreviven a esa escoba suelen llegar a ser más; un lugar que se le da a la mujer en los últimos tiempos, que es mejor que los viejos, donde quedaban limitadas a una función y a una tarea. De allí la revolución que, no sé si mejoró o lo complicó todo, pero que les dio un poder que deben aprender a usar. En lo cotidiano.

Una vez que han amado, llega la formalidad de una relación y hasta la convivencia. Y allí empieza la transformación en lo cotidiano. La ama de casa se convierte en dueña y patrón, con reclamos y a condición, exige y demanda. Se queja y proclama todo el tiempo sus quejas, sus planteos sin solución. Esa mujer, para ese amor, se convierte de a poco y todos los días, en una mujer distinta. Sobrepeso de peleas, belleza que se queda atrás en el tiempo y los defectos que se hacen protagonistas. Una transformación para nada sencilla, de causa desconocida o probable. Es raro que la mujer que uno ame se convierta en este suceso, al poco o mucho tiempo; pero parece ser una regla.

Es raro ver que una flor se convierta en una espina por el simple hecho de convivir todos los días. Es extraño que el amor que embriaga sea luego una patada al hígado o un terrible dolor de cabeza. Me resigno a aceptar que el tiempo todo lo arruina y que esa hermosa caricia termine siendo una áspera carraspera. Dicen que la culpa es de la rutina, dicen que la primera impresión siempre es una mentira de la ilusión que se desespera por encontrar una salida.

Si es cierto que en un comienzo esa mujer suplica por un hombre y que sea su dueño. Y que en el tablero de la vida cotidiana son las primeras que cantan "jaque mate" al rey.

Una transformación que corre por las venas de la historia. Que posiblemente condena a las parejas a su fracaso anunciado.

A tener fecha de vencimiento.

Por culpa de ambos.





miércoles, 10 de abril de 2013

La enfermedad grita lo que sucede en el interior.




La enfermedad ya no es un padecimiento, es una consecuencia. La enfermedad denuncia, grita lo que sucede en su interior. Quiere hablar y decir tantas cosas que se han callado. Y nadie quiere hablar. Es común considerar que el enfermo no está en condiciones. Se lo desautoriza. Se lo sobreprotege. A veces se lo descuida. Y la enfermedad se gana el rol protagónico en el mundo que ahora gira a su alrededor. El cuerpo sigue callado.

Las disociaciones en el transcurso de la enfermedad se multiplican. Divide y reinarás. El cuerpo, el brazo, los síntomas, el dolor. Las horas, los remedios. Un grito que no se escucha. Mientras algo continúa en silencio. De algo no se habla. Se sufre y se lloran los dolores que la enfermedad ha traído. Se padecen las circunstancias nuevas que modifican y alteran la vida cotidiana. Pieza a pieza, minuto por minuto las condiciones van cambiando. Por lo cual, la enfermedad ya no requiere ni necesita el grito, pues se ve callada por los remedios que curan un cuerpo sufriente, mientras adormecen el psiquismo. Ese cuerpo queda rehén de sí mismo. Atrapado entre la espada y la pared; en las manos de un padecer sin restricciones y abrazado al silencio aplastante de lo que no puede ser dicho aún.

Ese cuerpo llega a morir en silencio, sin poder decir lo que necesita para sanar su espíritu. Muchos no llegan a pedir ayuda; mientras que otros no pueden pedir perdón. Tanto dolor del cuerpo no supera los bloqueos de la humildad enjaulada en las apariencias. Se han visto rostros duros de quienes sufren terriblemente el cáncer, el egoísmo y la furia, por dentro. He visto las miradas de niños felices, que mueren al poder entender lo que les ha tocado vivir, aunque no sea propio. Es el cuerpo el que nos acerca las alegrías y el que transmite la intensidad y la inmensidad de lo que vivimos. Es el que siente. El que lleva. El que carga. El que se entera. Al que no dejan expresar, salvo si cae enfermo. Pues en el cuerpo los silencios quedan sepultados. Y como estigmas o cruces aparecen las marcas. Sabe ser un cementerio. Sabe ser un puente. Un medio. Muchas veces el único. Puede callar. Debe hablar. Sabe de la muerte. Si se aleja de la mente. Entierra las emociones, las encapsula. Y a las lágrimas las seca. Matándolas de amargura.

La enfermedad ha cargado a través de los siglos con su mala reputación. Enemiga del hombre. Entorpeció sus logros y se juntó con la muerte para generar las masacres de la humanidad. Violenta, imprevista, extraña y amada. Silenciosa embustera que sabe mucho y lo acompaña desde el principio. Nadie va a admitir que la enfermedad le ha resuelto muchos conflictos que no encontraban salida. Una solución cuestionable, pero una salida evidente. Temas que no se podían solucionar, cuestiones no dichas que han muerto en silencio, enfrentamientos de dos miradas que ya no se veían, desapariciones inexplicables y asesinatos encubiertos. La enfermedad le ha facilitado el camino al hombre que no pudo enfrentarse al crecimiento y madurar sus sombras. Ha firmado pactos a escondidas con aquellos que prefieren retroceder.

Pero en ciertos momentos la enfermedad grita, donde el cuerpo aún permanece. En esos tiempos terminales, la complicidad se rompe y la enfermedad no quiere saber más del enfermo. El cuerpo rompe el silencio. Ya es tiempo de solucionar los conflictos, cancelar las deudas y empezar la despedida.

La enfermedad que gritaba dejó el paso libre a las palabras que curan, lo lastimado tiempo atrás.



 




lunes, 8 de abril de 2013

El cambio climático. Pura patología.




El problema del cambio climático es una cuestión psicológica, una cuestión cuyo germen se encuentra en la patología humana. En la desidia y la conveniencia de algunos que se han querido aprovechar para rellenar sus empobrecidas almas con dinero. Una cuestión de comercio que sigue siendo una patología. Pura enfermedad. Pura codicia. Pura avaricia.

La cuestión más radical comenzó allá, en algunas decisiones de las que jamás podremos saber, salvo ver sus consecuencias. En alguna oficina secreta, algún pacto oculto, en algún rincón del mundo estas cuestiones fueron resueltas. Pagando todo el costo el resto de la Humanidad. Sin pensar ni ser leal a la raza a la que pertenecen. Una patología inminente que trae sus secuelas hacia todas las veredas, estés donde estés parado.

El ser humano está infectado de un virus extraño, que se está propagando con los años. Parece transmitirse vía aérea. La cuestión ya es pura ciencia, pura realidad concreta. Y sus alcances impensables. Una magnitud inconmensurable. Unos efectos a corto y largo plazo. Un dolor que no será en vano. Una herida profunda, con infección.

El antídoto del dolor no se encontrará jamás. Porque no es un negocio mejorar. Ni curar a las personas. Algunos está tratando de enfermar y de contaminar las aguas de los ríos, para que el vecino pueda seguir llenándose los bolsillos de un dinero arrogante, manchado de sangre y con mal olor. Putrefacción de los principios, consecuencias de un mundo perdido, caído con las ideologías. Armas vendidas para matar a las propias familias. Un mercado negro que se abastece de lo peor del infierno, esa sombra empetrolada de la avaricia humana. Y de la mezquindad. Nada les alcanza. Nada alcanzará.

Es pura patología.

Y allí ha comenzado todo. El infierno rojo en el que nos estamos metiendo. Un planeta hirviendo, mientras seguimos consumiendo sus recursos naturales. Y pensamos en nuestra parte, solamente. El combustible suficiente para poder seguir, el alimento que pedir, el agua para consumir. El aire para respirar. Desde allí, nada es casualidad. Y el ajedrez ha comenzado. Una pulseada con la mano del Dios padre, para ver si el hombre no es cobarde y se atreve a destruir su obra.

La soberbia de algunos me asombra. Y la ausencia de Dios me preocupa.

La Humanidad tal vez los indulta, comprándose a los miembros del jurado. O inventando una nueva puesta en escena, como los juicios de la postguerra o tantas otras mentiras. Armadas por la sencilla razón de una patología que los guía hacia la destrucción.

En línea recta.











jueves, 4 de abril de 2013

Te pido el remise? Una pesadilla femenina.




Cuando la situación ya no da para más. El teléfono es una posibilidad. Y se termina todo. Cuando el absurdo lo colmó todo y la prepotencia arruina una noche, la tarjeta ya no se esconde. Y se pide un remis.

Porque se atreve a incurrir en esas cuestiones que lastiman. El ego tiene una herida, un rasguño que no puede ser profundo. Un puntaje descalificando el coraje de robarle un beso. Ansiado y esperado, pero en el momento señalado, tenía que arruinarlo todo. Porque la histeria hace escombros con el deseo del otro, con los besos propios. Tan bien intencionados. Tan esperados como ansiados. Entonces, se merece el remis.

Es dejarla ir. Pero ¿vale la pena alguien así? Que categoriza los besos en vez de disfrutarlos. Que les pone un puntaje para aproximarlos a una tabla, plagada de gente extraña que pudo besarla mejor. Pero se olvida del corazón, se olvida de quien está detrás de ese beso. Entonces, nunca corre el velo. No quiere ver a la persona. Se queda, casi ni se asoma. Le tiene tanto miedo al amor, que prefiere puntuar a la pasión con que los labios se acercan.

Así está ella. Viajando de regreso en el remis. Porque no se merece un beso en la nariz. Porque no ha entendido nada del amor. Ni del deseo. Sólo piensa en el desenfreno, en las conveniencias de una liberación de las cargas. En vez de alzar la mirada y ver un poco más allá. Una noche que podría haber sido muy larga. Quedó interrumpida por su estupidez. Quedó en ruinas otra vez, porque creía ser brillante y terminó siendo una cobarde que no se anima a más.

La pesadilla femenina está detrás. Siempre se queja de lo mismo. Los hombres son sus enemigos, porque no se involucran. Cuando son ellas las que tienen miedo. Se supone que hacen todo por un poco de afecto, pero seamos sinceros se han convertido en la peor cara de la masculinidad. Esa manera fatal de arruinar la feminidad con la grosería invasiva de aferrarse a una pierna, para no dejar que pueda agarrar el teléfono. Y llamar al remis.

Desde ahí todo dejó de ser feliz. Una mezcla de arrepentimiento e indignación. Una lástima que la pasión se haya tenido que ir, cuando estaba todo listo para servir el desayuno en la mañana. Una mujer que se engaña, que se cree la gran dama y no deja de ser una mendiga del alma. Esperando que la llama se encienda, cuando la mecha ya está mojada. De tanto soplarla se apaga para siempre.

Lo demás es evidente. Venganzas. Recelos y rencores. Jugar en los balcones al sube y baja. La histeria es pura venganza, pero jamás da el brazo a torcer. Arrepentirse los pies de haber dado esos pasos, exclamar con encanto que “ya no da para eso”. Con una cara al viento que ya no puede mirarte a la cara.

Después todo fue venganza, por haberle pedido el remis. Con los huevos de codorniz al plato y una ensalada con lo mejor de la noche. Todo estaba para alquilar balcones. Todo más que listo. Al ego yo no lo invito, me había olvidado su entrada. Ella vestía como una gran dama, una sirena en la playa, acariciando la arena de un cuerpo que la esperaba. La cercanía estaba en la sala, los roces estaban a la orden del día. La mirada era pura envidia y los labios se esperaban, ya desesperados.

Fueron cuatro los besos dados.

Y mientras el remis estaba llegando, una aproximación de lo que jamás se daría. Esa fue su despedida.

Para siempre.

Hasta nunca.






La rutina desgasta a la pareja?? O....




Se dice que la rutina es el peor enemigo de la pareja, la razón de la extinción del matrimonio como institución perdurable en el tiempo. Pero, creo, después de ver que la mayoría de las consultas son por problemas de pareja y que los divorcios están aumentando es tiempo de replantearse un poco el asunto de la convivencia, la rutina y las relaciones. Un mundo que está llegando a su fin. Un fin que no nos deja empezar un mundo nuevo.

Es fácil echarle la culpa a la rutina, como si fuera un arma homicida que asesina a sangre fría a la relación de pareja. Pero me parece que esta vez la carta cayó al revés y la cuestión es exactamente opuesta. La pareja desgasta la rutina de una relación que había empezado con todas las ganas y con toda su fuerza. Y queda desbastada tras la larga sequía de expresiones que se van perdiendo en un tiempo donde lo nuevo ya ha quedado en el pasado. La pareja es la razón de esta cuesta arriba que se transita con una mochila muy pesada. La pareja que se construye día a día cae en desdicha cuando a uno se le fue la mirada. Y pierde esa llama que había alimentado la pasión, donde cada gesto y cada respiración son como el agua bendita. Pero ese día, en un momento determinado, un gesto helado marca la diferencia.

Y la rutina no se entera, pero las cosas empiezan a cambiar. Ya no es igual, se huele pero aún no se entiende. Se siente pero no se sabe por dónde vendrá el tiro. Y lentamente, algo se empieza a morir, aún sin sufrir, evitando el dolor y con mucha negación dando vueltas. Una jauría hambrienta de agujas que pinchan el gran globo. Finitos agujeros por donde se escapa el aire de un sueño que ya no puede volar. Y le queda poco para respirar. Hasta terminar en el suelo. Sin ganas ni fuerzas.

El cambio, es la paradoja de la rutina y su cadena perpetua. Cuando uno ama puede hacer mil veces lo mismo, con esa persona amada. Y nada la desgasta, ni la empaña ni aburre. Cuando uno ya no ama, no puede hacer ni siquiera dos veces lo mismo, ni algo diferente. Cualquier cosa genera fastidio, aún el mejor gesto, aún la mayor sorpresa puede caer sin freno. Tantos hablan del desgaste producido por hacer siempre lo mismo, tantos se están equivocando, porque el problema no es lo mismo, sino que uno haya cambiado. El asunto que pone todo esto en peligro es que el sentimiento ya no sea el mismo y el ocultamiento es cansador.

La rutina no es la lija de la relación, que de tanto pasar por ella la termina desgastando. Todo lo contrario, es lo que le puede sacar las asperezas cuando uno quiere tener un amor refinado, pulido y exacto; acorde y a la medida. Trabajado, acariciado y sentido. Mientras, la indiferencia le hace un rasguño a la nobleza de la entrega de un ser al otro.

Es la relación, mal llevada y mal concebida, la que arruina la rutina de un proyecto soñado. Este es el trabajo de la vida cotidiana. No es empezar con las aventuras ni las salidas espontáneas, no es agregarle sal y pimienta si está cruda o pasada. Mucho menos es inventar excusas para volver a la adolescencia.

Asumir las consecuencias y entender que la vida cotidiana no es enemiga de la rutina, mucho menos dentro de una relación de pareja.

Nada se desgasta por los días.

El amanecer sigue siendo un nuevo comienzo, todos los días.