domingo, 25 de noviembre de 2012

Ser generoso. El principio de la salud mental.




La salud tiene sus reglas. La mente tiene sus condiciones. La libertad no es una condena para quienes saben compartir. La abundancia es riqueza si todos podemos dar algo más. Dejar la oscuridad para ser más generosos. Allí radica el principio esencial de la salud mental. La generosidad. Una palabra tan poco aprovechada.

La salud tiene un orden. Un ritmo y una coherencia. Debiera ser el principio fundamental que guiara nuestras vidas. No sería, como algunos creen, evitar el dolor ni esconderse del sufrimiento, nada más lejos que vivir en una burbuja. Eso es una locura, la garantía de perdernos. No es ser perfecto, sólo ser saludables.

Es generoso quien comparte, lo que tiene y lo que sobra. Aún aquello que no sobra, que ni siquiera se tiene. Es generoso el que puede ver a quien está al lado. Sea necesario o no, eso ya no importa. Es quien contempla y considera que no se vive solo en este mundo. El quien mide, en su mundo, los efectos y las consecuencias. Quien no deja que su obra sea la herida del vecino.

Una persona así vive al fin en los principios de la salud. Quien puede pensar de esta manera, conserva para sí y para otros, los principios y el ocio, las condiciones vitales de la salud. Y hace bien a los demás.

Es necesario para este mundo, que seamos más sanos.

Mucho más generosos, con uno y con el otro. Es el principio y el fin.

Viva feliz y compártalo todo.
       



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Por qué el secreto familiar condena?




Porque destruye la estructura por dentro. La pintura no aguanta y está pegada a la pared. El secreto condena a tapar de por vida. Un esfuerzo enorme de dimensiones que no se comprenden hasta que el agotamiento se siente. Es estar pendiente todos los días para que el enemigo no ataque, y el prisionero no se escape. Si el secreto condena una vida, ata como víctimas y toma prisioneros. Una deuda que se establece y pagarán las generaciones posteriores.

El secreto se esconde en las paredes de la casa. La familia convive con su presencia inerte, una presencia que no es ausencia. Pero que no se ve. El secreto se respira, mientras el aire se contamina y nadie lo percibe. Es de uno, pero encadena a todos. Participan los otros al ser los destinatarios del silencio. El ocultamiento los involucra, los convierte en testigos ajenos de un misterio del cual no pueden decir nada. Al ser partícipes necesarios, quedan involucrados como mínimo. Muchos son afectados, pues el saldo se distribuye entre los presentes. Es como una energía que se alimenta de todo, cuantos más participan, más se contaminan, más se comprometen.

Siempre el secreto es algo que no se le puede decir a alguien, pero que lo compromete sin saberlo. Es como el suicidio, un asesinato encubierto de otro, pues no muere solo quien se arroja a los infiernos. El secreto es una cadena que se ata entre dos o más personas, es una condena que pagarán varios. Los elegidos son los silenciados. Los testigos son los burlados. Los condenados son los elegidos. Y el secreto familiar es un miembro más, un miembro fantasma.

Condena porque se hereda, como un bien de familia. Se hereda porque se transmite al involucrar a las personas en su trama silenciada. Y es una carga porque requiere de atención, trabajo mental y emocional, pues no quiere estar más atrapado en las paredes. El problema más grave se siente cuando ya es parte de la estructura, cuando de tanto callar, los protagonistas son secretos a vivas voces. Cuando las mentiras son una forma de vida, la familia muere lentamente. Si el secreto es sobre dinero, la pobreza se acerca y alguien terminará en la miseria. Cuando de abortos se trata, algún pequeño morirá en la infelicidad y la historia se repetirá una y mil veces. La muerte se anuda al nacimiento y toma de rehén a la sexualidad. Una represión de más, y miles son los secretos. Algo se esconde detrás, es una miseria, una gran cuota de sufrimiento. Si de infidelidad se trata, las parejas de sus hijos serán fracasos desde el inicio, una homosexualidad latente. Pues la promiscuidad se cobra con la misma moneda. No pida nietos si sus hijos no son propios, no pida sinceramiento si la verdad en sus manos es una víctima abusada. No le oculte más la verdad, ella necesita construir su historia.

Una hija le suplica la verdad. Si no lo puede tolerar no se angustie si la familia se quiebra. No es culpa de ella, es sólo una consecuencia llamada condena, por su secreto familiar. Hay una unidad que el hombre debe respetar, no hay eslabones perdidos. Si el secreto involucra a los demás, ellos también pagarán el costo de esa miseria. Nada a esta altura es personal, nada muere en la individualidad por más que lo quiera. Al no poder mirar a los ojos, el otro se pierde en el espejo. Se siente el ruido de las cadenas, a los pies de la cama.

Creo que debería saberlo, después de tantos años. Aquello que usted ha hecho en aquellos tiempos, lo ha perseguido en silencio, por cada rincón, en cada callejón sin darle respiro. Todo lo negado está atado y en algún momento nos alcanza. Con solo detenernos un poco, el pasado se hace presente y sentencia al futuro a cadena perpetua.

Si no quiere la condena. Pídale perdón a su familia. No intente pintar su casa, las paredes igual se manchan de humedad. Si esa mancha huele mal, sus cimientos están en peligro. Le recomiendo con sentido, una alternativa, jamás será una solución, piense en los dos y salvará a sus nietos.

La cadena se ata al cuello. Y duele mucho el dolor.







El diagnóstico popularizado. Y todo bajo la alfombra.




Cuando el diagnóstico cruza las puertas del consultorio corre serios peligros de desvirtuarse. La popularización desencadena una generalización que anula las individualidades del caso y se propaga como una epidemia. En boca de cualquiera. Todos se vuelven autoridades correspondientes. Una voz sin remitente habla como si supiera, diagnostica y medica con extrema simpleza y facilismo. Lo dicho queda en el olvido y, luego, nadie cuenta toda la historia.

Hace ya muchos años el diagnóstico popularizado se ha unido a otro gran peligro, la automedicación. Juntos es una de las peores combinaciones posibles. La automedicación llega siempre de la mano del diagnóstico popularizado, en la boca de cualquiera. Por más edad y experiencia que esas personas tengan, terminan anulando la particularidad. Lo que es el trabajo del profesional pertinente. Sin medir las consecuencias y frente a tantas situaciones, que no son emergencias, la solución fácil corre a empeorar el incendio. Y todas las cenizas barridas debajo de la alfombra.

Esta combinación nace de dos puntos extremos. Que alimentan según los propios sucesos la matriz de esta mezcla. Por un lado, están los laboratorios y le negocio que la automedicación representa, por su masividad y descontrol, por su falta de regulación y por la anulación de los intermediarios reguladores que deben recitar a conciencia. Por otro lado, está la gente que ya no se compromete con un proceso adecuado, de diagnóstico y cura recomendados y regulados por un profesional. Si a esto le sumamos la cantidad de autodestructividad, más las adicciones y los conflictos personales; la solución fácil es indispensable para que nadie se quiera hacer cargo del asunto. Los problemas sin un punto, sin solución de continuidad. La medicación sin receta, no es asumida como tal, entonces cualquiera se toma la pastilla de noche sin asumir las implicancias ni las connotaciones. Cuando uno les sugiere ver a un profesional pertinente que le regule lo que ya está haciendo, hablan muy sueltos de que no quieren ser medicados. Lo que están tomando no son golosinas. Es la misma química, pero con compromiso y obediencia.

Pero uno parte de la idea ingenua de que todo el mundo quiere estar mejor. Solucionar sus dolencias. Apaciguar las violencias y eliminar las angustias. Ideas absurdas que te enseñan en la universidad. Hoy el mundo está estableciendo sus propias reglas, ya casi ni estuvieran para hacer de la vida algo mejor. La gente, cada vez menos persona, se descontrola porque quiere terminar lo antes posible. Con lo que implique su tarea o su misión, su responsabilidad o su convicción, sus pasiones o sus amores. Hay tanto dolor que muchos prefieren esconderlo o descargarlo, elaborarlo conlleva demasiado trabajo y compromiso. Un destino escondido debajo de la alfombra. O en la droga que consiguió para dormir.

Tanto hablamos de drogas, tanto nos hacemos los distraídos. Pero nadie ha querido hablar abiertamente de las adicciones inminentes que implican el consumo de psicofármacos. No por su capacidad adictiva sino por su forma de consumo. Por la ilegalidad de su adquisición, por el negocio escondido y, más que nada, porque se consume como un adicto, todas las noches de manera indispensable. Las mismas personas que, implacablemente, discriminan al enfermo de sustancias adictivas no registran su consumo cotidiano.

Cualquier pastilla en mano que no sea necesaria, conlleva en sus garras un posible consumo adictivo. Porque se sienten deprimidos, porque sienten miedos o fobias. Pero sin que la observación la haya hecho el profesional pertinente.

La medicación sin el médico es la peor de las consecuencias populares de un diagnóstico que ha salido a la calle.

Y se pasea por todos lados.







La necesidad de adrenalina. Salir del aburrimiento.



Algunas personas se quejan de esa falta de "hormigueo en la panza" surgida cuando están conociendo a alguien, o recién saliendo. Esos tiempos que, en el momento, no son los más lindos pero que luego se extrañan. Esta sensación expresa y grafica esa adrenalina que se va perdiendo con los años o con la codicia de afecto. Como si el amor se desgastara, cuando es uno el que ya no gasta la suela de sus zapatos y le entrega el alma al diablo. Y no al amor de su vida.

La necesidad de adrenalina se filtra en la vida cotidiana corrompiendo esos sueños que los habían unido y empieza el aburrimiento como el juego de todos los días. Uno los ve sentados en la mesa, desayunando en el bar de la esquina, cada uno con su diario, cada uno para su lado, sin compartir ni siquiera la cuchara. Ni una mirada, ni un comentario sobre las noticias. Y uno, los mira y se pregunta tantas cosas. Uno los mira más de lo que ellos se miran y piensa en el camino que deben haber recorrido como para llegar a eso. ¿Cuándo se empieza esa caída?

Y en eso se escuchan los planteos, se sabe de los amantes o de las historias con su secretaria. Una doble vida que sale el doble de caro, con un precio impagable, salvo que se le haya entregado el alma al amo de los escándalos en el imperio de sus infiernos; donde el peor pecado no es la lujuria ni la avaricia, es el aburrimiento. Ese tedio de silencio donde no se cae una sonrisa ni siquiera del bolsillo. Ese tremendo encierro donde la jaula es de barrotes neutros que ni siquiera generan el frío de la soledad. Es más un zumbido que aterra con perspectivas abiertas hacia una caída sin lugar de llegada.

Es entendible pensar en esa necesidad de adrenalina, algo que le devuelva la vida a esa persona que está perdida entre tanta nube gris que encierra los ojos entre unas orejeras de caballo anclado a un carro que se luce por las calles de Palermo. ¿Alguna vez se han detenido a observar el gesto de esos caballos? Los que llevan en su pasado un carromato pesado y chapado a la antigua, mientras sus lomos ya no transmiten lo salvaje de algún momento, aunque haya sido de potrillo. ¿Cuántos andan así por la vida? Arqueados por estar demasiado tiempo mirando el piso, por no mirar a la cara ni a los ojos de su espejo; dolidos por la joroba de tanto joderse la vida (y perdón por las palabras); despertando el entusiasmo de quien tiene sangre en las venas para salirse de esa condena y poder respirar aire puro. Aire que se llama adrenalina, aire que llena de vida sus pulmones y es una visa hacia otro país, sin extradición.

Efectos de la vida cotidiana con poca vida y muy rutinaria. Con poco perfume en el aire y mucho de dolor en la duda que se acuesta a ambos lados.

Esperando el trago amargo. O su medicina.




miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pedofilia. El consumo de la infancia.



Desde los principios de la década del 70 la industria de la pornografía comenzó a  expandirse con rapidez. Una comisión americana había observado en aquella época que las películas pornográficas comenzaban a explotar la perversión, el aborto, la drogadicción,  intercambio de parejas, vicios, prostitución, ninfomanía y lesbianismo. Al poco tiempo, empezaron a producirse las películas con menores. Mientras, el sadomasoquismo como tema principal tenía a los niños como sus personajes principales. Hoy la pornografía con niños ocupa un lugar central. En esos años, una tercera parte de los casi tres mil millones de dólares de la industria provenían de la pornografía infantil. Hoy, esas cifras son escalofriantes y sus consecuencias e implicancias incalificables. La pedofilia, el abuso sexual y deshonesto está arrasando y consumiendo a la infancia. El comercio, la perversión y el hombre moderno están aniquilando las posibilidades de vida del niño.

 La pedofilia es una perversión clasificada hace mucho tiempo, pero su expansión en nuestra época es un fenómeno que aún no tiene explicación, más allá de los intereses y beneficios económicos. Habla de una modalidad. Habla de cambios. De un estilo de vida. La destrucción de varias generaciones. Del futuro. Recién en 1982 se consideró ilegal la participación de niños en  esas películas y fotografías. La pornografía infantil al pasar a la clandestinidad se transformó en una industria a gran escala, regenteada por abusadores de niños. Hoy, ya se habla de todo un mercado pedófilo clandestino en todo el mundo. Ya no se habla de los alcances del daño en la infancia, ya son sólo un producto comercial. Una mercancía.

 Hace pocos años, los límites entre la disciplina y el maltrato se hicieron demasiado finitos, convirtiéndose en una excusa conveniente para todo tipo de perversión adulta. Desde los comienzos de la humanidad, los niños han padecido el  infanticidio, el abandono, el maltrato y ahora el abuso sexual por parte de los encargados de su educación. ¿Por qué la infancia es el objetivo primordial de las bajezas del hombre? En momentos en que la niñez y la maternidad se habían convertido en nobles prioridades, maltratar y abusar de los niños se justifica en nombre del progreso y la educación.

Siempre que un padre, tutor o maestro emplea modos tortuosos, ya sean físicos o mentales, para corregir la conducta de un niño lo que está haciendo en realidad es un abuso. No hace falta la violación, el maltrato y el castigo para faltarle el respeto a un niño y lastimar su infancia. Por otro lado, muchas campañas utilizan los medios de comunicación masivos para instituir a la niñez como el mercado más beneficioso. Por lo cual, se lo volvió protagonista de la beneficencia, la publicidad, el consumo, los manejos más bajos y peligrosos, con tal de vender. Extorsionar al adulto a través de las demandas de los hijos, abusar de ellos para impactar a la audiencia y hacerla consumir más productos, más televisión, más tiempo, más sexo, más vida. Y los responsables son los adultos, originarios y destinatarios del mensaje de consumir todo a su paso, aunque sea la familia y sus hijos los que queden al costado del camino.

 Somos conscientes de la magnitud del daño producido por el abuso físico que los progenitores y adultos responsables infringen a sus hijos, más la pedofilia y el mercado ilegal que maneja. Otra violación de las diferencias entre generaciones que resulta evidente como para ignorar. Una masacre que toma los alcances de un genocidio generacional, que está aboliendo las posibilidades de vida, mientras paradójicamente más se trabaja por los derechos del niño. Parece que una vez más, la sombra crece con la luz.

 El pedófilo es un abusador de niños, que se siente compulsiva e impulsivamente atraído hacia ellos. No tiene ni considera otras opciones para su vida sexual. Muchos fueron sexualmente abusados en su infancia, sometidos a diversos abusos físicos y mentales por parte de sus progenitores. Como todo perverso, rechaza el cuerpo de la mujer adulta y no tolera las diferencias sexuales ni generacionales. La trama perversa es sumamente compleja y desagradable. Su vida se consume en una furia inconsciente contra las costumbres de una sociedad, por lo cual se manejan en la clandestinidad. Cuando no está cometiendo abuso se dedica a fotografiarlos desnudos, coleccionarlas e intercambiarlas.

Hay diferencias entre los abusadores y los pedófilos. Estos se consideran miembros de una elite sexual y son hábiles manipuladores para mantener e involucrar a sus víctimas. Aunque para el daño ocasionado no se pueden establecer grandes diferencias. Desde la óptica de la infancia, ambos producen un daño que llega hasta el alma, deteriora su psiquismo y perturba su crecimiento sano. Consumirlos es un problema que incumbe a todos los adultos, y a los niños, pues ellos serán no solo el futuro sino los compañeros de nuestros hijos, potenciales peligros cuando ellos se transformen en adultos, directivos, profesores y tengan la responsabilidad de guiar y cuidar a nuestros hijos y nietos. Un círculo iniciado generaciones atrás y que hoy ya comienza a cobrarse sus costos en forma masiva. Para pensarlo…







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Qué nos pasa? No soportamos el día a día.



Tenemos un problema serio, como seres humanos, no soportamos el día a día. Entre los miedos, la historia, las cuentas vencidas y las que hay que pagar (sin hablar de la cuestión económica) el día a mucha gente le pesa y lleva su vida como si fuera una inmensa mochila cargada de cosas pendientes. Sin ver que pasan los días, porque espera con ansias el fin de semana, para después deprimirse el domingo. Todo pasó rapidísimo y no le quedó casi nada. ¿Qué nos pasa, cuando algo nos pasa?

No encontramos la salida. No entendemos nada. Ni acá ni allá, en algún lado debe estar, pero nunca es el que había elegido. El deseo que llena de intrigas y miedos, se evita por la ansiedad que despierta. Se niega hasta que llega el momento, después se quejan porque ha pasado demasiado rápido. El lunes porque es el comienzo, el martes porque todo recién empieza, el miércoles porque es la mitad de la espera y el jueves porque estamos cansados. Ya para el viernes empezamos a alegrarnos y el sábado se vuela hasta la madrugada; para darle la estocada con la llegada del domingo; el anuncio del principio donde todo vuelve a comenzar. Pensar que hablamos de renacimiento y nos quejamos todo el tiempo de esos principios. Pensar que queremos terminar y rechazamos a la muerte cada vez que hace alguna de las suyas, con esos finales anunciados.

¿A dónde va el ser humano que se queda esperando y se queja de la espera?

Ansiamos algo y cuando lo tenemos ya queremos otra cosa. Consumo, dependencias y objetos. Vértigo y señuelos. Apuro y quietud. La eternidad por un momento y desear que todo se pase rápido. La juventud permanente sabiendo que nos falta madurar, la vejez que se lleva lo mejor de esos tiempos y una sabiduría que llega tarde al encuentro. Pasan y pasan los días, deseando que llegue fin de año; para que se pase volando un verano que se disfruto insuficiente. Los que no hacen nada, quieren hacer algo. Los que hacen, no quieren hacerlo más.

Día tras día, se escuchan esos lamentos. Querer conocer a alguien y querer salir corriendo. Empezar una relación para terminarla al poco tiempo. Formar una familia rápido para desarmarla más rápido todavía. Vivir la vida para sentir que ya nos estamos muriendo. ¿Qué nos pasa que nos quejamos del tiempo? Sin él no tendríamos noción de nada. ¿Qué nos pasa que nunca nos quejamos a tiempo? Siempre es tarde para haberlo dicho.

Esto no es un cementerio de lamentos, es el reflejo de todas esas personas que no soportan el día a día. Y que se escapan de lo que les está sucediendo.

Es un misterio que se sucede todos los días. Es el gran secreto, encontrarle la vida a cada mañana y sepultar a la luna después de velarla durante la tarde. Es el gran misterio, lo que corre por nuestras venas, entrando y saliendo por el motor del secreto.

Eso que nos da la vida.

 


Tristeza, dolor, angustia. Falsas depresiones.




Es fácil mezclar. Es sencillo confundir. Para disuadir a las mentes pensantes. Y vender popularmente una definición que mete a muchos en la misma bolsa. Incluir al dolor en el mismo envoltorio de la angustia, y a la tristeza bruta con la ira frustrada, son tantas las escalas, tan distintos los valores que esta mezcolanza sólo llama la atención.

El criterio no es pudor. No puede ser tímido ni benevolente. Hay mucha gente que se ha preparado por décadas, que ha estudiado las miserias humanas y emocionales, se ha metido en la misma cancha a pelear con la enfermedad. Y poder identificar a los suplentes en el banco. Para que, de golpe y en pocos años, alguien cambie el juego. Y borre, sin frenos, las diferencias importantes.

El dolor tiene su propia sensación. Una causa evidente y definible. Lo cual permite realizar todo un trabajo orientado a la reparación del dolor, a comprender y poder defender a la persona de la causa que lo generó. Tiene una propia acción, puntual y definida.
La tristeza es distinta, es una sensación y puede ser una emoción, despertada por muchísimas razones diferentes. Externa o internamente, la tristeza llega cuando algo sucede. Se extiende, llega hasta el cuerpo. Cierra el cuello, a la altura de la garganta. Te arrastra para que nada más te puedas acostar. Esperando que se vaya, tratando de aquietar las aguas. Y esperar que se disipe.
La angustia invade en masa. Ubicada en la garganta y la boca del estómago. Inunda con lágrimas los ojos cansados de llorar. Nada parece que la calma, ni siquiera la quietud ni las ideas. Conlleva a tomar una actitud, realizar alguna acción para que ceda.

Todo esto se mezclo en una bolsa de gatos. Que conviene, hace rato, a muchos piolas negociadores. Que distorsionaron, por sus razones, los parámetros de diagnóstico. Popularizando y facilitando el acceso farmacéutico. Y medicación de mano en mano. Diagnosticando depresiones que no lo son. Acomodando las razones para que no se elaboren las situaciones y que las emociones sean eliminadas. Una chatura inmediata con la que se aplasta la inmensidad y la intensidad. Una llanura que coarta la libertad de expresión, que ata a la sensibilización e impide ponerse en el lugar del otro. Y se anulan las diferencias.

No son sutilezas. No son variedades. Son enormes inmensidades del terreno emocional. Una tala indiscriminada de los pilares internos. Se corta un camino, se embarra el sentido. Y se facilita la incomodidad cómoda. Ya nadie se asombra, todos te recomiendan algo. Nadie quiere ser diagnosticado por un profesional serio, porque conlleva un sinceramiento y un gran compromiso con uno y con el otro.

A río revuelto, ganancia de pescadores.





lunes, 19 de noviembre de 2012

Hay ciertas huellas que el mar no borra




Hay ciertas huellas que el mar no borra. Hay unas secuelas que el tiempo no elimina. Quedan, perduran. Se inquietan pues nada las quita del suelo arenoso. Una piel que sabe brillar con el sol, pero en momentos de dolor solo sufre las consecuencias. Una herida abierta. Angustia que fluye.

Se supone y uno lo escucha seguido, que el tiempo cura todas las heridas. Es una gran mentira, a mi no se me han pasado. El mar ha transitado demasiadas veces por aquí. Se ha llevado muchas cosas, pero me ha dejado estas cicatrices. En sus remolinos y sus vueltas me ha confundido con sus historias y me hundió hasta el fondo. Con una sola ola me arrojó a la orilla, llena de rocas y obstáculos. Piedras en el camino. Se ha llevado enojado, mis amores más platónicos, mis ilusiones como un robo, me las arrebató de las manos. Dicen que el tiempo lo cura, pero estas hendiduras en la playa aún siguen intactas.

Hablo de mí para no hablar de ellos. A quienes el mar les moja sus pisadas, les acaricia como si nada el borde del talón. Un Aquiles moderno, que no percibe los besos de un amor oceánico. Su perdición en lo profundo. ¿Quién no tiene en el cuello las heridas del tiempo, impregnadas con perfume?

Esas huellas no se borran. El mar las adora pues insiste en visitarlas. Una y otra vez les pasa con su voz por los oídos. Les habla en la madrugada, apenas asoman los rayos del nuevo día. Y es la primera que las deja, al caer la tarde. Cuando se enoja parece ser que todo se lo lleva. Pero sólo es una reacción de un carácter a veces podrido. Pura espuma, sin peligro. Ya pronto se le pasa el enojo. Y yo no salgo del asombro, pensé que se las había llevado al fin. Pero no, me las ha dejado como una escollera de recuerdos. Tal vez es tiempo de pensar que la solución exista pero no en el mar, como una esperanza reposando en el horizonte. Por donde el sol se esconde. O se ríe de mí.

Me parece que encontré la forma de borrar todo. Allí cuando me hundí vi algo que en ese momento no entendí y ahora pienso con claridad. Era un cofre lleno de recuerdos. Deshechos de un barco que anduvo pirateando por mis mares. Sirenas en un acantilado. Comprendí que sólo me queda perdonar y dejar todo atrás, sin esperar más nada. No moriré en la soledad por lo que aquellas olas me han hecho. Tal vez así salga a flote y pueda disfrutar del mar. Comprendí que es fundamental perdonar y perdonarme. Ya no hace falta esconder más los secretos en el fondo de mi alma, donde se contamina y se oxida, por la corrosión y el tiempo.

Es eso.

No quiero ocultar más mis secretos. Por más que ahora se hayan transformado en miedos a amar y ser amado.

Ahora si, las huellas han desaparecido. Toda la playa vuelve a ser la misma. Una piel extensa sin marcas de pisadas. Ya nada queda de aquellas experiencias de maltrato, humillación y dolor.

Está lista para recibir a la primera visita del día.


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El secreto familiar. Una herida que no cierra.




Conozco un caso, pero se que hay miles. El secreto es uno de esos tesoros mejor guardados que jamás he visto. Hay familias destruidas por el empecinamiento de aquellos que prefieren conservar el secreto. Aunque sea la dignidad una gran perdida, la honestidad una desaparecida, el amor un sacrificado. Muchas veces lo he podido entender, pero en este caso no fue así. Eran varios los secretos, sobre una vida.

Una familia se disputa una vida. Entre los negocios y la criminalidad, las mentiras se reúnen conformando un estilo. Se sientan a cenar durante años sin mirarse jamás a los ojos. Miradas que no quieren ver más allá, intrigas que se ríen a carcajadas y se burlan de una inocencia, que poco puede entender. Una niña crece entre ellos, asustada y preocupada. Es agredida sin palabras por el silencio que le susurra mentiras hasta que un día el sol sale. Eclipsada una vida.

Son varios los secretos que su psiquismo debe desenterrar. Un pozo que no muestra nunca su verdadero fondo, mientras sus manos embarradas ya están cansadas de tanto dolor y mugre. Se ha cortado, se ha hundido, se ha arrancado. Busca un sentido pues elije la libertad. Es admirable verla luchar, son fríos esos muros. Ella cree que ha perdido mucho al rebelarse a esas reglas, casi leyes de una vida entera sembrada en el asfalto de un camino desolado. Ella aún no puede ver que la lucha la hace cada día más fuerte. Si pudo observar como esos secretos destruyeron todo en su insistencia por salir. Como siempre, ellos avanzan, no soportan la oscuridad ni permanecer sepultados. La verdad se inmiscuye entre las rajaduras y las grietas se abren para convertirse en tumbas.

En este caso, ella sufre muchísimo por conocer la verdad y por saber que con ella juegan a las escondidas. Le muestra su rostro y le da vuelta la cara. Desolada, angustiada tropieza con sus propios pasos, signos de que no puede caminar más. Está cansada de tantas mentiras, de tantas desdichas que le dan la espalda. Se siente sola y es verdad. Aunque las sombras siempre la han acompañado, sin que se diera cuenta. Han atravesado con ella la adolescencia y la han observado formar su nueva familia. Pero el estigma la señala aún como la predestinada a desenterrar las miserias. Es su cruz. Es su karma. Tal vez la única manera de resolver la historia y construir una vida nueva. Busca justicia pero encuentra sobornos. Las huellas negras llenas de petróleo. Miles de preguntas que brotan en esos huecos de una historia que sigue susurrando misterios.

Nadie da la cara. Nadie cuenta nada. Insisten en complicar terriblemente la búsqueda. Tal vez es una forma de morir con los secretos, que condenan sus días. Son varios los que dominan las tramas de esas vidas, llenas de oro y dinero incapaz de comprar un minuto de paz, ni una dignidad en el quiosco de la esquina. Arrojados están a la pobreza, una de las miserias del alma corroída.

Es difícil comprender que una madre le haga algo así a su hija. Que un padre prefiera sostener el secreto sabiendo que la condena la pagará su descendencia, sus hijos y sus nietos. Que el quiebre y el hundimiento durará varias generaciones. Ocultarle con sinceridad (a ella se lo ha dicho), jamás le dirá la verdad que necesita para poder vivir. No la dejará ni un minuto sola. La ha condenado. Le ha atado las manos, a ella le cuesta trabajar. Poder ganarse el pan de una vida digna, con tanto pasado oculto en los callejones de una ciudad que no quiere develar los misterios y sus secretos. Es la corrupción, la transgresión o la mentira. Fue la prostitución o el descontrol de una jóven sin límites ni frenos. El dinero, la pasión; el poder o la elegancia. A ella ya no le importan las causas, solo poder desenterrar el dolor. Sacarle de las garras su corazón que tan mal tratado ha sido.

Quiere liberar sus alas de tanta dura incomprensión. Uno cree que jamás puede haber razones para hacerle algo así, a una persona cercana, mucho menos a una hija.

Conozco un caso y duele verla sufrir.

En sus muros se escuchan crujir, son varios los secretos.







jueves, 15 de noviembre de 2012

La relacion terapeuta-paciente. Algunos malos entendidos.

Es una relación compleja. Más que las relaciones habituales. Por la cantidad de contenido que se involucra, por la intensidad de lo vivido, por sus circunstancias y sus limitaciones. Condensar toda una vida en un vínculo para trabajarla, revisarla y curarla, trae un alto compromiso y un riesgo enorme. La relación terapeuta-paciente es una de las más vívidas que he conocido, presenciado y sentido. La más comprometida, por ser desigual la responsabilidad, por su carga emotiva y sus oleadas afectivas. La más conflictiva por la apertura que conlleva y la temática que nos convoca.

Pero sufre de malos entendidos. Afuera y adentro. Es obvio, se trata de dos personas y su base es la comunicación, ya al empezar están dadas las condiciones para el equívoco y las malas interpretaciones. Se confunde la intimidad necesaria y la requerida, con la distorsión y la perversión. Algunas mentes perdidas mezclan la seriedad con el descontrol, porque simplemente hay dos personas reunidas. Incluso están aquellos que quieren confundir más y tergiversan las cosas, pues sexo no es necesariamente amor, y del amor nadie está exento. Eso no es hacer mal las cosas.

Empecemos a ser claros. Para no prestarnos a las mezclas oportunas de esos que quieren desprestigiar la profesión o al psicólogo. Es una relación sumamente íntima, sino nadie se abriría a contar las peores pesadillas o sus secretos más privados. Parece que la gente ha perdido la capacidad de intimidar sin tener dudas de las relaciones, hemos perdido la confianza necesaria para compartir un problema en estas condiciones. Todos piensan mal. Tienen la cabeza un poco sucia. Se requiere una atmósfera cuidada y un marco bien sostenido para poder ofrecerle las garantías a una persona y que se abra para que pueda ver sus sombras sin salir lastimada ni morir ahogada por la angustia. Eso es intimidad en una relación terapéutica.

Estas condiciones no generan dependencia, ni sumisión ni lavados de cabeza. Esas cosas se hacen en la peluquería y allí nadie se siente ni sometido ni psicopateado. Cuestiones difíciles de clarificar, pues pocos se pusieron a pensar los verdaderos motivos de la dependencia, y sus consecuencias en el trabajo terapéutico. La relación cercana, casi quirúrgica con el paciente no despierta los anhelos de dependencia, los cuales tampoco tienen todos. Uno puede empezar a querer mucho al profesional, o al paciente, y eso no perjudica el trabajo realizado, si uno tiene en claro para qué están reunidos. El afecto es inevitable, para ambas partes. Eso no desautoriza el trabajo ni la seriedad con que se realiza. Del otro lado está la frialdad, de la que también nos suelen acusar, y aprovechan para cuestionar los honorarios y la frecuencia. Aceptemos que el trabajo no genera dependencia, sólo se establece en aquellas personas que tienen esas cualidades no resueltas. He visto a muchos adorar terapia y venir con muchas ganas y entusiasmo, eso no es dependencia ni confusión, es un logro producido por la relación que permite transitar lo peor de una vida, de la mano de otro en las mejores condiciones posibles para hacerlo. Con seriedad y resultados. Es una habilidad del profesional llegar a conseguir ese ánimo en el paciente. Entiéndalo bien.

Hablan de sexo, de intimidad, de honorarios y de frecuencias. Si quiere pensar mal podrá ver allí el terreno propicio para desarrollar su sexualidad y un buen negocio, claro está que entonces usted no será un buen psicólogo y nadie le derivará. La gente no es tonta, no la subestime. Asumamos la responsabilidad de pensar una relación con la mente clara y sin impulsos dando vueltas.

Lo mismo sucede con los objetivos establecidos. Si algunas personas quieren responsabilizar al profesional por las decisiones asumidas allí adentro, están en su derecho, pero no es la verdad. No quieran engañar a otros, derivando las razones y reduciéndolas a manipulaciones porque no es ser fiel ni sincero, con el otro ni con uno.

Hay muchos malos entendidos. El marco se presta a ello.

Pero es la sociedad la que sobrecarga con sus cuestiones no resueltas. Son las fantasías las que se encargan de proyectar la mejor película, casi un divague.

Allí adentro se trabaja con seriedad y muy comprometidos con la causa.

Vale la pena aclarar el panorama, aunque se que las fantasías seguirán.

Más allá de la realidad. Y la terapia.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los psicólogos. Por qué tenemos mala fama?



Porque nos lo merecemos. Una triste respuesta, tal vez un poco injusta. Pero es cierto. Nosotros somos los responsables de no cuidar la reputación ni el nombre de la profesión. Nos falta unidad y un poco de criterio al momento de hablar fuera del consultorio. Es cierto que la psicología se presta, como otras profesiones, a la popularización, a la charla en la quinta con cualquiera que se atreve a preguntar. Pero los psicólogos deberíamos cuidarnos más, entre nosotros.

Tenemos mala fama, debemos asumirlo. Aunque sea injusto, pues pocos son los que hablan. Y muchos reconocen el bien que hacemos. Nuestro trabajo es silencioso y la fama nos grita por ahí. Nos echan en cara el exceso de análisis, mirar demás e interpretar a cualquiera fuera del ámbito adecuado. Pero algunos deberían aceptar que son ellos los que buscan respuestas y nos hacen hablar. O toman prestados instrumentos que deben ser usados con mucho cuidado y respeto (como el complejo de Edipo).

Tenemos fama de soberbios o de creídos por ser capaces de analizar a las personas, las que son como uno. Un argumento cuyo fundamento no es válido, pero tienen razón por lo que dicen. La capacidad de analizar no da superioridad, mucho menos si es usado mal, con negligencia o estupidez. Algunos profesionales dan cátedra por ahí, fuera de las universidades, a sus familiares, amigos o pares de mayor antigüedad, pero la culpa no la tiene la psicología ni los demás psicólogos, sino las propias carencias que cada uno lleva. Los propios agujeros que se intentan llenar con una profesión que tiene autoridad, pero no para eso.

Nos acusan de no trabajar. De hacer lo que cualquiera puede sentarse y hablar. Que sólo usamos el sentido común y que no pensamos. No levantamos bolsas en el puerto, eso es cierto, pero el trabajo mental con los problemas o las enfermedades también son o deberían ser considerados un trabajo forzado. Pocos son los que dicen esto y se ponen de este lado. Aunque sea un solo día siéntese a escuchar todos los dramas que uno encuentra allí. No se crean que es tan cómodo el lugar. Es sumamente valioso, y para quienes lo vivimos con pasión es un aprendizaje constante. Es un trabajo y parte de la vida, porque no es posible separar todo cuando se termina el horario. Siempre se lleva tarea a casa, por más disociación que se implemente. Porque el sufrir humano es algo que acompaña aún en esas caminatas hasta nuestro hogar. Esto es algo a evaluar por quienes dicen que no trabajamos, en tanto que siempre hay tarea para hacer. No sólo con lo que nos pueda haber afectado, sino porque son personas a las que uno ve sufrir, y uno piensa y piensa cómo sacarlos de allí. Cómo cuidarlos sin que dejen de ser ellos.

Y encima cobrar. Otra acusación más, ¿De qué pretenden que vivamos? Es necesaria la existencia de los honorarios, para mantener en claro la mente del psicólogo. Para poder ofrecer cada vez más una mejor atención. Lo más lejos posible de las preocupaciones mundanas, para ocuparse de lleno de las preocupaciones del otro. Nada ajenas, pues las estamos compartiendo. Para eso debemos cobrar ciertos honorarios. Y si por casualidad o esfuerzo el éxito económico nos viene a visitar, es una responsabilidad, no es injusto ni deshonroso. No significa que uno lucre con el dolor del otro, no tiene nada que ver. Eso es pensar mal, no ver con claridad el verdadero trabajo. Es cierto y válido cuestionar a aquellos profesionales que sólo atienden en la hora de sesión y por teléfono han desaparecido. Pero también es cierto, que tienen una vida y nadie puede emitir un juicio sobre su libertad de acción. Es el paciente quien allí puede elegir si cambia o no de profesional. No se olviden jamás de eso, pueden cambiar si la atención no les resulta. Si les da fiaca contar otra vez la historia, deben hacerse cargo si no cambian y no juzgar al profesional. Al cual le pueden plantear las objeciones que quieran. Están en su derecho.

Tenemos mala fama por los errores de algunos, o sus formas de atender. Es injusto que la falta de prestigio recaiga en la profesión, pues todos mueren de intriga y quieren saber qué dice la psicología de sus cuestiones personales. Y deben contemplar a los profesionales que pueden equivocarse o deben aprender. Son como otros ejerciendo sus estudios y adquiriendo experiencia. No es perdonar al negligente. Es aceptar que no son perfectos. Sino pecarían de soberbios o serían insoportables.

Hay una falta que es grave entre los profesionales de la psicología. No hay espíritu de cuerpo, no estamos integrados más allá de estar o no colegiados. No defendemos la profesión, y le pegamos a cualquier compañero de carrera. Posiblemente haya demasiada competencia. Y ese vicio terrible de ser salvajes con las interpretaciones. La paja en el ojo ajeno no es clínica, es cinismo. Es una intromisión en la vida privada del otro que está allí, y no para ser juzgado. Una injusticia que vemos a diario. Son las peores agresiones pues se meten con la vida privada, desde afuera, utilizando instrumentos de salud para hacer mal.

Si los psicólogos nos cuidáramos entre nosotros podríamos revertir la mala fama que tenemos. Pues todos consultan, más allá de ir al consultorio. Y nuestra profesión no es reemplazable por la amistad ni por el consejero ni el sacerdote. El psicólogo tiene una mirada muy distinta, una forma de acompañar más cercana y las herramientas para ayudar, por lo cual muchos que consultan se van agradecidos.

A pesar de la fama muchos seguimos comprometidos. Nos escapamos de la casería de brujas y no bajamos la mirada.

Es un orgullo ser parte de esta profesión. La hacemos con el corazón. Y le aportamos al otro. Allí está el gran valor, la fuerza para soportar las críticas y las injurias.

Ser psicólogo es un honor. Llena el corazón de orgullo.








Lo oscuro detrás del espejo.



Lo oscuro lo vemos, a diario en el espejo. No hay quien pueda pararse frente a esa viva imagen de uno y creer que puede pasar desapercibido. No quien sobreviva a esa mirada, la de si mismo fuera de uno. No hay manera de esquivar esa cancha embarrada que se para enfrente del espejo y te mira, sin consuelo las heridas ocultas y las mentiras dolidas.

Una imagen que no para de respirar. Que no se muere cuando uno sale de su alcance. Ni se va. Que siempre está para cuando nos animamos a volver. Es la mirada fiel, la más encarnada que pueda existir. La que no tiene consuelo, porque nunca se llora enfrente de un espejo. ¿No se había dado cuenta? Nadie tolera ver esa mirada engañada por la sombra, que se levanta del piso para levantar el dedo, acusador. Para exigir las cuentas al día. Y saldar las deudas, con la verdad y los demás.

Nadie puede escapar. Lo oscuro está por detrás del espejo. Está en el reflejo, lo lleva en su sangre. Esa imagen que devuelve, esa persona que se atreve a hacerte frente, es la que sabe demasiado. Es a la que el engaño nunca termina de convencer. Ni le puede meter la mano en la lata. Todos ocultamos algo, y el reflejo lo sabe perfectamente. Por eso es sabio el espejo, cuando da vuelta las cosas. Sabe que no hay freno cuando la verdad quiere emerger. Y las palabras quieren ser dichas. Con tanta crueldad como sea la desdicha que va a engendrar, o la mentira que va a inventar. O el secreto que quiere ocultar. Allí aparece.

Y no es un fantasma.

Sale detrás de sus espaldas, como si fueran las alas pero encadenadas en el espejo. Se levantan del suelo las miserias que ha arrojado al piso. Y que ha querido pisotear. No hay fianza ni cadena perpetua. Sólo hay una condena pendiente. Y una vigilancia permanente. Que no necesita dormir. Que no se deja persuadir y que recomienda a la desgracia una visita a domicilio.

Si uno quiere saber, debe hacer las preguntas adecuadas. Cuando alguien se engaña, sabe preguntar lo incorrecto, para salir en el sorteo de una vuelta al infierno. Adquiriendo una mancha, como un orzuelo, que se hace del eco. Y de la luz. Es como un agujero que acompaña con su velo, siendo la mejor dama de compañía. Y le pone precio al ego. Sin cuidarlo, sin envidiarlo. Acosando sigilosamente. Esperando que tropiece en algún momento, con la piedra y el tiempo de su oportunidad.

Una batalla campal entre uno y el otro, el mismo. En esas noches sucias de donde uno sale herido. Donde uno ha caminado torcido, rompiendo los bolsillos y metiéndose en problemas con las cuestiones ajenas, a donde no fue invitado. Días sin sol y noches de luna vacía, haciendo estrías en una manzana perfecta.

Días en los que no se sale al sol. Y el cascarón se rompe.

Oscuridades perdidas, donde el borde del agujero ya cedió. Y el abismo no se atraganta. Esa garganta es interminable. Y uno cae tan profundo.

Noches en las que se ha robado mucha mala suerte.

Y por ocultarle al espejo, uno termina con el cuello roto.

Y las manos heridas, de la propia sangre.





La mente. Domina al cuerpo.. pero no a si misma.




La mente puede todo. Y no es por soberbia, mucho menos por omnipotencia. Es una realidad, que la mente puede más que la realidad misma. Y puede dominar al cuerpo, pero no puede consigo misma. Entender es el principio para saber, que la mente puede más que mil palabras. Que ni el cuerpo se escapa a sus designios, inconscientes o concientes. De ellos depende, saber que uno puede dominarse o no.

La mente domina al cuerpo. Le marca, con el deseo, los caminos a seguir. Si enfermarse o vivir, si paralizarse o fluir, si mutilarse o perseguir con integridad la misión a alcanzar. Cuando no encuentra las vías para hacer, el cuerpo se le cruza en el camino. El despliegue se vuelve maldito, y el cuerpo se enferma, sin razones, aparentemente. Sabemos enfermar, pero no sabemos aún curar. El cuerpo padece los designios de la mente, sus órdenes y sus ribetes, esas vueltas que da en la esquina, sin encontrar la salida, entonces encuentra un refugio allí. En el cuerpo que no puede huir, cuando la mente no sabe descansar. Ni encuentra la paz. Entonces, tortura al cuerpo.

Un cuerpo con memoria. Un cuerpo que se desdobla y puede transmitir con claridad, las órdenes que a su pesar, debe cumplir para la mente. Y el mundo emocional, se vierte como una jarra sobre las capacidades del cuerpo. Con la posibilidad de contener, con la única alternativa de hacerse cargo del mundo que está atormentado. Uno, muchas veces, se traga todo. Porque elije no hablar, porque elige llevar (encima) las marcas de un suceso, que puede ser vincular, en vez de encontrar una salida más sana. Y el cuerpo no da más, sin embargo, continúa estirando su capacidad de almacenamiento, del dolor, del deseo, de la bronca; de lo siniestro.
A veces, el cuerpo elige tropezar. Y caerse en una zanja. Hacer un mal movimiento, una mala interpretación, una idea torcida, una emoción que complica. Y el cuerpo se quiebra. Se cruza en la carretera, por la falta de reflejos frente a los sucesos que la vida le depara. Y la mente se escapa, al pensar en otras cosas, en el momento menos indicado; cuando el cuerpo está cruzando la calle. De una vereda a otra, de una forma de pensar a otra. Y en el medio, lo siniestro. Aquello que no se vio, porque el cuerpo estaba en otro lado.

En otros tiempos, el cuerpo ya viejo de tantas cosas que le han pasado, elije ser llevado a la morgue judicial. Una sentencia con condena directa, porque se le inyecta cualquier cosa, para soportarlo. Porque, es cierto, cuando el cuerpo es nuestro flagelo, sabe de descontentos, sabe de dolor, sabe de sufrimiento. Al igual, que lo generado con veneno por una mente que no puede tener un poco de piedad. Que exige y esclaviza. Que atrapa y subjetiviza.
Y el cuerpo se domina. Bajo las ordenes autoritarias de una mente que no puede salir de su jaula. Por más que lo intente.

Es la misma mente que sabe dominar a la realidad. Que hace de ella un mazo de cartas. Y nada más. Porque todo se puede transformar si la mente lo permite. Aún la realidad más real, se puede cambiar si hay convicción, fuerza y coraje. Una fuerza mental, una convicción sana, que no maltrata sino que busca una salida, aunque sea una simple ventanita. Una canción escrita. Una poesía dicha a la vida. Cuanto más alejada es, más fácil se puede volver su transformación. Cuando es uno el que se modifica.

Pero la dichosa no siempre puede consigo misma. Un karma, una ironía. Una burla de ella misma, porque conoce sus leyes, y sabe que sus reglas no se pueden transgredir, por ser ella misma.

El que sabe lo que sabe, sabe que no sabe tanto.

Así funciona ella. Una enredadera que puede ser pasajera, o puede ser la más bella de las criaturas en expansión. Pero siempre conocerá de sus torpezas, y no podrá dejar de ser ella. Salvo que alguien la modifique.

El cambio de la mente se produce solamente por el cambio de la gente. El otro. Esa mente que está enfrente, es la única que puede con la mente de este lado.

O sea, el espejo.





domingo, 11 de noviembre de 2012

Simple-Mente. Las claves de su poder.




Una mente compleja tiene reglas simples. Esa simplicidad es la que le permite complejizar sus obras, y crear lo que quiera. Una mente conflictiva no puede crear casi nada, sólo se limita a mal gastar su talento en la lucha con el adentro.

Las claves del poder mental, son tan simples como básica es la Naturaleza.

Hacer lo que se deba, es una de las principales reglas. No es que se viva según el “deber ser”, sino que la Naturaleza no puede cambiar el orden de las estaciones porque se le canta ese día. El problema del hombre es que cree que el “deber” es externo a él.

Vivir con placer, cada centímetro de la obra. La Naturaleza se queda absorta cada vez que ve brotar una hoja, de la cantidad de millones que lo hacen por día. El hombre se desespera por llegar a su primer millón de dólares, y no disfruta nada. Porque cuando lo alcanza quiere el segundo. No vivimos cada paso. Siempre miramos el próximo antes de dar el más cercano.

Las cosas son simples, en su complejidad. Ir a lo básico es la metodología de la mente. Lo cual no quiere decir que nada es difícil, sino que todo se reduce a un principio básico: las cosas tienen solución. Sino no estarían acá, y no serían un problema.

A cada cual le corresponde lo propio. Pero todos quieren lo de los demás. Si nadie se metiera en la propiedad ajena, todo sería sumamente sencillo. Ocupate de tu terreno, y dejá que el vecino se ocupe de lo ajeno.

Amar. Una ley fundamental. Hay tanto por decir de las fallas que tenemos con este principio que no me daría el tiempo para escribir lo que debo. Pero sin amor, no hay nada eterno.

Cambiaría el concepto de libertad por el de las ataduras. Pensando en un hombre moderno, la libertad es una plomada demasiado pesada para cargar, o entenderla. En cambio, a este hombre que todo le pesa hay que decirle, para que entienda, que la clave está en soltar las ataduras. Dejar que las cadenas no se encadenen a nada. Y sola la Naturaleza hace lo suyo.

De adentro para afuera. No entendiste nada si tu camino tiene la dirección opuesta.

De arriba para abajo. Jamás de abajo para arriba. Uno con todo lo que es, puede dejar de serlo. Pero si uno no es nada, jamás llegará a ser algo. Porque no cuenta con esa mentalidad, no sabe cómo es ser, porque no es.

Todo tiene un principio. Y todo termina. No es una cuestión caprichosa. Es una regla básica. Porque el cambio necesita desaparecer, para poder aparecer.

La muerte. Debe acontecer, sino no hay nada nuevo. Sino no existe la “posibilidad”. Y desde allí todo el resto.

Todo lo demás, se reduce o relaciona, surge o muere en estas leyes, que se multiplican porque su potencialidad las lleva a generar (desde ellas mismas) las más infinitas posibilidades.


 


La rutina. Psicologia de lo cotidiano




Mucho se habla de la vida cotidiana y de la rutina. A diario escuchamos hablar de una o de otra, entre quejas y lamentos, entre excusas y espamentos, ostentaciones y carencias; parejas enteras que dicen haberse agotado por la rutina, haberse disecado por la vida cotidiana. Esos hábitos y esas costumbres. Pero, a su vez, la contradicción que nos acaricia los pies nos muestra que al ser humano cada vez le cuestan más los cambios. Entonces, ¿de qué nos quejamos?

La vida cotidiana no es necesariamente una rutina. Esa vida de todos los días que no tiene por qué convertirse en esos hábitos vacíos, de los cuales siempre se escuchan los quejidos de esas personas que reclaman. Parece que la rutina desgasta, sin embargo, tantos se atan a sus vidas cotidianas, que necesitamos entender su psicología. Y así comprender si la culpa es de la rutina o del rutinario, a veces llamado carenciado, sea persona, relación o entidad, cualquier actividad que se les ocurra. Una psicología muy particular, que va perdiendo su sentido entre los anillos de la repetición automática.

La psicología de la vida cotidiana nos habla de esos pequeños actos de todos los días, donde la vida suele filtrarse y el sentido carecer de destino. En la repetición estamos perdidos, porque allí no tenemos conciencia, entonces la entrega se pierde en la encomienda que nunca llega a su receptor o destinatario. Un gesto de la pareja que se pierde en esa obsoleta cantidad de trabajo, en ese ritmo cotidiano que es responsabilidad del trabajo, donde nosotros quedamos incapaces de poner un freno. Perdiendo la perspectiva, la distancia óptima de las cosas y de la salud, emocional y mental, de esa compañera que mira desde tan lejos. En lo cotidiano se pueden ir llenando los huecos de la historia, o se pueden ir perforando los sueños de una vida. En esos ratos, de todos los días, los riele de nuestra psiquis se puede ir descarrilando y su vagón de entusiasmo perderse en un cruce de vías.

De lo cotidiano está forjado el hombre. De la rutina se va oxidando. De los gestos de cada día una pequeña vida va afilando su espada; de las peleas de todos los días, esos padres le van clavando un puñal. De la respiración cotidiana esa vida va creciendo, del desgaste, esa vida se va asfixiando. Y cometemos un asesinato, con gotas de rencores perdidos. De esa manera una vida se convierte en una rutina y se pierden los sentidos, esos mismos que llenan con sus gritos un alma plena. Esa que encierra ganas para toda la vida. Esa que se sienta en el borde de un balcón a fumarse un momento conectada con el universo, acariciándole la barba a Dios. Ese momento de conexión, ese instante de trascendencia, son las ganas galopando en las venas; una sequia cuando la rutina se lo lleva.

La psicología de la vida cotidiana pone su mirada en los detalles y en los momentos. En tantas veces que vemos repetir lo mismo. Aún cuando se trata de eventos, siempre los mismos festejos de cumpleaños o de navidad.

Porque la rutina es la expresión silenciosa del rechazo. Esas palabras no dichas. Esas miradas que ya no miran. Esas lagrimas que se han secado, con la toalla de mano; generando un aluvión de desdicha.

La rutina no es la enemiga, es una consecuencia. Es una secuela de aquello que dejamos de alimentar. Es la ausencia en el día, de ese ser que estaba y ahora se ha llevado hasta su sombra. La rutina es la desdicha de todo aquello que tenía vida, y no necesita de los cambios para subsistir, necesita de la vida para vivir.

Acaso, ¿respirar no es un hecho cotidiano?

 


domingo, 4 de noviembre de 2012

La mente le gana a la muerte




La muerte juega una pulseada. La más intensa de su Historia. La mente le cobra a la muerte la última partida.

Ella le gana cuando quiere. Porque la muerte pretende, siempre, llevárselo todo. Por ser de un carácter caprichoso, se lleva al cuerpo cuando sabe que pierde. Pobre inocente, cree que allí termina el juego. Pero la mente está primero, ella sabe como sobrevivirla. Deja sembrada una semilla, son las ideas vigentes. Las que nunca mueren, las que no perecen con el tiempo. Ni envejecen ni se empobrecen, no tiene fecha de vencimiento. Siempre alguien mantiene ese hilo de vida.

La muerte pierde la partida pero aún no resigna todo el juego.

Quiere engañar una vez más, para llenar sus cementerios con huesos. Cajones del cielo, de almas que se quedaron atrapadas, en una tierra escasa de generosidad y compañía. Una dulce mentira que la dama de negro sigue vendiendo. Para que los hombres contentos pierdan las esperanzas. Y así se deshagan de las cualidades y poderes de la mente. Porque un hombre que es sirviente, ha dejado de pensar. Entonces pierde la humildad y no se mira al espejo. Deja de pensar, y su mente se apaga lentamente.

La mente gana cuando quiere, pero una llama debe siempre mantenerse encendida. Porque así es la partida, contra esa dama indulgente. Que llena sus listas con gente, y las pasa a buscar siempre a la hora justa. Una dama puntual, que no sabe de llegadas tardes. Ni de morosos incobrables.

Como la mente sabe, las deudas en este mundo abundan. El hombre no quiere ganar, porque no sabe qué hacer con los logros. El éxito es para pocos, porque pocos se lo han permitido pensar. Y no seamos literales, el pensar va más allá de lo intelectual, es soñar con el alma en conjunción con la mente serena, la que sabe de certezas, la que conoce sus causas y orígenes. La que no cuestiona si mide lo suficiente.

Están frente a frente. Mirándose a los ojos. Ambas damas que dominan el mundo. Con la misma capacidad creativa. E inventiva para hacer su obra siempre original. Las nueve maravillas y los siete pecados capitales. Sentadas en un escaparate pensando qué precio le pondrán al siguiente evento. Un segundo de nuestras vidas furtivas. Dominadas por esas damas extrañas, a las que nadie se ha atrevido a enfrentar. Aunque sea para preguntar cuál es el motivo de su gobierno. Una masacre o un infierno, un autoritarismo o un genocidio.

La posibilidad de la vida eterna. Por esto ellas se enfrentan y gana la mente una vez más.

Por insolente.

Por sorprenderse cada minuto de sus potencialidades.

No es un artículo delirante, sólo debe pensarlo un minuto. Todo lo que ha sido de este mundo fue alguna vez pensado. Luego, inventado para poder ser materializado. Y compartido con los demás.

Nada se escapa. Igual, nadie vivirá para siempre.







Todos ocultamos algo. Por no decir mucho.



Existe la sinceridad? ¿La honestidad tiene límites? Pareciera ser que la humanidad es el límite de lo claro y lo sincero. Nosotros somos nuestra propia trampa. Porque todos ocultamos algo. Nadie cuenta todo, ni siquiera en el espacio más privado ni asegurado. Siempre guardamos algo, por no decir mucho. Nada puede ser totalmente transparente. Algo siempre queda velado. Oculto.

El ser humano tiene una naturaleza extraña. Impropias son las pretensiones de absoluta claridad y honestidad frente a cada pregunta. Absurda pareciera ser la persona que quiere ser totalmente fiel, sin creer que algo se esconde. Si Dios hablara, no se salvaría nadie. Si se pudieran leer los pensamientos, ¿cuántos secretos se sabrían? La Humanidad sería tan distinta, que no lo podríamos tolerar.

La luz fue concebida desde las sombras. Su antecesor, fue su gran gestor. Y cada objeto en este mundo, tiene su reflejo y tiene su lado oscuro. El que algunos, hemos aprendido a ocultar. El que otros, con o sin maldad, lo han explotado como estilo de vida. Victimizando y acosando, dejando sus marcas y sus huellas. El secreto espera ser descubierto.

En el secreto siempre hay alguien inmerso. Entonces alguna vez se sabrá.

Todos ocultamos algo. Y siempre lo que se oculta es mucho. Porque se acumula en el mismo rincón. Porque la mugre siempre se amontona. Aunque, para ser justo, no siempre lo oculto es necesariamente malo. Hay muchos samaritanos de los que nadie se entera. Hay mucho excelente ser humano que no se da a conocer, ni quiere ser parte de ese escenario multitudinario.

Igual, estos artículos están dedicados a aquellos que han hecho de las sombras su deporte predilecto. Un estilo de vida, una forma fortuita de molestar a los demás. Y de esconder algo. Los he escuchado tanto, los he visto hacerlo. Ocultar como si no los viera nadie. Mentir para no ser descubiertos.

Todos ocultamos algo cierto, claro y definido. ¿Por qué no lo decimos? Porque no sería igual. El sabor de ocultar más la censura del otro, sería perder el filtro y dejar entrar a cualquiera. Sería aceptar que las fronteras no tienen razón de ser. Y que no se saborea el gusto de lo oculto. O lo prohibido.

Sólo lo explico. No lo fomento ni lo incremento. Hablo de una realidad que está muy presente en nosotros. La sombra es parte de todos, la sombra es parte de la esencia. No necesariamente de la miseria, aunque se sientan juntos seguido.

No está permitido. No se supone que esté bien. Pero hay que reconocer que todos ocultamos mucho.

¿Ocultar es igual a mentir? Ocultar es ocultar. Una verdad evidente, para los ojos que no lo sienten y ni se enteran.

La verdad queda afuera, de esta discusión. Y la realidad da la ocasión para jugar con sus cartas. Porque es ella quien da la pauta para hacer sombra con las luces.

Todos ocultamos algo.

De eso vamos a hablar.