martes, 18 de diciembre de 2012

¿Cómo hacer para que la vida siga estando viva?

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Puede parecer una pregunta molesta. Puede parecer una pregunta que inquieta y que no tenga respuesta fácil. Pero la verdad es que nos lo debemos preguntar, porque es la base de toda la estructura de la vida. Una sensación que no se destaca cuando desborda la alegría, pero que pesa toneladas cuando está todo gris. Y no vamos a ir a los terrenos de la autoayuda. Esto es otra cosa. Un nuevo sentido. Una dirección distinta.

Hay un punto que es ineludible en este sentido. En la vida cotidiana si se pierde el eje propio, tarde o temprano, estaremos viviendo la vida de otro, lejos de uno, lejos de estar bien y satisfechos. Acoplarse a lo ajeno no es compartir. Es superponer, es invadir, es dejar lo propio para salirse de uno. Y entrar en un terreno del que siempre seremos extranjeros, por más que sea amor. Este punto de inflexión es la conexión propia. Escucharse. Es tan sencillo como fácil, es tan simple como básico. Nos estamos hablando todo el tiempo, por diferentes canales, en diferentes sintonías. De tantos modos a la vez. Como son los sueños, los accidentes hogareños, los olvidos y las cosas perdidas. Nuestra vida nos habla todo el tiempo. Y no es la voz de la conciencia. Somos nosotros mismos.

La única y principal manera en que vamos perdiendo la vida es cuando, decidimos, apagar esa voz interna. Dejar de escuchar al cuerpo, el cual empieza a manifestarse de tantas maneras distintas hasta que se enferma: a ver si escuchamos de una vez. Aunque tantos sigan insistiendo que la enfermedad es un castigo del cielo, y siguen poniendo la pelota afuera.

Nos hablamos al oído. Nadie puede decir que no se escucha diciendo. Nadie puede decir que ha podido apagar esa voz interna, la que te dice, te habla y te grita en caso de ser necesario. El problema es que nos acostumbramos a no escuchar la voz interna y llenarnos de ruido ajeno. Poniendo el cuerpo, las relaciones y la sexualidad en riesgo, acostumbrados a maltratarnos, acostumbrados a perdernos en los laberintos ajenos, de esos que tampoco saben escuchar.

La mejor manera para lograr que nuestra vida siga teniendo vida es escuchar todos los días, un ratito, como late el corazón. No es yoga ni son ejercicios de respiración. Es escuchar el latido y la frecuencia, con que intensidad el corazón golpea los cimientos de la vida psíquica y emocional. Pidiendo entrar. Ser escuchado. Esto es desde lo más práctico. Para luego sumar, un nivel más, escuchar la voz interna. Esa que se asemeja a la intuición, pero que no habla del futuro, habla de lo real, de lo concreto, del hoy y de lo que hacemos. Y calma automáticamente la ansiedad.
Todos partimos de lo mismo. Todos partimos de tener una vida. La diferencia es que algunos dejan de vivirla, dejan de hacer algo por ella, por ellos mismos y pierden el camino.

Y se convencen de que cuesta mucho volver. La solución no está en el pasado, allí está la explicación de lo sucedido. La alternativa tampoco está en el futuro, ni siquiera en hacer grandes cambios o quiebres que al final no se hacen. La salida está en el próximo paso.

Ese es el rumbo.

Ese es el camino para que la vida siga estando viva.

Los que tienen lo que nos falta. Vida.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Se ha empezado a observar, desde hace ya muchos años, que el aburrimiento es una muestra de las carencias internas que tiene una persona. Y no hablamos del aburrimiento de un momento, o en un día, planteamos ese estado de permanencia en el que nada alcanza y nada nos deja satisfechos. Es un drama interno que se debate en la zona de la falta, donde falta vida.

Se le llama aburrimiento pero es un vacío incierto que cuesta mucho definir. Una sensación que, en su expansión, toma lugares que no corresponden. La vida hogareña, el amor y la pareja, la propia sexualidad y, en especial, la soledad con uno mismo. Ese es el terreno de mayor riesgo, donde se profundiza de manera compleja y se entra en una zona de peligro. Porque empiezan los intentos absurdos de llenarlo con cualquier cosa, sin medir las consecuencias. Llevando las barreras más allá de la lógica y la coherencia, en una desesperación que elimina al dolor como posibilidad y lleva al fracaso absoluto. Porque el vacío se intensifica.

Algunos toman un camino distinto, hacia afuera, y se convierten en enemigos de su entorno. Empiezan las envidias, los celos y los rencores. Esos brotes y escenas que se ven con más frecuencia. Escándalos sin sentido, peleas que se podrían haber evitado, platos rotos y escenas de violencia. Allí queda al descubierto el vacío que se quiere llenar con la vida de los demás, en pura demanda y puro planteo. Planteo que no se calma ni aún satisfecho, porque es más profundo, es más complejo. Es un vacío de sentido, es un vacío de vida. De vida propia.

Esto sucede en muchos niveles, a veces distintos, a veces unidos, a veces complejo. En la soledad, con uno y con el otro, en la pareja, en el trabajo o con los amigos, donde empiezan los vicios con excusa de diversión y se quiere tapar un dolor que no hace ruido. Un dolor que mata con el silencio, que abruma con su intenso mutismo al punto que parece un grito y no se escucha nada. Ni el latido. Esto sucede en la vida cotidiana, solamente allí es donde reviste de peligro, porque lleva a empezar con los manotazos de ahogado, intentando salvarse de algo que no tiene definición, ni borde ni dolor. Un fantasma con forma de sombra. Como si fuera una duda recurrente. Insistente y perseverante.

A ellos les falta lo que algunos tienen. Vida. Vida propia, vida con sentido, con un valor, con un principio y hacia un fin. Algo tan sencillo. Algo tan complejo. El problema de todo esto es la hiperkinesia en la que se entra intentando salir. Y con el mismo efecto de las arenas movedizas, uno no encuentra la salida, sino que se hunde más rápido.

Vida. Ese concepto complejo, sencillo e intenso. Que se encuentra en esas pequeñas grandes cosas. Detalles del otro, una caricia, una palabra o una idea. Una sensación muy conocida, una certeza que reaviva, una llama que se enciende y mueve montañas.

Algo que si falta, la rutina es una condena.

Todos los días.

El valor de las pequeñas cosas. No alcanza.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Tanto nos han enseñado sobre el valor de las pequeñas cosas, pero eran otras épocas. Hoy parece que nada alcanza, hoy, en esta Argentina inquieta, parece que ni las pequeñas ni las grandes cosas pueden llenar la vida cotidiana. ¿Motivos? Muchísimos, por todos lados, pero básicamente el vacío con el que intentamos llenar ese espacio que no sabemos, ese hueco del deseo que no sabe lo que quiere.

Dicen que el día a día está hecho de pequeños gestos, cuando hay un trasfondo valioso, cuando hay un sentido detrás de todo eso. Dicen que las pequeñas cosas llenan el alma y, sin embargo, tantas personas piden más. A tantas personas nada les alcanza. Y la razón fundamental es que no están viviendo la vida que quieren. No pasa por un proceso de “autoayuda” donde les digan que deben volver a empezar, o que todo se puede en la vida. Seamos honestos, seamos sinceros y aceptemos que no siempre se puede cambiar todo. Que nada les alcanza porque en realidad no saben lo que quieren. Y se ve por todos lados. Personas que piden lo mínimo, para después pedir más. Personas que no se cansan de maltratar a quienes los tratan bien, por el simple placer de llenar ese vacío de poder.

El valor de las pequeñas cosas, en la vida cotidiana, no alcanza si no hay un sentido detrás de todo esto. Ese hilo que está uniendo los caminos detrás de escena. Sin ese compromiso, esa es su real palabra, nada tiene valor en sí mismo, porque el contexto es quien le da su valor a cada suceso, a cada acontecimiento, a cada gesto en la vida cotidiana. Un gesto de amor puede ser una ironía si el contexto es de conflicto y pelea. Las pequeñas cosas de la vida cotidiana están enmarcadas en un todo que empieza en aquel día de la decisión, esas decisiones que tomamos todos los días y que la mayoría se olvida. Ese es el punto de origen. Sin ese comienzo, el resto carece de sentido y desde allí el valor de lo pequeño se desvanece como una gota en el desierto.

Y todos muertos de sed.

Hoy en día, lamentablemente sabemos, que los pequeños gestos no alcanzan. Que se necesitan grandes movilizaciones, grandes energías para que se produzca un cambio. Una nueva vida.

La solución de todo esto no está tan lejos pero implica un esfuerzo del que pocos están dispuestos. Pero a ellos les cuento que lo hacen todos los días, evitando o negando, lidiando con todos los inconvenientes y pateando la vida para adelante. La solución de todo esto es que empecemos a valorar la decisión que estamos por tomar.
Ese es el valor de las pequeñas cosas. Ese es el motor de una vida cotidiana distinta, parecida al ayer y mejor que mañana. Sin creer en falsas esperanzas y sabiendo que tenemos trabajo por hacer.

Disfrutar del proceso para que el logro no sea causa de sufrimiento ni motivo de ansiedad. El valor nos alcanzará cuando empecemos a pensar lo que estamos haciendo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Una bomba de tiempo.


Se escucha un reloj muy a lo lejos, pero no se quiere aún mirar la hora. Una amenaza ya no nos da la espalda, quiere mirar a los ojos. No encuentra una mirada, pero le sigue sus pasos. Ella quiere hacer daño, se le ven las intenciones. Apela a los rencores, saca fotos del pasado y palabras que han hecho estragos. No quiere arreglar nada. Ya ha tirado la toalla pero no le había avisado a nadie. Una bomba de tiempo que estalla. Una cuenta regresiva que lleva hasta lo más básico y primitivo.

Esa cuenta es la que lleva al amor hasta el fondo del rincón para llenarlo de trompadas. Por no animarse a decir “adiós” mirando a la cara. Ratas cambiando de piel como si nada fuera a suceder. Serpiente dejando su vestido de largo porque se termina el verano y ya se cansó de esa relación. Un reloj que amenaza y un hombre que da lucha en esa batalla, sabiendo que ya estaba perdida. Pero la intolerancia juega con las cartas marcadas y sabe mentir muy bien. Sabe encubrir su cuatro de espadas frente a un rey de oro. Una sota que se hace la sonsa provocando una ruptura haciendo estallar la bomba por cualquier motivo.

Nadie es tan vivo como para pensar que el otro no se va a dar cuenta. Esa es la soberbia que esgrime la intolerancia cuando busca pelea. Y saca de la galera cualquier cuestión que no hace a la ocasión, pero sirve de excusa. El intolerante cree que se lleva el mundo por delante y no puede entender que la mentira le haya salido mal. Y que la bomba le acaba de estallar en la cara. Le falló la impunidad de las otras historias y se creyó la mentira que esta vez le tocaba su puerta.

Una bomba siempre tiene esquirlas. Y alguna vez iba a salir herida la que siempre sale intacta. La impunidad los abraza, por intolerantes y por soberbios, pero les roba lo que llevan en sus bolsillos. Lo poco valioso que les quedaba. Una rata sale de su alcantarilla, cuando hay un ave de rapiña que se la puede servir para el almuerzo. Pero igual hace el escándalo. Despliega la escena y se cree la mejor estrella en esta obra poco maestra de la actuación. Es la envidia, por la poca inteligencia, que lleva en sus heridas. Es su torpeza, la que lleva siempre a cuestas por intolerante y desapercibida.

La bomba siempre llega al fin, en su tiempo. La cuenta regresiva es tiempo de descuento. No había encuentro hacía tanto tiempo que era un experimento seguir intentando. Es elegir echar al que miente o dejar que haga el despliegue de siempre y descalificar con el mismo cuento. Solo un ejemplo más de la intolerancia de su particularidad hacia su mismidad insolente que la encierra, una y otra vez, en Alcatraz.
Estallar a los gritos en el medio de una playa. Almorzar con la peor cara, sin que el silencio dijera alguna palabra. Servirles a los demás, lo que se quiere privar para generar más malestar, como si ya ni fuera suficiente. Dormir en camas separadas y desayunar a espaldas para molestar. Con esa cara que no quiere decir nada, diciendo tantas cosas. Escondida en esa mirada estaba su alma, pidiendo a gritos “perdón” por lo que estaba haciendo. Pero no tenía más remedio, la historia ya tiene sus vías trazadas hasta el último día.

Una voz que ya no acaricia. Un tono que hace sombra. La bomba ya explota, son los últimos segundos. Ya no hay alternativa, sólo esperar que el daño no sea letal. Y que no haya daños colaterales.

Pero la intolerancia siempre engaña con sus bombas de humo y sus mentiras sincronizadas. Ya no queda nada, se escribió el último capítulo en puño y letra de su intolerancia agresiva.

Terminó la cuenta regresiva.

Se terminaron las palabras.

La punta del ovillo.El principio de la mentira.



Todo ovillo tiene un principio, en algún lugar se produjo la primera mentira. Llegar al comienzo es empezar a desenredar un todo, que abarca varias vidas y libera de las ataduras a las voces que se han enmudecido. Es difícil encontrar, en algún sitio está, tiene una hora y un día. El pensamiento, la intención. El secreto.

Es un nudo que se queda alojado en la garganta. Produce una sequedad que no permite el crecimiento, es tener el ovillo a mitad de camino entre la boca y el estómago. Seco y rígido. Ese episodio no es suficiente, pero es el comienzo. Las grandes mentiras se forman de intenciones y cobardías envueltas en las sábanas de la codicia de amor, de egoísmo y miedos. Allí está el centro, dónde todo esto empezó.

La punta duele como una lanza que se clava en el costado. Desde allí no brota ni agua, ni sudor ni lágrimas. Sólo es dolor, lo que se desgarra de la herida. Un costado que no le hizo frente a la crudeza de los acontecimientos y prefiere torcer el futuro formando un ovillo. Hasta que un día se encuentra con alguien que ve esa punta y se le ocurre tironear. Entre la vida y la muerte. A miles de kilómetros, muy lejos de esos días una punta asoma, será el síntoma, que permitirá descubrir la verdad, en la ignorancia de los que quieren desconocer lo sucedido. Pasó mucho tiempo, más en términos de secreto, pues las agujas del osado reloj se han detenido, han congelado ese momento. Lo mantienen intacto en la memoria, desgastada y perforada por tantos intentos infructuosos de olvidar. Pero sin blanquear la verdad, ella se pudre pero no se pierde. En plena selva los animales sobreviven, pero el hombre de ciudad no entiende nada de las reglas de la jungla. Se cree omnipotente por dominar las ciencias y los conocimientos, pero se ha percudido con el tiempo de la soberbia y estas mentiras.

Cuestión, un día alguien se tropieza en la escalera y encuentra una punta, es la del ovillo. Se sabe donde se comienza, pero jamás hasta donde llega esta gran mentira. Una rueda que no se detiene, da vueltas y vueltas; nos marea a todos. Intrigas, odios y recelos. Una cobardía borracha sentada allí, sobre un escalón. Esgrime sus argumentos, unas razones caducas hace tiempo. No se le entiende mucho, las cosas aún no son claras. En esta caminata hacia arriba se siente el descenso hacia las profundidades perdidas de una persona que se esconde de su propio pasado. Las sensaciones son confusas, se asciende hacia abajo; se desciende mientras se eleva. Se saca a la luz, las oscuridades tortuosas, una placentera liberación rodeada de dolor, llanto y sufrimiento. Otro escalón suelto, un tropiezo más. Ella no quiere pensar que no es el primero. Una mancha de sangre mezclada con angustia es el cóctel que ha probado junto al que pensó que sería su marido y sólo fue un engaño, otro más.

El peso parece aliviarse con tantas vueltas que se han dado. Se está llegando al final, y ese fue el principio. Donde los días se hicieron noche y la paz fue sentenciada a morir arrojada con ardil a una jaula de miserias. La suciedad es compañera de un alma por sí misma condenada. Un error o la fatalidad de ser parte de la lana. Se escuchan las carcajadas que ese día murieron. Son espíritus sueltos que sobreviven al infierno, porque fueron celosamente capturados por un antro llamado purgatorio. Una luz se percibe, aún lejana pero tentada de ser otra vez libre, cuando se llegue al final del camino.
Los extremos se tocan, después de tantos años alejados, cuando esa pelea comenzó. No se habían olvidado el uno del otro. Hermanados en este rollo de mentiras.

Las puntas son principios. Lanzas que se cruzan con el inicio de una mentira. Las miserias se enredan, se envuelven ellas mismas para taparse unas a otras y no ver sus rostros en el espejo. Rostros avejentados por el tiempo y tantas cosas vividas.

¿Podrá mirarse a los ojos cuando la punta ya sea el final?

Será que toda mentira cuando se encuentra, era una inocencia.


         



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Cuando los trapitos sucios no se lavan en casa.



Nos habían enseñado que los trapitos sucios se lavan en casa, parece que algunos no lo han aprendido bien. Es una cuestión de intimidad, que se hace muchas veces pública. Escándalos, acciones que se desatan fuera de la casa, un hogar que abre sus puertas.

Una denuncia que necesita espectadores para poder sobrevivir a la condena del silencio obligado o impuesto por los cómplices. Se supone que hay razones para hacer pública una cuestión tan privada. Pero la matriz que esconden demuestra que se han cometido delitos, entonces los trapitos se han ensuciado afuera. Por eso es que están tan preocupados por callar esas voces que se han animado a hablar en otros espacios.

Sobornos y asesinatos, suicidios y abandonados; son las causas que explican la usurpación de lo privado por la esfera pública, abusada por esos personajes que pusieron en sus manos una vida. Si los trapos se ensucian afuera, entonces no se pueden lavar adentro. Pues el equilibrio se ha roto en ambos extremos de la vida. Entonces hay que arreglar las cuestiones en todos los terrenos. Además, las denuncias están hechas en ambos lados. Porque sus miembros no toleran la puja en la que se han enredado, mentiras y golpes, insultos acompañando a esa pequeña infancia que se arranca de los pelos.

Debería ser en la justicia donde los trapitos se sumerjan en lavandina. Pero por esas cuestiones caprichosas del destino, no hay normas que puedan contemplar estos delitos. Cuya impunidad ya tiene varias décadas de vida.

Entonces no hay ámbitos idóneos para limpiar aquellos trapitos manchados por las manos sucias del dinero corrupto y la extorsión. Pueden criticar y decirme que no es un artículo de psicología, pero si se dieran cuenta que hay un psiquismo en juego, sabrían, que esto es pura clínica, la que encontramos en el consultorio. Dejemos ciertos tecnicismos que no sirven ni alcanzan a la hora de pensar estas cuestiones tan sucias. Las que opacan una vida desde sus primeros días, y necesita ayuda. Algún torpe adherido a la teoría y asustado por las dimensiones de un sufrimiento ya público, no pudo ayudar ni aliviar aunque sean cuarenta y cinco minutos, a esa pobre niña que buscaba un refugio y encontró soberbia. La de un profesional que no pudo bajarse dos minutos del caballo, el de la teoría y su técnica. De esos trapitos hablaremos en otro momento, pues también hay denuncias pendientes. Puede ser una cuestión privada, que habría que ordenar en casa.

Hay una regla y es la del equilibrio. Si las cuestiones o los delitos son de la esfera privada, allí deben arreglarse y encontrar una solución. Pero cuando han puesto un talón del otro lado de la puerta de calle, ya las razones se debaten en el orden público. Sus razones son las de la ley, que se transgrede o se burla; a veces por corrupta o por ambiciones personales. Negocios y un debate que debe ser resuelto. Hay personas que sufren muchísimo la violencia en sus hogares y no encuentran un padre que los contenga allí afuera. Esos trapos se manchan de sangre, a veces no contienen la hemorragia.

Una relación muy estrecha entre las lágrimas y la suciedad.

Una frontera vulnerable.








sábado, 15 de diciembre de 2012

La Mente. Los sueños. Creando realidades.



 
El verdadero potencial, la gran riqueza de la mente se encuentra en los sueños. Los auténticos sueños, los que se recrean en la noche y se regeneran día a día. ¿Alguna vez se puso a pensar cómo la mente genera esas imágenes que jamás ha visto? En los sueños es vívido, crea intensidades que no se han percibido, crea una realidad que no se ha vivido, genera detalles que no existen en ninguna parte. Pero allí si.

Una maquinaria que puede más que la Realidad misma. Capaz, en forma independiente, de crear todo un mundo paralelo, con diez paralelos más. Y llegar a despertar sentidos que no se tienen, porque en muchos sueños uno siente cosas que no están concientemente en las posibilidades. Y no es poesía, ni es ficción. Es la capacidad de soñar. De ver todo, sin poder explicar cómo está sucediendo. Y la limitación la vemos cuando intentamos poner en palabras un sueño, sabemos de entrada que el intento es banal, porque es tanto lo que se escapa al relato, que casi no tiene sentido contarlo. Mientras, el cuerpo lo sigue sintiendo. Una capacidad impresionante.

Una fuerza admirable. El verdadero potencial, en el sueño, queda expuesto.

Allí uno puede medir las condiciones y las capacidades de una persona. La versatilidad para soñar, la modalidad para recrear condiciones totalmente distintas. Brillos y colores con profundidades jamás vistas por el ojo. ¿Con qué se ven entonces? Es el ojo de la mente el que siente, durante el sueño, lo brillante de los reflejos, la intensidad de los matices, la profundidad de las oscuridades. Una mente que, a la vez, intuye mientras está soñando. Una mente que se mueve, cuando está percibiendo. Que habla consigo, mientras piensa y siente las palabras de los demás. ¿Cuántas caras tiene? Pensar que si viviéramos así (como vivimos los sueños) nuestro mundo sería tan intenso, que los colores serían emociones, y las emociones océanos para los sentidos.

La mente conserva esas reglas, para cuando se deja de pensar lo cotidiano. Y mezclas escenas y vivencias para transmitir un mensaje que va mucho más allá de todo. Algunos inocentes, tal vez aterrados porque saben de esa realidad, me mandan a averiguar a mis sueños lo que ellas saben perfectamente. Como si fuera a sacar de la caja una información que se vive, a diario. Si pudiéramos vivir de otra manera, dejaríamos salir a la mente que sueña. No la que revolotea por algún lugar, inespecífico, sino por la realidad, por el mundo de lo concreto.

Soñar es desplegar las alas. Para poder volar, no para sólo imaginarnos el vuelo.

Porque la mente inventa cielos que no existen. Pero que allí están.

La mente sabe cuál es la fuente, que nosotros desconocemos. Entonces llego a una conclusión, un poco extraña para lo que venía escribiendo. El hombre elije ser un pequeño, con mente limitada, para que no se salgan las cosas de un control, que lo único que hace es limitar.

El hombre le teme a su mente, porque sabe el potencial que tiene. Porque sabe la maravilla que hay dentro de ella.

Tenerle miedo a los sueños, es tenerle miedo a la vida.


 




Hay un más allá?



Hay un más allá, eso es obvio. Pero las nuevas teorías y las viejas sabidurías plantean que ese “más allá” está tan acá como cualquier otra realidad. Y la dificultad nos corresponde según la manera de pensar, la cual limita o no la concepción de esa zona que ubicamos, naturalmente, muy lejos de nosotros.

Si el “más allá” no está tan lejos, entonces ¿por qué pensarlo a la distancia? Pareciera que hemos perdido el origen y necesitamos asegurarnos de que hay una orientación y una llegada. Alguien que nos espera. Algo allá. Nos es muy complejo pensar que ese otro lugar puede estar muy cerca, tanto como paralelamente, tanto como sumamente presente, tanto como aquí, aunque allá. Y no es un trabalenguas ni una exageración. Es modificar una noción de espacialidad que estorba el momento de meditar sobre otras concepciones.

Hay algo allá, eso es indiscutible. Y que hay vida es una obviedad. No somos originales ni mucho menos exclusivos de un universo tan grande. Demasiado para nosotros solos. No tenemos la capacidad para originar semejante perfección ni equilibrio. Por más que nos empeñamos en destruir semejante obra, siempre hay una señal, algo que se asoma desde otro “mundo”.

Si el hombre pudiera dejar de pensar todo en términos de dualidades podría entender y acercarse a otros aspectos de sí mismo y de su mundo. Si se pensara en aspectos de la manifestación, mucho más que matices de un mismo color, se podrían concebir dimensiones que aún nos cuestan mucho trabajo. El “más allá” es un aspecto más y continuo de esta realidad que establecemos “más acá”, tan palpable como modificable, tan cercana como distante, tan enriquecedora como comunicativa. No sólo disminuyen los miedos al incorporar estos aspectos sino que la comprensión y la magia aumentan de manera notoria para poder “manejar” esta realidad, este aspecto.

Hay un más allá, de eso no hay dudas. Y nosotros somos el más allá de ellos que nos observan desde allá. Entonces deje de pensar de esta manera, tan lineal como absurda y comience a integrar las múltiples visiones, aspectos y dimensiones que establecen que todo es todo. Acá y allá.

La muerte se indigna al leer estas palabras, pues pierde su misterio y deja de asustar. La vida “extraterrestre” es obsoleta en su concepción tanto como creer que el inconsciente no existe.

Hay un más allá de la mismísima mente humana. Y eso, está muy cerca de uno mismo. La profundidad de los sueños nos lleva a pensar que el más allá se manifiesta, en tanto que no hay nada más cercano a nosotros como el propio ombligo del sueño. Esa conexión con el más allá. Aquí.

Piénselo, mientras viaja para allá. Y no llega aún.








La Psicología y el psicólogo. Un error humano.



Los errores son propios del hombre. Y no debe ser juzgado, salvo que haya mala intención. Sino es difícil establecer la diferencia con el aprendizaje. Nuestra cuestión tiene que ver con la psicología como profesión y con el psicólogo como persona. Un profesional ejerciendo una actividad que es sumamente compleja, por sus vueltas e idiosincrasia y por su práctica en el sufrimiento humano.

La psicología nos interesa a todos. Es un saber que está impregnado en la curiosidad del hombre. En sus días. En sus preguntas. En sus dolores. En sus reacciones y relaciones. Mientras, al psicólogo se lo rechaza. Es un invitado expulsado. Por entrometido, por investigador, por curioso o invasor. Un elemento necesario para ejercer la psicología. Un chivo expiatorio aprovechado por el dolor para seguir sobreviviendo en la mente de aquellos que aún no están convencidos de su cura. Los reclamos en la relación, son las vueltas que da el mundo. Se le exige aproximación y se le reclama la cercanía. Se le pide flexibilidad, se le cuestiona su personalidad cuando emerge en la sesión. Y es humano actuar, porque somos personas sentadas allí. Lo cual no quiere decir que seamos animales irresponsables ni negligentes con un arma en mano.

En estas cuestiones no se puede generalizar. Son todas situaciones particulares e individuales son las reacciones, las sensaciones y las vivencias. Porque se deberían cuidar los lugares y las profesiones, pues a muchas personas les sirve para encontrar una salida a tanto dolor o desdicha: tanta vida perdida que puede reorientarse.

Un error no siempre es un delito. Pues errar es humano. La cuestión radica en la consciencia que uno pueda tener de la responsabilidad que conlleva ejercer una profesión tan delicada. Y la actitud correcta, me parece, puede ser ayudar a ver los errores en cada uno. Y diferenciar, sin discriminar ni disociar, al profesional de la profesión. Generalizar es uno de los mayores errores. Incluso en lo personal, un error no lo hace mal profesional, simplemente debe arreglarlo. Dejemos esa posibilidad para que la reparación pueda hacerse real y así continuar con la vida. Y no cerrar las cuestiones en un error que se transforma en una herida. Y un estancamiento.

En todo esto, la psicología no debería ser salpicada por las falacias de un hombre que no puede cerrar, a veces, su boca. Ella es una gran carrera con muchos siglos de existencia, con una extensa historia y una enorme obra. Muchos le han dedicado demasiadas horas propias, para expandir sus fronteras y salvar del dolor al hombre. Esa es la batalla que ella emprende desde sus primeros pasos fuera de la ciencia. Peleando por la ausencia de un reconocimiento merecido, soportando el desprecio y el hastío de algunas compañeras soberbias que creyendo ser madres de la ciencia, le han querido complicar el camino. La psicología es la ciencia por excelencia que el hombre necesita para que su vida sea distinta, de un día para otros. Pues la toma de consciencia y los cambios que plantea para la vida de cada uno son tan eficaces como verdaderos. Son cambios auténticos y sumamente comprobables.

Castigada y humillada según las habladurías. Falseada y manoseada por los duros hombres de la fría ciencia. Y algunos del público, consumidores más ignorantes. Son los mismos a los que uno escucha hablar como si fueran psicólogos. Ellos son los más poderosos vestigios de la mediocridad, los que se aprovechan de la humildad de una profesión descalificada por tantos siglos. Y que aún se sostiene en pie.

Ellos son los que no les dan a los psicólogos la oportunidad. Los quieren aplastar para que no colaboren en la apertura del ser humano. Pues el crecimiento es inevitable. Y en ello está inmerso el rol y la psicología como profesión. Con todos sus errores, con toda su humanidad. El psicólogo es la persona que contiene y ayuda. Que sostiene en la angustia, a ese hermano que sufre. El que lo acompaña a caminar la vida que le ha tocado.

Pensemos con madurez y asumamos la realidad. La frialdad no es una posibilidad y no tiene nada que ver con la objetividad. Dentro del consultorio y en cualquier campo de la psicología, se trata de la subjetividad, pura, absoluta y sumamente rica. No es un pecado pensar en las personas como personas, en sentir y expresar con cuidado, sin perder de vista la situación que se plantea.

Errar es humano. Lo mismo sucede al juzgar.

Nos podemos equivocar. De eso se trata todo este mundo.

El psicólogo tiene una enorme responsabilidad tanto con el paciente como con la psicología. Cuando hablamos debemos saber que no somos sólo nosotros. Ella tiene una historia que debe ser respetada y diferenciada, del accionar de cada uno.

Los psicólogos se equivocan. Porque no son jueces, son personas.






jueves, 6 de diciembre de 2012

El poder que no está usando el hombre. Lo mental.



Es un poder extraordinario, que nos puede permitir hacer un mundo totalmente distinto. Pero el hombre se ha resistido desde el comienzo de los tiempos a usar el verdadero potencial que la mente tiene, en su interior. Y prefiere utilizar las ventajas de lo corporal, para distraerse y perderse en la niebla. Una miseria que lo lleva a perder la profundidad y a desestimar la verdadera riqueza de la condición humana.

Desde que uno ve la Historia es que el hombre se asesina. Una hermandad que ya es devastación, por más que hayan cambiado las formas en que nos asesinamos unos a otros. Parece tan irracional. Parece muy lamentable. Ver que cada padre tiene que enterrar a un hijo, ver los castigos a los que nos condenamos constantemente cuando decidimos salir a la calle. ¿A perder la vida? O tal vez, sólo a arruinarla. Desde los pañales de la Historia hasta la adultez extraña que estamos viviendo, uno ve el desasosiego y la anarquía, se ve durante los cortos años de la vida que muchos mueren sin haber vivido. Que muchos han desistido de continuar el camino, porque pierden las fuerzas. Porque la miseria les muestra que los años no llegan solos, y que el cuerpo no lo aguanta todo. Una imagen que juega con el tiempo, el poder del cuerpo que se pierde, supuestamente, con los años. Un poder limitado, que depende de las fechas y del reloj en hora.

Una limitación bastante limitada, que no puede contra nada. El cuerpo es frágil, admitámoslo. En contraposición, la mente no llega a sus límites con facilidad. Y está mucho más allá del tiempo. Juega con las agujas del reloj, y genera una tempestad cuando está iluminada, desarrollada y a plena máquina. La mente, como lo emocional, son el verdadero potencial. Albergan las grandes riquezas de la raza humana. ¿Será por eso que nos maltratan con el cuerpo? Para que no pensemos y no usemos el ingenio que se conserva intacto allí. En lo mas mundano, al alcance de todos.

Si la mente individual puede resolver muchos problemas del camino. La mente socializada, la mente unificada, la mente en relación puede mucho más. Y más que el corazón. Nos enseñan a diario que una mente fría te convierte en lapidario. Que el corazón en sus manos, se vuelve peligroso y hostil. Eso no es tan así, por más que ejemplos sobren. La mente en su máximo potencial puede ser increíblemente sustanciosa, criteriosa y beneficiosa, para la vida individual y para la humanidad. Lo demás es cuestión de egoísmos, de carencias y maldades; deformaciones circunstanciales o esenciales que no dependen de la mente, sino de los afectos. Y de los vínculos. No mezclemos y no nos empantanemos.

Obviamente no se puede disociar la cuestión, y dividir los reinos. Para tener una vida a pleno se necesita desarrollar todos los aspectos de uno. Un corazón mudo no llega lejos, una mente sin cuerpo es pura fantasía. Un alma sin vida no es una vida llena de alegrías. Una mente inescrupulosa se convierte en una marea sin costas con un oleaje tempestuoso. Pero la mente desarrollada, la mente potenciada no se convierte en un arma, pues sabe perfectamente de lo que es capaz. Es claro que el crecimiento debe ser parejo, para que la dinámica no se destruya.

Nadie quiere los extremos, pero ya me canse de la chatura.

Hombres y mujeres que parecen seres inteligentes, no tienen nada en la mente. Y sólo quieren el crecimiento económico. Cuando se quedan solos, no escuchan nada. Ni siquiera la voz del interior.

El poder de la mente esté pendiente. Es una de las grandes deudas de la Humanidad. Tal vez con ella se salvarían muchas más vidas de las que se están salvando hoy con el dinero. Un capitalismo austero que necesita arruinar al pensante, por ser una barrera infranqueable a la hora de llenarse los bolsillos.

Una deuda pendiente que debe comenzar a saldarse, sino en breve no habrá quién se juegue la vida. Porque la habremos perdido todos.

Un alma rica es conciente de su mente. Y su potencial. Es la que no le teme a volar y desplegar esa potencia que puede resolver muchísimas cuestiones de la vida. En lo cotidiano, en lo sano y de lo enfermo.

El poder que no está usando el hombre.

Y así estamos…

Agonizando.








La mente. Más allá de la cabeza. Más acá de la conciencia.




La mente está más allá de la cabeza. Y un poco más acá de la conciencia. Es la espesa capa de ideas-emociones que se conjugan para articular una vida, que late como el corazón, pero que se mueve a la velocidad de la luz. Un estímulo que es procesado a velocidades increíbles, con mecanismos automáticos y emociones reactivas, que se disparan si uno no está en sus cabales.

La mente supera a lo intelectual. Vive más allá de las ideas y los conceptos. Tiene una tridimensionalidad que le da una profundidad oceánica al mundo creado. Mientras lo pensado, solo se mueve en dos dimensiones, la dimensión de la lógica (en el espacio) y de la educación (en el tiempo). Pierde el tremendo e intenso color que le da lo emocional, vivido desde lo mental. Aquello que le otorga una cualidad “subjetiva” a la visión, a la forma de pensar, al estilo personal. Lo que determina la posición, o la postura frente al mundo. El “aquí estoy parado”. La conciencia, por otro lado, es esa centésima de segundo, en que el mundo recobra un sentido. Se vuelve leído. El “darse cuenta”. Ese segundo de introspección, siempre y cuando hablemos de la “conciencia” entendida en Occidente. Pues en Oriente, tiene otras dimensiones, más semejantes a las planteadas acá en el concepto de “mente”.

Obviamente, sin la cabeza y sin la conciencia no hay manera de construir una mente. Porque necesita de los pilares para sostenerse. Pues tiene una estructura que crece en forma constante. Un crecimiento exponencial, que no tiene una dirección pre-determinada, ni lineal ni lógica. Pero si entendible. Si predecible, según las líneas que la constituyen, según los pilares subjetivos que se combinan con el mundo emocional, que crece a la par. Desde allí, es que se puede cambiar. Siempre. Por eso la educación debe cambiar su orientación, porque el desarrollo de lo intelectual sin una formación humana no lleva a que la persona haga un despliegue adecuado de su naturaleza.

La mente despliega sus recursos, pero pocos saben hasta dónde es capaz de llegar. Una ola que comienza de un lado del océano, puede tranquilamente llegar hasta las costas del otro lado. Con sólo pensarlo. Y saber de sus certezas. Sin dudarlo, ni perezas en mano. Una mano puede mover montañas, si en esa mano se concentra la voluntad plena de esa mente que lo desea, profunda-mente. La acción concreta de una mente que se potencia y se unifica con el objetivo, siendo uno en sí mismo.

Si lo va a pensar o a cuestionar, lo empieza a debilitar.

Y la mente se dispersa. Por eso la gente parece que no creciera, porque se llena de miedos, que en realidad son dudas emocionales, intrigas e incertidumbres que esperan una confirmación externa. Cuando saben que la realidad externa es un reflejo, casi un espejo, de la realidad interna pensada. Y proyectada a través de los ojos.

El mundo está creado por la mente. Y no es una psicologización de la realidad. Ni nada parecido. Deténgase un segundito a ver si su mirada es “tan real y objetiva” como piensa. Ya al leer, se entera, que nada es objetivo, ni concreto ni real. Todo está sujeto a esa maquinaria que llamamos “mente”. Mente-emocional, una unidad que no es divisible por dos. Por más que logremos disociar, ni siquiera es una unión matrimonial. Es una unión natural.

Somos uno en todos los sentidos.

Como conclusión le digo que por más que no me haya entendido, sé que el mensaje llegó.

Así funciona la mente. La suya unida a la mía, y a la de todos los demás. Si se permite sentir, escuchará las millones de voces que lo están llamando.

Y suena el teléfono. Es uno de ellos.







martes, 4 de diciembre de 2012

Un rompecabezas con las piezas dadas vuelta.




Dado vuelta. Así queda el mundo después de una catástrofe. Así quedo yo cuando me entero de algo que no debía saber. Las piezas del rompecabezas encajan, pero algunas de ellas están al revés. Cara abajo. Y no entiendo.

Armar una historia no es nada fácil. Entender a dónde van cada una de sus piezas, en dónde encajan cada uno de los momentos vividos no es una tarea simple. Cada eslabón es una pieza cuyo valor es altamente significativo para lograr una visión completa, para conformar una cadena de eventos cruciales que nos permiten entender la naturaleza de las circunstancias que estamos observando, viviendo o compartiendo.

Una familia, una pareja o una historia están plagadas de piezas que se van uniendo, encastrando o mal colocando, en un intento por armar. Pero algo sucede y una cae al revés. Queda oculto y el todo ya no es igual. Muchos temen dar vuelta los acontecimientos y descubrir la verdadera cara de ciertas cosas. La otra mejilla de algunos. Uno intenta y persevera pero es irrefrenable la posibilidad de que ciertos eslabones se retuerzan y la cadena se trabe. Tal vez sea imposible pensar que todo sea claro y visible, tal vez sea una cuota de ingenuidad que aún conservo al esperar que alguien se muestre como es y no quiera ocultarse en la multitud. Puede ser pensable que una persona sea lo honesta que se puede, sin tener un dedo en las sombras; sin embargo, el idealismo me estorba cuando salgo de este mundo y me encuentro con la realidad.

No es pesimismo ni mediocridad, creo que es un poco de sarcasmo ingrato mezclado con la pobre ingenuidad maltratada por aquellos muros que me he devorado más de una vez. De tantas veces que uno a querido encontrar esa pieza que faltaba y, sin embargo, la realidad se ha encargado de extraviarla. A veces para siempre, otras veces por casualidad. Mi nariz ya está torcida de tanto golpearse contra la pared, buscando una maldita pieza que falta para entender que ningún rompecabezas viejo conserva todos sus pedazos. Nadie guarda tanto algo, como para siempre tener todo.

Ningún rompecabezas quiere tener todas sus piezas. Sólo quiere romper lo que en sus entrañas lleva, enquistado en su nombre, una parte de su naturaleza. No hay manera más eficaz para estropear la felicidad que al todo le falte un poco.

Hay múltiples formas para que un psiquismo se rompa. La manera predilecta de esta humanidad es la de ocultar esas piezas fundamentales. Familias enteras quedan acobardadas por la terrible dolencia que un secreto genera, en determinadas circunstancias. Una pareja sufre la infidelidad sumida en la ignorancia de lo que su par está haciendo allá afuera. Un niño no entiende que uno de sus padres oculta en la billetera sus ambiciones perversas, junto a su foto de pequeño. La jóven no puede creer que el secreto que llevaba entre sus piernas ya no esté allí, se lo había olvidado en una cama de hotel, parecida a una clínica. El amor no quiere creer que las esperanzas y la fe se hayan olvidado en esa esquina, cuando la traición se subió a esas duras palabras que decían adiós, en un hasta luego.

Ninguno de ellos podrá volver a armar ese rompecabezas. Sus lágrimas sí quieren llenar esos huecos dejados en la huella, de ese pedazo perdido cuando el otro ha sabido ocultar lo silenciado. Una continuidad que no puede proseguir en el camino que quería, sin tropezar con los pozos que se hicieron cuando las bombas cayeron, en una tarde de domingo. Gris.
Cuando alguien encontró esa pieza que faltaba, escondida en el callejón de un placard mal ordenado. Síntoma de un desorden que pronto le permitió entender la figura. Su secreto ya no era tan propio. Algo se había dicho, mudo y en silencio. Continuar con la negación, era el próximo paso, tan sólo tenía diez años.
Esa pieza se unirá con el todo del rompecabezas tal vez cuando cumpla treinta. Tal vez ya sea un hombre mayor. Los ancianos saben de sabiduría, pues han visto el fin de muchos rompecabezas. Arrojados al costado del camino, estrellados en el cordón de la vereda. De niños entendemos poco, por eso las fichas se encuentran después de tantos años. Como si las hubiéramos perdido, tan solo olvidado. Nada queda en el camino, si la cuenta está pendiente.

Un hombre llama al mozo, quiere pagar lo consumido. Saldar sus deudas con el destino y poder seguir con lo acordado. El dios del mundo lo espera, junto a la puerta, del otro lado del cielo.

Caer dado vuelta. Una pieza rota, del rompecabezas.

Consecuencia del secreto. Un largo camino de regreso.

Al principio.


 


Una columna invertebrada. Otro aspecto del secreto.



Una estructura ósea. El esqueleto de una familia. Su columna vertebral sufre un golpe. El llamado secreto desplaza una de sus vértebras y pone en riesgo el eje. Su alma está en peligro, la médula espinal comienza a sufrir un tironeo y se puede quebrar. Su peor consecuencia no es la desestructuración de sus miembros sino la parálisis. Una vida comienza a agonizar, mientras queda impedida de todo movimiento.

Una columna invertebrada que pierde su flexibilidad al esconder en sus entrañas óseas el duro silencio de un secreto que debería poder gritar a los vientos. Y sufre en su centro. Siempre se cree que ocultar puede llegar a trabar el buen funcionamiento de una estructura como la familia, sin embargo, su efecto inmediato es el elentecimiento progresivo de la historia hasta llegar a producir una parálisis que se manifiesta en la expresión del mismo suceso, una sensación de que nada nuevo pasa. El estancamiento es la constante repetición y su eterno retorno; la consecuencia precisa de un efecto enquistado en la columna vertebral. Un tumor maligno que se instala en la estructura de la familia y comienza a producir metástasis. Es decir, alguno de sus otros miembros comenzará a producir secretos semejantes o relacionados con el tumor principal.

Se produce una cadena de eventos, sucesos silenciados que están relacionados y todos parten de un principio. Las vértebras se desplazan una a una, la energía no puede fluir y los órganos pueden comenzar a enfermarse. Se involucra la columna cuando las funciones principales intervienen en el secreto. El cual se alimenta con el tiempo porque tiene que sobrevivir hasta poder encontrar una salida. Pues hay que dejar de ser ilusos y empezar a pensar con claridad, el secreto no quiere ser oculto, tarde o temprano se sabrá. Busca alternativas y encuentra oídos sordos dispuestos a escuchar una gran mentira que de pronto se convertirá en una pesadilla, por ser la pura verdad. El secreto logra una distorsión en el funcionamiento tal, que se puede llegar a observar que la misma familia sabe todo lo que se oculta, pero comienza a funcionar a través de los pactos establecidos, sin que nadie se haya podido sentar en la mesa a negociar.

Así el secreto va mutando. Sus raíces penetran en las profundidades estructurales de una familia que queda atrapada en el mutismo de no poder decir ninguna verdad. Entonces ya no es conveniente hablar, pues a alguien se le va a escapar el secreto. Pero hay algo que no entiendo, si todos ya saben de aquello, ¿en qué cambia hablar? Parece que esa es la pieza fundamental, la que produce el gran colapso. Nadie puede hacerse cargo, y el protagonista no quiere ni pensar en asumir las consecuencias de su irresponsabilidad. Que ya va más allá del mismísimo secreto. Ahora es la responsabilidad de haber llevado al sistema a una parálisis demasiado quieta pues ya no se puede pensar.

El dolor es el más crudo y sórdido. Es el dolor del hueso que ya no puede articular ni sostenerse como pieza de esa estructura armada. La columna aprieta sobre la vértebra para que en el rechinar escupa su secreto. Las astillas del quiebre estropean la médula. Entonces, ya no hay salida para esa familia. Sólo queda ocultar.

La cadena ahora es funcional. Un tumor alimenta al otro. Se unen. Reconocen ser parte del mismo origen. Nadie entenderá jamás que su principio es el mismo final, una estructura deshecha.
El secreto siente en su columna las fuerzas del viento y sabe producir una tempestad. Allí, en pleno huracán, no hay estructuras ni cimientos que puedan ni sepan sobrellevar las fuerzas desatadas de la Naturaleza. El secreto se quiebra cuando alguno quiere hablar. Una solución final antes que el sistema colapse. Fuerza y voluntad al servicio de la salud mental de todas las generaciones. Es una manera de subsanar la historia y depurar a los que vienen. Pues el tumor sobrevive a la tumba de sus protagonistas.

La columna es vertebral. Cuidemos a cada una de ellas. Es la pieza que alberga al alma que da vida. La columna es la protección de la energía fundamental que se interrumpe con el secreto. Una pausa que se eterniza. Y congela los cimientos.

El tiempo se muere de frío. El más crudo invierno.
El dolor de los huesos acorralados por el frío.