viernes, 12 de octubre de 2012

Soy. El eco de mis memorias.


Allí donde el Yo cree ser, no hay nada. No es nadie. Es sólo el eco de sus memorias. No hay representaciones propias, el yo es lo que los demás son, lo que ellos lo dejan ser, lo que se dice de él. Y ni siquiera recuerda lo que era. Sólo le llega el eco. Ese sonido que se repite a través del tiempo, pero que ya no es ni siquiera el sonido original. Su repetición golpeando las montañas del tiempo se abre paso hacia el presente.

No es un ataque a la identidad, es un intento de desmitificar la permanencia y el valor de los recuerdos. El yo recuerda lo que cree necesario, compensa los baches faltantes de la memoria, acomoda y rellena los agujeros que el tiempo le ha producido. La erosión de las experiencias vividas solo deja una playa plagada de escenas, eslabones y restos de lo que ha sucedido. Es lo que constituye y conforma. A partir de allí el Yo arma, según su estilo (que tampoco le pertenece) una identidad, una apropiación que le dará un hilo conductor al tiempo. Para permanecer. Para transcurrir. Para olvidar. Pues el eco de las memorias habla de lo que soy. Y no soy.

Esos recuerdos que llegan al Yo son ecos. Escenas contadas que se van deformando. El yo necesita de la permanencia para encontrarse. Para aferrarse a la vida. No entiende que él es lo que puede ser en este instante. No existe la memoria y el eco es un engaño de la realidad. Es una mentira que el yo es quien se encuentra en el espejo o es como los demás han contado, ni siquiera lo que hoy en día le reflejan. Son palabras que llegan a sus oídos, son versiones de cada uno que las unifica en un mosaico de representaciones para formar un “ser”. Pues no tolera la idea de que en el fondo no hay núcleo. En el centro del Yo no hay nada. Como en los sueños, el Yo es un collage de retazos, esquirlas, restos de escenas que la lógica y la vida diurna demanda enlazar con coherencia para poder sobrevivir al intenso vacío que es el Yo mismo.

Esos recuerdos ni siquiera están unidos. Jamás se tocan entre sí. No son secuenciados, ni siguen un orden lógico. Ni se ven parecidos. Edades distintas, momentos alternados, salpicados. Entonces el Yo constituye su propia realidad desde la nada. Surge el “eco”. No es el sonido original pero se oye como tal. Permanece rebotando en la eternidad y permite que todos hablen de él. Es doloroso pensar que nos reducimos a un eco, sin embargo tranquiliza saber que gracias a eso, seguimos perdurando en la Historia, en tanto que de otra manera los recursos del Yo se hubieran agotado a penas empezar la vida.

Ese eco se fusiona con todos los anteriores. Los antepasados hablan y la Historia si es una escena contínua. Por eso el Yo es quien necesita diferenciarse e individualizarse. Soy y debo agradecerlo. Aunque mirar para atrás ponga en duda mi existencia. Mirar para adelante también así lo demuestra. Mis huellas ya aparecen en el camino antes de haber dado aquellos pasos. Es posible. Es así. El eco va adelante del Yo, haciendo historia. La que se caminará.

El eco no permite escuchar otras voces. Hay otras posibilidades. Millones de posibilidades para ser. De otras maneras. Alternativas. Pero debe escuchar a otra voz. Y salirse del eco. Dejar de preocuparse por ser quien debe, según la memoria le tienta, y animarse a ver una realidad que siempre se recuerda. Es decir, el yo recuerda lo que es. Sin mirar hacia atrás. Debe recordarse a cada instante. Se ha olvidado lo que es. Y se guía por un eco sórdido que lo deja a ciegas.

Si usted quiere ser, según sus posibilidades, olvídese de lo que fue. No se deje engañar por el eco de la memoria. Todo lo que fue es mentira. Irrealidad. Pasado. Tiempo y por ende, engaño.

Escuche… verá que en ese sonido comienza a ser usted.

Sus memorias son el eco de lo que pudo ser. Y no fue. Piense… ahora piénselo de otra manera. Correrse del mismo lugar es la manera de interrumpir el eco. Lo que uno puede ser excede en mucho lo que uno es. Por no recordarlo. Se lo ha olvidado de tanto escuchar las demás voces, las de otros, las del tiempo y en especial el pasado que quiere ser el protagonista de su presente. La memoria sólo quiere que no se olviden de ella. El eco quiere perdurar. Y el ser se queda callado. El sonido que se repite no puede vivir si uno no está allí para escucharlo. Los recuerdos no son eternos, son simples y pequeños granos de arena. La playa no es sólo arena. Es mar, cielo. Un todo. El ser es lo que allí falta.

Soy… y quiero ser. Sin tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario