domingo, 28 de octubre de 2012

Pies sangrantes. Un paso que duele.




Sus pies dejaban una huella propia de su identidad. Una particularidad que pronto habría de cambiar su historia. Un secreto haría que sus marcas llevaran la sangre sin secarse. Una dificultad que no coagula. Un psiquismo que se desangra, gota a gota.
Aunque siempre fuera un poco transgresora y de cuidados supiera poco, esa noticia la haría cambiar para siempre, más de lo que quisiera. Desde allí una sucesión de acontecimientos que se le fueron de las manos, como las gotas que se derraman entre los dedos sin poder siquiera agarrar alguna. Su mente estaba colapsando, ya no podía procesar las circunstancias que su vida estaba atravesando. Las ideas no se podían imponer con fuerza suficiente. Unas decisiones drásticas marcarían con fuego en su alma una huella. Aquel bebé que nunca nacería.

Es terrible el poder del sufrimiento. Puede torcer las vías naturales de la mente y del cuerpo. Las emociones son torrentes que se canalizan, inundan y desarticulan. El daño producido busca incansablemente un responsable. Y ella siempre cae en la volteada. Un perdón que no llega. Un silencio que enmudece su vida, de a poco. El secreto la condena a un calvario, posiblemente injusto. Ella sabe más de lo que dice. Ella silencia sus días. Tal vez le teme a las voces que escucharía.

Pero no se da cuenta que sus formas de pensar ya no son las mismas. Acusa despiadadamente a los demás, por la falta de comprensión. Llora por todos los rincones de su alma. Ya no sabe qué esperar y espera todo de los otros. Se ha vuelto injusta. Sus pasos le duelen. Llevar a cuestas su historia hace sumamente dolorosos todos los pasos que debe dar, para continuar con una farsa que sola ha construido. Sin darse cuenta que en la soledad no hay compañía posible, ni comprensión ni consuelo. Sus voces la acusan. Y se llena de odio. Rencor implacable. Perdones ausentes. ¿Paz en plena guerra?
Quien guarda un secreto manchado debe saber que esa sangre no se seca y no forma cicatriz. Se mantiene fluida esperando un derramamiento, como en cualquier salvaje matanza. Una masacre en su psiquismo. Unas cuantas puñaladas en el cuerpo. Y los dolores que infectan esas zonas que delatan las matrices contaminadas por el mismo secreto. Que grita furioso. Quiere salir.

Las piernas no aguantan el peso de la ley. La mente ya no tolera ese espacio usurpado por el vacío. El pensar en paz se ha vuelto una tortura y ese es el verdadero sufrimiento que debe ser cuidadosamente curado. Las rodillas no pueden amortiguar. Y los tobillos se quiebran. Mientras los órganos de la vida no pueden engendrar ni siquiera a un Adán o una Eva. Los comienzos se vuelven finales. Exámenes impasables, por la mirada del otro. Mirar cara a cara se ha vuelto un enfrentamiento a duelo con la muerte, en el espejo. Esos pies se tuercen en el camino. Chuecos, planos y sin sendero. Se arquean y duelen mucho.

Sangran, como su psiquismo a cuenta gotas. Desarmándose en cada paso, en cada crisis de angustia. Mientras la fachada crea una farsa que ya pocos creen. No son malas personas aunque se sientan así. Nadie juzga ni siquiera sus pecados, pero se atormenta en las peores trampas del mar abierto. No llega a la melancolía, pero se encierra en otras enfermedades, que ya no la alimentan.

Esos pasos duelen. Sus huellas en sangre hablan de un secreto que deja su marca. En su psiquismo, enquistado en su cuerpo. Desgarrando la piel de su familia. Ácido corrosivo, silenciado por un pacto con el diablo.
Se siente, lo sienten. Sabe que es óxido que se come cualquier metal, por más dura que sea la estructura de sus huesos. En carne viva la angustia se contrae.

Mientras los pasos duelen. Y las huellas hablan por demás.

Una denuncia escrita con su propia sangre.









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