sábado, 7 de enero de 2012

La adolescencia de un adulto de cincuenta años.

La adolescencia de un adulto de cincuenta años.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.
Licenciado en Psicología.

Y un fenómeno psicológico-emocional y comportamental que se está viendo en las últimas décadas, lejano a la adolescencia como si fuera una copia de mala calidad, están los hombres grandes que vuelven a ella. Los adolescentes de cincuenta. Una generación que se ha perdido en algún punto del tiempo y ha vuelto al pasado.

Son esos hombres que un día, pasados los cincuenta años, se despiertan pensando que no soportan más la vida que llevan, de hijos grandes y carreras profesionales, con una matrimonio de más de treinta años que les pesa como unas treinta toneladas de lo que ellos eligieron. Y ese día, deciden dejar todo y volver a empezar, como si tuvieran 18 años y toda una vida por delante, cuando tienen la mayoría por detrás.

Esta adolescencia, del adulto mayor, se diferencia en mucho de la original y autentica. Ya que le falta esa naturalidad y esa ubicación que no la hace ridícula. Imitan al adolescente, pero fuera de moda. Repiten conductas pero de otra forma, más extravagante, más fuera de lugar, llegando a lo bizarro en muchos casos. Y este episodio genera una conmoción a nivel familiar, peor que la generada por un adolescente natural en su tiempo y forma. Por lo general, son personas estructuradas que no han vivido si adolescencia de ninguna manera, por seguir los parámetros establecidos de esa sociedad, en esos tiempos.

Y se van con mujeres más jóvenes que desentonan con su mundo, como intentos absurdos de entrar en otra realidad. Y de recuperar o vivir lo que no pudieron, por haber sido adolescentes rígidos atados al modelo familiar. Y ahora se desatan de sus propias familias, para recuperar lo que ya se ha ido.

Esta adolescencia, poco auténtica es de la que se quejan la mayoría de los adolescentes. Porque ven la diferencia, y rechazan esos modelos.

No desvirtuemos lo original y respetemos el curso de cada etapa.

Si es que queremos llegar al final.

La plenitud del adolescente. La envidia del adulto.

La plenitud del adolescente.
La envidia del adulto.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.
Licenciado en Psicología.

La plenitud del adolescente es todo un tema para el adulto. Casi diría que es  todo un problema. Porque le recuerda que el tiempo se le pasó, la muestra que hay cosas que van quedando en el pasado, o deberían quedar allí. Y se ve en el espejo de la abundancia, de las ganas, del “todo por delante” y se enoja. Y lo reprende, lo limita y lo frena; en vez de aceptar las cosas como son y dejarlo vivir. Que su plenitud no sea un problema.

¿Qué le pasa al adulto? Antes que nada se olvidó. Se olvidó que fue un adolescente en algún momento y que, ahora, este hombre grande y serio no es más que la evolución (para bien o para mal) de aquel adolescente. Entonces, ¿por qué no dejarlos ser? Porque le reflejan lo que ha perdido. No solo en la pre-adolescencia empiezan los duelos, también el adulto tiene que hacer sus duelos, la pérdida de sus libertades y de sus irresponsabilidades, por más que los padres se encargan de saturar el sistema insistiendo con el colegio y las demás cuestiones.

El adulto sabe lo que le pasa, pero no lo tolera. Y necesita reafirmar los estandartes en donde sostiene su “adultez” para esconder lo poco convencido que está del lugar que tiene que ocupar, por una sociedad que lo presiona a lograr esos objetivos que no le convencen. Pero sin los cuales, se supone que no será aceptado como “maduro”. Entonces, apela al autoritarismo, busca la imposición en vez de los argumentos, encuentra maneras de limitar la vida satisfactoria del adolescente que lo único que quiere es disfrutar de sus salidas y sus amigos, de dormir la siesta, de no hacer nada, ya que aún puede.

La clave para que todo funcione es brindarle al adolescente las herramientas necesarias para que vuele, para que sea pleno y pueda terminar de encontrarse a sí mismo, y desde allí construir su lugar en el mundo. Un mundo que lo espera con todas las presiones y las exigencias, junto a todas las tentaciones y las promesas que no se van a cumplir. Y se tendrá que curtir, porque tendrá que aprender las reglas de una sociedad que lo intenta insertar en sus reglas. Cuadriculadas.

Reglas que se encarnan en ese adulto, que antes era un adolescente cualquiera. Y ahora se encarga de transmitir esas reglas, en nombre de una sociedad que no se despierta ni se abre frente a la adolescencia. Por eso, ellos necesitan encontrar otro lugar de pertenencia. Por eso es que el adulto, expulsa al adolescente hacia afuera, hacia los márgenes externos de la sociedad.

Por envidia.

Por sus propios fracasos. Y sus propias debilidades.

El adolescente y su sexualidad. ¿La incapacidad de los padres?

El adolescente y su sexualidad.
¿La incapacidad de los padres?

Escrito por Juan Cruz Cúneo.
Licenciado en Psicología.


En este mundo donde cuesta hacerse cargo, las transferencias pasan de mano en mano y nadie se hace cargo de los temas más delicados, en tiempos muy complicados. Donde sería bueno un poco de criterio, sin embargo, dejamos todo en manos de cualquiera.

La sexualidad es un tema muy delicado, no sólo por la genitalidad, sino porque es una de las pocas cuestiones de la Humanidad que involucran a todos los aspectos del ser humano. Su vida emocional, lo intelectual, las relaciones y el cuerpo; la historia y los miedos, las fantasías y la imaginación junto a la acción y lo delicado; lo activo y lo pasivo, ambas energías sexuales y la mitología ancestral. La historia de los padres y la propia.

La sexualidad es todo eso y mucho más. Y el adolescente empieza a sentirse diferente. Desde el cuerpo las cosas empiezan a cambiar, sensaciones ajenas que nadie le había explicado y mucho menos avisado; luego, vienen las emociones y el conocimiento de la adrenalina que lo altera y le vuela la cabeza de una manera que no tiene respuestas para limitar su efecto. Y la mente que vuela hacia paraísos diferentes en busca del fruto prohibido. Y los padres, ajenos a todo esto, porque no saben cómo abordarlo. Padres con una sexualidad en juego, no pueden hablar de esto. Y le dejan semejante tarea delicada al colegio.

Es un riesgo, y ya vemos los efectos a nivel social, que la sexualidad y su formación queden en manos de nadie, o en manos extranjeras a la vida familiar. Las consecuencias ya son un hecho, el nivel altísimo de abuso sexual que se producen en el seno familiar alerta sobre las consecuencias de una sexualidad en manos de nadie. Se habla de “educación sexual”, siendo una contradicción tremenda porque la sexualidad no se “educa”. La sexualidad no es parte de la cultura o del ámbito disciplinario, es una parte de la libertad del ser humano, una parte de encuentro, de recorrido, de exploración y conocimiento, no atado a “reglas”. Ligado a la historia, a los antecedentes, a la personalidad y la identidad de cada uno, con sus gustos y maneras; con sus aristas y sus esquinas, y con todas sus vueltas.

Hablamos de educación sexual, cuando estamos entrando en el mundo de la intimidad de un ser humano. Y lo dejamos librado a un ámbito social como es la escuela y los compañeros. Y después nos quejamos de las demostraciones públicas que se generan. ¿No estamos siendo muy contradictorios? Me parece que estamos generando más confusión que claridad, y en el medio están ellos, los adolescentes, su cuerpo y su sexualidad.

La incapacidad de los padres para hablar y hacerse cargo de esto ya está mostrando su daño. Y son muchas generaciones que lo han generado, a partir de lo cual, vemos las patologías en la sexualidad con sus perversiones y su daño. Su destructividad.

Es tiempo, si se consideran padres modernos y con la mente abierta, de ponerse en juego y hacerse cargo.

La sexualidad de ellos no está en sus manos. Pero si la posibilidad de que ellos sepan lo que es el disfrute y descubran el placer, de ellos mismos.

Que su incapacidad no le cueste caro a su hijo e hija.

La rebeldía del adolescente. La soberbia del adulto.

La rebeldía del adolescente.
La soberbia del adulto.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.
Licenciado en Psicología.

La rebeldía del adolescente se topa con la soberbia del adulto que no lo deja. Se plantea una pelea de poder, se desarrolla un enfrentamiento por los espacios y las libertades que genera un clima de mucha tensión en la casa. El ceno familiar empieza a estar en conflicto, las dudas del poder y la necesidad de no perder llevan al adulto a defender con todas sus fuerzas sus códigos de convivencia. El adolescente empieza a quedar afuera.

La primera manifestación de esta “expulsión” es el refugio en su propio lugar. Se encierran para no dejar entrar a los adultos, los cuales no son bienvenidos a su mundo. Y lo defienden con las mismas fuerzas con que los adultos defienden las reglas de la casa. Y tienen razón. Si no hay lugar en casa, no habrá lugar en el cuarto, en su intimidad. Los riesgos son muchos, lamentablemente, porque la primera perdida es de la comunicación, la segunda será de la confianza y la convivencia para llegar al extremo de poner en jaque una relación padres e hijo que no tenía que terminar así.

Pero un punto es cierto, y hay que reconocerlo, la soberbia del adulto es la que genera la intensificación de la rebeldía adolescente. Quien está buscando confrontar para fortalecerse y probar su modelo, se encuentra con un muro y descalificaciones, para sostenerse, pero eso no se ve. Cuando al adulto se le acaban los recursos siempre se refugia en la sin razón del autoritarismo, imponiendo tarde sus reglas. Las cuales eran de convivencia y ahora son su propia contradicción. Ahí empieza el error de los grandes. Desautorizarse.

El adolescente necesita, por última vez, medir sus fuerzas y probar su propio modelo. El resultado final de años de educación y formación familiar que se tienen que poner a prueba para saber si se está preparado para el mundo. Y justo en ese momento se encuentra con el peor impedimento, los maestros son ahora sus enemigos, sus enfrentamientos desdibujan el proceso y lo empujan a la masificación del grupo adolescente. Donde va a buscar refugio y reafirmación de su identidad, para lo cual, tiene que aceptar los códigos urbanos de cada tribu. La entrada a los vicios, las transgresiones y los errores. El peaje, por quedar expulsado del barrio privado que es la familia.

¿Cuánto le cuesta al adulto la rebeldía adolescente? Si ese adulto no es un padre adolescente, la verdad es que no le cuesta nada. Es dejar que su hijo cuestione lo que le hace falta para poder llevarse la carga aprendida y salir al mundo, a construir. Pero si le enseñamos a destruir, eso se le volverá muy en contra.

De esta forma es que llegamos a los tiempos actuales de eternas adolescencias y una adultez cada vez más lejana y menos asumida. El costo lo pagan las relaciones. Las causas están planteadas, son conocidas por todos. Pero asumidas por pocos.

La rebeldía del adolescente hoy tiene cuarenta años. O aparece tarde, después de los cincuenta y con un matrimonio a cuestas. Con toda la soberbia de lo transitado, pero no aprendido, con todos los errores en la mano.

Y sin hacerse cargo, con el lema de vivir la vida en la punta de la lengua.

Todos nos olvidamos que pasamos por ahí. Fuimos adolescentes.

Todos nos olvidamos que pasamos por ahí.
Fuimos adolescentes.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.
Licenciado en Psicología.

La mayor parte del rechazo de la adolescencia es responsabilidad del adulto, el cual se ha olvidado que en algún momento también fue un adolescente. Y se ha olvidado de lo que pedía cuando estaba en ese lugar. Se ha olvidado de lo que sufría y lo poco comprendido que se sentía. Todos pasamos por ahí. Era inevitable.

El adulto sufre uno de los peores pecados de la Humanidad, el olvido. Un olvido un tanto selectivo, a las veces conveniente y oportuno, porque le trae muchos beneficios. Por un lado, tapar los errores cometidos y esconder sus transgresiones debajo de la alfombra, por otro lado, sentirse más importante ahora que ha crecido y es director de una multinacional, con una autoridad que le cuesta asimilar ya que se le notan los rasgos de esa adolescencia aún despierta. El adulto, ahora responsable y jefe de familia, se olvida sus pasos por la historia. Se olvida de su infancia y de sus sueños, deja atrás las experiencias y los sentimientos. Y así, limita su posibilidad de comprender a los demás, especialmente a sus hijos.

La carga de responsabilidad es la razón principal por la que nos olvidamos de mucho. Una demanda social que nos lleva a pensar que el pasado es historia y el futuro una meta a alcanzar. Implicando toda nuestra atención y concentración, hasta que lleguemos a la vejez y nos demos cuenta que queda poco del cuento. Ahí miraremos para atrás, añorando y extrañando esos viejos momentos.

La adolescencia es el tiempo de transición. La salida de la ignorancia, la toma de conciencia y empezar a saborear el hambre de mundo. No es un quiebre, es una apertura. Una de las grandes aperturas de la historia evolutiva, que cerramos, muchas veces, de un portazo. La adolescencia es el despertar, la segunda vuelta de la infancia pero con la sexualidad casi lista y la vida por delante. Con la independencia que se juega sus primeras cartas y la individualidad que se afianza, si el adulto lo deja. Las alas se despliegan y el viento se siente entre las plumas. Hay hambre y sed de aventura, hay soberbia y egocentrismo, porque la identidad se enciende y vibran sus motores. Los ojos se abren por primera vez y todo es nuevo, aunque conocido. Todo se ve distinto y todo quiere ser distinto a lo establecido, porque quiere hacer una diferencia.

Y esa es la idea, por la que nos convertimos en adultos. Para consolidar esos sueños que, durante la adolescencia, se vuelven posibles. Para construir los imperios que habíamos soñado en la adolescencia. Para que esos motores, que habían rugido, hagan su camino y nos lleven muy lejos.

Como adultos nos olvidamos de eso.

Pero somos lo que somos hoy, también gracias a eso.