Mucho tiempo encerrados, el miedo se incrementa. El mundo parece lejano y peligroso. No hay manera de llegar a la satisfacción. Eso es lo que piensan. Creen que nada de lo que haya allá afuera los podrá colmar. Ni una pareja, ni un desafío ni siquiera el logro de sus sueños, o aquello que anhelaban hasta hace poco tiempo. Antes del encierro. La insatisfacción está dentro. En las propias paredes.
El miedo corroe ciertos cimientos de una visión que comienza a distorsionarlo todo. Pareciera que temen corroborar o confrontarse en el espejo de los demás. Meros espejismos que son producto de una proyección hecha, a ciegas. Entonces, la culpa es del mundo que no los motiva lo suficiente, que no les despierta esas ganas… ¿de vivir? Y uno se pregunta y los interroga acerca de esa particular relación que tienen, donde ese mundo, entre comillas, debe darles lo que les falta. ¿Por qué no lo buscan? ¿Será cierto que el mundo no cuenta con esa posibilidad? Lo deben haber recorrido completamente como para saber que nada los podrá satisfacer. Salvo que estén hablando del mundo de su propio hogar, donde cierta calidez es brindada por una televisión que de visión ya lo ha perdido todo.
El miedo es astuto. Quiere sobrevivir. Y busca diferentes maneras entre las que encuentra la insatisfacción, como estilo y forma de pensar. No como una sensación. De eso es que estamos hablando, ya que no todas las insatisfacciones son miedos. Aunque es claro, que en los miedos está la insatisfacción encubierta.
El miedo sabe de su existencia pero no previene. No es traidor quien avisa, pues las perdidas duelen y a eso se aferra para argumentar su existencia. No es previsor, es individualista. Y en la insatisfacción siempre encontramos a fieles competidores que no toleran a los rivales. Y compiten contra ellos mismos, sin miramientos de progreso sino tratando de encontrar una sensación perdida quien sabe dónde ni cuando. Llamada satisfacción propia. Y tiene mucho que ver con la valoración y la autoestima. Dos manoseados por los tiempos post modernos y consumistas. Engaños de un mercado, insatisfactorio.
El miedo a vivir en un mundo lleno de opciones que pueden hacerlos felices y satisfechos, seres plenos y radiantes de vida. Pero comprometidos y responsables. Lejos está la solución de una bandeja servida, por un mozo amable y condescendiente. La era de los reyes y las princesas se ha terminado. Que tampoco fue lo que nos contaron. En ese mundo satisfactorio, las emociones son intensas y las posibilidades millones. Y están por todos lados. Pero hay que animarse a superar el miedo, sin buscar la satisfacción sino el deseo. Pues lo que se satisface no es uno, sino ellos. Que hacen a uno, pero son más y tienen más fuerza.
En la identidad uno se encuentra. En el espejo uno sabe. En los deseos uno es.
Esa es la vida sin miedos. No pierda el tiempo en buscar la satisfacción, mucho menos si está sentado en la silla de su oficina. Es un efecto colateral. Interesante pero tramposo, pues si sólo tiene ese deseo, antes de morir por su culminación, morirá usted en el camino.
La insatisfacción es una excusa para refugiarse, por miedo a vivir. Ya no son niños y creo que nunca fueron cobardes. Deje el refugio y la seguridad (relativa), allá afuera estará más seguro que en la quietud de su mundo inmóvil. ¿A salvo de qué?
Los deseos necesitan vivir. Y allí sentirá la satisfacción.
Si no sale de ese encierro, morirá de aburrimiento. No se puede llegar al final del camino si uno está tan paralizado por el miedo a no llegar.
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