domingo, 5 de mayo de 2013

Aprender la diferencia. Entre la experiencia y la alucinación.




Aprender una gran diferencia, tal vez nos salve de la locura y nos sumerja en la realidad. La psicopatología es muy clara, pero el público y algunos profesionales lo confunden todo. Hay una dimensión de diferencias entre las experiencias y la alucinación. Las experiencias espirituales se dan en personas que tienen una integridad, que es la que se desintegra en el psicótico y en el que alucina. Un psiquismo desarmado que utiliza a la alucinación y al delirio como parches para tratar de no perder la conexión con la realidad, o reestablecerla.

Es cierto que los fenómenos alucinatorios como los delirantes toman el material para formarse de las experiencias cotidianas con mayor intensidad. Y es desde allí que la religión, la sexualidad y el ego con sus místicas son los temas preferidos. Y no quedan desacreditados como le sucede a la espiritualidad, por ser parte de un delirio.

La diferencia la podemos establecer en las vivencias. Mucho más que las sensaciones. Sus piezas conservan una coherencia que se pierde en la alucinación, constituida a semejanza del sueño, más que de una experiencia. En la coherencia se encuentra el mensaje y la profundidad. En la alucinación todo queda superficial, sólo hay agujeros oscuros. La psiquis parece que se va a derrumbar, en cambio la personalidad se hace una con la identidad, esa es la marca de la experiencia.

El discurso es absolutamente distinto. No hay simbolismos ni neologismos, hay cordura e hilación. A diferencia de las acciones de drogas y demás sustancias, la espiritualidad no es un viaje disociativo. Uno no lo vive como si se hubiera ido de viaje y hubiera vuelto. No hay división del tiempo ni de la personalidad. No hay una salida del cuerpo. Es volar.

Respecto del ego y el yo, la vuelta lo hace intensamente más pequeño, consciente de sus dimensiones reales y angustiado por la pequeñez y la inmensidad que lo protege. En cambio, en las demás sensaciones la expansión es una protagonista y se adueña de los límites del yo, superados y casi desbordados. El ego se come al Yo, y la identidad se pierde en el polvo o en el brote. En la experiencia espiritual uno es más mientras se es menos después de cada episodio sufriente. No se pierde la consciencia, se redimensiona. Se terminan las palabras, el rostro iluminado habla. No se fragmenta el lenguaje y el discurso se demuele como una pared de ladrillos, huecos.

Se conserva la relación con la historicidad. Se diluye la noción de tiempo. No se produce una regresión y el pasado se impone. No se quiebran las partes que sostienen la estructura. Se agiganta el alma. No se achica ni se enmudece.

La alucinación es un grito. Del psiquismo al alma de otro.

La experiencia espiritual es flotar en el mar, siendo una ola y parte del océano.

No debemos perder de vista las diferencias. Debemos perderle el miedo a lo distinto.

Una alucinación no es aquello que no tiene explicación.

Eso es “algo distinto”.

El mundo requiere de hombres maduros y psiquismos fuertes. La alucinación es un intento del débil por soportar los pesos de una vida, a la que han castigado desde el nacimiento, mucho antes de ver la luz.

Las historias son diferentes. Las formas son distintas.

Sienta la experiencia espiritual. Y vea la diferencia.


 




Los que se acuestan sin dormir. Alguien se va.




A quién engañan? La Humanidad está plagada de mentiras y escondidas. De una relación siempre alguien se enamora. De dos, uno siempre queda enganchado. Somos seres humanos, carenciados de afecto y necesitados de amor. Con ausencias por todos lados, con una Historia que no se queda al costado y que empieza facilitando, para terminar complicándolo todo.

De dos que se acuestan, uno amanece solitario. De dos que se han acurrucado, uno está siempre pensando cómo y cuándo se va a ir. No dejan de mentir, pero siempre esconden algo. Alguien se va temprano. Siempre antes de lo esperado. Y uno de ambos queda llorando, o extrañando, o necesitando más. Aunque esté todo claro y el arreglo haya sido con mutuo consentimiento, alguien está mintiendo, alguien no fue del todo claro.

De migas viven algunos. Los que no se animan a comer del plato. De esos encuentros esporádicos se siguen alimentando, mientras sus sueños se van marchitando. Porque los años pasan volando y ya no saben salirse del juego. Porque se siguen mintiendo, creyendo que han cambiado. Simplemente siguen rodando en esa calesita. Jugando a ser los más avivados. Nunca llegan a la sortija.

Alguien se va temprano. Siempre antes de lo esperado. Nunca alcanza el tiempo. Nunca estamos satisfechos. El vacío se derrite entre los dedos de una mano, mientras la otra sigue acariciando. Y una mente sigue pensando en los próximos cinco minutos. Otra vez una cama gigante para tres, con una sola alma rondando. De aquí para allá. Sin saber nada de él. Siendo castigada y burlada por su perfume que le acaricia los pies. Y la ata de pies y manos.

Era lo arreglado. Como dos amigos de años que siempre se estuvieron esperando. Y nunca les llegó el momento. Porque eran amigos en serio y ya son amantes soñados. Una relación no se lleva de la mano. Se juega a los dados, te toca cara o seca. Estas arriba o abajo. Sólo por un rato, porque el mundo se puede poner del revés. Con un simple tras pie.

La pasan bárbaro, mientras dura el polvo mágico. Se abrazan como si se amaran, juegan a dejar de ser extraños. Para darse lo que tanto han anhelado, y que no han alcanzado. Dormir con alguien a su lado. Pero el misterio pierde sus encantos cuando todo se ha explorado y las incertidumbres se han transformado. Y todo vuelve a la normalidad. La mentira queda atrás o nos lleva unos cuantos pasos. Se siente extraño saber que se pierde en un rato, mientras se cree estar ganando tanto. Una ilusión que vale las penas.

Por más que se haya arreglado. El encuentro cercano termina con la distancia. Cada uno a su casa, a seguir con su rutina. La cual creen que se termina en cada uno de estos encuentros. Pero el cordón los ata al viento y los hace flamear sin sentido. No saben manejar al destino, y quedarán atrapados en esta red de pesca arruinada.

Para luego pensar en casamiento. Como dejar atrás a aquellos que han compartido los peores momentos y que ahora son parte del olvido. De una historia plagada de amantes. Nadie sabe que se hace con tantos que no fueron nada.

La cama está manchada. Es una mezcla irreconocible de perfumes y cicatrices. De nombres sin nombres.

Y ni un apellido.

De los que se acuestan sin dormir, alguien amanece más temprano.





Lo oscuro detrás del espejo.




Lo oscuro lo vemos, a diario en el espejo. No hay quien pueda pararse frente a esa viva imagen de uno y creer que puede pasar desapercibido. No quien sobreviva a esa mirada, la de si mismo fuera de uno. No hay manera de esquivar esa cancha embarrada que se para enfrente del espejo y te mira, sin consuelo las heridas ocultas y las mentiras dolidas.

Una imagen que no para de respirar. Que no se muere cuando uno sale de su alcance. Ni se va. Que siempre está para cuando nos animamos a volver. Es la mirada fiel, la más encarnada que pueda existir. La que no tiene consuelo, porque nunca se llora enfrente de un espejo. ¿No se había dado cuenta? Nadie tolera ver esa mirada engañada por la sombra, que se levanta del piso para levantar el dedo, acusador. Para exigir las cuentas al día. Y saldar las deudas, con la verdad y los demás.

Nadie puede escapar. Lo oscuro está por detrás del espejo. Está en el reflejo, lo lleva en su sangre. Esa imagen que devuelve, esa persona que se atreve a hacerte frente, es la que sabe demasiado. Es a la que el engaño nunca termina de convencer. Ni le puede meter la mano en la lata. Todos ocultamos algo, y el reflejo lo sabe perfectamente. Por eso es sabio el espejo, cuando da vuelta las cosas. Sabe que no hay freno cuando la verdad quiere emerger. Y las palabras quieren ser dichas. Con tanta crueldad como sea la desdicha que va a engendrar, o la mentira que va a inventar. O el secreto que quiere ocultar. Allí aparece.

Y no es un fantasma.

Sale detrás de sus espaldas, como si fueran las alas pero encadenadas en el espejo. Se levantan del suelo las miserias que ha arrojado al piso. Y que ha querido pisotear. No hay fianza ni cadena perpetua. Sólo hay una condena pendiente. Y una vigilancia permanente. Que no necesita dormir. Que no se deja persuadir y que recomienda a la desgracia una visita a domicilio.

Si uno quiere saber, debe hacer las preguntas adecuadas. Cuando alguien se engaña, sabe preguntar lo incorrecto, para salir en el sorteo de una vuelta al infierno. Adquiriendo una mancha, como un orzuelo, que se hace del eco. Y de la luz. Es como un agujero que acompaña con su velo, siendo la mejor dama de compañía. Y le pone precio al ego. Sin cuidarlo, sin envidiarlo. Acosando sigilosamente. Esperando que tropiece en algún momento, con la piedra y el tiempo de su oportunidad.

Una batalla campal entre uno y el otro, el mismo. En esas noches sucias de donde uno sale herido. Donde uno ha caminado torcido, rompiendo los bolsillos y metiéndose en problemas con las cuestiones ajenas, a donde no fue invitado. Días sin sol y noches de luna vacía, haciendo estrías en una manzana perfecta.

Días en los que no se sale al sol. Y el cascarón se rompe.

Oscuridades perdidas, donde el borde del agujero ya cedió. Y el abismo no se atraganta. Esa garganta es interminable. Y uno cae tan profundo.

Noches en las que se ha robado mucha mala suerte.

Y por ocultarle al espejo, uno termina con el cuello roto.

Y las manos heridas, de la propia sangre.





sábado, 4 de mayo de 2013

El alma. Tanto tiempo sin hablar de ella.




El alma. Tanto tiempo sin hablar de ella. Tan obsoleto que queda su nombre en plena psicología. Hemos vaciado de contenido, al germen del espíritu, lo que nos llena de vida. El alma es la parte más rica, esa llama que se enciende. Es la raíz del árbol, la conexión con todos los mundos. Por más que lo hayamos racionalizado y, por ende, mutilado en el laboratorio.

Olvidada en estos tiempos modernos que corren, parece que el hombre de hoy se olvidó de sus raíces y desconoce la procedencia y su función. Se habla del alma como si no fuera nada. Como si no tuviera nada que ver con el hombre ni con sus acontecimientos. Este pobre ingenuo pero omnipotente cree saber que todo lo domina, y después cuando el fracaso lo visita le echa la culpa al destino, o a esas fuerzas maléficas que desconoce. Es el mismo que piensa en sus determinaciones y no compensa con una conexión interna para entender sus razones. El alma elige y no podemos escapar.

Desconocemos las reales conexiones del alma con el mundo. Y con las demás dimensiones. Y ni siquiera intente pensar que estoy hablando de mística y esas cosas. Es pura realidad que encuentro en cada sesión del consultorio. No hacemos una revista de espiritualidad, hacemos una revista de psicología con la finalidad de exteriorizar la intimidad, lo que nos está sucediendo. Ese es el marco apropiado para entender la profundidad de las raíces, que llegan hasta otros mundos. Y nos nutren de información, nos anuncian las energías. Los campos emocionales, que para muchos son campos de concentración. La verdad es que a veces aparece como extraña, sin embargo es tan conocida. La verdad es la del alma que se conecta con uno. Nos habla constantemente de nosotros, de donde venimos y hacia dónde vamos.

El alma tiene una voz suave que sabe pensar. Que se hace escuchar a través del amor y entiende todas las razones. Las tuyas y las de otros. Es quien te explica las causas por las que vives lo que te está sucediendo, es la que te anuncia que pronto ya saldrás de allí. No puedes acallar al espíritu, ni silenciar tu alma. Sólo así perderás las conexiones con el resto del mundo y dejarás de sentir. El alma no es un concepto ni tiene fecha de vencimiento. Es la que hace vibrar a las canciones, al que te hace levantar a los sacudones en una pesadilla. Es la vía para escapar de noche a otros mundos. Si, existen otros mundos que nosotros también visitamos. E insisto con esto, no es un artículo de ciencia ficción ni de mística ni estoy delirando. Si quiere y se anima a escuchar, vea con cuanta información se levanta a la madrugada. No le hace falta leer el diario para entender lo que le sucede a este mundo. Esas explicaciones emergen de lo más profundo de las raíces, del alma y su intercambio con los demás.

El alma no puede ser olvidada, se nos vacía la vida.

¿Será que le está sucediendo esto al hombre de estos tiempos?

Ya no habla del alma ni sabe cómo llegar a escuchar esa hermosa voz suave. La psicología también ha perdido o ha dejado de hablar de ella, como si el psiquismo no sintiera la falta del alma o el espíritu.

El alma vive más allá de nosotros. No nos necesita para su existencia, se nutre de otros mundos. Sus orígenes tienen que ver con ello. En ellos hemos nacido nosotros.

No es una experiencia trascendental. El alma es nuestra vida latiendo. Una experiencia espiritual que nos abarca por completo. Naciendo desde el rincón de un cuerpo que empieza a sentir la vida, se llena de emociones y piensa, con la mirada perdida, en el cielo. Hasta llegar lo más lejos y observa las estrellas. Su alma brilla en una de esas que es ahora el brillo de sus ojos, emocionados.

Así es el alma. Así recorre los mundos. Por completo.






La escritura. El escritor.


                                                                                                       
Una ironía muy interesante es que el escritor se muere un poco con cada letra que escribe. En cada línea de su trabajo, con cada producción o idea, la agonía de un hombre se traza en las páginas de un libro. Dicen que así es como se muere día a día. Allí, donde van dejando su testamento, en las páginas que anticipan implacablemente una muerte dudosa de quien sigue con vida en las manos de su lector.

Una gran ironía, como la del gran poeta del espíritu que se quedaba casi ciego con el avance de los años, en una enfermedad que no lo limitaba. La forma de su muerte, la agonía elegida, estaba encerrada en la oscuridad de sus ojos, que se apagaban día a día.

La escritura es la sentencia del escritor. Su testamento le asegura la fecha de su partida. El patrimonio que ya no le pertenece es la marca de una herida, la que deja la dama de negro que recorre las noches en busca de más libros. Porque quien escribe deja allí aquello de sí que ya no soporta. Mientras otros lo cantan y con la música la hacen bailar, estos pobres que escriben le hacen leer sus propios lamentos. Así, ella averigua cuáles son las necesidades de un hombre, mientras elige en el catálogo de padecimientos una forma especial de darle al escritor una muerte digna de las páginas que produce.

El padre del Psicoanálisis ya lo anticipaba en su época, al afirmar que el artista intenta recubrir con palabras un insoportable agujero que deja la castración. Donde se busca subjetivar la muerte resignificando el fracaso.  Una estética que deja intocable el núcleo de la nada. Quien busca recubrir el dolor de lo inevitable con palabras austeras que sólo bordean el agujero de la nada, es quien más sufre en la repetición de sus letras. La búsqueda es de un plus, de un goce. Allí, donde se cree poder ganarle a la muerte en la trascendencia de lo que queda escrito, ella aguarda una pausa, sólo un silencio, el fin de la obra. Donde sólo queda el índice y una contratapa. Ella sabe que no se puede escribir para siempre, que aunque se retrace todo, también el lector muere. En todos hay una forma, la de morir un poco. Suceso inevitable hasta que el hombre se supere, más allá de las páginas, en los terrenos de la mente, el cuerpo y el alma. Una muerte que muere.

Esa ganancia es una pérdida. Un modo de situarse ante la propia finitud que el escritor tiene en su obra que queda. Se trata de un hombre que intenta asumir su propia desaparición, con la dignidad de las palabras escritas desde un cuerpo que sufre. La forma de construir un refugio ilusorio. Una metáfora.

Todos los escritores han escrito, en aquellas palabras con las que el Verbo se hizo carne y se encargó de anunciar entre nosotros. Imaginar no es recordar. Escribir no es vivir. Esa primera vez que leyeron un poema, es la primera vez que el escritor se ha encontrado con el verso. En el intento de recordar lo que se busca, es dejar de morir. Inevitable levedad de un ser que sólo perece en las entrañas de sus días. Sólo quien se anima a morir es quien puede empezar a vivir un poco más. Porque al dejar el testamento de sus ideas, deja constancia de una presencia. La propia, la única. La de la escritura.

Hablar, escribir y decir no sólo son formas de transmitir un contenido, sino básicamente son intentos por afirmar que se está vivo. Pues la Verdad anida en la existencia. En la efectiva vida del cuerpo pulsional, más allá del saber y más acá de la ignorancia con la que el Yo intenta dar cuenta. Vueltas enigmáticas y misteriosas de vivir.

El escritor narra infinitas pérdidas que su memoria no deja morir.






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