martes, 9 de julio de 2013

Ya son muchos los que sueñan eso.


No les llama la atención que sean tantas las personas que sueñan “eso”. En otra época los hubieran encerrado y a mí me sacarían la matrícula profesional o me quemarían en la hoguera por brujo. Pero los sueños, sueños son. Por más que en otro artículo lo haya cuestionado. Porque son una ventana a otro mundo, si es que nos animamos a abrir la puerta.

 Ya son muchos los que sueñan con seres que se han ido. Principalmente con parientes cercanos o amigos muy queridos. Son pocos cuando son desconocidos. Es muy intensa la experiencia, suele coincidir con momentos críticos, de dolor o mucha angustia.

 Están muy lejos de la locura. Son personas normales que se caracterizan por una inmensa sensibilidad y una apertura de mente. Es desde el corazón que llega ese mensaje. Allí está la conexión que atraviesa los mundos y no corta el cordón que mantiene este vínculo. Lamentablemente a veces pensamos con la razón que no es la más indicada para estas ocasiones. Pues no prepara sus estructuras para entender procesos que se suceden más allá de lo que nos han enseñado. Pero, como dice la ciencia, a la experiencia me remito por más que no podamos repetir intencionalmente lo acontecido. Es imborrable la impronta de una visita en la noche. De esos sueños que no son mediocres, todo lo contrario, son intensos y coloridos.

 Son esos sueños tan vividos, que una vez despiertos, nos quedan las sensaciones. Y los olores, del perfume, del tacto o la caricia. Inexplicable desde la clásica concepción del inconsciente o los psicoanalistas. Tampoco hay que preguntarle a un tarotista ni a un vidente, son experiencias corrientes por más que no las hablemos. Son sucesos personales que pueden ser compartidos, no descalificados ni desmentidos. Sería sobrestimar a la mente creerla capaz de semejante creación, y no es por subestimarla, pero no es la responsable de generar tantas emociones juntas.

 Ya son muchos los que sueñan eso. Vívanlo en paz y duerman con armonía. Los seres queridos que ya no están siempre podrán ponerse en contacto.

 Nada se pierde en este mundo. Todo se transformará.

 Ya pronto uno será quien los visite a ellos.


 








Una lágrima que muere en silencio.

Una lágrima que no es llorada, muere en silencio. Su entierro es en plena carne. Dentro de un cuerpo plagado de cementerios, cruces y estigmas. La lágrima debe recorrer el sendero para poder expresar, llevar su mensaje a una realidad que espera allí fuera.La muerte es una alternativa. Pero debe cumplir su misión.

Sus enemigas son aquellas ideas que se entrometen e interceptan el valor y su sentido. Prejuiciosas concepciones que se dejan llevar, la mirada del otro, el "qué dirán?", tantas torpezas, de tantas inocencias. Tantas bajezas de quienes no aceptan la idea de llorar. No es humillante, ni una descalificación; no es un error ni mucho menos una debilidad. Es una proximidad a la verdadera y auténtica esencia.
Es la posibilidad de llorar, de mostrar y abrir sus pulmones a una vida, que allí afuera genera los estímulos
por los que se puede llegar a vibrar.

Los diques sociales interfieren en la construcción de una personalidad libre en su expresión. El camino de la lágrima queda supeditado. Los surcos del dolor se profundizan aunque también quedan depurados.
Una lágrima vive para morir al conocer el sol.

Porque quiere vivir para eso. Y lleva en su seno un mensaje para los demás.

Quien puede leer en esos ojos, el sentido de la lágrima, puede vivir tranquilo. Ha captado lo esencial.

La lágrima no quiere morir en silencio. Por un minuto de paz.

domingo, 23 de junio de 2013

La mente. Más que la cabeza, más que la conciencia.


La mente está más allá de la cabeza. Y un poco más acá de la conciencia. Es la espesa capa de ideas-emociones que se conjugan para articular una vida, que late como el corazón, pero que se mueve a la velocidad de la luz. Un estímulo que es procesado a velocidades increíbles, con mecanismos automáticos y emociones reactivas, que se disparan si uno no está en sus cabales.

 La mente supera a lo intelectual. Vive más allá de las ideas y los conceptos. Tiene una tridimensionalidad que le da una profundidad oceánica al mundo creado. Mientras lo pensado, solo se mueve en dos dimensiones, la dimensión de la lógica (en el espacio) y de la educación (en el tiempo). Pierde el tremendo e intenso color que le da lo emocional, vivido desde lo mental. Aquello que le otorga una cualidad “subjetiva” a la visión, a la forma de pensar, al estilo personal. Lo que determina la posición, o la postura frente al mundo. El “aquí estoy parado”. La conciencia, por otro lado, es esa centésima de segundo, en que el mundo recobra un sentido. Se vuelve leído. El “darse cuenta”. Ese segundo de introspección, siempre y cuando hablemos de la “conciencia” entendida en Occidente. Pues en Oriente, tiene otras dimensiones, más semejantes a las planteadas acá en el concepto de “mente”.

Obviamente, sin la cabeza y sin la conciencia no hay manera de construir una mente. Porque necesita de los pilares para sostenerse. Pues tiene una estructura que crece en forma constante. Un crecimiento exponencial, que no tiene una dirección pre-determinada, ni lineal ni lógica. Pero si entendible. Si predecible, según las líneas que la constituyen, según los pilares subjetivos que se combinan con el mundo emocional, que crece a la par. Desde allí, es que se puede cambiar. Siempre. Por eso la educación debe cambiar su orientación, porque el desarrollo de lo intelectual sin una formación humana no lleva a que la persona haga un despliegue adecuado de su naturaleza.

 La mente despliega sus recursos, pero pocos saben hasta dónde es capaz de llegar. Una ola que comienza de un lado del océano, puede tranquilamente llegar hasta las costas del otro lado. Con sólo pensarlo. Y saber de sus certezas. Sin dudarlo, ni perezas en mano. Una mano puede mover montañas, si en esa mano se concentra la voluntad plena de esa mente que lo desea, profunda-mente. La acción concreta de una mente que se potencia y se unifica con el objetivo, siendo uno en sí mismo.

 Si lo va a pensar o a cuestionar, lo empieza a debilitar.

 Y la mente se dispersa. Por eso la gente parece que no creciera, porque se llena de miedos, que en realidad son dudas emocionales, intrigas e incertidumbres que esperan una confirmación externa. Cuando saben que la realidad externa es un reflejo, casi un espejo, de la realidad interna pensada. Y proyectada a través de los ojos.

 El mundo está creado por la mente. Y no es una psicologización de la realidad. Ni nada parecido. Deténgase un segundito a ver si su mirada es “tan real y objetiva” como piensa. Ya al leer, se entera, que nada es objetivo, ni concreto ni real. Todo está sujeto a esa maquinaria que llamamos “mente”. Mente-emocional, una unidad que no es divisible por dos. Por más que logremos disociar, ni siquiera es una unión matrimonial. Es una unión natural.

 Somos uno en todos los sentidos.

 Como conclusión le digo que por más que no me haya entendido, sé que el mensaje llegó.

 Así funciona la mente. La suya unida a la mía, y a la de todos los demás. Si se permite sentir, escuchará las millones de voces que lo están llamando.

 Y suena el teléfono. Es uno de ellos.
 






La mente. Tiene reglas simples cuando es verdaderamente compleja.


Una mente compleja tiene reglas simples. Esa simplicidad es la que le permite complejizar sus obras, y crear lo que quiera. Una mente conflictiva no puede crear casi nada, sólo se limita a mal gastar su talento en la lucha con el adentro.

 Las claves del poder mental, son tan simples como básica es la Naturaleza.

 Hacer lo que se deba, es una de las principales reglas. No es que se viva según el “deber ser”, sino que la Naturaleza no puede cambiar el orden de las estaciones porque se le canta ese día. El problema del hombre es que cree que el “deber” es externo a él.

 Vivir con placer, cada centímetro de la obra. La Naturaleza se queda absorta cada vez que ve brotar una hoja, de la cantidad de millones que lo hacen por día. El hombre se desespera por llegar a su primer millón de dólares, y no disfruta nada. Porque cuando lo alcanza quiere el segundo. No vivimos cada paso. Siempre miramos el próximo antes de dar el más cercano.

 Las cosas son simples, en su complejidad. Ir a lo básico es la metodología de la mente. Lo cual no quiere decir que nada es difícil, sino que todo se reduce a un principio básico: las cosas tienen solución. Sino no estarían acá, y no serían un problema.

 A cada cual le corresponde lo propio. Pero todos quieren lo de los demás. Si nadie se metiera en la propiedad ajena, todo sería sumamente sencillo. Ocupate de tu terreno, y dejá que el vecino se ocupe de lo ajeno.

 Amar. Una ley fundamental. Hay tanto por decir de las fallas que tenemos con este principio que no me daría el tiempo para escribir lo que debo. Pero sin amor, no hay nada eterno.

 Cambiaría el concepto de libertad por el de las ataduras. Pensando en un hombre moderno, la libertad es una plomada demasiado pesada para cargar, o entenderla. En cambio, a este hombre que todo le pesa hay que decirle, para que entienda, que la clave está en soltar las ataduras. Dejar que las cadenas no se encadenen a nada. Y sola la Naturaleza hace lo suyo.

 De adentro para afuera. No entendiste nada si tu camino tiene la dirección opuesta.

 De arriba para abajo. Jamás de abajo para arriba. Uno con todo lo que es, puede dejar de serlo. Pero si uno no es nada, jamás llegará a ser algo. Porque no cuenta con esa mentalidad, no sabe cómo es ser, porque no es.

 Todo tiene un principio. Y todo termina. No es una cuestión caprichosa. Es una regla básica. Porque el cambio necesita desaparecer, para poder aparecer.

 La muerte. Debe acontecer, sino no hay nada nuevo. Sino no existe la “posibilidad”. Y desde allí todo el resto.

 Todo lo demás, se reduce o relaciona, surge o muere en estas leyes, que se multiplican porque su potencialidad las lleva a generar (desde ellas mismas) las más infinitas posibilidades.
 

 


martes, 4 de junio de 2013

No es negación. Es la porción oscura inevitable..


Estamos bordeando límites imaginarios. Tan fantaseados como reales pueden ser. Estamos en los bordes de los pies de la negación. Y el olvido. Una amnesia temporal, casi tan intencional como sarcástica. No es la negación la causa, es esa porción oscura inevitable. Esa parte imborrable de la historia, en cada uno. Ese cono de sombras que opacan la luz del sol, cada vez que gira el tambor. Y suena la vida.

 Esto no es poesía, es psicología pura. Y analítica. Entender cuales son las partes de la red que pueden sostener la crueldad y la desidia. No es la negación la formación que genera la maldad, ni las consecuencias perversas de ciertos tratos. Es la porción oscura la real causa de lo imaginario, del morbo y del espanto que a diario genera la Humanidad. La negación es una forma parecida a la traición de uno mismo, porque se vuelve en contra. Es esa porción que se desdobla y que oculta la obstrucción, y no deja ocasión para sortear el problema.

 La porción oscura es la que se oculta, incluso al espejo. Es la que deslumbra con su atrocidad a cientos de personas que no pueden comprender y mucho menos tolerar. Esa porción no tiene obstrucción, se abre paso y camina libre. Ha encontrado siempre un argumento para hacer del encuentro una expresión de barbarie. Para hacerse inevitable y desde allí empezar a lastimar, a corromper, a distorsionar. Porque hace eso. Vive de eso. Sueña con eso. Piensa en eso. Todo el día.

 Todos ocultamos algo. Alguna parte oscura que, desde la amargura, el dolor o el rencor, busca equilibrar la balanza. Desde las sombras apela a la deshonra para poder expresarse. Porque si no explota, invade el mundo interno. Porque la parte oscura no quiere vivir en el anonimato. Se siente dominante, quiere y puede sobrellevarlo. Ir avanzando hasta contaminar todo el resto. Así son cientos los ejemplos de expansión, los que han contaminado las generaciones futuras, arruinando con soltura a las futuras nuevas criaturas. Las que podrían aprender lo mejor, sin embargo, se encargan de juntar la basura que ellos han dejado.

 Escribir sobre esa porción conlleva ir hasta el fondo del pozo. Con o sin salida.

 Esa pequeña porción se está devorando al mundo. Por los oros oscuros, están llenando la tierra de desierto. Sequía de principios, poca vitalidad y muchos granos de pereza. Algunas pocas especies en venta y dunas de fidelidades mudadas.

 No queda mucho de la porción liberada.

 Nos queda poco tiempo de luz.

 








Mirarse en el espejo. Un punto ciego.


Hay muchos ciegos que están viendo las barbaridades que están haciendo. Que tienen los bolsillos llenos de tanta vanidad, por un espejo que no los mira. Y buscan con envidia, esa mirada en el otro. Al que maltratan, al que descalifican. Un punto ciego en el cuerpo. Una mirada perdida, la del espejo.

 La vanidad se ha hecho de la calle. Se ha animado a apoderarse de las vidrieras donde está expuesta, porque el espejo ya no la mira. Entonces, busca perdida la desesperada mirada del otro. Que está tan desesperado como ella. Porque en la luz se muestran las auténticas sombras. Están afuera, hasta del propio cuerpo. Quedaron al descubierto y nadie se espanta. El robo, la estafa, la mentira y la calumnia; todas injurias de una vida ciega. Que no puede llegar ni a la vereda, sin ser cualquiera. Sin perder la identidad.

 Mirarse a la cara todas las mañanas y saber que se está mintiendo. Mirarse y no tener consuelo, porque no tienen cara. Engañarse por la espalda, y saludar como si nada pasara. Acostarse en la cama y levantarse con un nuevo día. Son puras mentiras. Está pensando en otro. No es el socio, no es la compañía que esperaba, pero en algo calma. Ya no está sola. La soberbia la acompaña.

 Pero se mira al espejo, todas las mañanas y sabe que está mintiendo. Sabe que es un punto ciego, amar a otro. Y que nadie lo sepa. Que las mentiras acuestas, ya no le cuestan tanto. Que sigue girando la rueda de la vida. Y que en alguna salida, podrá retomar el rumbo. O encontrarse con él por un segundo, para que pueda recuperar la visión. Y el dolor la espera en la casa. Preparando la cena, antes de irse a trabajar.

 Y dejar la cama vacía. Como su mirada, esquiva.

 Eligió la ceguera, para no ver las cosas que están hechas. Ni las marcas en su cuerpo. Un poco ajeno, de tanta mano prohibida. Sin consuelo, le falta esa caricia. La que tenía casi todas las semanas. Pero la vida te llena de faltas, para que puedas llenarla. Te enseña que el camino tiene curvas peligrosas. En su cintura impiadosa, su mirada ciega.

 Ella oculta en sus ojos la posibilidad de ver. Ella esconde sin querer, lo que realmente quiere. Pretender suponer, donde ya sabe. Pero sus pies no pueden recorrer ese camino que tanto anhela. Mientras, lleva escondida la verdad de su vida, amar a otro.

 Se mira al espejo, otro buen día.

 Otra tarde desde temprano.

 Es ciega, pero no es en vano.

 






domingo, 5 de mayo de 2013

Aprender la diferencia. Entre la experiencia y la alucinación.




Aprender una gran diferencia, tal vez nos salve de la locura y nos sumerja en la realidad. La psicopatología es muy clara, pero el público y algunos profesionales lo confunden todo. Hay una dimensión de diferencias entre las experiencias y la alucinación. Las experiencias espirituales se dan en personas que tienen una integridad, que es la que se desintegra en el psicótico y en el que alucina. Un psiquismo desarmado que utiliza a la alucinación y al delirio como parches para tratar de no perder la conexión con la realidad, o reestablecerla.

Es cierto que los fenómenos alucinatorios como los delirantes toman el material para formarse de las experiencias cotidianas con mayor intensidad. Y es desde allí que la religión, la sexualidad y el ego con sus místicas son los temas preferidos. Y no quedan desacreditados como le sucede a la espiritualidad, por ser parte de un delirio.

La diferencia la podemos establecer en las vivencias. Mucho más que las sensaciones. Sus piezas conservan una coherencia que se pierde en la alucinación, constituida a semejanza del sueño, más que de una experiencia. En la coherencia se encuentra el mensaje y la profundidad. En la alucinación todo queda superficial, sólo hay agujeros oscuros. La psiquis parece que se va a derrumbar, en cambio la personalidad se hace una con la identidad, esa es la marca de la experiencia.

El discurso es absolutamente distinto. No hay simbolismos ni neologismos, hay cordura e hilación. A diferencia de las acciones de drogas y demás sustancias, la espiritualidad no es un viaje disociativo. Uno no lo vive como si se hubiera ido de viaje y hubiera vuelto. No hay división del tiempo ni de la personalidad. No hay una salida del cuerpo. Es volar.

Respecto del ego y el yo, la vuelta lo hace intensamente más pequeño, consciente de sus dimensiones reales y angustiado por la pequeñez y la inmensidad que lo protege. En cambio, en las demás sensaciones la expansión es una protagonista y se adueña de los límites del yo, superados y casi desbordados. El ego se come al Yo, y la identidad se pierde en el polvo o en el brote. En la experiencia espiritual uno es más mientras se es menos después de cada episodio sufriente. No se pierde la consciencia, se redimensiona. Se terminan las palabras, el rostro iluminado habla. No se fragmenta el lenguaje y el discurso se demuele como una pared de ladrillos, huecos.

Se conserva la relación con la historicidad. Se diluye la noción de tiempo. No se produce una regresión y el pasado se impone. No se quiebran las partes que sostienen la estructura. Se agiganta el alma. No se achica ni se enmudece.

La alucinación es un grito. Del psiquismo al alma de otro.

La experiencia espiritual es flotar en el mar, siendo una ola y parte del océano.

No debemos perder de vista las diferencias. Debemos perderle el miedo a lo distinto.

Una alucinación no es aquello que no tiene explicación.

Eso es “algo distinto”.

El mundo requiere de hombres maduros y psiquismos fuertes. La alucinación es un intento del débil por soportar los pesos de una vida, a la que han castigado desde el nacimiento, mucho antes de ver la luz.

Las historias son diferentes. Las formas son distintas.

Sienta la experiencia espiritual. Y vea la diferencia.